Si todo anda tan mezclado que hasta la nieve es negra, como barruntaba Anaxágoras el clazomenio, cuál no sería entonces el desconcierto ante el mundo de nuestro amigo Rubén Ondarra, ese editor chungo en horas bajas que busca desesperadamente a su historietista atrasado en las entregas, el dibujante genial y algo uruguayo Bruno Kossovsky, engullido del mundo real por alguna potencia inextricable.
¿Qué ha sido de Bruno y dónde está? Para averiguarlo acudirá en su ayuda Satrústegui, verdadero héroe romántico y poeta loco de Bilbao, recién huido del sanatorio de Mondragón donde bienvive y con todos sus recursos a punto, y, entre otros, una interpretación más ajustada a la realidad que la clásica de Panofsky de ese enigma de la iconología: el grabado Melancolía I de Alberto Durero, clave de los misterios que acongojan a Rubén, pues no le basta con uno: para él son múltiples como el universo.
Ramón y Cajal, Durero, Panofsky, el anciano Croce, y tantos otros sabios que en el orbe han sido, aportarán indicios e interpretaciones de lo existente sobre las que nuestro héroe irá saltando, como Dorothy en la tierra de Oz, hasta dar con la clave verdadera...
¿O no era ésa la verdadera? ¿Hay sólo una clave? ¿Hay alguna otra clave-maestra de los misterios del mundo?
Averígüelo el lector que siga a nuestros personajes en su periplo hasta llegar al Paraíso que resuelve las intrigas y sosiega las inquietudes. ¿Que dónde está? Está en París. Siempre lo bueno está en París. Y hasta van a buscarlo en AVE.