Según un Bestiario ilustrado de la Biblioteca del Arsenal de París, siglo XIII.
«1. El papel del cocodrilo en la antigua simbología cristiana
Desde que los griegos hubieron imaginado la ficción que hizo de Hércules el vencedor de la Hidra de Lerna, reptil espantoso cuyas siete cabezas iban creciendo una tras otra a medida que se las cortaban, el solo nombre de aquel monstruo fue tema de espanto y repulsión, y las hidras entraron a formar parte de los animales malditos que el hombre de entonces execraba.
¿Cómo llegaron los simbolistas cristianos anteriores al reino de san Luis a hacer de la Hidra del Nilo, y con este mismo nombre, un emblema del Redentor del mundo? Encontramos la razón de ello en los asombrosos relatos de los antiguos naturalistas griegos y romanos referentes al cocodrilo, cuyos hábitos parecían no conocer bien. El Physiologus, y luego sus derivados, nuestros Bestiarios de la Edad Media, ampliaron todavía más las fantasías antiguas, pues leemos en ellos que el cocodrilo es el único animal cuya garganta mira al cielo, mientras que sus fosas nasales, sus ojos y sus orejas están abiertos en la parte de debajo de la cabeza. Los imagineros del siglo XII y XIII que ilustraron con miniaturas los relatos de sus contemporáneos, al estar mal documentados, representaron además al cocodrilo con más aspecto de paquidermo que de gran saurio de varios metros de longitud.
Mejor informados estaban los medalleros romanos, pues lo representaron perfectamente, sobre todo en las monedas de Nimes y en la de Augusto en la que personifica el Egipto conquistado, Aegypto capta.
Los Bestiarios lo llaman la cocodrila e incluso la cocadriz, y el nombre de cocatrix, como hemos dicho anteriormente, se da todavía en algunas zonas rurales francesas al huevo particular del que se decía antaño que nacían los basiliscos.
En el Egipto antiguo, donde era el terror de los ribereños del Nilo, tenían formulas mágicas para preservarse de él. En la emblemática, representaba a Set Tifón y a su hijo Mako, personificaciones del Mal, como nos dice Plutarco. Por eso los monumentos nos muestran al cocodrilo bajo los pies de Horus; sin embargo, hubo tribus que lo honraban como uno de los dioses (no como Dios), con el nombre de Sebek, sin duda en prolongación de un papel heráldico y tal vez totémico en lejanos ancestros.
Todavía hoy el culto al cocodrilo existe excepcionalmente en algunos puntos del Sudán y la Nigeria meridional, más particularmente en Ibadán, ciudad principal de este último país. Allí, en un estanque situado en el centro de la aglomeración urbana, se venera a un enorme saurio que según dicen vive allí desde hace ciento cincuenta años.
La emblemática cristiana, que nunca tuvo simpatía por aquel animal maléfico, le hizo personificar el mismo Infierno, sin duda a causa de las enormes dimensiones de sus fauces, en las que engulle pequeños peces y los animales de los que se alimenta. Los pintores vitraleros, los miniaturistas y los primeros grabadores en madera anteriores al Renacimiento representaban a menudo la entrada del infierno mediante las fauces abiertas de un monstruo dragonado, en las cuales los demonios meten a los condenados. Pues bien, el dragón es tan sólo el cocodrilo al que se han puesto alas.
2. El papel emblemático de la hidra del Nilo en el arte cristiano
Al cocodrilo infernal, la emblemática cristiana le opuso un enemigo terriblemente peligroso; es la Hidra del Nilo, a la que convirtió en uno de los emblemas de Cristo, vencedor del Infierno.
El Bestiario de Pierre le Picard describe la Hidra del Nilo como un reptil largo y delgado, o más bien como una especie de dragón menudo que vive en el agua. Otros, confundiéndolo con la mangosta icneumón, ¡lo pintan como un pequeño cuadrúpedo terrestre! Pudiera ser que, a fin de cuentas, el prototipo de la Hidra del Nilo fuese el varano, un gran lagarto que vive al borde de las aguas africanas, desde el Sudán francés hasta las orillas del Nilo, pero que en la realidad tiene que dejar tranquilos a los fuertes cocodrilos.
Esta hipótesis puede apoyarse en que, desde los confines de la Nubia egipcia hasta la región sahariana de Tombuctú, se considera que el varano es un animal sagrado. Los tuaregs, dice Benhazera, rindieron y rinden todavía culto al varano, al que los árabes llaman «urán» y los tuaregs «ar úta». Los nobles de este pueblo nunca comen ni matan a este animal.
Desde que los griegos hubieron imaginado la ficción que hizo de Hércules el vencedor de la Hidra de Lerna, reptil espantoso cuyas siete cabezas iban creciendo una tras otra a medida que se las cortaban, el solo nombre de aquel monstruo fue tema de espanto y repulsión, y las hidras entraron a formar parte de los animales malditos que el hombre de entonces execraba.
¿Cómo llegaron los simbolistas cristianos anteriores al reino de san Luis a hacer de la Hidra del Nilo, y con este mismo nombre, un emblema del Redentor del mundo? Encontramos la razón de ello en los asombrosos relatos de los antiguos naturalistas griegos y romanos referentes al cocodrilo, cuyos hábitos parecían no conocer bien. El Physiologus, y luego sus derivados, nuestros Bestiarios de la Edad Media, ampliaron todavía más las fantasías antiguas, pues leemos en ellos que el cocodrilo es el único animal cuya garganta mira al cielo, mientras que sus fosas nasales, sus ojos y sus orejas están abiertos en la parte de debajo de la cabeza. Los imagineros del siglo XII y XIII que ilustraron con miniaturas los relatos de sus contemporáneos, al estar mal documentados, representaron además al cocodrilo con más aspecto de paquidermo que de gran saurio de varios metros de longitud.
Mejor informados estaban los medalleros romanos, pues lo representaron perfectamente, sobre todo en las monedas de Nimes y en la de Augusto en la que personifica el Egipto conquistado, Aegypto capta.
Los Bestiarios lo llaman la cocodrila e incluso la cocadriz, y el nombre de cocatrix, como hemos dicho anteriormente, se da todavía en algunas zonas rurales francesas al huevo particular del que se decía antaño que nacían los basiliscos.
En el Egipto antiguo, donde era el terror de los ribereños del Nilo, tenían formulas mágicas para preservarse de él. En la emblemática, representaba a Set Tifón y a su hijo Mako, personificaciones del Mal, como nos dice Plutarco. Por eso los monumentos nos muestran al cocodrilo bajo los pies de Horus; sin embargo, hubo tribus que lo honraban como uno de los dioses (no como Dios), con el nombre de Sebek, sin duda en prolongación de un papel heráldico y tal vez totémico en lejanos ancestros.
Todavía hoy el culto al cocodrilo existe excepcionalmente en algunos puntos del Sudán y la Nigeria meridional, más particularmente en Ibadán, ciudad principal de este último país. Allí, en un estanque situado en el centro de la aglomeración urbana, se venera a un enorme saurio que según dicen vive allí desde hace ciento cincuenta años.
La emblemática cristiana, que nunca tuvo simpatía por aquel animal maléfico, le hizo personificar el mismo Infierno, sin duda a causa de las enormes dimensiones de sus fauces, en las que engulle pequeños peces y los animales de los que se alimenta. Los pintores vitraleros, los miniaturistas y los primeros grabadores en madera anteriores al Renacimiento representaban a menudo la entrada del infierno mediante las fauces abiertas de un monstruo dragonado, en las cuales los demonios meten a los condenados. Pues bien, el dragón es tan sólo el cocodrilo al que se han puesto alas.
2. El papel emblemático de la hidra del Nilo en el arte cristiano
Al cocodrilo infernal, la emblemática cristiana le opuso un enemigo terriblemente peligroso; es la Hidra del Nilo, a la que convirtió en uno de los emblemas de Cristo, vencedor del Infierno.
El Bestiario de Pierre le Picard describe la Hidra del Nilo como un reptil largo y delgado, o más bien como una especie de dragón menudo que vive en el agua. Otros, confundiéndolo con la mangosta icneumón, ¡lo pintan como un pequeño cuadrúpedo terrestre! Pudiera ser que, a fin de cuentas, el prototipo de la Hidra del Nilo fuese el varano, un gran lagarto que vive al borde de las aguas africanas, desde el Sudán francés hasta las orillas del Nilo, pero que en la realidad tiene que dejar tranquilos a los fuertes cocodrilos.
Esta hipótesis puede apoyarse en que, desde los confines de la Nubia egipcia hasta la región sahariana de Tombuctú, se considera que el varano es un animal sagrado. Los tuaregs, dice Benhazera, rindieron y rinden todavía culto al varano, al que los árabes llaman «urán» y los tuaregs «ar úta». Los nobles de este pueblo nunca comen ni matan a este animal.
Conocido desde la más alta antigüedad, el varano aparece representado en los monumentos de Egipto; Herodoto lo llamaba cocodrilo terrestre; si bien es un pariente mucho más próximo de los lagartos que de los cocodrilos...
Sea como fuere, he aquí lo que nos dice de la hidra -él en lenguaje mucho más antiguo Guillermo de Normandía, que escribía a finales del siglo XII: La Hidra es un animal muy sabio y que sabe dañar al Cocadriz. El Cocadriz es ese fiero animal que vive en el río Nilo. Tiene veinte codos de largo, cuatro patas armadas de zarpas, y dientes agudos y cortantes. Si encuentra un hombre, lo mata, pero queda desconsolado para el resto de su vida. La Hidra, que odia mortalmente al Cocadriz, ve a éste dormir al sol con la boca abierta: se revuelca en el limo y, cuando está bien embadurnada, se va directamente al Cocadriz, se arroja en sus fauces, entra en su vientre, le desgarra «las entrañas, los intestinos y las vísceras», y luego sale alegremente agujereando el costado de su enemigo. Y éste muere, «pues tales heridas no se pueden curar». ¡Se muere por mucho menos!
Sea como fuere, he aquí lo que nos dice de la hidra -él en lenguaje mucho más antiguo Guillermo de Normandía, que escribía a finales del siglo XII: La Hidra es un animal muy sabio y que sabe dañar al Cocadriz. El Cocadriz es ese fiero animal que vive en el río Nilo. Tiene veinte codos de largo, cuatro patas armadas de zarpas, y dientes agudos y cortantes. Si encuentra un hombre, lo mata, pero queda desconsolado para el resto de su vida. La Hidra, que odia mortalmente al Cocadriz, ve a éste dormir al sol con la boca abierta: se revuelca en el limo y, cuando está bien embadurnada, se va directamente al Cocadriz, se arroja en sus fauces, entra en su vientre, le desgarra «las entrañas, los intestinos y las vísceras», y luego sale alegremente agujereando el costado de su enemigo. Y éste muere, «pues tales heridas no se pueden curar». ¡Se muere por mucho menos!
El cocodrilo tifónico. Escultura de los últimos tiempos del Egipto antiguo.
Volvemos a encontrar aquí la leyenda del icneumón embadurnándose de lodo para atacar al áspid, fábula que Aristóteles y Plinio acogieron en sus célebres obras.
El relato de Pierre le Picard es algo distinto. Cuando el cocodrilo, dice, distingue a la hidra en las proximidades, se precipita sobre ella y se la traga, «La deglute totalmente viva», pero la hidra le desgarra inmediatamente las entrañas y sale a través de su vientre, aún «totalmente viva», hiriéndolo mortalmente.
Ni Guillermo de Normandía ni Pierre le Picard, como tampoco el autor del Physiologus, del que se hacían eco, se preocuparon de saber si lo que contaban de los dos extraños habitantes del Nilo era imaginario o real: lo único que necesitaban, lo único que les importaba, era sacar de ello una imagen del triunfo de Jesucristo sobre el Infierno y la muerte, a fin de tener un emblema para poner de relieve las palabras del apóstol san Pablo: Ubi est, Mors, victoria tua? ¿Dónde está, oh Muerte, tu victoria? De ahí, tal vez, las proverbiales «lágrimas de cocodrilo».
Por eso concluye así Guillermo de Normandía:
«El Cocadriz significa muerte e infierno, no lo dudéis en absoluto; ahora bien, así como lo mata la Hidra, así mismo hizo Nuestro Señor Jesucristo, que envolvió su divinidad en la carne de un cuerpo humano (igual que la Hidra se envuelve de arcilla), entró en el infierno para liberar a sus amigos, y puede decir con el profeta: «Oh muerte, yo seré tu muerte».
Pierre le Picard, por su parte, dice también que la hidra significa: Nuestro Salvador Jesucristo, que se hizo carne en la Virgen María, padeció suplicio en la cruz, entró luego en la cocodrila, es decir, descendió a los infiernos, de donde salió liberando a todos sus amigos, tal como habían dicho las Escrituras: O mors, ero mors tua, Oh infierno, seré tu muerte.
Este es, pues, el simbolismo crístico de la hidra teóricamente bien establecido en los tiempos de nuestros reyes capetos.
En el campo de la iconografía, el frontal de altar de Narbona que hay en el Louvre, y que se atribuye el pincel de Jehan de Orleans, del siglo XIV, representa a Jesús, con la cruz en la mano, que está de pie en la abertura de las enormes fauces llameantes de un saurio -la cocadriz de los Bestiarios-, de donde está sacando a Adán, antes que a los demás justos.
Mejor todavía, una miniatura separada de un libro manuscrito del siglo XIII nos muestra a Cristo que parece salir, como la hidra, del costado del cocodrilo alado.
Así pues, el combate victorioso de la hidra contra el cocodrilo es la ilustración del descendit ad inferos que se lee en el Símbolo de los Apóstoles, y que en la Edad Media tan a menudo se interpretó mediante composiciones artísticas más teatrales y más complicadas.»
El relato de Pierre le Picard es algo distinto. Cuando el cocodrilo, dice, distingue a la hidra en las proximidades, se precipita sobre ella y se la traga, «La deglute totalmente viva», pero la hidra le desgarra inmediatamente las entrañas y sale a través de su vientre, aún «totalmente viva», hiriéndolo mortalmente.
Ni Guillermo de Normandía ni Pierre le Picard, como tampoco el autor del Physiologus, del que se hacían eco, se preocuparon de saber si lo que contaban de los dos extraños habitantes del Nilo era imaginario o real: lo único que necesitaban, lo único que les importaba, era sacar de ello una imagen del triunfo de Jesucristo sobre el Infierno y la muerte, a fin de tener un emblema para poner de relieve las palabras del apóstol san Pablo: Ubi est, Mors, victoria tua? ¿Dónde está, oh Muerte, tu victoria? De ahí, tal vez, las proverbiales «lágrimas de cocodrilo».
Por eso concluye así Guillermo de Normandía:
«El Cocadriz significa muerte e infierno, no lo dudéis en absoluto; ahora bien, así como lo mata la Hidra, así mismo hizo Nuestro Señor Jesucristo, que envolvió su divinidad en la carne de un cuerpo humano (igual que la Hidra se envuelve de arcilla), entró en el infierno para liberar a sus amigos, y puede decir con el profeta: «Oh muerte, yo seré tu muerte».
Pierre le Picard, por su parte, dice también que la hidra significa: Nuestro Salvador Jesucristo, que se hizo carne en la Virgen María, padeció suplicio en la cruz, entró luego en la cocodrila, es decir, descendió a los infiernos, de donde salió liberando a todos sus amigos, tal como habían dicho las Escrituras: O mors, ero mors tua, Oh infierno, seré tu muerte.
Este es, pues, el simbolismo crístico de la hidra teóricamente bien establecido en los tiempos de nuestros reyes capetos.
En el campo de la iconografía, el frontal de altar de Narbona que hay en el Louvre, y que se atribuye el pincel de Jehan de Orleans, del siglo XIV, representa a Jesús, con la cruz en la mano, que está de pie en la abertura de las enormes fauces llameantes de un saurio -la cocadriz de los Bestiarios-, de donde está sacando a Adán, antes que a los demás justos.
Mejor todavía, una miniatura separada de un libro manuscrito del siglo XIII nos muestra a Cristo que parece salir, como la hidra, del costado del cocodrilo alado.
Así pues, el combate victorioso de la hidra contra el cocodrilo es la ilustración del descendit ad inferos que se lee en el Símbolo de los Apóstoles, y que en la Edad Media tan a menudo se interpretó mediante composiciones artísticas más teatrales y más complicadas.»
Louis Charbonneau-Lassay, El bestiario de Cristo, El simbolismo medieval en la Antigüedad y la Edad Media, Volumen II, Sophia Perennis, Olañeta editor, Palma de Mallorca, 1997, págs. 761-764.