miércoles, 19 de septiembre de 2007

Memoria y galletas

En el contexto de mi lectura intensa (no digamos eso tan operístico de "apasionada", aunque lo fuera) de los dos libros de memorias de Carlos Castilla del Pino, Pretérito Imperfecto y Casa del Olivo (1), me paseo por la red en busca de los comentarios y reseñas publicados a propósito (ambos libros magníficos, sí, aunque más logrado quizá el primero, e incompleto y un tanto amuñonado el segundo, al que le faltaría la contundencia e hilazón de aquél).
En el periplo me encuentro en Letras libres un apreciativo comentario de Juan Malpartida (apreciativo y sensible, pero quizá demasiado cebado en las hipótesis e inferencias que tientan como anzuelos al desgaire desde los balcones de la Casa del Olivo) y, al referirse al estilo de Pretérito Imperfecto y apreciarlo, no quiere pasar a otra cosa sin dejar de cepillarle una ligera mota que, según dice, lo afea: el uso de un detallismo "excesivamente" concreto y, según el crítico, carente de valor funcional (un tanto inútil y decorativo, vamos, y falto de una funcionalidad, por lo que parece, de carácter más que literario, "testimonial histórico"). Y da un ejemplo.
Y entonces yo me digo: "Vaya, ese ejemplo es precisamente el que más gracia me hizo al leerlo: el de don Federico y las "galletas María".
Para el lector que no conozca Pretérito Imperfecto: uno de los personajes más atractivos de su primera parte es el del viejo krausista don Federico, "el preceptor" libre (¿ una especie de "privatdozent"? No. Eso era otra cosa) del niño Castilla, la figura del verdadero "maestro", un doble en San Roque del "maestro ideal" venerado: don Santiago Ramón y Cajal. Austeridad y sobria elegancia natural de lo impretencioso eran los rasgos del llamado estilo institucionista (el de los seguidores del ideario educativo de don Francisco Giner de los Ríos y la Institución Libre de Enseñanza, de cuyo maestro fundador, don Julián Sanz del Río, había sido discípulo Eusebio Ruiz Chamorro, padre de don Federico Ruiz Castilla) y lo son de nuestro personaje, es decir, los del maestro que se ofrece a enseñar socráticamente cuanto sabe al niño Carlos Castilla.
En su descripción física quizá destaquen especialmente dos rasgos (no tengo el libro delante; hablo del recuerdo de mi lectura): el sorprendente atildamiento en el vestir que se gasta don Federico (vestía dentro de casa, viene a decir, como si fuera a visitar al Presidente de la República) y la austeridad: merendaba "un café con leche y tres galletas María".

Me pareció que la imagen redondeaba la presentación del personaje: un detalle circunstancial que implicaba una caracterización moral.
De ahí mi sorpresa al leer lo siguiente:

"¿Qué importancia puede tener dentro de la obra que uno de sus profesores tomara un café con leche con "tres galletas María"? Pongo un ejemplo entre muchos: Castilla del Pino lo escribe porque lo recuerda (estoy seguro de que fueron tres y no dos), y ese tic dice algo de su psicología, pero el dato es prescindible." (2)

Las cosas se ven de maneras tan diversas que cualquiera diría que fueran otras que las que se ven.

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(1)Carlos Castilla del Pino, Pretérito Imperfecto y Casa del Olivo, Círculo de Lectores, Barcelona, 2007 [Tusquets, Barcelona, 1997 y 2004]. La imagen de las "galletas María" en Pretérito Imperfecto, pág. 140 de la ed. citada. Inolvidable la escena en que la Lulú de El Árbol de la Ciencia barojiano se parapeta tras una "muralla" de sillas y mesas para poderles soltar "cuatro frescas" a sus hermanas y a su madre sin que ellas puedan, por su parte, hacerla callar: una sola imagen concentrando todos los rasgos del personaje.
(2) Juan Malpartida, "Carlos Castilla del Pino: la casa de la memoria" en Letras Libres, 26 de junio, 2005, pág. 27a
http://www.letraslibres.com/index.php?art=10527

Aprovecho la posibilidad que da Letras Libres para adjuntar comentario a los artículos y apostillo así:

Parece mentira, señor Malpartida, que se haga semejante pregunta. Además de tratarse de una "autobiografía", pues así titula el autor su libro Pretérito Imperfecto, por fortuna se trata también de literatura y de la buena (como en otro lugar no deja de reconocer usted) y eso es así porque posee estilo y uno de los rasgos de estilo de la literatura moderna (representada en nuestro país, entre otros, por Baroja, un novelista muy bien leído por Castilla) es un concreto empleo eficaz de la imagen significativa en función definidora de personajes o situaciones a los que se aplica (se le han dado muchos nombres: desde "detalle luminoso" o "significativo", "correlato objetivo", etc.) y tiene precisamente en esas "tres galletas María" un muy pertinente ejemplo en el contexto de la caracterización de don Federico Ruiz Castilla, cuyo padre, Eusebio Ruiz Chamorro, era discípulo de don Julián Sanz del Río, el padre del krausismo, el "padre fundador" de la Institución Libre de Enseñanza, y cuyo espíritu representa aquí ante el niño Castilla precisamente don Federico en esos rasgos de moral laica y austeridad que a ojos del admirado infante se ven concretados y potenciados gracias a la levemente ironizada imagen de la frugal merienda: "café con leche y tres" (sí tres y no dos, universales y casi laicamente santificantes) galletas María". Nada mejor. Le vemos. Ya no lo olvidamos.

Aparte esta apostilla, leo con gusto su atinado comentario.
Atentamente
Javier

(enviada a Letras Libres)

domingo, 2 de septiembre de 2007

Americana, un proyecto

Mi buen amigo Alfonso insiste en que "ya me vale". Con ello quiere decir (pues me conoce desde hace tiempo) muchas cosas en una sola locución coloquial que las compendia a todas y las embute en tres palabras: "ya te vale, tío".

Vengo trasteando con libros poéticos americanos... ¿desde cuándo? Me pongo añorante y rememorativo y se me aparecen Mario y Alicia (Mario Hernández, profesor de Literatura en la Autónoma de Madrid por entonces, y amigo desde los años de Valladolid, y Alicia, su mujer). Aquella tarde en la madrileña librería Turner (compruebo, gracias a la manía anotadora de libros de la que me he ido liberando, que fue la tarde del 14 de febrero de 1976) cuando me llevé los Selected Poems, la del prólogo de Eliot, y los Selected Cantos de Ezra Pound. También estaba la edición íntegra de los Cantos en la misma y británica Faber, pero para eso había que esperar un poco más y conocer en el 79 a Alfonso y que él me la regalara; por ahora, o por entonces, como recuerdo que me dijo Mario, "confórmate con ésa. Ya tienes bastante" o algo parecido. Esos dos libros inician una colección que si miro a la izquierda (a las 10, que diría un aviador en las Marianas) veo que ocupa nueve estantes (unos 300 títulos de muy variados grosores: desde el fino libro suelto al grueso tomo de Collected). No todo es americano, claro, pero sí la mayor parte: lo británico aparece tan solo representado por lo más esencial de la tradición y de una manera un tanto subsidiaria: algunos por clásicos y otros por filo-americanos. Durante un tiempo Ezra Pound concentró todo el interés; y que esa pasión sigue viva quizá sea algo en lo que no haga mucha falta insistir para el lector de este blog. Creo que hay indicios de su presencia, aunque no le haya dedicado ninguna entrada monográfica.

Durante los 80 y parte de los 90, es decir, antes de que el invento del ordenador diera paso al invento de internet y ésta desarrollara un mercado internacional de libros de primera y, sobre todo (para economías como la de un servidor), de segunda mano, había que escoger mucho y, siendo uno ignorante de casi todo y tan solo provisto de "afición", y sin catálogos de editoriales y pidiendo a ojo, las cartas a una librería de Cambridge (la única librería del mundo anglosajón existente por entonces para quien les habla, Heffers: carera y rácana y de trato británicamente aloof y casi odiosa)...pues, en esas circunstancias, había que andarse con mucho ojo para pedir algo en esos mundos tan nublados (1).

Se pedía Pound y aledaños. Los de su quinta y su escuela. Gracias a Kevin Power y a su libro Una Poética Activa (Editora Nacio- nal, 1978, por aquel entonces de lo poco que se podía leer aquí sobre poesía y poéticas americanas contemporáneas), los autores y los títulos (y gracias a que algunas editoriales, como la benemérita Black Sparrow de Santa Rosa, California, o New Directions de Nueva York, o la ya desaparecida North Point Press de San Francisco, enviaban, además del libro, su catálogo) fueron lenta, muy lentamente, aumentando. Empezó a haber colección. Pero siempre estaba al acecho la pregunta: "¿Es esto todo?", o mejor "¿Dentro del todo que podría ser esto, es un todo real, fiable (como cuando dices con seguridad "esto es todo") o se trata de un todo "falso" o tan solo "provisional" como cuando hipotéticamente ignorante de la existencia del papel moneda respondieras a la orden de "coge todo el dinero de la mesa", y de la mesa con su sobre de 500 euros y dos moneditas de 20 céntimos te limitaras a esto último porque hacías una ecuación (dinero=moneditas) insuficiente? Y así los poetas en un mundo sobresaturado, entre otras cosas, de poetas y, también, de poetas americanos, y, dentro de ellos, de poetas americanos modernos.
Carecía de información y no sabía quién era cada quién en relación con sus vecinos (también poetas, y modernos, y americanos). Luego no era todo y ni siquiera había un todo del que poder extraer sucesivos todos más pequeños por eliminación de sobrantes (todos).
Pero apareció La Red, Internet y con ella las librerías de segunda mano (santas, santas, santas) como "Abebooks" y "Amazon" y las páginas de editoriales, de autores, de libros, de todo. Y el particular dibujo que del "todo" (poético norteamericano) se perfila en la red: el mapa que andábamos buscando. Ahora hay un mapa. ¿Que este, el de la Red, no es el único "mapa" y que hay muchos otros posibles? Pues, claro. Pero, al menos ahora, el propio capricho tiene una linde donde encerrar el todo que buscaba y sobre el que poder construir el asímismo propio e inestable y renuente y móvil y particular Patio Total Poético Norteamericano del Siglo Pasado y el que empieza.

De esto o de algo parecido es de lo que me empezaba a in- quirir mi amigo Alfonso con su famosa frase "ya te vale, tío". Se refería a una Antología Per- sonal de poesía norteamericana que, incons- cientemente, pudiera haber estado este servidor barruntando desde hace un tiempo y que bajo el título de Americana, él, Alfonso, como editor principal de AMG editor, en su caso muy eventual hasta se hiciera cargo si así terciaba. Y que me lo pensara. Pues algo de eso he venido haciendo estos últimos días de agosto...
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(1) Creo que trato injustamente a la ilustre y cantabrigense Heffers. Me lo sugería Bernd cuando se lo comenté; es decir, le hablé de los palos de ciego, de pedir un libro con datos insuficientes y que te enviasen una "chapuza" que nada tenía que ver con lo que buscabas. Claro, ellos estaban acostumbrados a los clientes expertos, y con quien yo me enfadaba era con mi desvalida inepcia.