Ya no fumo. Era el dato que le faltaba a la entrada anterior. Ahora que pienso, quizá aquellos sudores de mediodía tuvieran algo que ver con esas abstinencias. Seamos saludables. Al menos ese mínimo que aleje de nosotros experiencias como la de la noche triste de la neumonía. Paseemos.
Hace unos días (el viernes pasado) di un paseo de sobremesa por la orilla del Ebro. No había casi nadie. El lugar es agradable y la soledad habitual de esas horas se viste cerca del río Ebro de parque con hierba y caminillos para cultivadores de la salud muscular y dietistas de chándal. Dejas a un lado el Riojaforum, una mole egipcia que me evoca las construcciones futuristas de aquel arquitecto de la revolución francesa(1), un gigantesco cubo sin nadie y te adentras por los caminos de verdín junto a los árboles de la orilla. Jardines, parquecillos chinos de maderas, estanques japoneses, juguetes gigantes y solitarios para niños inexistentes (a esa hora, al menos). Amplias soledades y collados (sombra de Samaniego echando a volar un globo aerostático de papel). Retomas el camino junto a una plaza de toros o anfiteatro cubierto, una tarta herméticamente cerrada como un pastelón en su olla, y tienes ya el pretil de la orilla del río en que apoyarte y mirar, y miras y ves cigüeñas en los postes de la luz y en los setos de la orilla, cuervos y grajos y patos marrones y azules peléandose la zona de influencia (el azul gana porque es más grande y el marrón escapa aleteando).
El salto de agua, con su líquido de color café con leche borbotando, saltando, borborigmando. Más cuervos y mirlos y la cigüeña que faltaba, en otro nido, esta vez artificial que le habrán puesto allí los ecologistas del ayuntamiento.
El frío de la tarde y las nubes grises, esos celajes o cirros estirándose como banderas arañadas encima del puente de hierro, le dan a la estampa un aire de foto turística florentina, una de esas postales del puente sobre el Arno, toscana y delicada: Y estamos en Logroño. Cualquiera diría que me acompaña en el paseo don Rafael Sánchez Mazas. No. Paso a ver a Alfonso en su local y está cerrado. Vuelvo a casa.
Hace unos días (el viernes pasado) di un paseo de sobremesa por la orilla del Ebro. No había casi nadie. El lugar es agradable y la soledad habitual de esas horas se viste cerca del río Ebro de parque con hierba y caminillos para cultivadores de la salud muscular y dietistas de chándal. Dejas a un lado el Riojaforum, una mole egipcia que me evoca las construcciones futuristas de aquel arquitecto de la revolución francesa(1), un gigantesco cubo sin nadie y te adentras por los caminos de verdín junto a los árboles de la orilla. Jardines, parquecillos chinos de maderas, estanques japoneses, juguetes gigantes y solitarios para niños inexistentes (a esa hora, al menos). Amplias soledades y collados (sombra de Samaniego echando a volar un globo aerostático de papel). Retomas el camino junto a una plaza de toros o anfiteatro cubierto, una tarta herméticamente cerrada como un pastelón en su olla, y tienes ya el pretil de la orilla del río en que apoyarte y mirar, y miras y ves cigüeñas en los postes de la luz y en los setos de la orilla, cuervos y grajos y patos marrones y azules peléandose la zona de influencia (el azul gana porque es más grande y el marrón escapa aleteando).
El salto de agua, con su líquido de color café con leche borbotando, saltando, borborigmando. Más cuervos y mirlos y la cigüeña que faltaba, en otro nido, esta vez artificial que le habrán puesto allí los ecologistas del ayuntamiento.
El frío de la tarde y las nubes grises, esos celajes o cirros estirándose como banderas arañadas encima del puente de hierro, le dan a la estampa un aire de foto turística florentina, una de esas postales del puente sobre el Arno, toscana y delicada: Y estamos en Logroño. Cualquiera diría que me acompaña en el paseo don Rafael Sánchez Mazas. No. Paso a ver a Alfonso en su local y está cerrado. Vuelvo a casa.
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(1) Sobre Étienne-Louis Boullée, ver, por ejemplo,
http://expositions.bnf.fr/boullee/indexpo.htm