domingo, 19 de diciembre de 2010

Celestes ciclistas, obispos de la noche

Como si fuera uno de esos ángeles ciclistas del Theatre Tol belga que se colgaban el otro día (¡qué frío hacía!) en la Puerta del Sol y se enganchaba los pies de una escalerilla plegable mientras bajaba de su vestidillo gigante y rojo, de uno de aquellos pololos rojos monstruosos, un guardainfante gigantesco mientras sonaba una música suave y tan nocturna, seguro que moderna, pero que parecía barroca y le habíamos dejado ya al señorito de la fiesta, digo, a Álex y a Carolina, a los dos, que se iban al Ritz, a una de esas cenas de postín, los dos de gala, y tan guapetones, y que entonces nosotros nos fuimos (¿pues adónde va a ser?) para hacer tiempo a la Chocolatería y Buñolería Modernista de San Ginés, ya mencionada en este blog a propósito de otras ocasiones madrileñas, claro (¿de quién sería la idea? Yo no dije nada; no sé quién fue el que dijo) y eso, que nos tomamos un suculento soconusco en la catacumba esa que tiene la San Ginés abajo y voy y me encuentro que estaba al lado mismo, ¿quién crees? pues el poeta Llamazares tomándose otro chocolate de los de las 10, o si no sería su doble (pues sería...) con la novia, y nos volvimos al Metro para hacer más tiempo aún y esperar a la hora del autobús nocturno, y los ciclistas ahora sacaban chorrillos de fuegos artificiales por el lateral de sus faldas y la niña angelicata se había vuelto a subir por dentro del faldamento rojo gigantesco hasta ser una con su esencia y ciclopedalear en los aires fríos de la Plaza y qué bien todo y qué maravilla de Obispo con estrellitas el de esa misma tarde en El Capitol, mucho más elegante que un cangaceiro de Glauber Rocha, más, más que cualquier espanto imaginable en el Cabaret Voltaire de Zurich, uno de los de Tzara y sus amigos, más, todavía más, El Obispo Leproso, Perverso y Risueño con sus papitos blancos y sonrientes, también estaba allí volando por el aire de la Plaza de Madrid, se me confundía allí mismo con quién, allí mismo se le podía ver, y no desentonaba, no, con aquellas muñecas celestes que con él iban de paseo por el aire de la noche, volando una o dos o tres eternidades sacras y españolas, él también en su bici, bendiciendo, por los aires helados de diciembre...

martes, 7 de diciembre de 2010

Más albas. Sobin



Angélico monstruoso

el alba     se disuelve en rocas    venas
  de trigo    mientras el    sueño
todavía se yergue
  esparce una suavidad monstruosa      que

se aúpa al viento con sus
                                            rasguños blancos.



MONSTRUOUS ANGELIC

dawn     dissolves into rocks     veins
  of wheat    while the    dream
still juts,
  effuses a monstruous softness   that

crawls in the wind     with its
                                             white scratches.


De Wind Chrysalids Rattle (1980), en GS, Collected Poems, Talisman, 2010, pág. 46.


 Gustaf  Sobin

(Boston, 1935-Provenza, Francia, 2005). Formado en la Universidad de Brown, conoce en París a René Char y, siguiendo su consejo, se instala en un viejo y abandonado criadero de gusanos de seda que, con ayuda de su hermano arquitecto, remodelará como hogar. Vivirá en Provenza hasta su fallecimiento en 2005, víctima de un cáncer pancreático. Empieza a escribir tarde y a publicar bastante más tarde aún en la revista Montemora de Eliot Weinberger, primero, y en ediciones de corta tirada y después ya en editoriales como New Directions o Talisman en sus años últimos.
Libros principales Wind Chrysalids Rattle (1980), Celebration of Sound Through (1982), The Earth as Air (1984), Breath Burials (1995), Toward the Blanched Alphabets (1998), In the Name of the Neither (2002), The Places as Preludes (2005). Colllected Poems (2010) recoge, entre otros, los libros citados.


(Los «vagos ángeles malvas» juanramonianos resurgen, de pronto aquí, como una blanca suavidad monstruosa... En fin: ha sido esta tarde, en medio de muy otras labores, tal y como suelen pasar estas cosas. Ya daré cuenta de Sobin cuando lo tenga algo más claro.)

Por ahora, esto...

lunes, 22 de noviembre de 2010

Reírse de un gato joven...


«(...)¿Qué ocurrirá con esta humanidad antes de que desaparezca? El mundo aún puede rodar un millón de años más como lo ha hecho hasta ahora, y cinco mil años serían exactamente un trimestre en la vida de un hombre de cincuenta años, apenas una duodécima parte de lo que duran nuestros estudios universitarios. ¿Qué he hecho yo este último trimestre? He comido, bebido, experimentado con la electricidad y redactado el calendario, me he reído de un gato joven y he jugado con varias niñitas, y así han transcurrido cinco mil años de este pequeño mundo que soy yo mismo.» [F541].

Lichtenberg, Aforismos, Trad. Juan José del Solar, Edhasa, Barcelona, 1990, p. 119.

(Experimentar con la electricidad, redactar el calendario..., bueno; incluso «jugar con unas niñitas»...;pero «reírse de un gato joven»..,ése sí que es un encuentro que no sucede en todas las encrucijadas).

sábado, 13 de noviembre de 2010

Kafka no sabe contar

«Heaven will protect/ the lay reader», E.P. Cantos, XX
(Nota añadida a la entrada anterior y que se reproduce aquí por si alguien dejara de leer esa misma entrada anterior una y otra vez y todos los días).

(...)
(2) Pero tampoco creo que hiciera falta «decorar» la promoción de la novela con las declaraciones sobre Kafka. Ningunearle como mal escritor parece un tanto fuera de lugar si hay que tomárselo en serio. O al menos proyecta una idea tan «totalitaria» de la lectura y la escritura como para que la misma imagen entusiasta del «estilista del humor» que había pretendido sugerir en mi entrada se me resquebraje, y deba olvidarme de ella y tenga que verme obligado, según el autor, a aceptar que la suya es, ante todo, una profesión de mero novelista o «narrador entretenido» tal y como el propio responsable de los títulos de Mendoza (debo suponer) se empeña en hacerme asumir en correspondencia con lo que en otro lugar llamaba «lectura inocente» y, por supuesto, la única y verdadera. Pero la dificultad, en mi caso, está que a mí no me apetece seguir el dictado de ningún credo que me predisponga el tipo de lectura que debiera hacer del libro que tengo entre manos. Si Kafka es un mal narrador desde la particular perspectiva del «Stendhal» de Mendoza, pues muy bien, de acuerdo: así entiende Mendoza la literatura  y el oficio de escribir. Debo deducir que habla entonces desde su «taller». Y que trabaja en él para que la gente le lea tal como él pretende que hay que leerle. Por mi parte, y en ese caso, siento decirle que yo NO le leo (ni a él ni a Kafka) como un hábil narrador de tramas entretenidas (ni es ese aspecto el que me importa de sus libros...ni tampoco de los de Kafka). 
Alegar, por otra parte, como prueba de su interpretación y condena el sentido de fracaso del autor (sea éste Kafka o quien fuera...) resulta algo tan fácil, tan a mano...

 Dicho todo esto, sigo manteniendo en el mismo estado saludable la admiración que dije sentir por el estilo y la prosa del autor de La verdad sobre el caso Savolta  y El Misterio de la Cripta Embrujada antes de conocer sus declaraciones  sobre Kafka.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Everibodi cabrones

Por favor, sólo estilo; sólo quiero estilo. «¿A qué te refieres?». A libros como el último de Mendoza, la Riña de gatos(1) que ando leyendo (por la mitad). A veces Azúa, cuando hila fino en lo oscuro y sólo entonces, es también el mejor, en artículos como ése de Ensor de hoy mismo. Cosas así.

Una perla, una viñeta cualquiera. ¿Que qué es delicia? Pues cosas como ésta:


-Soy inglés -dijo respondiendo a la pregunta del parroquiano-. Y he de apresurarme si no quiero perder el expreso de Madrid. Si no es molestia, dejaré aquí la maleta mientras voy al estanco para ir más ligero.

Dejó la copa sobre el mostrador y salió por una puerta lateral que comunicaba con el vestíbulo de la estación. Dio varias vueltas sin dar con el estanco hasta que un factor le señaló una ventanilla cerrada. Llamó con los nudillos y al cabo de un rato se abrió la ventanilla y asomó la cabeza un hombre calvo con expresión alelada. Al explicarle el inglés su propósito, cerró los ojos y movió los labios como si estuviera rezando. Luego se agachó y al volver a incorporarse puso en la repisa de la ventanilla un libro enorme. Lo estuvo hojeando con detenimiento, se fue y regresó con una pequeña balanza. El inglés le entregó la carta y el funcionario de correos la pesó cuidadosamente. Volvió a consultar el libro y calculó el monto del franqueo. El inglés pagó y regresó corriendo a la cantina. El mozo miraba el techo con un trapo sucio en la mano. A la pregunta del inglés respondió que su consumición había sido pagada por el otro cliente, conforme a lo convenido. La maleta seguía en el suelo. El inglés la recogió, dio las gracias y salió corriendo.  


Riña, págs. 12-13


-Yo no hablo inglés, ¿sabe usted? -prosiguió diciendo ante la aparente aquiescencia del inglés a su pregunta inicial-. No Inglis. Yo, espanis. Usted inglis, yo espanis. España muy diferente de Inglaterra. Different. España, sol, toros, guitarras, vino. Everibodi olé. Inglaterra, no sol, no toros, no alegría. Everibodi kaput.

Guardó silencio durante un rato para dar tiempo al inglés a asimilar su teoría sociológica y añadió:

-En Inglaterra, rey. En España, no rey. Antes, rey. Alfonso. Ahora no más rey. Se acabó. Ahora República. Presidente: Niceto Alcalá Zamora. Elecciones. Mandaba Lerroux, ahora Azaña. Partidos políticos, tantos como quiera, todos malos. Políticos sinvergüenzas. Everibodi cabrones.

 Riña, pág. 9

Me pregunto si habrá leído cosas como los relatos españoles del Wild Body [1909-1917] de Wyndham Lewis. Eso explicaría algunos detalles. Pero quizá no. No le hace falta. Agujas en cada ojo, bien clavadas sin faltar una.
Algún enterado decía por ahí en la red que la novela le sonaba a «lo de siempre». Si lo de siempre es como lo que llevo leído sobran todas las posibles novedades(2).



___________
(1). Eduardo Mendoza, Riña de gatos. Madrid 1936, Círculo de Lectores, Barcelona, 2010, págs. 9, 12-13.


(2) Pero tampoco creo que hiciera falta «decorar» la promoción de la novela con las declaraciones sobre Kafka. Ningunearle como mal escritor parece un tanto fuera de lugar si hemos de aceptarlo en serio. O al menos proyecta una idea tan «totalitaria» de la lectura y la escritura como para que la misma imagen entusiasta del «estilista del humor» que había pretendido sugerir en mi entrada se me resquebraje, y deba olvidarme de ella y tenga que verme obligado, según el autor, a aceptar que la suya es, ante todo, una profesión de mero novelista o «narrador entretenido» tal y como el propio responsable de los títulos de Mendoza (debo suponer) se empeña en hacerme asumir en correspondencia con lo que en otro lugar llamaba «lectura inocente» y, por supuesto, la única y verdadera. Pero la dificultad, en mi caso, está que a mí no me apetece seguir el dictado de ningún credo que me predisponga el tipo de lectura que debiera hacer del libro que tengo entre manos. Si Kafka es un mal narrador desde la particular perspectiva del «Stendhal» de Mendoza, pues muy bien, de acuerdo: así entiende Mendoza la literatura  y el oficio de escribir. Debo deducir que habla entonces desde su «taller». Y que trabaja en él para que la gente le lea tal como él pretende que hay que leerle. Por mi parte, y en ese  caso, siento decirle que yo NO le leo (ni a él ni a Kafka) como un hábil narrador de tramas entretenidas (n i es ese aspecto el que que me importa de sus libros...ni tampoco de los de Kafka). 
Alegar, por otra parte, como prueba de su interpretación y condena el sentido de fracaso del autor (sea éste Kafka o quien fuera...) resulta algo tan fácil, tan a mano...

 Dicho todo esto, sigo manteniendo en el mismo estado saludable la admiración que dije sentir por el estilo y la prosa del autor de La verdad sobre el caso Savolta y El Misterio de la Cripta Embrujada antes de conocer sus declaraciones sobre Kafka.

viernes, 5 de noviembre de 2010

Frontera americana





Sí, son las dos canciones
Mil veces las habréis escuchado. Creo que vienen de algún disco de canciones populares norteamericanas de mi padre, junto con otros recuerdos primitivos de la Petrouchka de Stravinsky y de aquellas otras canciones italianas de Carosone que ya os puse en su momento.
Tampoco pretendo dar a entender que esas dos canciones fundaran mi interés americano. No. Sólo que ahí están, inolvidables, en su prehistoria.

domingo, 31 de octubre de 2010

Larry Eigner y Juan Ramón



Nuevo amanecer

el cielo dejó caer
su blancura invisible

vimos salir de
la nada

vacías las azules

estrellas

nuestro verano
por tierra

como la última noche otra
vez

deshecho.
_______________________
Again dawn


the sky dropped
its invisible whiteness


we saw pass out
nowhere


empty the blue


stars


our summer
on the ground


like last night another
time


in fragments

_________________
Lo tomo de aquí.
_________________

No sé si lo entiendo ni medianamente bien, pero, por un momento, de quien más pronto me acuerdo es... ¿de quién te crees?, sí, del menos pensado, de JRJ que arranca de una parecida manera, salvadas las distancias, su Segunda Antología Poética en 1923. Las azules estrellas de Eigner, las verdes de Juan Ramón, ¿o no?:

ALBA
Se paraba
la rueda
de la noche....

Vagos ángeles malvas
apagaban las verdes estrellas.
Una cinta tranquila
de suaves violetas
abrazaba amorosa
a la pálida tierra. (....)

Juan Ramón Jiménez, Segunda Antología Poética [1923], Espasa Calpe, Universal, Madrid, 1949, p. 11.


(Escribo esto hace tiempo; no sabía que la nota andaba por ahí tirada. Ahora quizá sé algo más de Eigner: la reciente edición de sus Collected Poems en cuatro volúmenes editados por la Universidad de Stanford, su enfermedad, etc.)
Más información aquí y aquí.


__________
Vagos ángeles malvas.
 «Blancura invisible» en vez de «vagos ángeles malvas». Claro. Es la diferencia fundamental. La semejanza quizá derive de que ambos poetas evocan el mismo género, el alba, y su tradición. Eigner no tiene tan cerca la mitología cristiana...ni ese color. El colorismo de JRJ. Hasta el exceso, ¿verdad? ¿Será exacto? (ser exacto también con lo subjetivo, recomendaba el maestro). No lo sé. Ese color lo que es un poco es «cursi». Ya se lo debió decir en persona su amigo Gómez de la Serna: -Juan Ramón, eres magníficamente cursi, y escribió un interesante ensayo sobre el particular. Cuando he pensado en el color -por asociación USA y quizá inconsciente deseo de equilibrio- no he podido evitar acordarme de esas tartas que a veces se dejan ver en las fiestas americanas de las películas o reportajes: tienen una supongo que deliciosa costra malva, indefectiblemente todas ellas; sin la costra de ese color no la sacan a la mesa. Aquí son ángeles. «Ay, Señor».

con pocos, pero doctos libros juntos


Esta mañana (y en medio de otras labores perentorias) leo ese verso citado en un blog. Entonces, y, como gatilladas casi al unísono, dos circunstancias, dos tiempos diversos, se me representan en el mismo repente: la una de anteayer, de cuando mi compañera Marile me está enseñando orgullosa su flamante adquisición en la local feria del libro: el tomo de la Obra en Verso de Quevedo, en la edición de Luis Astrana Marín, Aguilar, Madrid, 1932. Me lo deja manosear (la encuadernación gastada, pronta al derrumbe, pero las páginas finamente craquelantes y nítidas como corresponde al papel biblia de la colección Aguilar de obras completas. Algo caro, bastante; le han pegado un palo, vamos, pero tengo idea de que los aguilares se cotizan así o más alto). Envidia. Yo ya dispongo de la poesía de Quevedo en otras ediciones y casi completa o en la medida que cabe, pero la primera de Astrana es la primera de Astrana (¡Pobre hombre, cómo le pusieron a caldo o hecho un verdadero «tugurio de piropos» sus doctos sucesores los quevedistas modernos por ser tan sólo un pobre profe de colegio, un aficionado, sin la adecuada especialización filológica, cuando él, solito, y a su manera si quieres un tanto casera, sí, se desenterró más de medio Quevedo desconocido!). Me acuerdo de haber fotocopiado en Deusto la descripción bibliográfica de los impresos y manuscritos que figura como apéndice a su volumen para mis labores con el Caballero de la Tenaza. La segunda circunstancia es más remota, de hacia la primavera del 75: alguien nos llevaba enlatados en un 600 desde la Uni a casa, y ya no sé por qué, pues los alumnos automovilizados no eran tan corrientes por aquel entonces, y menos lo era que aquellos compañeros se ofrecieran a llevarte en el autito... ¡ah, pero, claro!, íbamos con la doña, con la novia de Quevedo a bordo («hay que saber bien quién es quién en nuestra profesión»), y eso ya era muy otra cosa: «¿Te quieres venir conmigo a Michigan?»...«Yo me voy a ir este verano». Encantadora mujer.

martes, 26 de octubre de 2010

Recuerdo de Agustín García Calvo

«...que hay algo por debajo de lo sabido»  AGC

Porque quizá deba decirse todo. Porque si este blog presume de decir lo que hay, (y si al menos hace eso, y no es que diga, claro, toda la verdad, por favor, nunca tanto, sería casi una grosería pedirme eso, no, pero sí tan sólo dice algo de lo que hay, y, pues precisamente por eso), esta tarde noto que me faltaba algo por decir. Y porque ha sido esta tarde cuando me he acordado. Había salido ya indirectamente y hace un tiempo, Lucrecio mediante,  porque fue precisamente Lucrecio la ocasión de aquella clase de lectura y comentario, -quizá alguno de los que asististeis al acto aquel todavía os acordéis, aunque haga de todo aquello ya un montón de años, pues fue a mediados, quizá primeros de los ochenta- digo que cuando por entonces viajábamos Tomás y Teresa Mingot y quien esto escribe a Soria para traernos al profesor Agustín García Calvo a Logroño para que nos diera aquella clase de comentario de texto en un ciclo del asunto. (y tras aquella balbuceante conversación telefónica: «¿Podría hacernos  un comentario de texto sobre alguno de sus autores favoritos?». «Sí». «¿Y qué método de comentario seguiría?». Noté que, nada más formulada, era aquella precisamente la pregunta tonta, la pregunta académica; pues era un cursillo muy académico aquel del Colegio Universitario de Logroño y resulta que venía una cierta cantidad de gente, también muy académica, y cada uno, por tanto, con su escuela bien aprendida. «Eso corre de mi cuenta», replicó escueto. Me sentí ridículo. «Claro, don Agustín, por supuesto». «¿...Y cuándo vendrá?». «Si os viene bien podéis acercaros a recogerme a Soria. Doy un recital con Amancio Prada»). Y allí que me fui en el coche de Tomás y Teresa Mingot, con Tomás y con Teresa. Los tres  fuimos a Soria y le recogimos. (y en aquel aparcamiento, cuando ya nos disponíamos a volver, le mencionaba una  versión poundiana de las Traquinias de Sófocles: Women of Trachis, y creo que le hizo alguna gracia).

Sí. Aquella tarde memorable y aquella noche y un breve momento del día siguiente. Sólo eso.
La sesión de comentario del episodio del De Rerum Natura de Lucrecio sobre la cuestión del "clinamen" en la física de Epicuro, aquello de

ILLVD IN HIS QVOQVE TE REBVS COGNOSCERE AVEMVS,
CORPORA, QVOM DEORSVM RECTVM PER INANE FERVNTVR...
Algo en esta cuestión también que entiendas anhelo,
que, cuando los átomos van al vacío abajo derechos,
del propio su peso llevados, en tiempo a veces incierto,
incierto lugar, se tuercen un poco del derrotero,
tanto no más que se pueda decir que mudó el movimiento (....)(1)

¿Por qué no podré olvidar jamás esa escena? Primero la lectura (¿Lectura? No. Canto (2). Cantó en latín el episodio y después leyó su traducción en verso: «...en un verso que me he inventado», precisó). Ambos momentos, inolvidables. Grabados. Sí. No en bronce. Me refiero a que alguien los grabó en una cinta que tuve, que copié, que regalé y que perdí.
Desde aquel momento, desde el momento en que escuché las dos lecturas (la del original: ¿habrá alguien capaz de leer latín como lee García Calvo? No lo sé. Lo dudo. Quizá haya algún latinista chino que se le acerque...No lo sé). Y la traducción.

...En fin, leedle.

___________________
(1) Lucrecio, De la Realidad, Edición crítica, versión rítmica de Agustín García Calvo, Lucina, Madrid, 1997, II, 216-250, págs. 146-149.
(2) Pound lee su versión del Seafarer. García Calvo lee un fragmento de coro de la tragicomedia Ismena

domingo, 17 de octubre de 2010

Creeley, si os parece





Para mis amigos, los amigos del arte (ellos ya saben), una tentativa.

Clásico

Si te sientas en esta vaga desolación
contemplas el pálido invierno gris, la colina

con esa ajada y progresiva formalidad,
 todo se hace un mismo aburrimiento clausurado

sobre la lisa laguna -oh, el joven,
oh, brindis acartonados del tiempo,
oh, inútil, desesperada fe, vacua confianza,
como apóstrofes de plúmbea virtud, mis hijos inocentes,

 ¿por qué no mejor rabia, un plan, disputas,
 y todo cuanto fueras y lo que deseaste:
 mero útil de casuales compañías; y los tuyos
fijos se ven, colgados, esparcidos

como tortura abstracta?

Un solo instante y todo cambia ya,
vida y muerte, tus dedos ayer ágiles
en un tiempo de carne se han perdido,
 la cabeza cargada, los circuitos quemados,
lágrimas baratas, nostalgias, siempre
las mismas olvidadas concesiones.



____________________
Classical

One sits vague in this sullenness.
Faint, greying winter, hill
with its agéd, incremental institution,
all a seeming dullness of enclosure

above the flat lake –oh youth,
oh cardboard cheerios of time,
oh helpless, hopeless faith of empty trust,
apostrophes of leaden aptitude, my simple children,

why not anger, an argument, a proposal,
why the use simply of all you are or might be
by whatever comes along, your persons
fixed, hung, splayed carcasses, on abstract rack?

One instant everything must always change,
your life or death, your articulate fingers lost
in meat time, head overloaded, fused circuit,
all cheap tears, regrets, permissions forever utterly forgot.



Robert Creeley «Memory Gardens»[1986] en The Collected Poems of Robert Creeley, 1975-2005, University of California Press, Berkeley, 2006, p. 271.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

La afición pétrea (Litofilia teluriana)

«...The stone is alive in my hand...» E.P., Cantos, VI

...por ejemplo, al pedernal de color gris oscuro y aceitoso o al negro, y no tanto al sílex, que es un pedernal de segunda. Ha habido veces en que, sospechando impropiedad o exceso subjetivista, les he preguntado a las geólogas amigas (Inés, maja, que ya no te veo), y no me aceptan la distinción que hago aquí entre pedernal y sílex, porque la consideran, supongo, «acientífica» y muy caprichosa: ellos y ellas los emplean como términos prácticamente sinónimos. Miro en el diccionario inglés y me encuentro con que dos de sus palabras, chert y flint, ostentan características respectivas de lo que, tan solo armado de intuición y tacto, yo siempre he llamado sílex y pedernal. Vaya usted a saber quién lleve razón. Pero así está la cosa. Bien, y se preguntará alguien, «¿pero esto a qué viene?» Pues no viene a nada. ¿O es que algo tiene que venir a algo? «Pues sí», se me dirá. «Pues aquí no», le contestaré y se acabará la discusión. Y ¿cómo aparece la cosa? Yo mismo, quizá el más interesado en el problema, no lo sé muy bien. Supongo que empezó hace ya mucho, en la infancia (donde suelen aparecer las cosas interesantes), y que una vez puestos a la faena, y en este blog, di cuenta de él en una entrada que aprovechaba cierto viejo relato-reportaje traspapelado (¿o que fue publicado antes? Ya no lo sé). Allí se hablaba del origen del interés por pedernales y otras piedras o «minerales», y que era algo que acababa por concretarse en el pedernal y sus circunstancias. Verdad es que el coleccionismo de minerales no dejaba de ser una inclinación habitual y perfectamente natural en una cierta época de la vida (los bellos cuarzos polares, las maclas de pirita, alguna blenda ferrífera sobre cuarzo formando cuevas de colores, las cuevas de las joyas, aquellas que aparecían en Viaje al centro de la tierra de Verne o Las Minas del Rey Salomón de Ridder Haggard, para citar los ejemplos sobresalientes y sus películas, claro), pero allí, en aquel relato, lo que se intentaba explicar era ese carácter monográfico del pedernal como la «piedra en sí». Su absolutismo. Y eso era y es ya lo inexplicable. Sólo recuerdo haber sugerido alguna de las sensaciones que me trasladaba (y eso sólo cuando era pedernal verdadero) como un algo intermedio entre lo animalescamente dormido y lo céreo, lo óseo y lo pétreo inerte. Esa cosa. 

Otra distinta es que se haya utilizado como una imagen en este blog: en alguna rara entrada meditativa, y también que se me hubiera aparecido en algún poema americano que he traducido (juro que ni lo busqué: me salió el verso en aquel poema de Berrigan y entonces lo vi, y caí en la cuenta después de haberlo escogido).

Pero de qué sea realmente imagen la piedra es algo mucho más oscuro,y sobre lo cual disienten los filósofos, tal y como dice el dicho, más aún incluso que las olas de la mar.

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Nota a la foto. Los viejos trillos (como algunos, que ya inútiles, decoraban a manera de mesas rústicas, los tránsitos de cierto castillo o casa rural de que se habló en algún momento) usaban como ingrediente mascador pedacitos de pedernal iguales a los pequeños que se dejan ver en la foto (el grande es un pedazo de sílex, cariñoso regalo de mi gran amiga, compañera y geóloga, Inés Moreno).


sábado, 11 de septiembre de 2010

Un león en Venecia

Aquel año me senté en la escalinata de la Dogana,
pues las góndolas resultaban muy caras,
y no estaban “aquellas chicas” , sólo un rostro,
y el Buccentoro a veinte yardas, aullaban “Stretti”,
y aquel año los travesaños iluminados, en el Morosini,
y pavos reales en la casa de Koré, o que pudiera haberlos.
Dioses flotan en el aire azur,
dioses relucientes y toscanos, regresan antes de que cuaje el rocío.
Luz: y la primera luz, antes de que rocío alguno se formara.
Paniscos , y la del roble, dríade,
y la del manzano, mélide,
por todo el bosque, y las hojas están llenas de voces,
susurran, y se inclinan las nubes sobre el lago,
portan dioses,
y en el agua, nadadoras blancas como la almendra,
el agua de plata barniza sus erguidos pezones,
tal como Poggio dejó indicado.
Vetas verdes sobre turquesa:
o: ascienden las gradas grises a la sombra de los cedros.

Mío Cid cabalgó hasta Burgos,
hasta la puerta tachonada entre dos torres,
dio un golpe con el cabo de la lanza...


Ezra Pound Cantos, III

_________________________
I sat on the Dogana's steps
For the gondolas cost too much, that year,
And there were not "those girls", there was one face,
And the Buccentoro twenty yards off, howling "Stretti",
And the lit cross-beams, that year, in the Morosini,
And peacocks in Kore's house, or there may have been.
Gods float in the azure air,
Bright gods and Tuscan, back before dew was shed.
Light: and the first light, before ever dew was fallen.
Panisks, and from the oak, dryas,
And from the apple, maelid,
Through all the wood, and the leaves are full of voices,
A-whisper, and the clouds bowe over the lake,
And there are gods upon them,
And in the water, the almond-white swimmers,
The silvery water glazes the upturned nipple,
As Poggio has remarked.
Green veins in the turquoise,
Or, the gray steps lead up under the cedars.

My Cid rode up to Burgos,
Up to the studded gate between two towers,
Beat with his lance butt, (...)

Ezra Pound, The Cantos, III, Faber & Faber, 1975, p. 11

__________________________

León de plata y premio al guión.
Merecías el oro que cortésmente
has cedido a Sofía Coppola.
Ahora, Toronto y las verdaderas estrellas.

Fuerte abrazo y enhorabuena 
Javi 

miércoles, 8 de septiembre de 2010

una llamada telefónica

Reciente la publicación de Hojas de Madrid con la galerna, último libro y hasta ahora parcialmente desconocido, de Blas de Otero, encuentro, entre los 161 poemas «rigurosamente inéditos» de que se informa en p. 28, el siguiente


Elogio de la hipocresía

El envenenamiento de la verdad
nada hay más amargo que una verdad a medias
dije el cielo está vacío
dije mi perro es triste a la madrugada
dije la historia camina en zig-zag
dije dame un trozo de página para ocultar la nostalgia
una llamada telefónica
un vendaval en las olas también mentira las palabras
verdades a medias
quién soportaría el peso de un soneto de Quevedo
la maldición de una niña
una palabra en mitad de la cara
la verdad desnuda
su cadáver envenenado
salgamos de este mundo a la alta claridad de las estrellas.


[13.3.1974]

Blas de Otero, Hojas de Madrid con la galerna, edición de Sabina de la Cruz y prólogo de Mario Hernández, Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, Barcelona, 2010, p. 377.

Lo relaciono por su tono y su vocabulario con un «diagnóstico» cultural y sociopolítico del que el poeta se sirve a menudo, a partir de un cierto momento de su obra, primero para distanciarse y pronto ya para enterrar definitivamente los restos de un pasado (por si aún quedara en 1974 alguna duda de su posición frente a la persona que pudo haber sido antes de 1949 ó 1952), los de un ambiente y unos amigos; un rechazo, digo, del que las descripciones que cito a continuación parecen cumplir la función de rastros fieles aunque quizá, para mi gusto, un tanto en exceso peraltados hacia la retórica «heroica»:

1.
«En pocos años, su entorno social -la burguesía del Bilbao de la posguerra, con sus claudicaciones, la moralidad gazmoña, la encubierta podredumbre- se convierte en una opresión insoportable para este buscador de la autenticidad. En varios de los poemas de Bilbao escritos entre 1949 y 1951 aparece la acusación de hipocresía como huella de este rechazo, pero también son la prueba de su rebelión (la del «ángel fieramente humano») contra una vida falseada que no responde ya al hombre nuevo nacido del dolor y del desarraigo. El joven Blas de Otero se abre a la realidad de un tiempo histórico marcado por las guerras y la muerte de millones de seres humanos en una hecatombe sin sentido. Para ellos será su canto, ya olvidado de las propias desdichas.»

Sabina de la Cruz en la introducción «Vida y Poesía», en Blas de Otero, Poemas Vascos, Fundación B. de O., Bilbao, 2003, p. 13.

y 2.
«Su entorno social, sin embargo, no ha variado, y es bien sabido que la burguesía fija sus estrictas normas y ampara solo a quien se doblega a ellas. Los deberes religiosos y los familiares, los amores, la profesión, constituyen un todo indisoluble que no permiten que la ruptura del inadaptado pueda ser parcial. No hay elección posible, o salvarse perdiendo cuanto había constituido su vida anterior, o perderse y aceptar la norma establecida.»

Sabina de la Cruz y Lucía Montejo en la introducción «La Vida de un Poeta» a Blas de Otero, Poesía Escogida, Vicens Vives, Clásicos Hispánicos, Barcelona, 1995, p. XIV [por razones de estilo atribuyo a la primera de las dos autoras el fragmento citado].

Pero es que, independientemente de cualquier explicación ideológica de la actitud -algo ya bastante obvio a estas alturas para el conocedor medio de la obra oteriana-, esta tarde, tras releer los versos me pregunto: «El poeta rechaza ese pasado; bien, sí, pero...¿por qué otra vez en 1974? ¿Tan tarde y todavía seguía haciendo falta?» (Lo de tarde, claro, es relativo al punto de vista temporal porque en 1974 nadie podría suponer su muerte repentina en 1979).

Leo el poema (1) en dos fases paralelas y, en la primera, entiendo que me dice que una verdad a medias es peor que una mentira porque es una verdad envenenada, es decir, que es lo más amargo; de manera que entonces también el cielo está amargo, lo está el perro triste a la madrugada, y es que la historia camina en zig-zag (quizá aluda a circunstancias que «vuelven», que parecieran olvidadas, pero que, en realidad, no es así, pues que inopinadamente regresan según su irregular, azarosa y dialéctica costumbre). Frente a todo ello se pide, se dice dame y quizá eso que se haya pedido se obtiene, pongamos por ejemplo, una pagina para ocultar la nostalgia, quizá eso sea lo que haya permitido la vuelta en zig-zag del pasado, su huella, esa página que es nostalgia o produce nostalgia o que ya llevaba ella en sí la nostalgia a cuestas, una página que era y que estaba hecha de nostalgia. Pero una página así también es distancia, sustituye una presencia inmediata, la persona misma que en su instantaneidad nos acerca el teléfono («el mar en teléfono» de su querido Juan Ramón) desde las distancias más remotas (incluidas las que separan Madrid de Bilbao), como diciendo: «si querías hablar conmigo, ¿por qué no me llamaste, para qué está el teléfono?», entre otras infinitas posibilidades. 

El segundo embate parece querer añadirme que ni tan siquiera entonces hubiera habido ocasión de diálogo porque un  vendaval en las olas, la galerna o la historia, la tuya y la mía, lo hubieran hecho imposible, y fueran cuales fuesen esas palabras, tanto las de la página como las del teléfono, tanto las distantes como las directas, todas ellas, en su esencia y por su naturaleza y en cualquier circunstancia verosímil, siempre hubieran dado en mentira como todo aquello que nace de una naturaleza corrompida es siempre mentira, o, en el mejor o «peor» de los casos, una verdad a medias, porque ¿qué puede hacer una verdad a medias frente a la pura verdad? Y aquí esa verdad, la verdad verdadera, digamos, se presenta en tres formas: la del arte, como el  poema quevediano que soberanamente insulta y al tiempo es arte (contrapuesto como página él también, pero esta vez artística y de verdad, a la otra página, la de la mera nostalgia, y que en tanto la primera es alta verdad del arte, tritura y define porque al hacerlo, y haciéndolo ya como arte, y por eso mismo, se instala como verdad); en segundo lugar, surge la niña, la que siendo inocencia y desde esa misma inocencia maldice inexorable e inocentemente, y siendo esta verdad inocente es por ello también poderosamente maldiciente en cuanto más verdadera y tanto más verdad en su inocencia, como siempre lo será (inocente y verdadera) la palabra directa y en la cara, la hiriente verdad arrojada al rostro. Todo lo demás, el nostálgico resto, será mentira, operación artificial, subterfugio y más mentira: como la de desenterrar a un muerto, algo imposible y perturbadoramente enfermo, pese a todas las nostalgias, y más muerto en cuanto falso y también más muerto aún, y más cadáver aún ese cadáver que tan vanamente se quiere resucitar tan sólo con la nostalgia...Malsana y penosa la operación. Pues no hay otra verdad que la verdad limpia y palpable, la única que nos ofrece garantía de claridad, la de un mundo no falsificado como éste, aquel que nos acerque a las verdaderas y dantescas estrellas.
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(1) Quiero leerlo a modo de «carta personal» y, por tanto, y si así os parece, de una manera muy arbitraria y nada literaria.

sábado, 28 de agosto de 2010

Ted Berrigan

Providence (Rhode Island), 1934 - Nueva York, 1983. Formación católica en Providence. Guerra de Corea; se licencia como sargento y estudia en la universidad de Tulsa. Conoce a Ron Padgett y Frank O'Hara. Se traslada a Nueva York en 1961, donde inicia una intensa, frenética, carrera de animador poético y cultural, vínculo entre pintores (Brainard, Freilicher, Katz, Schneeman) y poetas de la generación neoyorquina de los 50 y la posterior de los 60-70, entre poetas de San Francisco y los de Nueva York, británicos como Raworth, poetas "beat", del  grupo "Black Mountain" o los "Language poets"...; participa y codirige revistas como "C", Art News o Kulchur; organiza lecturas y encuentros de poesía que reúnen a Ginsberg, Blackburn etc.; escribe libros en colaboración con Ron Padgett, Anne Waldman, Peter Orlovsky... Fallece repentinamente en 1983.

Libros principales:
The Sonnets (New York: Lorenz & Ellen Gude, 1964). Living with Chris (New York: Boke Press, 1965). Many Happy Returns (New York: Corinth Books, 1969). In the Early Morning Rain (London: Cape Goliard, 1970). Memorial Day, con Anne Waldman (New York: Poetry Project, 1971). Train Ride (New York: Vehicle Editions, 1971). The Drunken Boat (New York: Adventures in Poetry, 1974). A Feeling for Leaving (New York: Frontward Books, 1975). Red Wagon (Chicago: Yellow Press, 1976). Clear the Range (New York: Adventures in Poetry/Coach House South, 1977). So Going Around Cities: New and Selected Poems 1958-1979 (Berkeley, Cal.: Blue Wind Press, 1980). In a Blue River (New York: Little Light, 1981). A Certain Slant of Sunlight (Oakland, Cal.: O Books, 1988). The Collected Poems of Ted Berrigan, edited by Alice Notley, University of California Press, Berkeley, 2005.


 (Para David)

I
 Pinzantes sus lentes. Ciertos frisos pálidos
Manos señalan un pálido friso, en la noche oscura.
En el libro de su música las esquinas se han estrechado:
Qué deba su presencia a nuestras manos durmientes.
La boyuna sangre de las manos que pretenden
un fuego calor otras manos que crezcan
¿Hay lugar en el cuarto que te aloja?
Sobre su estructurada tumba:
Aún quieren decir algo. Para la danza
y la Arquitectura.
Teje entre incidentes
Séale portentoso
Somos los durmientes fragmentos de su cielo,
Viento les da presencia a los fragmentos.


II
Querida Margie, hola. Son las 5 y cuarto de la mañana

querido Berrigan. Murió
 Vuelta a los libros. Leo
 Son las 8 y media en de la noche en Nueva York todo el día por ahí sin parar

viejas del vayámonos juntos entre callejas. Sí, justo ahora,
 Cuánto Tiempo Más Seré Capaz de Habitar el Divino
 y hace un día gris claro que pasa a verde
 femenino maravilloso duro

veo elevarse el sol por entre dársenas
para escribir cuerpo de cinta adhesiva en un cuaderno

tomé 17 miligramos y medio
Querida Margie, hola. Son las 5 y cuarto de la mañana
follando hasta las 7 ahora llegará tarde al trabajo y yo
con 18 y las manos temblorosas cómo me las arreglo

  


Que Ningún Destino Voluntario Malinterprete

Cuando veo Abedules pienso
en mi padre, y puedo verle.
Gastaba un par de zapatos negros y un par de zapatos marrones,
comprados cuando era joven y próspero.
«¡Y lustraba esos zapatos también, tío!»
«La Tierra es el auténtico lugar para el Amor»,
solía decir. «No sirve,
pero es mejor que nada».
Somos carne de nuestra carne,
Oh, sangre de mi sangre; y nosotros,
 nosotros tenemos un Pijama exclusivo; y todo
 el día y toda la noche es un sueño, ignorantes de
que pese a toda su sangre, El Tiempo es el Papel
de Lija; que la Piedra puede quebrar; que
La Distancia es como la Traición. Algo
 Hay que no ama a una pared; Yo
soy ese Algo.
 


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I
His piercing pince-nez. Some dim frieze
Hands point to a dim frieze, in the dark night.
In the book of his music the corners have straightened:
Which owe their presence to our sleeping hands.
The ox-blood from the hands which play
For fire for warmth for hands for growth
Is there room in the room that you room in?
Upon his structured tomb:
Still they mean something. For the dance
And the architecture.
Weave among incidents
May be portentous to him
We are the sleeping fragments of his sky,
Wind giving presence to fragments.


II
Dear Margie, hello. It is 5:15 a.m.
dear Berrigan. He died
Back to books. I read
It's 8:30 p.m. in New York and I've been running around all day
old come-all-ye's streel into the streets. Yes, it is now,
How Much Longer Shall I Be Able To Inhabit The Divine
and the day is bright gray turning green
feminine marvelous and tough
watching the sun come up over the Navy Yard
to write scotch-tape body in a notebook
had 17 and 1/2 milligrams
Dear Margie, hello. It is 5:15 a.m.
fucked til 7 now she's late to work and I'm
18 so why are my hands shaking 1 should know better
 

 Let No Willful Fate Misunderstand

When I see Birches, I think
of my father, and I can see him.
He had a pair of black shoes & a pair of brown shoes,
bought when he was young and prosperous.
"And he polished those shoes, too, Man!"
"Earth's the right place for Love,"
he used to say. "It's no help,
but it's better than nothing."
We are flesh of our flesh,
O, blood of my blood; and we,
We have a Night Tie all our own; & all
day & all night it is dreaming, unaware
that for all its blood, Time is the Sand-
paper; that The Rock can be broken; that
Distance is like Treason. Something
There is that doesn't love a wall: I
am that Something.


TB, [The Sonnets, 1963, A Certain Slant of Sunlight, 1988] The Collected Poems of Ted Berrigan, edited by Alice Notley, University of California Press, Berkeley, 2005, pp. 29 y 609.

lunes, 16 de agosto de 2010

Orfeo. Otra vez.Che puro ciel

Una referencia al Orfeo ed Euridice de Glück señalaba a un viejo vinilo del año 82. Ahora encuentro algunos fragmentos de esa grabación en el siempre socorrido y desbordante youtube. El coro de las furias y el Aria de Orfeo del acto II me siguen gustando. La representación que ilustra los vídeos (y que en la fotografía en blanco y negro que copié entonces quedaba aceptable) se me hace, en este momento que la veo con la música, bastante sosa: ¡esas larvas y esas furias reptantes!; ¡hasta la misma Janet Baker lleva la lira como si fuera una carpeta de apuntes...!
En ese caso, miren a otra parte y escuchen sólo la música...si no les distrae algún pectoral despierto en cierto quitón jonio de las chicas del coro y les mete de lleno en los Elíseos. Y si resulta que tampoco les gusta la música, pues...piensen entonces que esta entrada sólo pretende perfilar una información incompleta de cierta otra que en su momento contemplaba algunos caprichos personales de media tarde. Como ahora.
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Si pretende escuchar el coro de furias, el curioso y melómano lector deberá ir al final de la primera grabación (minuto 9:50-10) y seguir con el principio de la segunda.
 Me paso una temporada después de escrito lo anterior y han desaparecido los vídeos seleccionados en primera instancia. Me consuelo con el de "Che puro ciel". Esperemos que se mantenga.

sábado, 17 de julio de 2010

...y el Metro, claro.

Sobre todo, por esa espectacular promiscuidad, esa cualidad que tiene de renovar el panorama humano cada dos o tres minutos y que parte del número precisamente consista en la aproximación inverosímil, o, como diría un teórico de las vanguardias, eso de que se junten en la misma mesa de operaciones un paraguas y la máquina de tricotar de tu tía Mª Luisa. Quiero decir que de repente se te aparece un nutrido colegio o excursión de negritos dirigidos por una larguísima, esbeltísima y lánguida walkiria de trenzas casi albinas y ojos azules claros (uno de los negritos, impecablemente vestido de uniforme de colegio alemán -o algo así, interpreto yo- y que es además el más guapo del grupo, se me sienta al lado y me sonríe y se mira los calcetines rojos y el zapato impecable y vuelve a sonreír). Se van y entra otro negro, de unos 25 años, bailarín cubano, poderosamente americanizado (¿vendrá de Miami?), que discute una coreografía con un nativo, de Alicante quizá, tal lo supongo por la conversación que entreoigo, y que además procura ilustrarle con mímicas aproximaciones sonorizadas los cuadros y sus dificultades: es una clase de prosodia de la danza, y el cuerpo esta vez es largo y elástico y culebrea rítmicamente para hacerle ver a su compañero español el punto exacto del logro y su intríngulis. El bailarín cubano es un experto o, si no, un aprendiz de alto nivel que ejerce papel de maestro ante su compañero peninsular, quizá un poco más joven.
Y así multitud de escenas, siempre dispares, únicas, inimitables y, a la vez, entremezcladas con la normalidad de los tipos soñolientos que van a la oficina inmersos en su gran tomazo de novelón histórico o tocho bestseller, manoseado y a veces forrado de papel de periódico. ...Y las piernas, ahora que es verano. Sí, digámoslo todo: las piernas femeninas aparecían mucho y constantemente, casi siempre a favor del espectáculo, quiero decir que eran piernas o pies bonitos y por eso se enseñaban; había también otras, no tan bonitas, y que por la cosa del calor también se enseñaban, pero eran las menos. Largas y estilizadas; llenitas y contundentes y a la vez proporcionadas (las mejores; al observador no le gustan esas piernas de modelo escuchimizada porque le dan dentera; antes que eso prefiere unas buenas piernazas contundentes). En general se agradecía el muestrario piernil de las 8,30 de la mañana. A veces venía un grupo adolescente de turistas americanas, cotorreando un gangoseo evidentemente USA, que trasladaba la sensación de que fueran mucho mayores, algo como si, en vez de adolescentes, fueran señoronas de edad hábilmente disfrazadas de jovencitas,  gargarizando insaciables mientras laboran ganchillo, y no, eran unas chavalitas americanas de vacaciones, blancas, rubias, morenas e hispanas, todas juntas, en su invisible jaula propia y mezcladas con los demás. Esa mezcla, ese juntamiento, esa confusión aglutinante y diversificadora, esa humanidad sucesiva que se va ofreciendo a la vista cuando se viaja en el Metro.

jueves, 15 de julio de 2010

Calorímetro de Madrid

Bajo los toldillos romboidales y arábigos de las calles aledañas a Puerta del Sol, trapitos que te protegen algo, más bien poco, de ese horno brutal que presta nombre a plaza y barrio o de la socarrina de aquellas otras barriadas de más al norte (calles con nombres sonoros y castizos como Valderrodrigo y otras que recuerdan al jesuita expulso Juan Andrés). Y en todas partes siempre ese calor. Ese  picor calenturiento, la sensación como de que se te fueran friendo los brazos si los sacas de la zona sombría, tan providencial y rarísima. Es imposible dar dos pasos sin caer derretido. Solarizado sobre el pavimento como en Hiroshima. A falta del tan ansiado y placentero granizado de limón (un placer del que ya se habló otro verano y en otra ciudad populosa, un placer, digo, tan breve pues que se produce por la misma instantaneidad del trago: el hielo limonero tiene que circular por el gaznate con la exacta densidad requerida para que se produzca el efecto: «no bebes, tragas; no comes, devoras», dicen lenguas afiladas; pero qué injustas que son: no conocen la necesidad perentoria, el grado de ansia que el calor asfáltico, ese cocimiento de las ciudades en el verano, genera en las gentes que venimos del frío). A falta del cotizadísimo granizado de  limón auténtico (sólo he logrado catarlo en un local imprescindible de Madrid: La Buñolería modernista de San Ginés; sí, la de Luces de Valle, que ahora ya no es «un antro apestoso de aceite»; al contrario, es un frío templo piadoso consagrado a proteger del calor al viandante, donde, gracias a su magnífico sistema de aire acondicionado -o ¿de qué maravillosa magia fría se sirven?- y a sus mármoles que tapizan casi todo el interior, es posible liberarse por un momento al menos, como si te introdujeran en alguna cámara aislante, de la calentona hostilidad  del aire callejero); pues, si es así, y no encuentro granizado, entonces ya, en la desesperación, me tengo que conformar con las cañas de Mahou, ésas que expenden en el todo Madrid, y prácticamente en cualquiera de sus establecimientos. En fin, que el granizado, en tales circunstancias,  es natural que alcance valores de poción  toodopoderosa, capaz, si la dependencia  nos priva del sentido común,  de avasallarnos a traición hasta hacernos pagar por ella horribles precios  usurarios, de los reservados  tan sólo para el guiri gangoso y que son tortura moral del nativo desprevenido y que ni tan siquiera se ha envuelto en el paño de La Roja.

viernes, 2 de julio de 2010

Enhorabuena, Álex

 
Pocholo,


Ya eres Premio Nacional de Cine. Todo pasa tan revuelto, ¿verdad? Lo malo y lo bueno, todo tan de repente y todo siempre mezclado. Estarás hecho polvo y sin dormir porque no llegas a tiempo para acabar el montaje y poderla presentar en la Mostra de Venecia. Con este empujón seguro que llegas. Algo tarde, pero todo acaba llegando. Llega sencillamente lo merecido. 

Un infinito abrazo de tu orgulloso hermano
Javi

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Nota a la foto: No encuentro otra. No iba a poner una de las de internet; es verdad que están algo más actualizadas. Casi todas las fotos que tengo son diapositivas y no encuentro manera de trasladarlas al ordenador. Sólo encuentro esa foto de un día de Reyes. Valga la bici como metáfora del Premio.

In meine Heimat


Al discípulo en Sais, al bravío liróforo in partibus In Meine Heimat...


Brahms, Tercera simfonía, tercer movimiento "Poco Allegretto"
Filarmónica de Nueva York, dir. Leonard Bernstein.

(ya mencionado en alguna ocasión, y recordado esta tarde gracias a una sugerencia de lectura).



Siempre ha habido una realidad secreta en el universo, más preciosa y más profunda, más rica en sabiduría y alegría que todo cuanto ha hecho ruido en la historia. Esa realidad está muy cerca del fondo mismo del hombre, de modo que los contemporáneos no pueden percibirla nítidamente; pero la historia, en su verdad suprema, da a la posteridad unas imágenes de ella que son claras y cargadas de advertencias...
Achim von Arnim

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Ilustración: Cecilia Gallerani, "Dama del armiño", según Leonardo da Vinci.
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Esta entrada contiene un par de comentarios que no quieren dejarse ver. Donde dice "0 comments" debiera decir "2 comments". Hay que desenterrarlos. Misterios egipcios de la técnica.