sábado, 24 de mayo de 2008

Camillo Sbarbaro, " Yo te espero al volver..."

Lo había leído en la antología italiana de Crespo. Volví a leerlo, tiempo después, y entonces retoqué esa versión (Crespo fue magnífico traductor de Dante, de Pessoa, etc. y gran poeta él mismo): "ardite" no me sonaba natural y lo sustituí por un más accesible "pimiento". Pasó un tiempo y una vez más (y ésta en público) lo leí en un acto escolar de lecturas que pretendía animar a los alumnos hacia un cierto contagio del gusto de leer poesía. Para entonces ya había pedido toda su obra accesible en italiano... pero en ese momento estaba agotada. Debió de ser antes del verano del año pasado, poco antes de junio de 2007, precisamente cuando Garzanti reimprimía la edición del 85 de Scheiwiller.
El otro día, en clase, leí los diez poemas de la selección de Crespo a una alumna que se mostró inusitadamente interesada ("Siga. Siga. ¿Tiene más de ésos...?") y, claro, aquella misma tarde, volvía a pedir el original vía internet y en esta ocasión ya hubo suerte.


YO TE ESPERO AL VOLVER DE CADA ESQUINA

Yo te espero al volver de cada esquina,
Perdición. En los ojos voy buscándote
de todas las que pasan...
Me paro en las barracas de las ferias
a ver a la mujer de la serpiente,
a la chica que vuela...

¡Oh el deleite de dar todo por nada,
de que importe un pimiento
esta vida que es todo nuestro haber!

La que ha sido de todos, la de risa
fácil que no comprende, aquella que
con un meneo de hombros y caderas
dentro todo mi mundo me disuelva,
la que es más despreciable porque ignora
su poder,
pido que en mi camino se atraviese.

Lo mismo que un mendigo que, llegado
a la orilla del río, carcajeándose
la única moneda que posee
arroja, yo por ella arrojaría,
riéndome, mi vida.

(De En voz muy baja [1914].Versión de Ángel Crespo)

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Io t'aspetto allo svolto d'ogni via, 
Perdizione, ti cerco dentro gli occhi
d'ogni donna che passa... 
Sosto dai baracconi nelle fiere
a guardare la donna del serpente, 
la fanciulla che vola... 

Oh la gioia di dar tutto per nulla! 
di tenere in conto d'una paglia 
questa vita che é il solo nostro bene! 

Quella che tutti ebbero, che ride 
facile, e nos capisce, quella che
con un crollar di spalle e un muover d'anca
 

dentro tutto il mio mondo mi dissolva, 
quella più disprezzabile che ignora
la sua potenza,
io prego che la strada m'attraversi. 

Io come il mendicante che venuto
sulla sponda del fiume, sghignazzando
 

l'unico soldo che possiede getta, 
per lei la vita getterei ridendo.

Pianissimo [1914].


CAMILLO SBARBARO 

Nació en Santa Margherita Ligure en 1888. Vivió casi siempre en la Liguria, donde trabajó primero en la industria siderúrgica y, luego, enseñando griego y latín y recogiendo musgos y líquenes, género este último del que llegó a ser un especialista de fama mundial y del que descubrió ciento veintisiete especies. Colaboró en La Voce y en Lacerba pero no frecuentó los ambientes literarios. En 1951 se fue a vivir, en compañía de su hermana, a Spotorno, donde murió en 1967.
Su poesía en verso se encuentra en el volumen inicial Resine (1911), en las tres ediciones de Pianissimo, aparecidas en 1914, 1954 y 1960, y en Rimanenze (1955). Su aún poco estudiada poesía en prosa fue apareciendo en una serie de opúsculos entre los que se cuentan Trucioli (1920), Liquidazione (1928), Scampoli (1960), Gocce (1963), Contagocce (1965) y Cartoline in franchigia (1966). Abundantísima y de una extraordinaria calidad es su serie de traducciones de Pitágoras, los trágicos griegos, las obras latinas de Giovanni Pascoli y muchos de los principales novelistas franceses de los siglos XIX y XX (Barbey d'Aurevilly, Balzac, Flaubert, Julien Green, Huysmans, Martin du Gard, Maupassant, Montherlant, Stendhal, Villiers de L'Isle-Adam, Zola y algunos más). [Nota de Angel Crespo, Poetas... pág. 97].

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Angel Crespo, Poetas italianos contemporáneos, Círculo de Lectores, Barcelona, 1994, pág. 104.
Camillo Sbarbaro, L'opera in versi e in prosa, a cura di Gina Langorio e Vanni Scheiwiller, Garzanti, Milano, 1985...2007(3), p. 52. En la edición de Pianissimo de 1960 se retocan las estrofas tercera y cuarta: "Quella che tutti ebbero, che ride/facile, che d'un muovere dell'anca/dentro..." y "Io come il mendicante che a dispregio/l'unico soldo...getterei; per meno" p. 80.
Leo en el blog de Enrique Baltanás unas versiones de las notas más aforísticas de los Fuochi fatui (1956). Cf. Camillo Sbarbaro, L'opera..., pp. 417-532.

jueves, 22 de mayo de 2008

De bronce

Sicut aquae tremulum labris ubi lumen aënis
sole repercusum aut radiantis imagine lunae
Aeneidos, VIII, 22-23


El vaso de agua roza unos labios encendidos y entre la lluvia nos ilumina con su sed: bebemos para apagar un ansia de aire, el deseo, el hueco cada vez más hondo, y el vaso de agua que bebemos no se consume, cae al pozo otra vez, y el aire que nos ahoga pide más sed, más aire, más agua. El aire que bebemos y el que nos falta, el agua en el vaso que nos ahoga, pide más hondo, más dentro échalo hasta que ya nos apague y se gaste; y llueve, otra vez llueve, se oye en los cristales como el freírse en la sartén del agua y sus chispas en el aceite. Quiero vivir de un aire que no arda en los labios, beber de un simple vaso de agua clara.

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El sábado pasado puse algo que no era exactamente eso, pero se le parecía bastante. Después fui a un concierto (atendía aficiones ajenas pero próximas; la cosa es que fui). Andrei Gavrielov debió ejercer su virtuosismo a conciencia, y el programa (Chopin, sonata 2, op. 35; Rachmaninov, Preludios 12, 6, 5 y Prokofiev Sonata 8) lo favorecía según un amigo experto ("Es un monstruo, aunque siempre buscan el repertorio efectista"). A mí me pareció que aporreaba en exceso, pero yo no sé nada de pianistas. Mientras tanto, situado en las alturas proscénicas de una localidad de preferencia del Riojaforum, a unos cuantos o bastantes metros del patio de butacas, como subido en algún globo y ante una minimalista tira de acero frente al vacío y contemplando muy a lo lejos al pianista en miniatura, sentí vértigo, un vértigo enloquecedor que me pedía volar sin alas por aquel gigantesco cubo de aire ocupado en aquel momento por las notas rusas. En vez de eso, me limité a consumir una cerveza carísima en el entreacto y resistí hasta el final. Vuelto a casa retiré el texto (quizá por el vértigo) que ahora repongo. Entre que lo quitaba y lo ponía, lo copié en un cuaderno donde había recogido un pasaje de Virgilio que habla de que la incertidumbre de Eneas se parece a "como cuando, en un vaso de bronce, la superficie iluminada del agua removida refleja el sol o la imagen de la luna radiante y esos reflejos recorren toda la estancia y hieren los altos artesonados del techo" (versión de Vicente López Soto).
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Nota a la nota:
Pues sí, ahora caigo. Que la imagen de Virgilio me llamara la atención no es tan casual. Véase la entrada Luces de hará un par de años.

miércoles, 14 de mayo de 2008

Fronteras

Pero independientemente de lo que se recuerde, es decir, de lo que uno mismo sea para sí mismo (el material disponible, el dinero de bolsillo), hay necesidades especiales que a algunos les empujan a un cierto hacer que se parece a "llevar algo hacia adelante". Ese algo nunca se sabe a ciencia cierta muy bien qué es lo que sea, ni en qué consista, cómo se coma (y ésa es su garantía de legitimidad y su peligro). No tiene nombre; llamarlo literatura o, mejor, poesía, no tiene para el arriero de la faena demasiado sentido, y saberlo podría actuar más bien quizá de obstáculo. Vista la situación desde fuera, uno bien puede ser lector, aficionado a la literatura y la poesía, especialista (¡qué espanto!) o incluso profesor (¡horror de sólo pensarlo!). No. Desde dentro nunca se ve nada fijo. Y parece que ese mismo no ver nada concreto, quieto, ningún hilo, ninguna cerca o límite sino vagas posiciones o postes siempre móviles, algo que podría configurarse cada segundo posible de un modo distinto porque todas las posiciones se están modificando constantemente (malo si las aceptas como quietas o fijas), es lo esencial. Y sólo funciona cuando el panorama se aproxima a esa constante modificación de las fronteras y los límites.
Tensar esos límites, usarse en el instante, ver qué sucede con lo que está pasando, adónde va, qué es lo que puedo usar como lo que sé cuando no sé nada como si realmente no se pudiera saber nada en absoluto. Ese modo por el que querer salir del propio laberinto penetrando en otro mayor pudiera resultar que fuera la única salsa de la vida. Eso creo. Así es que entonces una figura neoplatónica del alma (su vehículo, el ójema) encontrada en los personales rebusques literarios (los trasfondos gnósticos de alguna poesía moderna) y reastreada como objeto en sí, como una pista autónoma, se puede recuperar en cualquier situación o momento, como por ejemplo en un instante de mal humor durante una clase, evocado y arrepentido; se puede recordar a través de la música o de un libro enganchado a un mes de octubre del 72.
Lo único que haces, en definitiva, es lo único que puedes (lo único que debes): buscar algún camino por entre el oscuro barullo invisible (sound and fury) de la selva cotidiana. Sin reglas ni normas. No veo otra vía practicable con un algún sentido a estas horas.
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[Se me invita sibilinamente en un comentario (o yo me invito) a compararme. Ahí va]

¿UNA POETICA PARA LOS NO INVITADOS?
Dar nombre y dar valor es para nosotros dar realidad a lo que ya la tiene sin necesidad de nosotros. Nuestra presencia es gratuita ante la naturaleza: la de invitados desagradables. Aprendamos a reconocer la gratuidad de esta nuestra presencia en torno a las cosas. Aprendamos a ser un objeto menos discordante con el paisaje, disolvámonos en él, seamos el paisaje.
La poesía, esa orla, el vicio, la manía recalcitrante y sin sentido, podría ser el medio (ni mejor ni peor que otro) para tal tarea.
Es decir, hablo de poesía (¿se me entiende?), hablo exclusivamente del árbol y la piedra que nunca alcanzaré, del árbol y la piedra que persigo desde siempre, tan inasequibles al nombre como a la mano. Hablo por hablar. Sabios hay que te sabrán decir por qué estas cosas de las que intento dar explicaciones han ido adquiriendo esta forma pública y no menos pudibunda. No interesa.
Sí, en cambio, la gratuidad y el sin sentido de este tipo de entretenimientos; los momentos en que la palabra que de nada vale, se mueve sola, quiere y no quiere ser la cosa, deja estar su regreso en una intermitencia de estar y no estar, la inminencia de lo no sabido, el momento del juego. Sólo hablo de esos segundo en los que todo está allí y ni siquiera la conciencia de que esté es suficiente, sino que algo debe buscar a algo con la necesidad de una caída por la ventana. Eso nunca lo pagará el poema, pues nadie habla realmente de lo que no sabe. ¿Qué hacer, entonces? Me apetecería poder llegar a no saberlo nunca. ¡Hay tanta gente que sabe, tanta gente que sabe tanto, tanta gente que sabe qué hacer! Tanta, que casi pudiera parecer un lujo delicioso proponerse obstinadamente no saber nada hasta adquirir casi, casi, estado beatífico. Compañero que esto lees, propala la nueva por calles y plazas.
Pero conviene que aquí se hable de algo, de poética, por ejemplo, y así el oyente y posible lector sepa a qué atenerse, quién habla, de qué habla, por qué habla. Conviene que les -diga las normas, los principios, qué quiero, qué me pasa. Todo ello sería muy interesante si lo supiera, pero no lo sé, y además se me ha olvidado. ¿Una temblorosa inconsciencia entonces la figura? Tampoco es eso.
Como tampoco la máscara pedida y gustosamente ofrecida, las bambalinas y hasta las butacas gratuitas a satisfacción del mayor número posible de peticionarios, del número menor de los suscritos o su parentela hembra. Seamos respetuosos con la liturgia.
Conviene que de algo se hable. De la fotografía en que un infante obnubilado mira fijo al cristal de su ventana. De un retrato rasgado. Del ojo que miraba a través del largo tubo, de la larga caña que busca al ojo por el largo tubo. De la diminuta colina en llamas. De hedor de la fábrica de colas junto al río.
De un repetido ruido de ascensores y teléfonos. Del delicioso frío del filo del cristal sobre el labio. De plazas con un sólo árbol en el centro. Del olor del silex raspado. Del monigote que sostiene ufano su pedernal como un trofeo.
De ascensores, más ascensores. Del óculo vano en la fachada de la catedral al doblar la esquina de la calleja. De la zangarilleja y sus párpados. Del pavimento azul que sostiene al banco público y al rojo insecto amoroso sobre la madera verde. De la calle maldecida y única.
Del pavimento rojo y azul ajedrezado con cánticos y desfiles. De largo pasillo, largo tránsito, en el piso último y prohibido, abarrotado de ropas apiladas y muebles polvorientos. De la campanada en el patio de las basuras. De la libélula sobre la piedra. Del ojo en el aire. De lámparas. De alfombras y manteles quemados. De Tannhäuser desde el coro. De poética. [Logroño, 1986]

martes, 13 de mayo de 2008

Aposiopesis

...o reticencia. Silencio tenso. "Y aquel día ya no seguimos leyendo más" (Quel giorno più non vi leggemmo avante) y los puntos suspensivos adecuados. Como si fuera ahora mismo cuando suena otra vez (ya sabéis; me puede) el caballero Glück y su alter-ego Orfeo (véase) y entonces me acuerdo, sí, que es que me acuerdo (¿verdad? Esto sí es una enfermedad de las buenas) y Orfeo me lleva, me arrastra de la voz de la Baker (Janet) con su puro ciel, che caro sol, che nuova luce y entonces (ya está otra santa vez, otra, como en el mismo Salón Rojo de música del Santa Cruz, sí, como allí otra vez) y entonces sí que uno se engancha a su propio ójema de primera, no al de imitación, al bueno-bueno (sí, que va uno y se enchufa en directo al puñetero Cuerpo Primordial -¿pasa algo?-, al mismo y jodido augoeidés, dicho quede) y, claro, entonces se cuelga, ay, se queda como aquellas otras veces, con esa misma cara de tránsito, un momento solo, una cara como de annnng... un rato, un siglo.
Y vuelvo otra vez (y ya no hay tiempo) a cuando leía en el estudio de pintura de casa, octubre 72, ayer, ahora, El Quijote como obra de arte del lenguaje, sí, el de Helmut Hatzfeld, sí, por una vez va y resulta que es un arrastrado libro de estilística, de filología, y que puede, en las debidas circunstancias de fiebre y gripe y mezclado con el olor inolvidable del aguarrás, puede eso, diventare delicioso, puro placer mental y casi físico (ah, la fiebre) y veo aquel tomo del Quevedo, el de Planeta, gastadísimo y su rombo dorado del lomo prácticamente borrado de tamaña soba. Ese mismo año (Valladolid alejándose) convaleciendo de algún catarro gigante, de alguna gripe, tirado en la cama del estudio, recuperándome ¿de qué? ¿de Valladolid? y volviendo a la vida (¿a la verdadera? ¿o a alguna otra? quién sabe) y aquí abajo mismo tengo el libro (lo había olvidado y me ha venido a ver), me apoyo en él, todo raspado el pobre de marcas de lápiz y rotulador rojo, destrozado, masacrado y leído de veras, sorbido como sólo entonces...

Che mai dell'Erebo...
Out of Phlegethon...

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Para los conceptos griegos transliterados se puede consultar con provecho (a falta de la edición de Dodds, Elementatio Theologica, Oxford, 1933) Proclo, Elementos de Teología, traducción de Francisco Samaranch, Aguilar, Buenos Aires, 1975, §§ 184-211 (sobre todo § 209). También la nota 48 a X, 13, pp. 128-129 de Hermès Trismegiste. I. Poimandrès. Traités II-XII, en Corpus Hermeticum. Tome I, Texte établi par A.D. Nock et traduit par A.J. Festugière, Belles Lettres, Paris, 1972. Explicaciones en interesante contexto aviceniano se hallan en Henry Corbin, Cuerpo Espiritual y Tierra Celeste. Del Irán mazdeísta al Irán Chiíta, Ediciones Siruela, págs. 116-120.

domingo, 11 de mayo de 2008

Apostilla sobre paréntesis...





...(o interpolaciones griegas).

[Comentario sobre el particular a la entrada "Voces", desplazado aquí porque, si no, quizá no lo leyera nadie y tampoco vamos a ser tan puristas]

Seguramente debería pedir disculpas por mi empleo de los paréntesis. Cuando el artificio inútil es la premeditada intercalación de dificultades, en este caso para con el sufrido lector, exige el tipo de correctivo de quien nos está metiendo un dedo en el ojo entre sonrisas, y como norma de buena educación haría bien en suprimirlas. Y si tal hiciera, haría lo correcto. Pero a mí me parece que el blog no debiera hacer lo correcto, lo bonito, lo resultón o lo informativo. Escribo para unos cuantos amigos que me conocen, o ésa es la ilusión que me hago, y para otros pocos que no me conocen de nada pero que se interesan, y si existe ese milagro se constituyen ya entonces por ello en los hermanos de sangre del blog. A esos dos grupos me dirijo. Quizá sean tres o cuatro personas. Los demás son libres de proyectar en sus blogs el despliegue de corrección que su libertad les pida, y podrán ser discretos, ingeniosos, simpáticos y mundiales. Bienvenidos sean todos. De lo que yo puedo hablar es tan solo de mi caso. Y en mi caso más bien de lo que sencillamente se trata es de que me sale esa escritura parentética, que me sale así al ponerme a escribir, que escribo así cuando improviso. Y no hay en ello gana alguna de fastidiar a nadie. Pongamos el caso inverso, el del texto impecable, y desparentetizado, el fruto del concienzudo trabajo de producir un efecto "agradable", pues en ese caso, y desde el punto de vista desde el que se escribe este blog mío, no creo que hubiera nada peor, nada peor que eso de escribir con las ganas de...lo que fuera. Este blog no pretende tener ganas de nada en especial. Sale como sale, y así sale, el pobre. Alguien diría: "claro, como todos, pero los hay que no se ponen bordes con los paréntesis". Bien. Pues de todo tendrá que haber en la bodega de internet.

Cariñosos saludos, pues, al público lector desprejuiciado respecto de paréntesis y otras peculiaridades.

Pero si me pongo a pensar el porqué de semejante "vicio", cuando, por ejemplo, escribo:

"Alguien preguntó (pero ¿es que no se puede preguntar, es que la pregunta -seña de libertad- va a estar prohibida?) mal"

pues ya sé que cometo una incomodidad flagrante en el empleo del paréntesis para quien sólo desee una cómoda lectura, y yo, desde ahora mismo, le pido perdón por ello y, en ese caso, le agradecería que dejara de leerme en este preciso instante, que dejara de leer ese texto, éste y todos los demás que no sean éste. Cuando escribo así, y si es que me puedo ver a mí mismo, lo hago porque recuerdo la pregunta de que se trataba y, a la vez, también la intervención de otro sujeto escandalizado, es decir, otra voz, que coincide con lo que encierra el paréntesis, una voz algo bobamente escandalizada por la explosión operística de la que se hablaba en la entrada y que se yuxtapone a la del hablante, al que se retorna para contemplar el efecto negativo ralentizado que la tal pregunta hizo en su momento, o sea: "mal", un tanto tensada en esa cola del pan de las preguntas "utilitarias".

En cualquier caso, y respecto a ese rasgo genérico de mi blog y, en su compañía, de todos los demás "rasgos" convenientemente odiosos, ya lo siento si es que resulta causa de molestia para con el bienestar del paciente lector. Por las razones antedichas y, sin ánimo "vicioso" previo alguno, se procurará racionarlo en la medida en que el tal racionamiento sea compatible con la debida espontaneidad, que no manía.

jueves, 8 de mayo de 2008

No

[cita sin autor en algún cuaderno]


Cuando dices no, consagras la santidad negativa: el admirable momento crítico. Sigues vivo y no te sometes a lo falso. Pero si sólo niegas, empujas sin querer a favor de la muerte. Mientras matas lo falso vas adquiriendo algo de esa misma muerte que combates. Te quedas con las carcasas.
Parece que falte lo esencial: anuncias, por ausencia (lo que sí no es la inversión de lo que no; ojalá lo fuera), una vida auténtica que vendrá, por liberación de obstáculos, y tan solo la prometes. Invéntatela rápido para que esa muerte perfecta (justa y benéfica) que en esos momentos te posee no acabe secándote por dentro. Invéntate ya esa vida que implicas tener a mano por contraste (y te creo, aunque la que demuestres tener bien afilada sea la pura negación). Úsala, úsala como trampolín para afirmar, para querer (lo que amas es tu herencia verdadera), o resígnate a seguir muriendo con esa impecable integridad, con toda la razón y la lucidez de tu lado, con las manos vacías.

miércoles, 7 de mayo de 2008

Voces

Dietro i rossi vetri, voci rauche gridavano:
--Midolla e sangue per lunghe sorsate d'oblio!
Il prezzo è questo dei sogni più belli!--
Entrai allora coi miei Peccati nella bettola
della mia carne!...
Bettola araba? taverna indiana?... Chi sa?
Certo è che la foia affocava quell'antro
e il rimorso ne scrollava le mura!...

FT. Marinetti, Distruzione. Poema Futurista. 2

Esta mañana me escapé de mis casillas, me salí de las madres. Había enfocado el día con la mejor intención. La de aguantar el peso de la jornada más correosa de la semana: la del miércoles. Pasar por toda la serie de las horcas horarias sin hacer ruido, desapercibido, cataléptico, normal, "como lo de siempre". Pero debía tenerla jurada en alguna de las zonas; algún diabólico decano me había asignado la casilla mala y a la primera de cambio tropecé y caí. Alguien preguntó (pero ¿es que no se puede preguntar, es que la pregunta -seña de libertad- va a estar prohibida?) mal, la pregunta en mal momento salió desviada, peraltó y me crismó en la paciencia, me desencuadernó a resultas y las partes se me fueron solas por sus esquinas y un haz de luces rojas y latidos cerebelosos (bum, bum) aconteció y dije cosas, sí, las dije, alcé tonos, casi musiqué, me deslicé...

Deslizarse no está mal si la pista es la prevista. Pero yo me deslicé por un aire torvo y malsano, en el que la pasta blanda de las paredes hacía eco sordo, ensordecido, barato, enguatado, a cámara lenta chapoteando en el barro. Me oía desbarrar yo mismo como si estuviera desprendido y levitara. La pregunta tan solo había sido torpe y a trasmano. En otras épocas uno se podía sentir insultado por menos. Pero ahora ya no. No se lleva. Ahora suelen acorcharse muy oportunamente las entendederas para tales emisiones y longitudes de onda. No se oyen. Pero el ruido, la atención escasa... El texto lorquiano que se comentaba ya estaba preformado, precocinado y predigerido. Un sobreempuje, algo más allá de lo consabido (¡error!). ¿Por qué no? En medio de las reconvenciones dirigidas ya por hábito a un sector lateral, donde la pandilla de siempre trapicheaba noticias frescas de la víspera en poderoso bajo ostinato, y de los siempre vanos intentos por hacerse oír, tanteé una interpretación del fragmento (aquel de la madre de Adelaida y sus oscuros orígenes) que los apuntes al uso no recogían (era una posibilidad, una variación), pero entonces el puñetazo me alcanzó el mentón acústico con el pie cambiado; escuché algo sobre la utilidad de inventar explicaciones que a nadie interesan ni si al cuento que nos trae vienen o van ni a otro cuento cualesquiera... (¿Era ésa la pregunta? ¿La del a cuento de qué o para qué? ¿La pregunta utilitarista?).
No debí entender bien. Metí la marcha y dejé correr el vehículo (ὄχημα) con la velocidad famosa de Samotracia y...

¡Qué lento e inútil es todo eso de arrepentirse...!