viernes, 27 de noviembre de 2015

Por donde huía la escolopendra

Antiguos animales de la orilla del río, pequeños monstruos que se aparecían a la mirada ávida, a la mano que cogía.
Piedras aceitosas de pedernal que despertaban olorosamente al golpearlas, huesos de la tierra.
(Todavía conservo algunas muestras de la vieja pasión en las estanterías.)
El animal se abría a la mano, se dejaba, como la lagartija al revolverse y perder la cola. Las piedras surgían entre ladrillos desvencijados, polvo y tierra húmeda de las tardes en los desmontes del vertedero. Escombreras del patio, cascotes desparramados en los basureros ciudadanos. Qué hago que no voy a buscaros, perdidas tardes en la indagación suspensa, emociones y latencias en los derribos junto al río. Ratas, escolopendras entre las hojas, milpiés, ciempiés, culebrillas ratoneras, gusarapos inquietos, huidizas lagartijas entre los ladrillos (cada ladrillo ocultaba una bicha amenazante en sus tubos interiores, las grietas de las paredes horadadas con ramitas, con pajillas en procura de molestia al saurio reptante y sus cabezas). Renacuajos o zampaburus, salamandras y tritones de las pocillas junto al Trueba en Medina, las tardes de expedición, ¿qué hacíais que erais imprescindibles para ese Ángelus vespertino?
Piedras milagrosas de cuarzo y feldespato y pirita ferruginosa, de mica negra en cuevas del fin del mundo (ahora geodas) entre los restos de la construcción. «Éste es el buscador de pedernales» decía el letrero bajo el dibujo que te hizo Santi para tu escándalo y vergüenza. Pero me acompañabas en las rebuscas y luego me traicionabas con el dibujo. Mientras, los demás se dedicaban al fútbol y al baloncesto y nos miraban con el ojo desviado. Y hasta el Hermano nos vino a fiscalizar alguna vez por si nuestra actividad fuera pecaminosamente punible (aquel Hermano rubito y nacionalista). «No, es que sólo buscábamos piedras» y puso su mejor cara de menosprecio. Hacía excursiones a Éibar (¿qué se me había perdido a mí en Éibar, como no fuera el armamento imprescindible para liquidar a toda aquella panda de futbolistas y Hermanos que simulaban en clase los concursos de saberes y enciclopedias que ponían en la tele..?). Malditos pazguatos del deporte.
Y seguía solitario mi husmeo mineralógico con la pretensión de hallar los indicios de la cueva verdadera, la cueva de los brillantes que salía en la película del Viaje al Centro de la Tierra y también en Las Minas del Rey Salomón (luego entonces debería ser una cueva cierta y existente, que andaba por ahí, accesible, ahí mismo bajo el hormiguero aquel con sus depósitos de huevos blancos recién puestos).
Por donde huía la escolopendra.

martes, 17 de noviembre de 2015

Llamada

Una llamada. Esa mano que se alza, que pide algo, que se niega a querer lo sabido, lo consabido, ingenuamente llama o pide. No sabe lo que pide, pues sólo cuando pedimos de verdad sabemos lo que pedimos. Queremos más, algo más de lo que aparentemente queremos. Queremos algo y algo más a la vez. Sabemos que hay un querer posible y no somos capaces de alcanzar el deseo de lo no sabido que supera ese querer porque antes de él ya carecemos del saber que nos permitiría quererlo. Luego sólo podemos querer de un modo limitado. Sin embargo, siempre queda la oscura nostalgia de ese algo más que, en realidad, es lo que queremos, y lo queremos mucho más y con una desesperación siempre oculta a nosotros mismos; más de lo que se supone que pedimos y parece que anhelaríamos. 
Buscamos lo que no está, lo que no sabemos y nos espera. Queremos ese más de la vida que no está ni la esperamos, pero, inconscientes quizá, lo queremos; sin saber lo que deseamos, pedimos tan solo lo que está a nuestro alcance, pero siempre hay algo que nos espera y que no sabemos qué sea ni dónde esté. ¿Qué somos que no sabemos que somos? ¿Dónde estamos cuando pedimos ese algo más que no está? Buscamos como desesperados eso que se nombra con las palabras insuficientes «felicidad», «verdad», «amor». Lo pedimos, lo rastreamos en rostros, en ideas o en acciones, y siempre se queda fuera. 
Es inútil buscar fantasmas. Lo que está aquí no nos basta y es lo único que tenemos. Quedamos siempre defraudados con ese arrojar de los brazos hacia un ansia más allá de lo ansiado. Vemos lo que hay. Lo constatamos. Porque, hasta ese momento, la suma de lo que ha ido habiendo es lo que somos. Los instantes vividos. Los instantes desesperadamente exprimidos. Cuando fueron, fueron sentidos en su tránsito, atravesados de intensidades inventadas, casi fabricadas exprofeso. ¿Qué es lo que, de todo ello, fue algo nuestro? 
Y seguimos deseando y podríamos haber sustituido esos momentos vividos por otros cualesquiera tan nuestros y vividos como aquellos. Siempre falta algo. Y esa falta anula todo cuanto de real, de vivido, hubiera podido haber a nuestro lado. Y seguimos pidiendo, deseando, lo que no está. Lo que desde lejos nos llama.

jueves, 12 de marzo de 2015

Lobañas

Las Lobañas. Ciento y Muertos.


Internet no identifica ninguna localidad como Las Lobañas. Tampoco hay reseñado ningún título Ciento y Muertos. Parece que se trataba de una novela inédita de Pérez Galdós, quizá una primera versión de El Terror de 1824 o más probablemente una prolongación de ésta y previa a Un voluntario realista.

Debería transcurrir en una región poco transitada de Extremadura, conocida como Las Lobañas. El pueblo existe porque lo visité y, aunque venido a menos, todavía contaba con algunos vecinos: una señora bastante grande salió a un balcón que le quedaba pequeño a saludarme y a inquirir sobre mi presencia mientras deambulaba por sus calles. El pueblo parecía orgulloso de haber protagonizado un episodio galdosiano un tanto sangriento y hasta disponía de una versión de sí mismo en miniatura: en un prado aledaño, y a modo de belén navideño, habían construido una aldea diminuta de unas veinte casas dispuestas en círculo irregular, pero cuidadas en la exactitud realista de la reproducción. Visité también la aldea en miniatura y comprobé su deterioro, fruto de la desatención y el abandono desidioso. La novela galdosiana estuvo en mi poder, en un ejemplar mal impreso y con medio volumen sin imprimir (así se podían tomar apuntes, pensé), algo borroso y feo de tipografía (parecía mezclar diferentes tipos, como si les hubieran faltado en la linotipia) y carecía de cubierta. Me paseé por el pueblo con el tomo en las manos para identificar los lugares de la acción.


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Juan de Zabaleta en El día de fiesta por la mañana[1654], en el capítulo sobre «El Pretendiente», observa: «La Gentilidad, entre otras maneras de sacrificios, tenía una, que era la más copiosa: esta era llevar animales de ciento en ciento, todos de una especie, que matassen al pie del Ara». La cita se usa para ilustrar la voz «ciento» en el Diccionario de Autoridades, tomo 2º, 1729, pág. 346.


El pueblo en miniatura
(Erigido en homenaje a los mártires del absolutismo, hacia 1834, y sufragado por suscripción popular entre los lugareños, su autor fue un belenista napolitano: Fabrini, de paso por la región).


Las casas del pueblo diminuto son blancas, pero sus ventanas resultan oscurecidas o como quemados sus marcos hasta la pared que las rodea que, de blanca de cal, pasa a gris o negruzca. Todo ello se ha realizado con suma destreza en el arte belenista a fin de que el efecto de pueblo quemado no desdiga de un cierto tono general bucólico.
Se disponen sobre la ladera de un montecillo o, mejor, una pequeña serranía, pues que se prolonga en altura en toda la extensión del caserío hasta cerrar el círculo o, quizá mejor, óvalo si queremos ser fieles al recuerdo del monumento. El centro o plaza del pueblo lo ocupa un terreno vacío de tierra húmeda.
Hay algunas casas de un tamaño respetable (dentro de su pequeñez) y otras más menudas, pero todas ellas tienen en común ese rasgo desastrado y ruinoso, como el de algún tipo de ruina que no obedeciera a los naturales efectos del mordisco del tiempo (demoledor en el país) sino a cierta violencia demencial e incendiaria. 


Declaraciones de D. José Manuel del Regato, al exministro Calomarde en Tolosa de Francia (de un Memorial más extenso, adjunto de una carta fechada el 3 de mayo de 1840 en Jaro, Hoylo, isla de Panay, Filipinas).

«Como habrá sabido vuecencia por las noticias de Carnerero, mi conocimiento de los hechos de Extremadura es baldón que me acongoja hasta en este rincón tan alejado de la Patria donde sufro las penalidades imaginables con que me castiga este gobierno. Todo sea por Dios y el Rey. (Se me ha concedido al fin una pensión pequeña que al menos suaviza mis estrecheces -Dios sea loado).
Fui yo el que puse en movimiento la máquina secreta de su interés tras recibir, por mediación de Carnerero, el billete de Su Majestad y del que le di noticia así como de su ejecución: recordará lo que ya le dije en la cena de embajadores en aquel breve momento de comunicación que tuvimos: «Lo de Extremadura ya está hecho a satisfacción».
Avisé a los agentes del Conde de España por entonces en Madrid y supe después que el Conde se lo había tomado a pechos y era cumplidor como vuecencia ya sabe. Con ayuda de Carnerero hicimos llegar órdenes confidenciales a Jerez para que se encargara a una compañía de escopeteros (guardias) a que acudieran a un lugar cercano, donde esperarían la llegada de los miembros de la partida de El Moreno, un gitano catalán muy de la confianza del Conde. Los gitanos no fueron notados por estar muy bien disimulados bajo un traje talar que en Solsona les había provisto dél un chantre que recibía órdenes del Obispo, ya informado de la necesidad por -según dicen, esto yo no lo sé cierto- una sociedad de netos o quizá una cofradía a la que le dicen «el Ángel Exterminador».
Todo lo que resta ya vuecencia lo sabe. Se hizo escarmiento, por la Gloria de Dios y el Rey.» 


Lo de Riego

«El pueblo contaba con varios notorios masones que a su vez eran propietarios benévolos de sus tierras y miembros destacados de la benemérita Real Sociedad Extremeña de Amigos del País. Las tropas de Riego, no tan bien recibidas en los pueblos de Andalucía como habían supuesto tras el pronunciamiento, fueron, sin embargo, acogidas con entusiasmo en Lobañas, alojadas en las casas labriegas y mantenidas todo el tiempo que necesitaron «a pan y manteles». Esta fue la causa directa de la matanza vengativa ordenada por el Rey Fernando.»

[Traducción de un comentario en hoja volandera entre las páginas de unas memorias de don Blas Ostolaza, a propósito de una frase en las mismas: «…y Dios con mano certera los castigó» junto a un resumen de los sucesos de Lobañas. Papeles españoles de Joshua Huntington en La Biblioteca del Congreso de Washington. Se transcribe el texto original de la nota manuscrita].  


The village had a number of well-known masons who happened to be both benevolent estate owners and outstanding members of the distinguished «Real Sociedad Extremeña de Amigos del País» (Extremaduran Royal Society of Friends of the Country). Riego's troops, not so welcomed in Andalusian villages as they expected after the uprising, were enthusiastically accepted in Lobañas, housed and pampered in farmhouses all the time they needed, or «a pan y manteles» as they say. This was the direct cause of the vindictive carnage ordered by King Ferdinand. 


miércoles, 4 de febrero de 2015

Hablando

Cuesta encontrarte cuando la pantalla de los demás se interpone. Sobran los demás. Están demasiado presentes para que podamos vernos los dos. Hay tanta gente que habla y gesticula y se interpone en nuestra conversación... Entonces no nos vemos. Vemos lo que ponen los demás, lo que dicen, si es que dicen algo.  ¿Por qué no alejarlos hasta un fondo remoto donde sus gestos, sus palabras no nos interrumpan, no se interpongan? Solos nos vemos mejor.  Sin sombras, sin rastros ajenos. Solos ya somos muchedumbre. Nos encontramos fácilmente. Nos vemos mejor cuando nadie nos ve. Sin embargo, los demás están ahí y vuelven a interrumpirnos, quieren su atención, piden su presencia. A veces son graciosos, entretenidos, y otras, no. Depende de la ocasión. Cuando interrumpen nuestro diálogo de dos y parece que se metieran en la cama con nosotros, que comieran en nuestro plato y trastearan con los vasos y los tenedores de nuestra mesa, entonces se vuelven molestos y y se presentan fuera de hora y de momento, inoportunos. Vivimos con los demás, pero queremos vivir solos, ajenos, en nuestro tiempo. Un tiempo ajeno a todos y que nos pertenece tan sólo a nosotros. Queremos vernos por vez primera permanentemente y ser sólo para nosotros el desconocido que se descubre. Ser náufragos de una isla desierta, recién presentados. Y serlo de nuevo cada vez. Como si fuera la primera. Entonces somos lo que sólo nosotros sabemos que somos. Lo vamos inventando trabajosamente cada día, en cada ocasión nueva. Nadie más participa. Nadie más sabe. Nadie nos conoce. Pero pasan los días, las cosas cambian, salimos al mundo, todo se mueve. Debemos movernos con los demás, y volvemos a encontrarnos con esos gestos y palabras ajenas. Las interrupciones. Nos molestan y nos parecen ajenas, lejanas. Y lo son. Para nosotros lo son. Para lo que somos resultan ajenas, torpes o indiferentes. Las olvidamos, aunque formen parte también del mundo. Ese mundo frío y ajeno, molesto e indiferente de los demás. Cuando estamos nosotros solos no hay nunca lugar ni hay mundo o el mundo que hay es el nuestro, el que se define en nuestros gestos, nuestras palabras, esas que siendo de cada uno nos pertenecen a los dos y nos convierten en lo que somos, los dialogantes de una conversación interminable. Sólo entonces nuestro mundo, el que hemos ido creando trabajosa y lentamente, es el único mundo verdadero.