sábado, 7 de mayo de 2011

σπαραγμός


«Líber era el hijo de Jove, un rey de Creta. Considerando que había nacido fuera del matrimonio, las atenciones de su padre hacia él fueron excesivas. La es­posa de Jove, cuyo nombre era Juno, llena de una cólera de madrastra, buscó to­dos los medios para lograr con engaños la muerte del niño. Una vez el padre se disponía a salir de viaje, y porque conocía el secreto disgusto de su esposa, y a fin de impedirle actuar traidoramente en su furia, confió el cuidado del hijo a guardianes que en su opinión eran de confianza. Juno, contando así con un mo­mento oportuno para su crimen, y atizada su cólera porque el padre, a su parti­da, había delegado en el niño el trono y el cetro, primeramente corrompió a los guardianes con regias larguezas y regalos, luego estacionó a sus secuaces, llama­dos Titanes, en el interior del palacio, y con ayuda de sonajeros y un espejo de ingeniosa construcción de tal modo distrajo la atención del niño, que éste dejó el asiento real y fue conducido al lugar de la emboscada, llevado por el irracio­nal impulso de la infancia. Allí llegado, fue cogido y muerto, y, para que ningún rastro del crimen pudiera descubrirse, la banda de secuaces le cortó los miem­bros en trozos y se los repartieron entre ellos. Después de esto, añadiendo cri­men sobre crimen, debido al extremo temor que tenían de su amo, cocieron los miembros del niño de diversas maneras y los consumieron, nutriéndose de car­ne humana, hasta entonces nunca visto festín. El corazón, que había tocado a Juno, fue salvado por la hermana del niño, cuyo nombre era Minerva, la cual había ayudado en el crimen, con el doble propósito de valerse de ello como ine­quívoca prueba al delatar a los otros, y de tener algo con que mitigar la cólera paterna. Al retorno de Jove, su hija le expuso el relato del crimen. El padre, al enterarse del fatal desastre del asesinato, quedó agobiado por su amargo dolor. En cuanto a los Titanes, proveyó a su ejecución tras varias formas de tortura. En venganza de su hijo no dejó sin probar forma alguna de tormento o castigo, si­no que agotó, en su furia, toda la escala de penas, uniendo a los sentimientos de padre el incontrastado poderío de un déspota. Luego, como no podía soportar ya los tormentos de su apenado corazón ni consuelo alguno lograba aliviar el do­lor de la separación, hizo construir por arte de modelador una estatua de yeso del muchacho, y el corazón (el instrumento por el cual, cuando fue traído por la hermana, se había descubierto el crimen) fue colocado por el escultor en aque­lla parte de la estatua donde estaban representados los lineamientos del pecho. Hecho esto, construyó un templo en vez de tumba, y designó al ayo del niño (cuyo nombre era Sileno) como sacerdote. Para suavizar los transportes de su ti­ránica ira, los cretenses hicieron del día de la muerte una fiesta religiosa y fun­daron un rito anual con una dedicación trienal, representando en su orden todo lo que el niño había hecho y padecido en su muerte. Descuartizaban con los dientes un toro vivo, recordando el cruel festín en la conmemoración anual, y lanzando disonantes gritos por lo profundo de los bosques imitaban los delirios de una mente en desorden, a fin de que pudiera creerse que el crimen atroz no había sido cometido por astucia sino por demencia. Delante se llevaba el cofre donde la hermana había hurtado secretamente el corazón, y con sonido de flau­tas y percusión de címbalos imitaban las matracas con que se había engañado al niño. Así, para rendir honor a un tirano, un populacho obsequioso convirtió en dios a quien no había podido hallar sepelio».

en Fírmico Materno, Sobre los errores de las religiones paganas (s. IV) citado en W.K.C. Guthrie, Orfeo y la religión griega, trad. De Juan Valmard, Siruela, Madrid, 2003, págs. 162-163.
(...) «El fruto de la unión entre el Zeus-Serpiente y Perséfone  fue el Dióniso Zagreo (Cazador), niño cornúpeta que tre­paba al trono de su padre y se divertía en lanzar rayos. Un viejo marfil nos hace ver cómo fue entronizado en la misma cueva de Sicilia: Dos Coribantes o Curetes danzan en torno a él, espada en mano, mientras una mujer arodillada le acer­ca un espejo, en que él se contempla con deleite. Sus jugue­tes son los símbolos órficos: dados, pelota, trompo, unas manzanas de oro, una zambomba (o mejor, una bramadera), y una madeja de lana. Estos dos últimos objetos figuran en las iniciaciones.

Contra este Dióniso Zagreo conspiran los Titanes. Dos de ellos, al menos, se cubren la cara de yeso para disfra­zarse, y vienen desde el mundo inferior, espíritus de la muerte, a luchar contra el nuevo dios, el heredero de Zeus, "el futuro quinto amo del mundo".(...)

Hera los había instigado contra Dióniso. Éste, sor­prendido en sus juegos, se defendió cuanto pudo, asumiendo sucesivamente la semejanza de Zeus, de Cronos, de un mu­chacho, de un león, de un caballo y de una serpiente; y al fin cayó bajo los cuchillos enemigos en forma de toro. Desde aquí se incorpora el toro al culto dionisíaco.

El relato se completa con el descuartizamiento del niño, partido en siete trozos que fueron hervidos en un caldero puesto sobre un trípode, y luego asados en siete estacas; y como el niño tenía cuernos, según cuadra a un auténtico hijo de Perséfone, los más piadosos pretenden que aquí no se trata de una criatura humana, sino de un cabrito que ocupó su lugar. El olor atrajo a Zeus, quien nuevamente precipitó a los Titanes en el Tártaro con una descarga de rayos. Zeus dio los trozos de la criatura a Apolo, el cual primero los llevó al Parnaso y luego los depositó junto a su trípode en Delfos: El número siete, el fuego, el caldero, el trípode, todo tiene aquí sabor mágico. Si, como algunos quieren, Deméter juntó y enterró los miembros del niño, de aquí pudo brotar la vid, creación o perfeccionamiento de Dióniso-Oinos, Dios-Vino.

Para que la historia pueda continuar, hay que seguirla por otra vereda y aceptar que, cuando Zeus intervino, ya los Titanes habían devorado al niño, con excepción de un miembro. El rayo de Zeus dejó cenizas, de que más tarde, como sabemos, había de fabricarse el primer hombre, según una de las leyendas corrientes. (Ver la fábula de Prometeo.)

En el festín de los Titanes estaba presente una diosa, que luego resulta ser Atenea. Ésta pudo salvar el único miembro de la criatura no devorado por los Titanes, y que, por equívocos de palabras difíciles de explicar aquí, ya puede ser el atributo sexual o ya el corazón de Dióniso. Zeus lo recibió de Atenea y lo entregó a la diosa Hipta (una Rea del Asia Menor), quien había de trasportarlo en un cesto, sobre la cabeza, como se hace en las procesiones. Este ces­to era un líknon o criba de trigo. El dios Líknítes, el Dióniso del líknon, será así llevado al Parnaso y cunado en la criba como criatura de campesino, donde las Tíades se encargarán de "despertarlo": otra vez el juego de palabras, y otra vez el tema de las nodrizas.

Para reducir el cuento a los contornos que permiten con­tarlo, pues de otra suerte se nos deshace en un reguero de especies inconexas, digamos, con la mejor versión, que Zeus tragó el corazón vivo del niño Dióniso, salvado por Atenea cuando el banquete de los Titanes. De este modo, Zeus podrá engendrar nuevamente al dios en el seno de Semele. Y aún se nos quedaba en el tintero otra versión, conforme a la cual no hubo verdadero encuentro amoroso entre Zeus y Semele, sino que Zeus preparó una poción en que disolvió el cora­zón (o lo que sea) de Dióniso y lo dio a beber a Semele, quien pudo así concebir por segunda vez a la criatura. Tal es el Dióniso de segunda instancia. El tercero es el que aparecerá brotado del muslo de Zeus según ya antes se ha contado.

 Dióniso, desde los tanteos iniciales, es, como se ve, un dios que muere y resucita, ondición de numen agrícola o, si se  prefiere generalizar el concepto, de numen vital.

Respecto a la relación del Zagreo con el mundo subte­rráneo, ella es tan importante que Heráclito, dado siempre a las conclusiones extremas, dice rotundamente: "Hades y Dióniso son idénticos." De este parentesco subterráneo pudo traer Dióniso ese poco de dón profético que ya hemos visto en sus oráculos».(...)

Alfonso Reyes, "Mitología griega", en Obras completas de AF., tomo XVI, FCE, México, 1964, págs. 510-512.

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