La enfermedad grave de un familiar nos moviliza en una agitación aterrada e infantil. Débiles y tiernos como niños entramos en turbio remolino de aprensiones y mimos disimulados. Ya desde el viaje ansioso nos poseen las peores imaginaciones, las construcciones mentales del horror y la muerte, como lo real, lo inevitable. "Se acabaron las bromas, empieza la verdad". Es el ansia entonces lo dominante. Somos una máquina fabricadora de ansias. Más, más, más, lo que sea, pero ya, más. Y, sin embargo, el ritmo no cambia ni obedece a las perentoriedades con que pretendemos agitarlo. Poco a poco. Todo, como siempre, a su aire, va llegando. Con la sorpresa o la esperanza agazapadas. Tras el periodo de ansiedad viene, por agotamiento, cierto relajo. Cuando ya no puedes más, te relajas.
Y entonces, comes.
Las comidas y las cenas, en los días de espera (espera de una solución, un resultado, un diagnóstico, un "extender") te devuelven el ansia angustiosa transmutada ahora en voracidad. Haces el "obligado paréntesis" y la reunión fraterna se revela potenciada en su deseo de olvido momentáneo hasta dar en una fiesta de duración estrictamente limitada. Porque, dentro de un rato, volveremos a lo que hay, a la realidad, al Hospital, sí, pero mientras tanto vamos a comer y a pasar un buen rato, aunque sólo sea una hora. Y lo pasamos bien. Alguien, para sobrellevar la angustia, se ha comprado un portátil nuevo y juega animadamente con él ("¿Tendrá este sitio "wifi"? No tiene "wifi". Vámonos a otro que además dan mejor de comer"). Jugamos. Charlamos por los codos, nerviosa, ansiosamente, de todo menos de lo que nos preocupa.
Y volvemos. Volvemos al olor inolvidable del corredor, de la planta, del pabellón del Hospital. La rutina de la espera, el diagnóstico, la esperanza como un pavor cada vez más difícil de masticar. "Menos mal, pienso distraidamente, que este ascensor es moderno y no hace ruido".
Y entonces, comes.
Las comidas y las cenas, en los días de espera (espera de una solución, un resultado, un diagnóstico, un "extender") te devuelven el ansia angustiosa transmutada ahora en voracidad. Haces el "obligado paréntesis" y la reunión fraterna se revela potenciada en su deseo de olvido momentáneo hasta dar en una fiesta de duración estrictamente limitada. Porque, dentro de un rato, volveremos a lo que hay, a la realidad, al Hospital, sí, pero mientras tanto vamos a comer y a pasar un buen rato, aunque sólo sea una hora. Y lo pasamos bien. Alguien, para sobrellevar la angustia, se ha comprado un portátil nuevo y juega animadamente con él ("¿Tendrá este sitio "wifi"? No tiene "wifi". Vámonos a otro que además dan mejor de comer"). Jugamos. Charlamos por los codos, nerviosa, ansiosamente, de todo menos de lo que nos preocupa.
Y volvemos. Volvemos al olor inolvidable del corredor, de la planta, del pabellón del Hospital. La rutina de la espera, el diagnóstico, la esperanza como un pavor cada vez más difícil de masticar. "Menos mal, pienso distraidamente, que este ascensor es moderno y no hace ruido".
Es tremendo. A mi me enferma el ambiente de hospital, sus murmullos, sus ayes y sobre todo su olor. No puedo estar demasiado tiempo dentro. Antes buscaba la escalera donde se podía fumar. Ahora que no fumo tampoco me encuentro a gusto allí. Para mi desesperanza he tenido que ir varias veces y para cosas cercanas y graves de algún familiar, dentro de unos dias me tocará estar de paciente, espero que por pocos dias. ¡Que se le va a hacer!
ResponderEliminar"dentro de pocos días me tocará estar de paciente"
ResponderEliminarQue no sea nada.
Sí. Es otro mundo. Yo también buscaba la escalera exterior para echar un cigarro y que me diera el aire. Hasta que no ves el punto de luz, todo se te hace espantoso. Después, empiezas a fijarte en otras cosas: los detalles amables de la gente; a veces, conmovedores. Los compañeros de cama y sus familiares. He conocido dos durante el ingreso de mi madre: Juana, una anciana encantadora y silenciosa con una delicada carita de muñeca. Era de un pueblo cercano al de mi madre. Uno de sus hijos nos trajo unos cangrejos porque mi madre comentó que le gustaban. O Loli, de unos 45 años,separada y con tres hijos, y que ya iba por el tercer "extender", y a pesar de todo desplegaba una vitalidad absolutamente admirable.
Gente magnífica.
Es poca cosa, creo. En el último comentario que he contestado en mi blog, hago una referencia indirecta a la índole de mi (in)dolencia en forma de soneto ripioso.
ResponderEliminarLLevas razón en cuanto a la buena gente que empatiza inmediatamente con otros enfermos, como también los hay, afortunadamente los menos, insociables que ponen cara de "este no es mi sitio, pero no tengo más remedio que aguantarte" que hacen que te sientas invisible e incómodo a más no poder.
¡Que haya alivio pronto con lo de tu madre, amigo!
Javitxu, hay wifi en el Iruña.
ResponderEliminarYa parlarem.
Qué difícil es todo.
Beso y beso.
M.
¿Qué tal todo?
ResponderEliminarCuéntanos, anda.
Beso.
M.
Javitxu, di que has vuelto, anda...
ResponderEliminarBeso.
M.
Volví el domingo por la noche. Llevo unos días sin encender el aparato. Pequeñas vacaciones o relax tras de pasar la "astenagusía" o semana grande bilbaína como enfermero ocasionalmente comilón (más, claro, la tarde estupenda que pasé -dándole también al diente- en tu casa, Miranda, con Ichaso y su amigo de Erandio).
ResponderEliminarVuelve la normalidad. Todo bien. Mi madre superó la angina de pecho y ya se encuentra bastante mejor, es decir, muy poco dispuesta a seguir el régimen estricto de comidas que le aconsejan los médicos y pidiéndome más de una vez "participación" en mi condenable hábito de fumador. Incorregible.Pero, por otra parte, no es mala señal: al menos, la de haber pasado el trance sin perder el humor y las ganas de disfrutar. A los 84 años no está nada mal.
Muy contentos de que hayas vuelto.
ResponderEliminarJavitxu, qué bien!!!
ResponderEliminarOye, que no hemos bautizado la pagoda, igual un finde te doy un susto.
Yo sigo igual, más visitas itinerantes, de esta casco, la nevera hacha cisco venga de hacer hielo, tanto abrir la puerta.
Te dejo, que llaman a la idem.
Beso.
M.