
Mencioné en alguna ocasión a ese insecto que ofrece un artístico aspecto de pluma india, el Pyrrhocoris Apterus, y que recuerdo haber contemplado emocionado, y como si lo viese por vez primera, en un banco del Parque de la Rosaleda de Valladolid allá por el invierno del 70. La fascinación por los insectos en conjunto es anterior (desde el entusiasmo con que recogía nidos de procesionaria del pino en el monte Arraiz y sufría durante un par de semanas de asueto escolar las consecuencias) y también ha sido comentada.
Ahora (anoche exactamente, en el entresueño) se me ocurría observar el detalle de los insectos como seres dotados de coraza, de exoesqueleto (que se dice con primor entomológico) perfectamente diseñado para la protección del conjunto de sus partes blandas (o tripas), una propiedad que contrasta con los mamíferos de nuestro estilo que poseemos unas partes blandas descaradamente desprotegidas en cuanto se nos quita el tabardo de encima.

No sé por qué se me vino entonces al entresueño citado la imagen de Darth Vader a modo de ejemplo. Cuando terminada la prolija pelea y ya en el suelo su hijo le libera del casco-prótesis, uno siente como si a un escarabajo lo despojaran de su brillante armadura. Gregor Samsa (como detalla Nabokov en su comentario y apoya con dibujos en los apuntes de clase para los cursos de Cornell sobre literatura europea) debía saberlo bien, pues sus dificultades para accionar y trasladarse desde la cama donde yace patas arriba recuerdan a las de un caballero cruzado en el fragor de la batalla que maniobrase bajo el caballo muerto tras de un asalto. Kafka era funcionario de una oficina estatal de accidentes de trabajo y ¿qué mejor que una armadura (meditas nocturno) natural y entomológica para proteger eficazmente al obrero de las peligrosas máquinas modernas tan inclinadas a rebanar dedos, y manos y brazos al menor descuido?

No sé por qué se me vino entonces al entresueño citado la imagen de Darth Vader a modo de ejemplo. Cuando terminada la prolija pelea y ya en el suelo su hijo le libera del casco-prótesis, uno siente como si a un escarabajo lo despojaran de su brillante armadura. Gregor Samsa (como detalla Nabokov en su comentario y apoya con dibujos en los apuntes de clase para los cursos de Cornell sobre literatura europea) debía saberlo bien, pues sus dificultades para accionar y trasladarse desde la cama donde yace patas arriba recuerdan a las de un caballero cruzado en el fragor de la batalla que maniobrase bajo el caballo muerto tras de un asalto. Kafka era funcionario de una oficina estatal de accidentes de trabajo y ¿qué mejor que una armadura (meditas nocturno) natural y entomológica para proteger eficazmente al obrero de las peligrosas máquinas modernas tan inclinadas a rebanar dedos, y manos y brazos al menor descuido?

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Vladimir Nabokov, Curso de literatura europea, Círculo de lectores, Barcelona, 1980, p. 342