martes, 20 de junio de 2006

Tabarras de un cuaderno (3) Juegos.

[h. 2002]

Parece que hay que ser moderno para existir. Usar cierto tipo de lenguaje, ciertas metáforas y comparaciones frescas, atrevidas, cierto manejo desconyuntado de la realidad. Dominar ciertos convencionalismos de lo anticonvencional. Sólo entonces estás donde hay que estar. Habrá que resignarse, pues, y aceptar la propia ineptitud para el juego. Si sólo se tratase de una determinada retórica, pero da la impresión de que detrás de casi todos esos juegos hay una inanidad huera, un deje de indiferencia, una sensación de que todo diese un poco igual, y que lo que importa sólo es seguir jugando, seguir echando los cubiletes sobre la mesa. Cualquier discurso que prescinda del jugueteo les aburre y la consecuencia es que, si no lo sigues, desapareces. Tu lenguaje, tus palabras y tú dejáis de existir.

¿Una indiferencia tranquila hacia todo es el ideal? Y en el caso de participar en ese juego, ¿cómo? Y entonces vuelvo a mi vieja idea: la gracia de otro tipo de juegos de la que éstos carecen. ¿Qué es la gracia? ¿Quizá estoy aludiendo al viejo espíritu pero con otro nombre? ¿La cosa aquella de los románticos alemanes, el algo que tan desesperadamente buscaban ellos y seguimos buscando nosotros con la misma desesperación?

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Cariñosas las observaciones