miércoles, 29 de abril de 2009

Globos del azar

Contemplo en el blog de Ferrer Lerín un bodegón holandés que identifico de inmediato, pero a la vez noto que no es el bodegón que yo conocía. ¿Por qué?

Las cosas no están en su sitio. Aparece, sí, el "vaso globular". Permitid que lo llame así: en mi memoria lo globular de ese vaso de agua lleno hasta la mitad coincidía con un globo casi perfecto de agua y el puercoespín de cristales de la base destacaba sus púas haciendo casi imposible su manejo convencional. Recordaba el cucurucho de las especias o de la sal...pero todo era de otra manera.
Busco por la red y me encuentro una serie nutrida de variantes o copias o versiones del bodegón bendito... Aparece uno que casi es el que yo tuve delante. Y no lo puedo remediar y, aprovechando un rato libre entre clases, pongo una nota de comentario que me temo haya sido sentida como perfectamente extemporánea. Ay.

Porque la cosa no acaba ahí. Un "anónimo a" y el titular del blog derivaban una charla de sugerencias hacia las enciclopedias y resulta que, de entre ellas, surge reluciente la Sopena: más de un amigo de este añalejo ya lo habrá identificado como uno de los fetiches del indolente. ¿Qué más se puede pedir?

¿Quién o qué gobierna estas conjunciones? Las sobremesas sorianas de media década de los 80 estuvieron presididas por el "vaso globular", el cucurucho, las nueces, el limón reseco y su piel desgajada y retorcida.

Y, a pesar de todo, habrá quien opine que las imágenes no son otra cosa que meras abstracciones... E incluso que precisamente por eso, porque lo son, pasen estas cosas.
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Esto se acerca bastante a lo que recuerdo: el vaso en el centro, una especie de copa polilobulada, la llave que cuelga...Pero sobra ese vaso de oro...

viernes, 17 de abril de 2009

Masas

Leo en Canetti la vívida descripción de la masa vengadora en la jornada del incendio del Palacio de Justicia de Viena el 15 de julio de 1927 tras la liberación judicial de los asesinos de unos sindicalistas. La identificación con la masa. La imagen inolvidable del ciudadano con los brazos alzados y gritando "¡Se queman las actas!". La descripción de la represión policial (90 muertos) contestada por una multitud enardecida que incendia el Palacio de Justicia. La electricidad en el aire que le arrastra. Canetti destaca esta jornada como fuente de una inquietud personal e insoslayable que le duró años y le llevaría a investigar los fenómenos de masa y escribir tiempo después el ensayo Masa y Poder.
La lectura, por otra parte, de la reciente versión española de Blasting and Bombardiering (1937), el libro de memorias de la Primera Guerra Europea de Wyndham Lewis, impulsor con Pound del Vorticismo, pintor, novelista, teórico y analista social, cuando describe las jornadas de julio de 1914 en Londres: el entusiasmo patriótico y pro-belicista de la multitud y su descripción irónica, satírica, en lo que denomina un "experimento con la masa". Qué contraste de actitudes.
La vienesa masa vengadora frente a la británica masa entusiasta. La actitud absolutamente contrapuesta de ambos autores. La identificación de Canetti y el rechazo de Lewis.
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Lewis:
"UN EXPERIMENTO CON UNA MASA

¿En qué consistiría el experimento? Bien, no solo se mezclaría con la masa, sino que se entrenaría para comportarse como ella; así podría hacer que los sentimientos de la multitud penetrasen en él del modo más adecuado. Hasta cierto punto, podría guardarlo todo ahí. Luego, de cuando en cuando, se precipitaría a salir. En ese estado de aislamiento, se examinaría a sí mismo del modo en que lo hacen las masas.

Ni qué decir tiene que este experimento requeriría de una enorme flexibilidad. Salió de la masa para volver a introducirse en ella. Se hundió en la masa como un buzo. Aseguró su cuerpo lo mejor que pudo, se encorvó y fijó su mirada en lo que tenía frente a él. Pronto se convirtió en un médium en trance, o en algo muy similar.(...)
De repente experimentó lo que a su modo de ver era un claro y auténtico shock. ¡Solo podía proceder de la masa! Resultaba evidente que había logrado introducirse en la mente colectiva: ¡en la mismísima actividad cerebral de esta medusa! ¡De ahí la picadura! Acababa de recibir su primera sensación auténticamente novedosa. ¿Qué era exactamente... cómo podría definirlo? Bien, parecía como si fuera un hombre casado.
Era innegable que percibía, de forma extremadamente inesperada, ese sentimiento de estar casado. Nunca antes lo había sentido (por tanto supo que debía ser un sentimiento genuino). Se salió de la masa de inmediato. (...)
Se decepcionó. Volvió a la Masa. Durante algún tiempo siguió caminando, de la manera más mecánica posible. Llegó a Charing Cross, luego hasta el final del Strand. Trafalgar Square era como un vasto lago humano. Se adelantó hasta la columna de Nelson. Si la escalaba, por encima del pedestal, podría obtener un valioso apunte. Voces afónicas murmuraban a su alrededor. Sintió la presión de los fantasmas visibles a los que estaba invitando a inscribir sus ideas en la tabula rasa que les ofrecía.
Los mensajes seguían siendo extremadamente confusos. Se dio cuenta de que incluso había perdido el control. Se sentía cada vez más solo. Luego libre... soltero; por tanto divorciado. (...)
La Masa inglesa es un dragón estúpido. ¡No se debería permitir que fuera por ahí sola! He estado dentro durante varias horas seguidas y no he percibido sensación alguna que valiese algo. Como Masa, es un desastre.

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Wyndham Lewis, "Las masas de la guerra, 1914", en Estallidos y Bombardeos, trad. Yolanda Morató, introd. Juan Bonilla, Impedimenta, Madrid, 2008. págs. 141-144. La versión es bastante deficiente en ocasiones; conviene contrastar con el original: Wyndham Lewis, Blasting and Bombardiering. An Autobiograpy (1914-1926), John Calder, Londres, 1967, pp. 81-83.

Como curiosidad bibliográfica y ya algo vieja llamada de atención en un patio recogido, véase "Wyndham Lewis, Reventador y bombardero (1937)" Selección, traducción y notas de Javier de la Iglesia, Calle Mayor, número seis, Logroño, 1987, págs. 33-54 [traduce la introducción y los capítulos sobre "Marinetti", "La Guerra y Mr. Ford", "Hulme, el del Pecado Original", "Matan al Mesías Salvaje", "Primer encuentro con Ezra Pound", "Eliot en el Triángulo", "Hacia una Sociedad sin Arte" y citas significativas de Hitler, 1931, The Wild Body(Inferior Religions), The art of Being Ruled, Time and Western Man, y añade referencias de Pound, Eliot, y otros autores más una presentación]. La reciente versión de Blasting en Impendimenta, añadida a la, ésa sí, estupenda de Miguel Temprano García, Dobles Fondos en Alfaguara, Madrid, 2004 (la novela española de Lewis Revenge por Love (1937) de la que se recupera el título originario, False Bottoms) ha propiciado la sensación del "genio recién descubierto" por aquí en las notas críticas y en internet. En fin. 



Canetti:


A los pocos meses de instalarme en mi nueva habitación ocurrió algo que dejaría huellas muy profundas en mi vida ulterior. Fue uno de aquellos acontecimientos públicos, no demasiado frecuentes, que conmueven tanto a una ciudad que después deja de ser la misma.
La mañana del 15 de julio de 1927 no estaba yo, como de costumbre, en el Instituto de Química de la Wáhringerstrasse, sino que me quedé en casa. En el café de Ober-St. Veit leí el diario de la mañana. Aún recuerdo la indignación que me embargó al coger el Reichspost y descubrir un titular gigantesco que decía: Una sentencia justa. En Burgenland había habido tiroteos de resultas de los cuales murieron varios obreros. El tribunal había absuelto a los asesinos, y ese veredicto era calificado de "sentencia justa", pero qué digo calificado: ¡pregonado! Este escarnio a cualquier sentimiento de justicia, más aún que el veredicto mismo, fue lo que provocó una irritación terrible en la dase obrera vienesa. Desde todos los barrios de Viena, los obreros se dirigieron en filas cerradas al Palacio de justicia, cuyo simple nombre personificaba para ellos la injusticia. Hasta qué punto fue una reacción totalmente espontánea pude comprobarlo yo también en mi persona. Bajé a toda velocidad al centro en mi bicicleta y me uní a una de esas filas.
La clase obrera, en general bien disciplinada, confiaba en sus líderes socialdemócratas y estaba contenta de que el Ayuntamiento de Viena fuese ejemplarmente administrado por ellos; pero aquel día actuó sin esos líderes. Cuando los obreros prendieron fuego al Palacio de justicia, el alcalde Seitz, con el brazo derecho en alto, les salió al encuentro en un coche de bomberos. Su gesto no surtió ningún efecto: el Palacio de justicia ardió. Pero la policía recibió orden de disparar y hubo noventa muertos.
Han transcurrido cincuenta y tres años y aún siento en mis huesos la emoción de aquel día. Es lo más próximo a una revolución que he vivido jamás en carne propia. Ya entonces supe perfectamente que no necesitaría leer una palabra más sobre el asalto a la Bastilla. Me convertí en parte integrante de la masa, diluyéndome completamente en ella sin oponer la menor resistencia a cuanto emprendía. Me asombra comprobar que, pese a mi estado de ánimo, fuese capaz de registrar todas las escenas concretas que, en forma aislada, fueron desfilando ante mis ojos. Quisiera mencionar aquí una de ellas.
En una calle lateral, no lejos del Palacio de justicia en llamas, aunque sí un tanto apartada, había un hombre que, distanciándose muy claramente de la masa y con los brazos en alto, palmoteaba desesperado sobre su cabeza, sin dejar de gritar en tono lastimero: -i Las actas se queman! ¡Todas las actas! --. Por suerte no son hombres! -le dije, pero mis palabras no le interesaron: sólo tenía esas actas en mente. Pensé que tal vez tuviera algo que ver con ellas, que acaso trabajase en el Archivo. Su aspecto era inconsolable y, pese a la situación, lo encontré divertido. Pero al mismo tiempo me enfadé.
-¡Han matado gente a tiros! -le grité furioso- ¡y usted piensa en las actas!
Él me miró como a un ser inexistente y repitió en voz lastimera:
-i Las actas se queman! ¡Todas las actas!
(...)Es posible que la sustancia del 15 de julio se haya integrado plenamente en Masa y poder. En ese caso, una remisión a la experiencia original, a los elementos concretos de aquel día, sea cual fuera su grado de precisión sería algo imposible.
El trayecto en bicicleta hasta el centro de la ciudad fue largo. No puedo recordar qué camino seguí. Ignoro dónde encontré a los primeros grupos. No me veo muy bien a mí mismo aquel día, pero aún siento la emoción, la carrera desenfrenada salvando obstáculos, la fluidez del movimiento. Al comienzo todo estuvo dominado por la palabra "fuego", después, por el fuego mismo.
Un zumbido en la cabeza. Quizá por casualidad no me tocó presenciar ningún ataque contra la policía misma. Pero sí pude ver que disparaban sobre la multitud y que la gente caía. Los disparos parecían latigazos. El gentío echaba a correr por las calles laterales para reaparecer en el acto y formar nuevas masas. Vi muertos en el suelo y gente que caía, aunque no muy cerca de mí. Esos muertos me inspiraban un miedo terrible. Me acercaba a ellos, pero los evitaba en cuanto los tenía al lado. En medio de mi emoción creía verlos crecer. Hasta la llegada del Schutzbund -el servicio de orden de la izquierda-, que los recogió del suelo, solía quedar un espacio vacío en torno a ellos, como si se esperaran nuevos disparos justamente en esos sitios.
(...)
Esto era quizás lo más siniestro: ver y oír gente que apartaba a otros con gesto enérgico y de pronto desaparecía de la superficie. Todo el mundo cedía y por todas partes se abrían agujeros invisibles. Pero la cohesión del conjunto no se resquebrajaba; aunque uno se viera de improviso solo en algún sitio, sentía que algo lo impelía y arrastraba, y eso porque en el aire se oía una especie de ritmo, algo así como una música maligna. Podemos denominarla música, pues uno se sentía transportado por ella. No tenía la impresión de correr con mis propias piernas. Era como dejarse llevar por un viento sonoro. Delante de mí avanzaba una cabeza roja que se alzaba y se hundía alternativamente en diversos sitios, como si nadara en medio de un oleaje: yo la buscaba con la mirada como si tuviera que seguir sus directivas, creía que era una cabellera rojiza, pero luego distinguí un pañuelo rojo y dejé de buscarla.
No encontré ni reconocí a nadie; cuando interpelaba a alguien, siempre era un desconocido. Pero fueron pocos. Escuchaba mucho, siempre había algo que oír en el aire; los ruidos más estridentes eran los gritos de odio que se alzaban cuando la policía disparaba contra la multitud y abatía gente. Aquellos gritos eran implacables, sobre todo los de las mujeres, que se distinguían claramente del resto. Tuve la impresión de que las salvas eran provocadas por esos gritos. Pero advertí también que no era cierto, pues las salvas continuaban aunque nadie gritara. Los disparos se escuchaban por todas partes, incluso a gran distancia, como latigazos recurrentes.
Perseverancia de la masa que, no bien se disipaba, resurgía otra vez desde las callejuelas laterales, en un instante. El fuego no daba tregua a la gente: el Palacio de justicia ardió por espacio de varias horas que fueron a su vez las de máxima intensidad emotiva. Era un día muy caluroso, y el cielo se veía rojo hasta el horizonte aun allí donde ya no se divisaba fuego: Olía a papel quemado, de miles y miles de expedientes.
(...)Yo mismo no vi prender fuego al Palacio de justicia, pero un cambio en el tono de voz de la masa me lo comunicó antes de que divisara las llamas. La gente se gritaba lo que había ocurrido, al principio no les entendía: el tono era festivo, no estridente ni ávido, un tono de liberación.
El fuego era el elemento unificador. Uno lo sentía, su presencia era avasalladora, y aunque no llegara a verlo, lo tenía en mente: su fuerza de atracción y la de la masa eran una y la misma cosa. Las salvas de la policía provocaban gritos de odio, y éstos, a su vez, nuevas salvas, pero dondequiera que uno se cobijase, aparentemente, de las salvas, la estrecha cohesión con los demás, secreta o evidente según el lugar, mantenía su vigencia y uno era atraído nuevamente hacia la zona dominada por el fuego, dando rodeos, claro está, ya que en definitiva no había otra posibilidad.
Aquella jornada, que transcurrió bajo el signo de un sentimiento unitario -una ola única y monstruosa que se abatió sobre la ciudad, anegándola: cuando bajó la marea, parecía increíble que la ciudad aún siguiera en pie-, aquella jornada estuvo compuesta de un sinnúmero de detalles que se grabaron en mi memoria: ninguno se me escapó, todos han permanecido allí, claramente evocables y reconocibles, aunque cada uno estuviese integrado en esa ola gigantesca fuera de la cual todo parecería hueco y absurdo. Lo que habría que entender es la ola, no esos detalles; yo lo intenté varias veces aquel año y lo he seguido intentando posteriormente, sin conseguirlo nunca. Y no hubiera podido, pues nada es más enigmático e incomprensible que la masa. De haberla comprendido totalmente, no habría empleado más de treinta años en descifrarla, presentarla y reconstruir sus mecanismos con el máximo de exactitud posible, al igual que otros fenómenos humanos.

Elías Canetti, La antorcha al oído, Trad. Juan J. del Solar, Muchnik Editores, Barcelona, 1982, págs. 244-251. Es curioso que en los Apuntes, Galaxia Guternberg-Círculo de Lectores, Barcelona, 2006, pág. 263, se atribuya el origen del impulso de la investigación de Masa y Poder a la manifestación tras el asesinato de Rathenau en Berlin ("su verdadero germen era todavía anterior: una manifestación obrera en Frankfurt con motivo de la muerte de Rathenau; yo tenía diecisiete años").

Obligaciones...de pollo


Era algo "de pollo", y no se precisaba el qué. Se trataba de una obligación perentoria que debía cumplirse o presentarse en un muy variado formato o abanico de variables: uno podía cumplir una parte de una larga serie de condiciones (aunque era mejor para la tranquilidad del presente y su futuro cumplirlas todas) en forma de innumerables combinaciones de sabor y textura, pero lo que ya no estaba tan claro era el qué de aquel "al menos que sea de pollo". Porque lo particular e insistente era su carácter de obligación, de obligación perentoria ("vamos a ver, chaval, -venía a dar a entender-, hay un decálogo, por ejemplo, y, si es que lo hay, es que está para cumplirlo") y lo más curioso era que no se tratase de ninguna receta de cocina ni siquiera de algún resto de pedido olvidado y medio susurrado a la puerta por su cónyuge a manera de encargo para completar la lista de la compra en el supermercado de aquella mañana; no, más bien, la orden parecía desprenderse de las labores ejecutables en este mismo aparato en el que se hacen casi todas esas cosas que importan: era labor perentoria y a plazo fijo, y había que cumplirla y entregarla ya, ya y en esa misma ventanilla; y, entre un interminable listado de características exigibles al tal objeto numinoso o documento -pero (¡ay!) evaporadas de la mente-, quedaba como un último rastro (último, sí, pero, precisamente por ello, el imprescindible) el de que, al menos, hubiera de ser... de pollo.


¿"Una memoria justificativa, un proyecto con presupuesto, una reseña crítica... pero que sean de pollo?" se preguntaba angustiado el sujeto. Y nadie le respondía. Fue en ese mismo instante cuando despertó.