domingo, 2 de julio de 2006

Flores de tiempo


[Soria, julio, 1988]


Los pechos de la flor, abiertos al olfato. La palabra seca esperando la mano. La mano de yerba. El dedo acogedor. Queda la dulce suavidad, esta lanilla introducida en la punta, en un punto. En una punta. La punta del instante. In the nick of time. Lo feo cuando abierto rompe el cuadro previsto. Encontrar la entrada a ese círculo, a ese campo, o como quieras llamarlo. Puntos en el haz de luz. Detener su curso y estar dentro. Tú mismo un punto más. Pero no es posible. Tener que cumplir con otras formas de vida a la vez. Esto pide una presencia perfecta. La simultaneidad de los dos en convivencia. Nada hay previo. Encontrar la postura, la manera de acercarse.
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Hay momentos en que algo aparece. Una presencia poderosa. Suavemente se insinúa como algo que está ahí y te está viendo. Espera tu acogida. En realidad sólo se ofrece cuando esa acogida, esa disposición se ha producido. Lo que tienes que hacer es pedirla. Sólo pedirla. Adoptar un espíritu favorable. Aceptarlo. Entonces es él quien crea todas las condiciones para habitarte. Hace que los objetos se muevan a su ritmo, formen parte de una música presente, real. Es el ofrecimiento. El momento de la flor. El círculo cerrado de cosas y presencia. Puedes pedir que cada cosa ocupe su lugar, que la brizna tome la precisa inclinación al viento. La dulce postura. Nada sobra. Tú mismo entonces no sobras. Porque eres parte de lo que se está produciendo. Parte del proceso. En ese momento todas las cosas son "hermanas". La perfecta y absoluta hermosura de no ser por un momento superfluo. El agotamiento del sentido. La plenitud no tiene reglas. Su fijar reglas como un generoso dar, posibilidad de que ninguna regla sea obligada. No hay belleza. Hay presencia que es belleza. En todas sus formas. La naturaleza es el marco básico de la presencia en todas mis experiencias. A veces la ciudad lo ha sido de una breve confluencia de objetos. La fulguración de una calle de Valladolid. Otros lugares. Confluencias.

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