sábado, 28 de octubre de 2006

Oscuros

"Colapso en la tiniebla". Stasis in darkness. Ecstasy. Éxtasis. Salirse de sí. O estar tan metida en sí que colapsa. Quietud. Estancamiento. Stagnation. Qué más quisiera ella que salir. Salir al día. Saludar a la concurrencia. Hacer interesante vida social. Participar. Dar y recibir. Aportar algo positivo a la comunidad. Criticar. Deslindar posturas. Usar la razón común para colocarse en algún sitio. Abandonar la tierra de nadie. La tiniebla. In darkness.

Cosa mala el solipsismo, ¿verdad, tú? Recluirse en el paisaje del cuadro, en el bosque, en lo oscuro. Abandonar la vía recta y meterse en el bosque para no salir. No ha hecho los deberes. No se ha enfrentado a sí misma. No ha puesto las cosas en claro. No ha sopesado los pros y los contras. No se ha pesado y ha tomado debida nota de los resultados. Sigue así, ahí, quieta, en el bosque de siempre. El viejo bosque. Hipnotizada.
No se da cuenta de que está en la civilización. Y que debe, debe incorporarse. Decir que sí, que la razón, que la apuesta, que la solución está a nuestro alcance. Que estamos para eso. Echa tu dado al tapete. Échate a la corriente, al ruedo, a la vida. Zambúllete. La vida es esto. Lo que pasa. Donde compran y venden. ¿Cuál es tu compra o cuál es tu venta? ¿A qué juegas? Di tu juego. Así funciona por aquí.

Sí, pero... En principio y para empezar a hablar, antes de aceptar la discusión...¡Cuánto le molestan las recetas! ¡Qué repugnancia profunda le produce la postura didáctica de los que se sienten llamados a presentar el decálogo, las tablas de la ley, lo que sí y lo que no, lo clásico y lo romántico, la razón y las tinieblas, Oriente y Occidente, la vida real y el solipsismo mórbido, la línea clara y el pez volador remando hasta la luna cárdena (algún Klee inventado).
Siempre bien dispuesto (por sinceramente convencido) a darles la razón, a decir que sí, que sí, amigos, que estáis en la verdad, que tenéis la verdadera verdad, la única, que está en vuestras manos, tenéis la ciencia y el recto sentido, la paz perpetua y universal, el esta-vez-seguro-que-sí mejor de los mundos posibles en la mano. Lo tenéis. Es vuestro. Lo ha sido siempre (desde los griegos). Y por eso mismo, porque estáis en lo que no se deja, en la tierra, con los pies bien clavados, con el mundo justo, racional y democrático a vuestro lado. Porque es así, porque es como no puede dejar de ser, por eso, no deis tanto con el mamporro, no os sintáis tan llamados, tan obligados (imperativo categórico) a conducir a los demás hacia la buena senda. No deis tantos consejos.
Dejad que los perdidos encuentren la salida de su bosque o se pierdan a fondo y bien dentro de él a su gusto. Dejad a los gustadores de la pérdida que se agoten en su propio laberinto. No ayudéis tanto, amigos enciclopedistas.

Es muy probable que tengamos enemigos comunes. Y quizá sea sobre todo a ellos a los que lanzáis vuestros virotes con mayor fuerza. Esos mismos que si tuvieran la oportunidad nos meterían a todos en el mismo saco (a los perdidos por deporte y a los profesionales de la claridad) y nos arrojarían juntos al río, al mismo pozo. Sí. Pero, mientras tanto, dejad que la propia oscuridad nos sumerja a algunos para siempre o nos sirva de torpe guía en el camino. No nos queráis meter en el partido de la verdad a empujones. Ni siquiera sería favorable a vuestra causa.

En aquellos salones, a luz de las mismas velas, harían demostración de sus habilidades Mr. Franklin y el signore Cagliostro, a la vez. Y no se llevarían del todo mal. Esa cortesía mental.

jueves, 26 de octubre de 2006

Ariel. Una tentativa.


ARIEL


Colapso en la tiniebla.
Y el azul insubstante
funde roca y distancias.

¡Leona de Dios,
tan una somos,
eje de talones y rodillas! -El surco

se abre y sigue, es la hermana
de ese arco moreno
del cuello que me evade,

las moras
de grano negro
arrojan ganchos
oscuros-

Bocados sangrantes negros y suaves,
sombras.
Algo más

me arrastra por el aire-
muslos, cabellos;
de mis talones se desprende.

Blanca
Godiva, me estoy pelando-
Muertas las manos, las exigencias muertas.

Y soy ahora
espuma, trigo, fulgor de los mares.
El llanto de un niño

se derrite en el muro.
Y soy
la flecha,

el rocío que vuela
suicida, una con el arrastre
hasta entrar en el rojo

ocular, el caldero matutino.

martes, 24 de octubre de 2006

Los Tulipanes. Sylvia Plath.




Recuerdos de Valladolid. 1972. Una tarde en casa de Kevin, con Mario y alguno más. Componían uno de los números de la revista (1). Los poemas de la Plath sobre la mesa. Algún comentario sobre las versiones. Junto a los folios, alguno todavía en el rodillo de la máquina, el libro Ariel en una bonita edición especial, de formato grande, también sobre la mesa.
"Stasis in darkness". "Lo mejor de ella es esto". "¿El título?" "Era el nombre de un caballo que tenía".

Varios años después. Una profesora de inglés en régimen de intercambio. ¿Nativa o canadiense? Ya no recuerdo bien. Dar juntos una clase de comentario de texto a los de Bachillerato. "A mí me gusta mucho Sylvia Plath". "¿Conoces The Tulips? "Bueno". "...Y ¿comparar con algo español?"

Ahora reviso viejas carpetas (he tenido que desenterrar de entre las acumulaciones geológicas de varios años). Al final...aparecen. Lo comparé con "La vida, esta vida/ me placía", el "Sermón sobre la Muerte" e "Imagen española de la Muerte" de César Vallejo porque los encuentro agrupados bajo la misma grapa con los Tulipanes de "Ariel". No me pregunten por qué. Lo he olvidado.

No. No es una de mis poetas favoritas. Pero Ariel es un gran libro. Parece indudable. Soy lector algo más curioso de la poesía de su ex-marido, Ted Hughes.
________
(1) Trece de Nieve, revista de poesía 5/6, 1973, págs. 27-30 ["Ariel" bilingüe, "El tejo y la luna" y "El Solicitante" en versión de Mario Hernández, Carmen G. del Potro y Francisco Godoy respectivamente]


TULIPANES

Son demasiado emotivos los tulipanes, aquí es invierno.
Fíjate: todo blanco, todo en silencio, nevado todo.
Estoy aprendiendo paz, yaciendo a solas, en silencio
como yace la noche contra esos muros blancos, este lecho, estas manos.
No soy nadie; no tengo nada que ver con explosiones.
He dado a las enfermeras mi nombre, mi ropa de diario
y al anestesista mi historia, mi cuerpo a los cirujanos.
Encajaron mi cabeza, apuntalándola, entre la almohada y el borde de la sábana
como un ojo entre dos párpados blancos que no quieren cerrarse.
Pupila estúpida, quiere verlo todo. Las enfermeras
pasan y pasan, ésas no me preocupan, pasan
como gaviotas tierra adentro bajo sus gorros blancos,
moviendo las manos, la una idéntica a la otra,
por eso no consigo contar cuántas son.

Mi cuerpo es para ellas un guijarro, lo cuidan como el agua
cuida a las piedras que cubre, suavizándolas dulcemente.
Me traen torpor en sus agujas relucientes, me traen sueño.
Y ahora que me perdí a mí misma, me siento harta de equipajes:
mi maletín de cuero como una cajita negra de píldoras,
mi marido, mi hijo, me sonríen desde la foto familiar; sus sonrisas me punzan la piel,
ganchitos sonrientes.

Dejo pasar las cosas, un mercante de treinta años,
se ase tercamente a mi nombre y dirección.
Me han fregado hasta dejarme libre de amantes contactos.
Asustada, desnuda, sobre el carricoche almohadillado de plástico verde
veo mi juego de té, mis cajones de lienzo, mis libros
desaparecer en la lejanía, y el agua me cubre la cabeza.
Monja soy ahora, nunca sentíme tan pura.

No quiero ya flores, solamente quería yacer con las manos
vueltas hacia arriba, sentirme del todo vacía.
Qué libre me siento, no sabes cuán libre me siento:
la paz es tan vasta que me deslumbra, nada
pide: un letrero, unas pocas futesas.
Eso es lo que [acatan] finalmente los muertos: y ahora imagínalos
cerrando en torno a ello la boca, cual hostias.

Los tulipanes resultan demasiado rojos, me hieren.
Incluso a través del papel que los cubre, percibo su hálito
levísimo, a través de envoltorios albos, como un niño travieso.
Su rojez con mi herida conversa, se cartea. Sutiles
son: parecen flotar, aunque su peso me hunde,
me inquietan sus súbitas lenguas, sus colores, son doce
plomadas purpúreas en torno a mi cuello.

Antes nadie me observaba y ahora me observan.
Los tulipanes se me acercan, tras de mí la ventana
donde la luz lentamente se abre y se cierra un día tras otro,
y heme aquí: plana, absurda, cual sombra de papel recortado
entre el ojo del sol y los ojos de los tulipanes,
carezco de rostro, he querido borrarme a mí misma.
Los tulipanes vívidos devoran mi oxígeno.

Antes de que llegaran estaba el aire bastante tranquilo,
venía, se iba, aliento tras aliento, todo sin gritos.
Y entonces llenaron, ruidosos, el aire, los tulipanes.
Ahora los rodean remolinos y rocas submarinas los mismo que el río
se enturbia y enrosca rodeando una máquina honda y mohosa.
Distraen mi atención, eso es bueno, jugando,
reposando sin nada que les comprometa.

Las paredes también me parecen estar calentándose.
Los tulipanes debieran estar enjaulados cual tigres salvajes;
abren su boca como grandes gatos africanos,
y yo entonces me siento el corazón: abre y cierra su cuenco
de rosadas rosas del solo amor que me tiene.
El agua que gusto es caliente y salada como agua marina,
y viene de un país tan lejano como mi salud.

Versión de Jesús Pardo, S.P., Antología, Plaza y Janés, Barcelona, 1974, págs. 177-183.
[Corriijo "acatan"(close on) por "atacan", como errata al final de la cuarta estrofa].

______________
TULIPS
The tulips are too excitable, it is winter here.
Look how white everything is, how quiet, how snowed-in.
I am learning peacefulness, lying by myself quietly
as the light lies on these white walls, this bed, these hands.
I am nobody; I have nothing to do with explosions.
I have given my name and my day-clothes up to the nurses
and my history to the anaesthetist and my body to surgeons.
They have propped my head between the pillow and the sheet-cuff
like an eye between two white lids that will not shut.
Stupid pupil, it has to take everything in.
The nurses pass and pass, they are no trouble,
they pass the way gulls pass inland in their white caps,
doing things with their hands, one just the same as another,
so it is impossible to tell how many there are.

My body is a pebble to them, they tend it as water
tends to the pebbles it must run over, smoothing them gently.
They bring me numbness in their bright needles,
they bring me sleep.
Now I have lost myself I am sick of baggage-­
My patent leather overnight case like a black pillbox,
my husband and child smiling out of the family photo;
their smiles catch onto my skin, little smiling hooks.

I have let things slip, a thirty-year-old cargo boat
stubbornly hanging on to my name and address.
They have swabbed me clear of my loving associations.
Scared and bare on the green plastic-pillowed trolley
I watched my teaset, my bureaus of linen, my books
sink out of sight, and the water went over my head.
I am a nun now. I have never been so pure.

I didn't want any flowers, I only wanted
To lie with my hands turned up and be utterly empty.
How free it is, you have no idea how free­
the peacefulness is so big it dazes you,
and it asks nothing, a name tag, a few trinkets.
It is what the dead close on; finally I imagine them
shutting their mouths on it, like a Communion tablet.

The tulips are too red in the first place, they hurt me.
Even through the gift paper I could hear them breathe
lightly, through their white swaddlings, like and awful baby.
Their redness talks to my wound, it corresponds.
They are subtle: they seem to float, though they weigh me down,
upsetting me with their sudden tongues and their colour,
a dozen red lead sinkers round my neck.

Nobody watched me before, now I am watched.
The tulips turn to me, and the windows behind me
where once a day the light slow1y widens and slowly thins,
and I see myself, flat, ridiculous, a cut-paper shadow
between the bye of the sun and the eyes of the tulips,
and I have no face, I have wanted to efface myself.
The vivid tulips eat my oxygen.

Before they came the air was calm enough,
Coming and going, breath by breath, without any fuss.
Then the tulips filled it up like a loud noise.
Now the air snags and eddies round them the way a river
snags and eddies round a sunken rust-red engine.
They concentrate my attention, that was happy
playing and resting without committing itself.

The walls, also, seem to be warming themselves.
The tulips should be behind bars like dangerous animals;
They are opening like the mouth of some great African cat,
And I am aware of my heart: it opens and closes
its bowl of red blooms out of sheer love of me.
The water I taste is warm and salt, like the sea,
and comes from a country far away as heath.

SYLVIA PLATH, From Ariel, 1965.