miércoles, 24 de junio de 2009

Caras


A veces, por la mañana (porque esto sólo pasa por la mañana), cuando acudes con el carrito al súper dispuesto a cumplir la faena cotidiana, te fijas en la gente. No pasa siempre: lo habitual es que adoptes el mecanismo automático: no te fijas en nadie o la gente pasa por delante o al lado de tu carrito sin más; es gente homogeneizada, son todos iguales, o es una misma persona repetida múltiples veces (la señora con la niña subida al carro grande y empeñada en pedir cualquier cosa, caprichosa, llorona; la anciana que duda entre dos yogures idénticos, etc.) a los que les convierte en sujeto único un fantasma intercambiable que se ha posesionado de cada uno de los clientes y son todos entonces ya el mismo cliente desparramado en una multiplicidad de cuerpos o una colección de caras idénticas con leves diferencias de maquillaje.
Pero hay ocasiones en las que pasa algo muy distinto. Cada persona tiene una cara única e irrepetible y esa cara es una cara simpática. No, la palabra no es "simpática"; la simpatía no es la cualidad dominante; te parece simpática porque la cara en realidad es...necesaria. Sí, es una cara perfectamente adecuada a su propósito, y es de suponer que lo sea también la persona que está detrás de la cara y de la que la cara es su manifestación. La cara entonces ajusta, es suavemente la que corresponde; se amolda a lo que debe ser. Nada desentona. Hay una especie de secreta armonía. Quiero decir que no se trata de que esa mañana uno se encuentre dominado por algún sentido estético respecto a las caras con las que se cruza en el súper especialmente comprensivo y aceptador de todo cuanto se le ofrece (algún estado alfa en el que todo es maravilloso: no creo que sea eso, no; de manera que si me cruzase -pongamos por caso- con el hombre-elefante, ¿me parecería encantadora la proporcionalidad de sus rasgos y el carácter griego de sus medidas? No creo. Hay alguna otra cosa, aunque también habría que ver lo que pasa con ese hipotético encuentro con el hombre-elefante que hasta ahora ha tenido la prudencia de no dejarse ver para no poner a prueba lo que trato de contar).
Lo que pasa es que por un momento (ya digo que no pasa siempre, y más bien lo cuento precisamente porque pasa muy pocas veces) todas las caras que se me cruzan en el súper son caras inesperadamente encantadoras y todas resuenan (sí, casi es un sonido, una melodía) perfectas, ajustadas, dominadas por o dominando algún oculto sentido de la elegancia, una necesidad que no se sabe nunca bien de dónde viene. Todos sus movimientos, el compás de los gestos, las relaciones entre los rasgos faciales de unas personas con los de las otras...; todo casa; bailan, se amoldan y complementan y te sorprendes pensando que, si son feas, lo feo no predomina y en cambio el brillo de los ojos, sus colores, el movimiento de la boca, el del cabello, fluyen deliciosos, imaginativos inventores de formas nuevas siempre en su sitio; nada molesta su baile ni desagrada. La gracia se adueña y todos los rostros cumplen su papel, obedientes y delicados.

domingo, 14 de junio de 2009

"Toda ciencia trascendiendo". José Ángel Valente


Leo en el blog de Jonathan Mayhew sobre el poeta José Angel Valente lo que traduzco a continuación:


Valente está muy, muy intensamente identificado con el estudio de la mística española, en especial con Miguel de Molinos y San Juan de la Cruz. Una vez sabido lo cual, he esperado a que todas sus implicaciones se hicieran evidentes. La obra crítica de Valente tiende a reflejar sus propias posiciones, así pues estamos ante un problema o una serie de problemas que no han sido resueltos del todo en ese aspecto. ¿Qué significa para un intelectual básicamente laico hallarse hasta tal punto imbuido de la mística? Dicho de otro modo, no hay en la escritura de Valente nada que una persona más o menos secular deba rechazar: todo está conformado ad hoc. Quien lea ni siquiera percibirá el estatus confesional del autor. Desde luego, nos pondremos del lado del místico, de Molinos, frente a la Inquisición que lo sentenció y condenó a prisión, del lado de la heterodoxia ante la ortodoxia, pero probablemente el lector haría lo mismo tanto si él o ella es agnóstico o católico creyente -o creyente en otro credo cualquiera, es lo mismo. Así que Valente juega en los dos bandos. Aparece como intelectual secularizado moderno y como el campeón del misticismo.


Pues ¡qué habilidad la de Valente para darnos el timo! «Vamos a ver cómo les engaño yo a estos pardillos -se diría- y me hago pasar, me disfrazo de "moderno" y, de repente, cuando estén más distraídos, saco mi truco, zas, el trampantojo del conejo místico y ahí que se quedan todos con él sin enterarse casi, los pobres de ellos. Impecables y perfectos ateos o agnósticos laicos y, mira tú por dónde, he conseguido que se lo traguen todo entero, "el gazapo" de Molinos, o ya de paso el de San Juan de la Cruz, y éste sin cruel inquisición ni nada en lo que apoyarse». Son las famosas habilidades de saber nadar y guardar la ropa. Pero qué vulgar y bajo has caído, Valente. ¡Qué impresentable tu jugada! Doble juego. Me supongo que un doble juego similar habrán ofrecido todos aquellos poetas o escritores (¿por qué casi siempre será más bien lo primero?) que, sosteniendo en su obra una concepción del mundo, llamémosla, «espiritualista», hayan tenido la osadía, a la vez, de escribir ensayo o cualquier otra forma pareja de escritura teórica para explicar esos u otros asuntos cualesquiera. Todos ellos, y su misma «authorial voice» con ellos, se habrán visto manchados, polucionados, por la enfermedad, por el «contagio». Llámense William Butler Yeats, Ezra Pound, H.D., Robert Duncan, por citar tan solo algunos de los autores «damnati» o condenados y condenables de leso laicismo en el pasado siglo XX, culminación hasta el momento de nuestra intelectualmente salvífica modernidad. Léase, para el caso Pound, por ejemplo, el ilustrativo y «escandalizado» libro de Leon Surette, The Birth of Modernism: Ezra Pound, T.S. Eliot, W.B. Yeats and the occult, McGill-Queens University Press, 1993 o el de Peter O'Leary, Gnostic Contagion. Robert Duncan and the poetry of illness, Wesleyan University Press, 2002, entre muchos otros.

No. No son laicos. Son creyentes en alguna «fe perdida». Y en el caso de Valente, quizá tan solo católico sin fe o deseando recuperarla, como Unamuno, al menos en su poesía. ¿Y eso invalida su discurso, es decir, que si se refiere a Miguel de Molinos porque como poeta le importa mucho aquello que pueda aprender de la experiencia mística molinista, sí, de lo que la Guía Espiritual le pueda decir a él como poeta, en esas condiciones, ya no podría hablar del asunto intelectual «Miguel de Molinos» como hecho histórico o cultural, por ejemplo? ¿No será que por el hecho de ser creyente en alguna fe al tal sujeto lo consideramos ya y por definición incapaz de discurso racional atendible? ¿No puede hablar de nada que no sea de esa su misma fe, quizá limitándose, en todo caso, a pedir perdón por sostenerla? ¿Debe mantener perpetuamente enarbolado un cartel, a manera de cinturón sanitario, que indique su condición, no vaya a ser que el lector (que, por defecto, ha de ser «laico» y «agnóstico», como todo el mundo) se lleve a engaño, se pudiera sentir «timado», respecto al tipo de verdades que se le quieren enseñar, para las que no valen ya los mismos argumentos o razones de que se sirven los demás si tales ideas o argumentos están proferidos por una boca previamente «maculata», digamos, sucia de espíritus y que, por tanto, «recontextualiza» o sencillamente ensucia a su vez dichos argumentos? Sí, porque la boca de Valente quería ensuciarse, y mucho, de espíritu, sin más, o de Espíritu, si se prefiere; como poeta quería eso, porque básicamente sentía que le hacía falta. Y esa fue su opción. Y si algo hizo con esa opción fue manifestarla bastante bien a las claras. O, al menos, a mí me lo ha parecido así siempre. Y, en esas condiciones, ¿resulta que ya no podría, a la vez, y sin tener que hacer una declaración «aduanera» previa, hablar como los demás y de lo mismo que los demás hablan y en los mismos planos que ellos si es que sus capacidades probadas así se lo permiten? ¿O si lo hace, debería ser tachado de impostor también como Molinos?


martes, 2 de junio de 2009

James Tate

POEMA

Un silencio que horada para siempre
tus ojos no a ti tú no tienes
ojos una pestaña pillada en la
jamba mira estoy llorando sé
que estás ahí dentro de una de
esas lágrimas tu cuerpo del color
del agua ebria agua arrojada
por el cohete que es la única
agua que sacia esta sed
que tu cuerpo azul eléctrico chispea
como un cielo de cenizas una galaxia
nacida de la risa el acantilado
de aroma que tu propio cuerpo fabrica
con cada suspiro ha de guiarme
lejos de aquí a través de la lluvia
un hombre diminuto del otro mundo
soy el canario que se estrangula
de gozo y tú mi viuda
que surcas flotando este espejo.


**

POEM

A silence that tunnels forever
through your eyes no no you have
no eyes an eyelash caught in the
doorjamb see I am crying I know
you are in there inside one of
these tears your body the color
of drunk water water thrown out
of a rocketship that's the only
water that quenches this thirst
your cricketblue body sizzling
like a sky of cinders a galaxy
born of laughter the cliff of
scent your own body is making
with each sigh you must guide
me elsewehere through the rain
a small man from another world
I am the canary that strangles
itself with joy and you my widow
floating through this mirror.


James Tate, Selected poems, Carcanet, Manchester, 1991, p. 72

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James Tate nacido en Kansas City,1943. Hijo de un piloto muerto en la segunda guerra mundial. Su primer libro The Lost Pilot (1967), se publicó en la Yale Series of Younger Poets mientras Tate estudiaba en la Universidad de Iowa. Ha publicado también The Oblivion Ha-Ha (1970); Hints to Pilgrims (1971); Absences (1972); Viper Jazz (1976); Constant Defender (1983); Distance from Loved Ones (1990); y los Selected Poems (1991), por los que recibió el Pulitzer y el William Carlos Williams Award. Otros libros posteriores: The Ghost Soldiers (Ecco Press, 2008); Return to the City of White Donkeys (2004); Memoir of the Hawk (2001); Shroud of the Gnome (1997); y Worshipful Company of Fletchers (1994), que ganó el National Book Award.

Actualmente es profesor en Amherst (universidad de Massachusetts).