miércoles, 3 de septiembre de 2014

Ultima ratio

Precisamente porque ya va faltando esa gracia veraz, ese empeño en llegar, en permanecer dentro mientras crece el tormento suave que te encamina al final tembloroso, ávido coleóptero, tentacular, aleteante como la libélula en la poza verdinosa.
Precisamente, aquí, en este instante en que te gustaría instalar tus tiendas árabes y seguir estando, erguido, complaciente y dadivoso como viejo príncipe todavía autoritario y condescendiente, con la gana puesta al aire, al deseo intocable que se rebela y toca los extremos de las anclas de una nave en la procela, tormentosa el agua que te envuelve una y otra vez, rabioso de los viejos enlaces de marinero trabado entre los cabos y las jarcias tensos y alzados a la cima enmarañada que se agita en una búsqueda siempre inacabada, siempre insatisfecha de salvación por el exceso, el derroche de sangre o linfa o resto de veneraciones postergadas, repetido el juego, pedido el permiso, cumplida la letra del contrato, elevando a la altura del perdón todos los desperdigados columpios del ansia.
Cuando nada te espera y todo pide algún milagro del querer tan simple, del empeño en ti. Cuando no tienes dónde huir, cómo justificarte arteramente en las circunstancias, los lamentos baratos, la cosa triste de que te tocó, sí a ti, como a todos toca.
Agarrarse del aire, tentar las orillas mudas, los vacíos entrantes del desespero, ponerse a tristear en las esquinas, en la oscura tienda de las trampas, en la tétrica cara del hambre, deseoso inmóvil, querencioso apaleado.
Volver a encender la cerilla perdida para encontrar la dirección sin señas, el remite sin sobre, la culpa cierta de estar siendo el culpable menesteroso de las tardes lánguidas.
Imponer una lección falsa de aprendizaje, de sabiduría, de latente entendimiento en el puro sinsaber, adorador de morbideces, de latencias, de inexistencias. ¿Dónde el latido cierto de lo que está aquí ofrecido por entregado, por dado, por real? Porque ya es tarde y se están poniendo todos los soles de la alegría.
Sí, la alegría se inventa rabiosamente aunque no exista. No existe nunca la alegría verdadera que se trabaja inventándola, dándole fuelle para que estalle en carcajada, en risa veloz, en vida querida.
Como la vieja libélula de los pantanos, elitrosa, chisporroteo de ruidos atronadores, carraspeo perpetuo que no se piensa a sí mismo, sólo se afirma contra el caliente hálito de lo podrido.
Alas de la libélula arrancando su fuerza del calor mismo que niega el movimiento, en tu oído gritan su terror de no seguir viviendo.
Alas que quieren seguir, que piden más espacio, ámbitos anchos, instauraciones imperiales nuevas, territorios no habidos ni habitados, hechos de sólo querer hacerlos, habitarlos en la nada, fabricarlos de todo lo que hubo y desearías. Tenlo. Quiérelo. Acaricia la salamandra viuda que se envenena de sus colores, que se desliza donde haya húmeda tierra de acogida.
Donde se reciba el deseo, y se le dé la oportunidad de afirmarse, clavar las garras en el nudo de su vacío. 
Donde ese vacío mismo, y de su negación, aliméntate, come gusanos, arráncate como la rana propulsa las extremidades en la desesperación de la huida.
Desea y pide y da y quiere y no quieras, pero hazlo con ganas, con la veracidad del animal que se rebela contra el cazador, inútilmente, con esa rabia misma. 
Vive lo que te toca convencido de su poder, su fuerza suficiente, su justicia entera.

Quieras lo que la vida te de y que te niegue.

lunes, 7 de julio de 2014

Fisiognómica

The apparition of these faces, etc.
E.P.


En la estación las caras, avergonzadas de parecerse a sí mismas, te querían recordar, y, como que se hubieran apercibido de que te estuvieran debiendo algún recuerdo, hacían entonces y por un instante un empeñoso y meritorio esfuerzo por parecerse a ti, o a esa tu frente y a tu ceja fina y tu párpado dulce y...no lo conseguían del todo.


Pero, pese a la imposibilidad, se les agradecía igualmente la molestia, ese obstinado esfuerzo que antes solía aplicar el caballero rumboso y adinerado cuando, paseante, se encontraba frente a los mendigos del muñón: una particular torsión significativa y momentánea del gesto hacia alguna de las variantes o figuras de entre las consideradas de La Piedad.




domingo, 15 de junio de 2014

Latiendo

Sólo quisiera que no te volvieras a enterrar definitivamente, aunque tan sólo hubieras llegado a sacar esa cabeza y la sonrisa y una cierta ojera perceptible, pero muy bien maquillada: los años naturales, una vida que pesa y ese rubio cabello partido en dos por el centro, como siempre. 

La elegante figura otra vez contemplada al entreabrir aquella puerta de electricidad y cables del teléfono, aquella tan sucinta indicación de que en algún lugar, en dos calles (los veranos, el invierno, el trabajo, los padres, los hijos y el marido posibles) alguien incluso ahora seguía existiendo. 


martes, 10 de junio de 2014

Abismos de sensatez (una solapa)

Si todo anda tan mezclado que hasta la nieve es negra, como barruntaba Anaxágoras el clazomenio, cuál no sería entonces el desconcierto ante el mundo de nuestro amigo Rubén Ondarra, ese editor chungo en horas bajas que busca desesperadamente a su historietista atrasado en las entregas, el dibujante genial y algo uruguayo Bruno Kossovsky, engullido del mundo real por alguna potencia inextricable. 
 ¿Qué ha sido de Bruno y dónde está? Para averiguarlo acudirá en su ayuda Satrústegui, verdadero héroe romántico y poeta loco de Bilbao, recién huido del sanatorio de Mondragón donde bienvive y con todos sus recursos a punto, y, entre otros, una interpretación más ajustada a la realidad que la clásica de Panofsky de ese enigma de la iconología: el grabado Melancolía I de Alberto Durero, clave de los misterios que acongojan a Rubén, pues no le basta con uno: para él son múltiples como el universo. 
 Ramón y Cajal, Durero, Panofsky, el anciano Croce, y tantos otros sabios que en el orbe han sido, aportarán indicios e interpretaciones de lo existente sobre las que nuestro héroe irá saltando, como Dorothy en la tierra de Oz, hasta dar con la clave verdadera...
 ¿O no era ésa la verdadera? ¿Hay sólo una clave? ¿Hay alguna otra clave-maestra de los misterios del mundo? Averígüelo el lector que siga a nuestros personajes en su periplo hasta llegar al Paraíso que resuelve las intrigas y sosiega las inquietudes. ¿Que dónde está? Está en París. Siempre lo bueno está en París. Y hasta van a buscarlo en AVE.


martes, 29 de abril de 2014

Camino nocturno


(de Onteruela a Saldaña, circa 1969)


Íbamos por el páramo pisando las grandes piedras descolocadas, grandes y chicas, como panes benditos maldecidos y profanados una y otra vez. Era de noche. Se nos había hecho la noche: piedras encontradizas y tropezonas, sobrevenidas en la espesura de la oscuridad.
Vimos a lo lejos una luz débil, parpadeante, un destello que se movía en semejante ruta del desvarío. Nos creíamos salvados al fin de aquel perderse uno entre los peligros de la tierra gótica, aquel campo tan infinito y tan de la noche.