miércoles, 14 de mayo de 2008

Fronteras

Pero independientemente de lo que se recuerde, es decir, de lo que uno mismo sea para sí mismo (el material disponible, el dinero de bolsillo), hay necesidades especiales que a algunos les empujan a un cierto hacer que se parece a "llevar algo hacia adelante". Ese algo nunca se sabe a ciencia cierta muy bien qué es lo que sea, ni en qué consista, cómo se coma (y ésa es su garantía de legitimidad y su peligro). No tiene nombre; llamarlo literatura o, mejor, poesía, no tiene para el arriero de la faena demasiado sentido, y saberlo podría actuar más bien quizá de obstáculo. Vista la situación desde fuera, uno bien puede ser lector, aficionado a la literatura y la poesía, especialista (¡qué espanto!) o incluso profesor (¡horror de sólo pensarlo!). No. Desde dentro nunca se ve nada fijo. Y parece que ese mismo no ver nada concreto, quieto, ningún hilo, ninguna cerca o límite sino vagas posiciones o postes siempre móviles, algo que podría configurarse cada segundo posible de un modo distinto porque todas las posiciones se están modificando constantemente (malo si las aceptas como quietas o fijas), es lo esencial. Y sólo funciona cuando el panorama se aproxima a esa constante modificación de las fronteras y los límites.
Tensar esos límites, usarse en el instante, ver qué sucede con lo que está pasando, adónde va, qué es lo que puedo usar como lo que sé cuando no sé nada como si realmente no se pudiera saber nada en absoluto. Ese modo por el que querer salir del propio laberinto penetrando en otro mayor pudiera resultar que fuera la única salsa de la vida. Eso creo. Así es que entonces una figura neoplatónica del alma (su vehículo, el ójema) encontrada en los personales rebusques literarios (los trasfondos gnósticos de alguna poesía moderna) y reastreada como objeto en sí, como una pista autónoma, se puede recuperar en cualquier situación o momento, como por ejemplo en un instante de mal humor durante una clase, evocado y arrepentido; se puede recordar a través de la música o de un libro enganchado a un mes de octubre del 72.
Lo único que haces, en definitiva, es lo único que puedes (lo único que debes): buscar algún camino por entre el oscuro barullo invisible (sound and fury) de la selva cotidiana. Sin reglas ni normas. No veo otra vía practicable con un algún sentido a estas horas.
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[Se me invita sibilinamente en un comentario (o yo me invito) a compararme. Ahí va]

¿UNA POETICA PARA LOS NO INVITADOS?
Dar nombre y dar valor es para nosotros dar realidad a lo que ya la tiene sin necesidad de nosotros. Nuestra presencia es gratuita ante la naturaleza: la de invitados desagradables. Aprendamos a reconocer la gratuidad de esta nuestra presencia en torno a las cosas. Aprendamos a ser un objeto menos discordante con el paisaje, disolvámonos en él, seamos el paisaje.
La poesía, esa orla, el vicio, la manía recalcitrante y sin sentido, podría ser el medio (ni mejor ni peor que otro) para tal tarea.
Es decir, hablo de poesía (¿se me entiende?), hablo exclusivamente del árbol y la piedra que nunca alcanzaré, del árbol y la piedra que persigo desde siempre, tan inasequibles al nombre como a la mano. Hablo por hablar. Sabios hay que te sabrán decir por qué estas cosas de las que intento dar explicaciones han ido adquiriendo esta forma pública y no menos pudibunda. No interesa.
Sí, en cambio, la gratuidad y el sin sentido de este tipo de entretenimientos; los momentos en que la palabra que de nada vale, se mueve sola, quiere y no quiere ser la cosa, deja estar su regreso en una intermitencia de estar y no estar, la inminencia de lo no sabido, el momento del juego. Sólo hablo de esos segundo en los que todo está allí y ni siquiera la conciencia de que esté es suficiente, sino que algo debe buscar a algo con la necesidad de una caída por la ventana. Eso nunca lo pagará el poema, pues nadie habla realmente de lo que no sabe. ¿Qué hacer, entonces? Me apetecería poder llegar a no saberlo nunca. ¡Hay tanta gente que sabe, tanta gente que sabe tanto, tanta gente que sabe qué hacer! Tanta, que casi pudiera parecer un lujo delicioso proponerse obstinadamente no saber nada hasta adquirir casi, casi, estado beatífico. Compañero que esto lees, propala la nueva por calles y plazas.
Pero conviene que aquí se hable de algo, de poética, por ejemplo, y así el oyente y posible lector sepa a qué atenerse, quién habla, de qué habla, por qué habla. Conviene que les -diga las normas, los principios, qué quiero, qué me pasa. Todo ello sería muy interesante si lo supiera, pero no lo sé, y además se me ha olvidado. ¿Una temblorosa inconsciencia entonces la figura? Tampoco es eso.
Como tampoco la máscara pedida y gustosamente ofrecida, las bambalinas y hasta las butacas gratuitas a satisfacción del mayor número posible de peticionarios, del número menor de los suscritos o su parentela hembra. Seamos respetuosos con la liturgia.
Conviene que de algo se hable. De la fotografía en que un infante obnubilado mira fijo al cristal de su ventana. De un retrato rasgado. Del ojo que miraba a través del largo tubo, de la larga caña que busca al ojo por el largo tubo. De la diminuta colina en llamas. De hedor de la fábrica de colas junto al río.
De un repetido ruido de ascensores y teléfonos. Del delicioso frío del filo del cristal sobre el labio. De plazas con un sólo árbol en el centro. Del olor del silex raspado. Del monigote que sostiene ufano su pedernal como un trofeo.
De ascensores, más ascensores. Del óculo vano en la fachada de la catedral al doblar la esquina de la calleja. De la zangarilleja y sus párpados. Del pavimento azul que sostiene al banco público y al rojo insecto amoroso sobre la madera verde. De la calle maldecida y única.
Del pavimento rojo y azul ajedrezado con cánticos y desfiles. De largo pasillo, largo tránsito, en el piso último y prohibido, abarrotado de ropas apiladas y muebles polvorientos. De la campanada en el patio de las basuras. De la libélula sobre la piedra. Del ojo en el aire. De lámparas. De alfombras y manteles quemados. De Tannhäuser desde el coro. De poética. [Logroño, 1986]

2 comentarios:

  1. Bue...y si no acertara me dirias lo contrario...

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  2. Quizá aciertes (pero, claro, no sé bien en qué). ¿Quién acierta? ¿Es deseable hacerlo? Se me ocurre copiar un texto llamado de manera parecida a éste y del año 86. Ya ni me acordaba de él. Pero lo escaneo y te lo pongo por curiosidad. Gracias por recordármelo.

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Cariñosas las observaciones