miércoles, 23 de marzo de 2011

Diosa


PROSERPINA
(PER UN QUADRO)

LUNGI è la luce che in sù questo muro
Rifrange appena, un breve istante scorta
Del rio palazzo alla soprana porta.
Lungi quei fiori d'Enna, O lido oscuro,
Dal frutto tuo fatal che omai m'è duro.
Lungi quel cielo dal tartareo manto
Che quì mi cuopre: e lungì ahi lungi ahi quanto
Le notti che saran dai dì che furo.
Lungi da me mi sento; e ognor sognando

Cerco e ricerco, e resto ascoltatrice;
E qualche cuore a qualche anima dice,
(Di cui mi giunge il suon da quando in quando.
Continuamente insieme sospirando,)—
“Oimè per te, Proserpina infelice!”



PROSERPINA
(For a Picture)

AFAR away the light that brings cold cheer
Unto this wall,—one instant and no more
Admitted at my distant palace-door.
Afar the flowers of Enna from this drear
Dire fruit, which, tasted once, must thrall me here.
Afar those skies from this Tartarean grey
That chills me: and afar, how far away,
The nights that shall be from the days that were.
Afar from mine own self I seem, and wing

Strange ways in thought, and listen for a sign:
And still some heart unto some soul doth pine,
(Whose sounds mine inner sense is fain to bring,
Continually together murmuring,)—
“Woe's me for thee, unhappy Proserpine!”



Dante Gabriel Rossetti (1874).
__________


APPARUIT

 

Dorada apareció la casa, y en el atrio tú,
un prodigio esculpido en materia sutil,
portento. Apagábase la vida en la lámpara
parpadeando de asombro.



Inclinadas del rocío y la escarcha, las rosas bermejas
te alejan hacia el sol, encanto que arrastra, y
de tal fuente bebías el aire, la vida de la tierra,
toda en el oro amparada.

En los verdes caminos, en los campos, tú alientas,
la tierra entera se abre, aunque la férrea ruta
evitaras oscura y el aire temblando
se dividía a tu paso.

Con resuelto denuedo, en la concha de oro, des-
nudabas del manto tu cuerpo, erguida
alzábaste, y lucía tu ajimez y la luz deslumbrada
se disolvía a tu lado.

Con medio hombro esculpido, la garganta fulgura en
las hebras de una luz que la entrelaza, alabastro
precioso, la suprema delicia, ay,
tan rápido ausente.

De hilo de oro vestida, delicadeza perfecta,
¡te vas como el viento! ¡De manos mágicas la tela!
Y tú, tan poca cosa, tú que postulas el arte,
¿asumir esto te atreves?



Apparuit

Golden rose the house, in the portal I saw
thee, a marvel, carven in subtle stuff, a
portent. Life died down in the lamp and flickered,
caught at the wonder.

Crimson, frosty with dew, the roses bend where
thou afar, moving in the glamorous sun,
drinkst in life of earth, of the air, the tissue
golden about thee.

Green the ways, the breath of the fields is thine there,
open lies the land, yet the steely going
darkly hast thou dared and the dreaded aether
parted before thee.

Swift at courage thou in the shell of gold, casting
a-loose the cloak of the body, camest
straight, then shone thine oriel and the stunned light
faded about thee.

Half the graven shoulder, the throat aflash with
strands of light inwoven about it, loveliest
of all things, frail alabaster, ah me!
swift in departing.

Clothed in goldish weft, delicately perfect,
gone as wind ! The cloth of the magical hands!
Thou a slight thing, thou in access of cunning
dar'dst to assume this?



EL ÁRBOL

Me quedé quieto y fui árbol entre árboles,
y supe la verdad de cosas antes nunca vistas;
de Dafne y el arco de laurel
y de aquella pareja de ancianos gratos al dios
que se volvieron olmos en el páramo.
Y no fue hasta que los dioses hubieron sido
fervorosamente invocados y atraídos
hasta el más ardiente rescoldo de sus corazones
cuando en ellos se cumpliera tal milagro.
Yo he sido árbol entre árboles
y entendido tantas cosas nuevas
que para mi mente fueran antes la locura.

A Lume Spento (1908)


N.Y.

¡Ciudad mía, mi amada, blanca mía! ¡Ah, esbelta,
escucha! ¡Escúchame, y con el aliento te infundiré un alma.
¡Delicadamente sobre la flauta, ¡atiéndeme!

Ahora sé que estoy loco,
pues aquí hay un millón de irritados por el tráfico;
esta no es  doncella alguna.
Ni podría tocar yo flauta ninguna aunque la tuviera.

Mi ciudad, mi amada,
eres una doncella sin pechos,
eres esbelta como la flauta de plata.
¡Escúchame, atiéndeme!
Y con el aliento te daré un alma, y vivirás para siempre.

Ripostes (1912)


The Tree

I stood still and was a tree amid the wood,
Knowing the truth of things unseen before;
Of Daphne and the laurel bow
And that god-feasting couple old
that grew elm-oak amid the wold.
'Twas not until the gods had been
Kindly entreated, and been brought within
Unto the hearth of their heart's home
That they might do this wonder thing;
Nathless I have been a tree amid the wood
And many a new thing understood
That was rank folly to my head before.



NY

MY City, my beloved, my white!   
Ah, slender,   
Listen! Listen to me, and I will breathe into thee a soul.   
Delicately upon the reed, attend me!

  
Now do I know that I am mad,           
For here are a million people surly with traffic;   
This is no maid.   
Neither could I play upon any reed if I had one.   


My city, my beloved,   
Thou art a maid with no breasts,          
Thou art slender as a silver reed.   
Listen to me, attend me!   
And I will breathe into thee a soul.   
And thou shalt live for ever.


Ezra Pound, A Lume Spento (1908), Ripostes (1912), en EP, Poems & Translations, edited by Richard Sieburth, The Library of America, Nueva York, 2003, pp. 231-232, 14, 234-235.
 


(...) «Aquel sentimiento era convocado de manera mucho más poderosa por los árboles que por la más sobrenatural de mis flores; su intensidad variaba de acuerdo con la época, el lugar y el aspecto del árbol o de los árboles en cuestión y siempre me afectaba más en las noches de luna. Con frecuencia, después de empezar a experimentarlo de forma consciente, yo mismo salía a su encuentro, solía escapar a hurtadillas de la casa, solo, las noches de luna llena y me quedaba inmóvil en silencio, cerca de algún grupo de grandes árboles, mirando el fo­llaje oscuro que bañaba la luz de la luna; en esas ocasio­nes, la sensación de misterio crecía hasta que el placer se trocaba en temor y aumentaba hasta hacerse inaguanta­ble y tenía que huir apresuradamente para recobrar el sentido de la realidad y de la seguridad dentro de casa, donde había luz y otras personas. Sin embargo, a la no­che siguiente volvía a escaparme de casa y acudía al lugar donde el efecto era más poderoso, entre las grandes fal­sas acacias que daban a nuestra casa el nombre de Las Acacias. El follaje plumoso y poco tupido tenía un as­pecto canoso a la luz de la luna y eso hacía que aquellos árboles parecieran más vivos que los demás, más cons­cientes de mi presencia y más vigilantes.»

W.H. Hudson, Far Away and Long Ago (1918), Allá lejos y hace tiempo, traducción de Miguel Temprano García, El Acantilado, Barcelona, 2003, pág. 229. 

  


Dylan Thomas 
(1914-1953)

EN TAN BUENA NOCHE...
 
En tan buena noche no entres sumiso,
y, tal como los viejos odian el fin del día,
abomina siempre la muerte de la luz.
 



Si, ya acabados, los sensatos saben aceptar su tiniebla,
 como no les bastara la palabra para romper el rayo
 en tan buena noche no entran sumisos.

Buenos los que, en su aliento último, lloren el brillo
que a sus hechos en la verde nava les prestara la danza:
abominan siempre la muerte de la luz.

Quienes, salvajes, recibieran el vuelo del sol cantando
entenderán, ya tarde, que le sentían en su caída y
 en tan buena noche no entran sumisos.

Los que, al morir, severos contemplen la visión cegadora
que a ojos inútiles pudiera encender en estelar contento
abominan siempre la muerte de la luz.

Y usted, padre, ahí en su triste altozano,
bendiga o maldígame con lágrimas de furia, se lo ruego.
  En tan buena noche no entres sumiso.
  Abomina siempre la muerte de la luz.



_______________________
 

Do not go gentle into that good night,
Old age should burn and rave at close of day;
Rage, rage against the dying of the light.

Though wise men at their end know dark is right,
Because their words had forked no lightning they
Do not go gentle into that good night.

Good men, the last wave by, crying how bright
Their frail deeds might have danced in a green bay,
Rage, rage against the dying of the light.

Wild men who caught and sang the sun in flight,
And learn, too late, they grieved it on its way,
Do not go gentle into that good night.

Grave men, near death, who see with blinding sight
Blind eyes could blaze like meteors and be gay,
Rage, rage against the dying of the light.

And you, my father, there on the sad height,
Curse, bless, me now with your fierce tears, I pray.
Do not go gentle into that good night.

 Rage, rage against the dying of the light. 
 
 Botteghe Oscure, VIII, p. 208, Roma, 1952.
 

miércoles, 16 de marzo de 2011

Alcobas italianas, etc.

«Había vivido alcobas italianas cubiertas con una cortina de terciopelo con revés rígido, como parche de tapiz; había buscado al médico de guardia para salvar a la mujer que se muere y había esperado a que se vistiese el doctor viendo cómo se echaba al bolsillo el aparato para reconocer a los muertos y había pasado con él por la calle del alba en que se está tostando el pan de la vida, mientras en el descote de la moribunda se amasaba el pan de la muerte; había recogido la lección de los trenes que se meten en la casa condescen- dientemente y piden auxilio porque vienen huyendo de los fríos de los puertos nevados y mientras están en casa la mujer de la oscuridad no es la misma que estaba, sino que la suplanta la que dormía en el vagón turbio de vaho inocente. Él había tocado trompetas de cementerio paseándose muchas noches como un viajero de panteones entre tiendas cerradas y buzones irónicos.
-¿Quién da la medalla de haber vivido? Las cosas, las estatuas halladas en las ruinas, las botellas de un anís viejo e invendible con la etiqueta moteada por las moscas, se hacían las desentendidas y no querían encargarse de tener que decir si habían visto a alguien.
Sólo cuando reunía sastrería, callejón y tienda de venta de pájaros, lograba saber que se arrastró por este mundo buscando la mujer hermosa y honesta que supiese como él que hay un viento que quiere barrernos y que sale de los sótanos de las sombrererías. Quería haber vivido pero no sabía que eso nadie lo iba a saber porque iban a morir todos los que podían haberlo sabido.
Recordaba esa evasión bajo las cortinas y los muebles del automóvil de cuerda que se pierde y deja al niño desconcertado.
Se acordaba que en el costurero de su madre había una cinta de seda de tonos metálicos -como los aceites de máquinas que quedan en el suelo eliminados por las máquinas después de haberlos acerado y atormentado- que era como un luto de arco iris y como la cinta de su presentida corona.
Cuando él encontrase a la mujer sosegadora un cambio de su peinado haría variar su vida.
Sería esa mujer que dice «Basta» y la mala suerte acaba, brotando de la magia de su plumero el Diccionario Enciclopédico que dice lo que los demás no contienen.
Sólo en coro con la mujer se puede decir hasta creerlo: «La conspiración es un robo»... «El porvenir no existe»... «La inmortalidad es una tortilla bien hecha»... «Vayamos confiados a la sala de operaciones»... «No lo podemos pagar el mes que viene»... «Convengamos el silencio para no abrir la puerta a nadie»..., etc., etc.
El diálogo con la nonata reaparecía súbito... 

-Me dio sus retratos, sus pulideces, sus senos sensibles en los que conseguí el horóscopo gracias a la vorágine en la vórtice, pero no eras tú.
-Yo soy aún el maniquí azul.
-¿Llevabas pelo rubio y medias de lana el jueves por la tarde?
-Soy sólo el maniquí azul.
-Tengo velocidad de anillo cósmico alrededor de tu maniquí azul.
-Siento tu delirio, pero no puedo encontrarte... Celebro aún los cumpleaños de hermanitos muy pequeños y mi madre me busca un marido.
-Yo podría ser ese marido.
-Hay muchas casas y jardines entre tú y yo...
Se oponen gabinetes y hay una marina en el hall que quiere primero mi naufragio.
-Sabré cuáles son tus huesos entre los de todas las mujeres.
¿Vivir, qué era? Ver caer los zapatos del cajón en que se guardan cuatro pares oyéndolos caer como desprendimiento de nicho, con reconvención de que llegó tarde.
¿Cómo iba él a creer que vivir pudiera ser hacer una tuerca en la fábrica de las tuercas como quieren los simples obreros?»



Ramón Gómez de la Serna, ¡Rebeca!, José Janés editor, Barcelona, 1947, págs. 185-187.

jueves, 10 de marzo de 2011

Playas


La arena, lentejas húmedas frescas rodando entre los pies, junto a los dedos. El agua, labios desgarrados tapizando el suelo de espuma blanca, sol caliente, los granos suaves o las piedras, algunas desgastadas en el suelo; vamos lentamente entrando en el agua, en las tiendas árabes bien dispuestas contra el viento que tensa los anclajes; las nubes de los días azules de salitre y olor de pájaros chillando; salimos de la casilla blanca: tú, con sandalias. Agotar, por qué no agotar la sensación de bebida fresca natural en la garganta.  ¿Por qué esta espera ansiosa de llegar si la playa, la arena tan desierta en los pies, nos acoge siempre? Volver a la casilla, escondernos entre sábanas: no dejarnos ver silenciosos, ocultos, clandestinos...

sábado, 5 de marzo de 2011

Cobrador de la luz


El cuadro de Los carboneros de José Barceló.
 Siempre pensé que tú eras uno de los dos personajes. Imagino ahora la posible relación del motivo pictórico con el objeto de transacciones en el negocio de don Armando, tu padre. Ya era coincidencia. Un cuadro tan oscuro en el que costaba distinguir las caras de los dos encapuchados con aquel saco bien calzado en la cabeza como un capirote (el otro supongo que sería tu amigo, el propio pintor).

Aquella vez que apareciste por casa. ¿Estaba ya entonces aquel otro cuadro de Barceló, el de la Serpiente Erguida Con Cara de Niño Gatuno y el pintor,

 junto a la puerta? Lo verías allí, a tu lado, en el recibidor desde donde esperabas algo, sin decidirte a entrar en el salón ni al interior de casa. ¿Acaso te debía Barceló el impulso para aquella incursión por un cierto surrealismo animalista a lo Ernst? Yo (con 7 años, supongo, o quizá 8) te veía desde el salón y, como no entrabas, me suponía que serías algún extemporáneo recadista o un cobrador de la luz que esperaba ser atendido.

Los libros. ¿Cuáles? ¿Qué libros, de entre los que ahora están en mi biblioteca fueron tuyos? En algún lugar, al comentar los años de París, decías que solías ocupar los trayectos en el Metro con la lectura de la Flor Nueva de Romances Viejos de Menéndez Pidal (Espasa Calpe, 1943). ¿Dónde adquiriste el libro? ¿Fue nada más publicarse, en Madrid, el mismo año de tu frustrado curso de Letras? ¿Es el mismo ejemplar que tengo ahora en la mesa? No encuentro ninguno de aquellos puntos rojos o azules que con el lápiz de dos colores marcabas a un lado versos o líneas así destacados. O la edición de la Poesía Completa de César Vallejo, Losada, 1949, la primera que reunía todos los libros y editaba los poemas póstumos (tan llena de erratas que después no se ha citado mucho en las bibliografías por inferior a otras posteriores). Esa sí indudablemente tuya. Te la regaló Paule de Rotalier, a quien estaba dedicada por Georgette, la viuda del autor. Leíste en ella, delante de la tumba de Vallejo en Mont Rouge, el verso «murió mi eternidad y estoy velándola», en el verano de 1952, tal como fechas al margen en tinta de pluma negra.