sábado, 17 de julio de 2010

...y el Metro, claro.

Sobre todo, por esa espectacular promiscuidad, esa cualidad que tiene de renovar el panorama humano cada dos o tres minutos y que parte del número precisamente consista en la aproximación inverosímil, o, como diría un teórico de las vanguardias, eso de que se junten en la misma mesa de operaciones un paraguas y la máquina de tricotar de tu tía Mª Luisa. Quiero decir que de repente se te aparece un nutrido colegio o excursión de negritos dirigidos por una larguísima, esbeltísima y lánguida walkiria de trenzas casi albinas y ojos azules claros (uno de los negritos, impecablemente vestido de uniforme de colegio alemán -o algo así, interpreto yo- y que es además el más guapo del grupo, se me sienta al lado y me sonríe y se mira los calcetines rojos y el zapato impecable y vuelve a sonreír). Se van y entra otro negro, de unos 25 años, bailarín cubano, poderosamente americanizado (¿vendrá de Miami?), que discute una coreografía con un nativo, de Alicante quizá, tal lo supongo por la conversación que entreoigo, y que además procura ilustrarle con mímicas aproximaciones sonorizadas los cuadros y sus dificultades: es una clase de prosodia de la danza, y el cuerpo esta vez es largo y elástico y culebrea rítmicamente para hacerle ver a su compañero español el punto exacto del logro y su intríngulis. El bailarín cubano es un experto o, si no, un aprendiz de alto nivel que ejerce papel de maestro ante su compañero peninsular, quizá un poco más joven.
Y así multitud de escenas, siempre dispares, únicas, inimitables y, a la vez, entremezcladas con la normalidad de los tipos soñolientos que van a la oficina inmersos en su gran tomazo de novelón histórico o tocho bestseller, manoseado y a veces forrado de papel de periódico. ...Y las piernas, ahora que es verano. Sí, digámoslo todo: las piernas femeninas aparecían mucho y constantemente, casi siempre a favor del espectáculo, quiero decir que eran piernas o pies bonitos y por eso se enseñaban; había también otras, no tan bonitas, y que por la cosa del calor también se enseñaban, pero eran las menos. Largas y estilizadas; llenitas y contundentes y a la vez proporcionadas (las mejores; al observador no le gustan esas piernas de modelo escuchimizada porque le dan dentera; antes que eso prefiere unas buenas piernazas contundentes). En general se agradecía el muestrario piernil de las 8,30 de la mañana. A veces venía un grupo adolescente de turistas americanas, cotorreando un gangoseo evidentemente USA, que trasladaba la sensación de que fueran mucho mayores, algo como si, en vez de adolescentes, fueran señoronas de edad hábilmente disfrazadas de jovencitas,  gargarizando insaciables mientras laboran ganchillo, y no, eran unas chavalitas americanas de vacaciones, blancas, rubias, morenas e hispanas, todas juntas, en su invisible jaula propia y mezcladas con los demás. Esa mezcla, ese juntamiento, esa confusión aglutinante y diversificadora, esa humanidad sucesiva que se va ofreciendo a la vista cuando se viaja en el Metro.

jueves, 15 de julio de 2010

Calorímetro de Madrid

Bajo los toldillos romboidales y arábigos de las calles aledañas a Puerta del Sol, trapitos que te protegen algo, más bien poco, de ese horno brutal que presta nombre a plaza y barrio o de la socarrina de aquellas otras barriadas de más al norte (calles con nombres sonoros y castizos como Valderrodrigo y otras que recuerdan al jesuita expulso Juan Andrés). Y en todas partes siempre ese calor. Ese  picor calenturiento, la sensación como de que se te fueran friendo los brazos si los sacas de la zona sombría, tan providencial y rarísima. Es imposible dar dos pasos sin caer derretido. Solarizado sobre el pavimento como en Hiroshima. A falta del tan ansiado y placentero granizado de limón (un placer del que ya se habló otro verano y en otra ciudad populosa, un placer, digo, tan breve pues que se produce por la misma instantaneidad del trago: el hielo limonero tiene que circular por el gaznate con la exacta densidad requerida para que se produzca el efecto: «no bebes, tragas; no comes, devoras», dicen lenguas afiladas; pero qué injustas que son: no conocen la necesidad perentoria, el grado de ansia que el calor asfáltico, ese cocimiento de las ciudades en el verano, genera en las gentes que venimos del frío). A falta del cotizadísimo granizado de  limón auténtico (sólo he logrado catarlo en un local imprescindible de Madrid: La Buñolería modernista de San Ginés; sí, la de Luces de Valle, que ahora ya no es «un antro apestoso de aceite»; al contrario, es un frío templo piadoso consagrado a proteger del calor al viandante, donde, gracias a su magnífico sistema de aire acondicionado -o ¿de qué maravillosa magia fría se sirven?- y a sus mármoles que tapizan casi todo el interior, es posible liberarse por un momento al menos, como si te introdujeran en alguna cámara aislante, de la calentona hostilidad  del aire callejero); pues, si es así, y no encuentro granizado, entonces ya, en la desesperación, me tengo que conformar con las cañas de Mahou, ésas que expenden en el todo Madrid, y prácticamente en cualquiera de sus establecimientos. En fin, que el granizado, en tales circunstancias,  es natural que alcance valores de poción  toodopoderosa, capaz, si la dependencia  nos priva del sentido común,  de avasallarnos a traición hasta hacernos pagar por ella horribles precios  usurarios, de los reservados  tan sólo para el guiri gangoso y que son tortura moral del nativo desprevenido y que ni tan siquiera se ha envuelto en el paño de La Roja.

viernes, 2 de julio de 2010

Enhorabuena, Álex

 
Pocholo,


Ya eres Premio Nacional de Cine. Todo pasa tan revuelto, ¿verdad? Lo malo y lo bueno, todo tan de repente y todo siempre mezclado. Estarás hecho polvo y sin dormir porque no llegas a tiempo para acabar el montaje y poderla presentar en la Mostra de Venecia. Con este empujón seguro que llegas. Algo tarde, pero todo acaba llegando. Llega sencillamente lo merecido. 

Un infinito abrazo de tu orgulloso hermano
Javi

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Nota a la foto: No encuentro otra. No iba a poner una de las de internet; es verdad que están algo más actualizadas. Casi todas las fotos que tengo son diapositivas y no encuentro manera de trasladarlas al ordenador. Sólo encuentro esa foto de un día de Reyes. Valga la bici como metáfora del Premio.

In meine Heimat


Al discípulo en Sais, al bravío liróforo in partibus In Meine Heimat...


Brahms, Tercera simfonía, tercer movimiento "Poco Allegretto"
Filarmónica de Nueva York, dir. Leonard Bernstein.

(ya mencionado en alguna ocasión, y recordado esta tarde gracias a una sugerencia de lectura).



Siempre ha habido una realidad secreta en el universo, más preciosa y más profunda, más rica en sabiduría y alegría que todo cuanto ha hecho ruido en la historia. Esa realidad está muy cerca del fondo mismo del hombre, de modo que los contemporáneos no pueden percibirla nítidamente; pero la historia, en su verdad suprema, da a la posteridad unas imágenes de ella que son claras y cargadas de advertencias...
Achim von Arnim

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Ilustración: Cecilia Gallerani, "Dama del armiño", según Leonardo da Vinci.
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Esta entrada contiene un par de comentarios que no quieren dejarse ver. Donde dice "0 comments" debiera decir "2 comments". Hay que desenterrarlos. Misterios egipcios de la técnica.

jueves, 1 de julio de 2010

Los oboes de Vivaldi


Me acompañan desde hace mucho. En cuanto tengo una tarde más o menos solitaria, una de ésas en las que no debes preocuparte demasiado porque el volumen moleste o no moleste a la familia o a los vecinos, como ésta de hoy, los pongo. Seguramente habrá mucha gente a la que no le guste nada, que no les guste, en este caso, nada Vivaldi, o no le gusten sus oboes o, si les gustan sus oboes, que no le gusten estos dos oboes en concreto, me refiero a este oboe y, en especial, a este otro. Pero a mí, sí. Y me gustan especialmente en esas mismas versiones de la orquesta I Musici, que pongo porque las encuentro en youtube.

Como me sucede en general con toda la música que pongo por aquí en el blog muy de vez en cuando, pues la pongo porque forma parte de las cosas que me han ido pasando.