martes, 12 de agosto de 2008

"Santos" de Enciclopedia, 1.

Se mencionaban dos libros en una lista como importantes para la formación del autor ("que cambiaron la vida" dice la encuesta; lo vago de la expresión hace que pueda leerse de mil maneras y, de ahí, lo dispar de las respuestas). Pero en una de ellas se habla de dos libros no habituales en estos casos: Uno presenta como título "Los hijos del capitán Aterras" [sic], lo que interpreto como una confacción -una "concoction" que le dirían los anglos pijos- sobrevenida en la mente del encuestador, fruto, quizá, de algún leve vacilar del entrevistado entre Los hijos del Capitán Grant y -"no, mejor quizá, ponga esta otra"- Las aventuras del capitán Hatteras.
A mí también me causaron especial impacto de ávido lector de Verne algunas novelas como La Casa de Vapor, La Isla Misteriosa, el Hatteras (aquel que..."caminaba invariablemente en dirección Norte"). Por cierto, ninguno de los cien encuestados se ha dignado mencionar al mítico Karl May.

El segundo de los libros citados es un Diccionario, el Manual de la Academia en su edición de 1927.
Me pregunto: ¿Cuál será la relación del autor con ese libro? ¿La habitual con los diccionarios, o sea, la de las palabras, o quizá haya habido algo más, como en mi caso, es decir, también la de las ilustraciones que algunos, como éste, incluyen? Porque, en mi biblioteca, ese diccionario (la mía es la 2ª edición de 1950; por eso no sé exactamente si todas las ilustraciones que yo tengo en la mía ya lo estuvieran también en la 1ª de 1927 que el autor menciona como la suya), lo mismo que otros dos (el Diccionario Enciclopédico ilustrado de la lengua española, 4 tomos, Ramón Sopena, Barcelona, 1962 y Pal-las. Diccionario enciclopédico manual en cinco idiomas, Joaquín Horta, Barcelona, 1922) además de cumplir con su función normal lexicográfica tienen y, sobre todo, tenían por entonces una segunda (que se ha convertido a la larga en primera en estos tres casos, pues ya hay diccionarios más modernos y quizá más completos que sirvan al fin de darnos el significado de las palabras), es decir, la de ser consultados o, mejor, ojeados distraídamente, sobre todo por sus ilustraciones, por los "santos", tal como se les decía entonces. Se trata de diccionarios ilustrados con unos grabados y dibujos ahora ya un tanto anticuados, y a veces mucho (sobre todo, en las áreas de tecnología, máquinas y artilugios similares). Y eso era, precisamente, lo más interesante.
El que a mí me marcó fue el Sopena, pero en su edición en dos gigantescos tomos (o así me lo parecieron a mí de niño), quizá la de 1957 o anterior (que no sé si tendrá alguna relación con aquel otro diccionario, también editado por Sopena desde 1917 en Barcelona y, más tarde, en Buenos Aires y que firmaba don José Alemany y Bolufer), y que acabó, danzando descuidadamente por casa hasta parar el pobre, descabalado, perdido el segundo tomo, desencuadernado y finalmente troceado, en la habitación de mi hermano en Bilbao, donde todavía lo alcancé últimamente a ver reducido a dos o tres fragmentos de su tomo primero. El que, sin embargo, ahora tengo en un relativo buen estado es el mismo pero en su edición en 4 tomos de 1962 (aportado por mi cónyuge como bienes gananciales, que le dicen).
Recuerdo que hubo páginas indelebles, fundamentales, que eran recorridas una y otra vez, examinadas con morosidad y detalle, estudiadas. Eran casi siempre aquellas ilustraciones a toda plana y en progresión histórica de armas, uniformes, barcos... y, de entre ellas, sobre todo (porque la recuerdo como si la tuviera grabada en la memoria), la página de...
Sí, los cascos. No sólo había que distinguirlos con una precisión absoluta, había incluso que copiarlos. Lo que solía hacer (dada mi radical incapacidad para el dibujo) era calcarlos, para, después, trasladarlos cuidadosamente, al cuaderno ampliados. Me intrigaba ese casco llamado "troyano", tan elegante y que yo, de primera intención, le habría adjudicado al mismo Alejandro, o los cascos chinos, los morriones españoles de abajo (¿por qué no los llamaban así?). Había algunos de los supuestos portadores que costaba esfuerzo imaginar, como ese "general persa del siglo X" , o...el detalle de ese otro que parece, no, lo es,... ¿pero qué pinta exactamente don Quijote ahí, a un lado? ¿Puede ser un ejemplo de casco como los demás...?
O infinitas preguntas parecidas.

A veces estos diccionarios presentaban esquemas o dibujos de máquinas o artilugios de todo tipo que el tiempo ha vuelto irreconocibles, deliciosamente estrambóticos, como los inventos de aquel profesor Franz de Copenhague en el TBO. Por ejemplo, me llama la atención en el Diccionario Manual un objeto de exploración médica (quizá porque frecuento a su pariente contemporáneo) que se llama "esfigmógrafo"

¿Se ponían eso en el brazo para mirarse la tensión?









Por curiosidad consulto el Sopena en la misma voz y me encuentro con esto otro

que realmente no mejora mucho. Bueno, añaden un cronómetro, y lo que se pone en el brazo el paciente...¿qué es? Ni visto con lupa resulta verosímil. El Diccionario Pal-las (cuyo punto fuerte era ser multilingüe) tenía unas ilustraciones en general deficientes, mal impresas, aunque a veces ocultara entre ellas alguna sorpresa, ilustraciones misteriosas como, en este sector de los aparatos médicos, la de ese "oftalmoscopio"



¿Qué le está haciendo? ¿Mesmerizando? ¿Qué esotérica función tiene el sujetacirios de atrás en relación con esa varita mágica o lupa que sostiene el facultativo ante su paciente hipnotizado?

Misterio.

[continuará]

5 comentarios:

  1. ¡Qué agradable entrada Don Javierus!!
    A mi también me gustaba esto de mirar los "santos" (es lo que decía mi abuela también)

    Yo tengo un diccionario muy chulo
    "Dictionnaire des Langues Espagnole et Française" de Montaner y Simón de 1886, pero desgraciadamente solo tengo los tomos 3 y cuatro. Es la parte español-francés y aunque no tiene ilustraciones, me gusta porque viene la palabra en español y la definición en francés, (como el que nombra, y lo uso con mis alumnos para que "adivinen" la traducción. Y además porque contiene muchas palabras obsoletas en francés y de uso mas o menos aún corriente en español y así me hago la lista "veis, eso se decía en el XIX en francés también"

    En cuanto a los diccionarios que me marcaron, yo estaba subyugada por la Espasa de mi colegio la de muchocientos volúmenes que estaba en el despacho de la directora y que solo se podía consultar con permiso especial (creo que del Papa) : tan grande, tan bonita, tan llena de cosas... Aún me dan escalofríos de pensar en ella.

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  2. Se me olvidaba decir que me parece que en ilustración, lo que tiene detrás es un quinqué y que para ver el fondo del ojo, el médico tiene una lente que hace converger la luz en la pupila para poder ver el "interior" del ojo como dice el texto

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  3. Gracias, Spanique. Visto así, como dices, resulta razonable. A mí se me había transformado en una escena de Murnau, por lo menos. Ya sacaré alguna que otra más.

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  4. Si no lo conocen, les recomiendo encarecidamente el volumen de la enciclopedia de Diderot y D'Alambert dedicado a la cirugía editado por la Bibliothèque de l'Image. Parece el resultado de meter en una coctelera a David Cronenberg, Charles Manson y Leonardo da Vinci.

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  5. Gracias, Helter. Llevaba días desconectado. Lo miraré.
    Abrazos.

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Cariñosas las observaciones