martes, 16 de enero de 2007

Neumonía y otras chispas de la vida.



"El aire pasa siempre fresco y se pueden hacer pelotas de viento frío en la palma de la mano."
Miranda.


El viento frío esta vez pasaba por dentro y dolía. ¿O picaba? ¿O ambos a la vez? Pero tampoco, pues ni siquiera hubo tiempo para enterarse de si dolía o no dolía. Un picor agudísimo entre confusos sueños, toses, más toses en el entresueño, toses y más, y al levantarte nuevas toses sobre el blanco lavabo. Sorpresa entonces, la de su perfección circular. Rojo, círculo rojo vivo y perfecto, planeta de una constelación de otros círculos menores; otra tos para comprobar lo evidente y nueva prueba en constelación roja solicitada y concedida. Entonces, lo temido como algo regalado sin explicación alguna. Sólo el hecho. Aquí está lo que es. Aquí lo tienes. ¿Te hace falta algo más a estas horas intempestivas? ¿Te vale con esto?

Terror. Confuso vestirse apresurado por el estupor. ¿Dónde estás? ¿En el sitio de siempre? ¿Dónde sucede lo que sucede y a quién? ¿Es a ti? Oiga, ¿es a mí?

Sala de urgencias del Hospital. Catacumbas. Luz espectral. Espera del médico, pues son las cuatro. Espera hasta las ocho, claro. Estarán echándose su sueñito. Como tú cuando pasó (¿Ellos también toserán entre sueños?). Estará durmiendo. Por fin vienen dos horas más tarde. Dos horas con esa telita (azul o verde) ridícula encima; parezco una puteja congoleña que espera a su bwana o algo aún peor (pienso en los tontitos del pueblo: les solían poner un mandilón para que no se les notaran las erecciones intempestivas). Por fin llega, pide placas y análisis. Bien. "Yo no veo nada". Veremos las placas. Algo hay.

Un amigo y vecino especialista en la materia (no en cosa literaria sino en los intríngulis de la carne) aparece oportuno en la calle. "Que se pase a las once". Me paso. A ver ahora lo que pasa.
En el otro Hospital. Scanner. Tac. Voz pregrabada: "Al oír la señal, inspire. Mantenga la respiración. Expire, por favor". Parece el círculo del túnel del tiempo en alguna serie borrosa de la tele. "Sentirás un calor. Es el contraste". Con los pantalones bajados. Cruzando el círculo mágico sobre la plataforma. Acaba. Ya está.

Entonces, espera y más espera. Pasillo y más pasillo. Y, por fin, "Tienes una neumonía".

Y tan sólo entonces respiras.

martes, 2 de enero de 2007

Las fiestas del querer.



No hay cosa mejor que la bondad. Ser bueno y aprovechar estas fiestas para ejercer con intensidad esas facultades de amor universal y cariño arrolladores. Querer a todo el mundo, querer a las hormiguitas y a los gatos, a los perros sin dueño y con dueño, a cada tía segunda bien afeitada. Querer sin tasa. Querer desmesuradamente. Lo malo es que siempre te coja distraído. No estabas en ese momento en lo que había que estar y entonces tocan a querer y no sabes cambiar a tiempo de postura y quedas mal. Quedas como el tipo borde de siempre, el borde natural de los días de trabajo, de los días normales y sin fiesta.
Esto de ser malo sin llegar a enterarse del todo (tan solo por los efectos) se acaba convirtiendo en segunda naturaleza. Debe tener que ver con lo del mundo nuevo que se estrena los días de fiesta y que es distinto porque es nuevo y tiene que ser maravilloso y no estamos nunca lo bastante preparados para construir las condiciones de la maravilla, no hemos ido a cursillos y así nos sale. Sale mal y entonces te preguntas si no sería mejor que todo fuera como lo de siempre, como los días feos de a diario, los día laborables y tontos en que la gente no está preparada para ninguna clase de maravilla. No quieren maravillas, no hay que ser buenos; son lo de siempre, así que no te agobian y no metes la pata. Se espera de uno que sea maravilloso y no aciertas a ser maravilloso a fecha fija. Y si pretendes corregir el error y te pones maravilloso a posta, te sale mal, te sale muy mal, y entonces casi es peor. Entonces eres un mal queda, un atravesado, un falso, eres el "famoso monstruo del egoísmo", la bicha de los manglares, la bicha de Balazote y qué sé yo qué más. No merece la pena empeñarse. Es peor. Lo mejor es mantener la figura tradicional del desganado, del aburrido, y dejar que las cosas sigan su curso. Su curso suele ser el previsto, el peor de los posibles; y por eso mismo a veces te sorprende agradablemente en alguna rara ocasión inusitada y encantadora algo no calculado que sale bien, que suena, que ajusta sin necesidad de empeñarse, casi sin querer y sin esfuerzo. Sale solo. Y hay unos segundos en que la conjunción de circunstancias, los factores, los fractales o sus primos se ponen de acuerdo en que algo vaya bien al menos un ratito o simplemente vaya (ni bien ni mal), sólo salga, sea y hop, qué delicia, qué gusto da entonces la sorpresa del acierto no premeditado, esa cara de bobo que se te queda ante lo que no te corresponde pero te da una bienvenida que no te mereces.
Así que uno casi desearía de todo corazón que las fiestas de la bondad no existieran, que fueran "fiestas móviles", fiestas-sorpresa, unas fiestas que celebraríamos en ese raro momento de la conjunción estelar, cuando todo, sin comerlo ni beberlo, a lo tonto, va y sale. Y sólo cuando sale, tan solo entonces, al salir, nos dijéramos: "hoy es fiesta".