A veces, por la mañana (porque esto sólo pasa por la mañana), cuando acudes con el carrito al súper dispuesto a cumplir la faena cotidiana, te fijas en la gente. No pasa siempre: lo habitual es que adoptes el mecanismo automático: no te fijas en nadie o la gente pasa por delante o al lado de tu carrito sin más; es gente homogeneizada, son todos iguales, o es una misma persona repetida múltiples veces (la señora con la niña subida al carro grande y empeñada en pedir cualquier cosa, caprichosa, llorona; la anciana que duda entre dos yogures idénticos, etc.) a los que les convierte en sujeto único un fantasma intercambiable que se ha posesionado de cada uno de los clientes y son todos entonces ya el mismo cliente desparramado en una multiplicidad de cuerpos o una colección de caras idénticas con leves diferencias de maquillaje.
Pero hay ocasiones en las que pasa algo muy distinto. Cada persona tiene una cara única e irrepetible y esa cara es una cara simpática. No, la palabra no es "simpática"; la simpatía no es la cualidad dominante; te parece simpática porque la cara en realidad es...necesaria. Sí, es una cara perfectamente adecuada a su propósito, y es de suponer que lo sea también la persona que está detrás de la cara y de la que la cara es su manifestación. La cara entonces ajusta, es suavemente la que corresponde; se amolda a lo que debe ser. Nada desentona. Hay una especie de secreta armonía. Quiero decir que no se trata de que esa mañana uno se encuentre dominado por algún sentido estético respecto a las caras con las que se cruza en el súper especialmente comprensivo y aceptador de todo cuanto se le ofrece (algún estado alfa en el que todo es maravilloso: no creo que sea eso, no; de manera que si me cruzase -pongamos por caso- con el hombre-elefante, ¿me parecería encantadora la proporcionalidad de sus rasgos y el carácter griego de sus medidas? No creo. Hay alguna otra cosa, aunque también habría que ver lo que pasa con ese hipotético encuentro con el hombre-elefante que hasta ahora ha tenido la prudencia de no dejarse ver para no poner a prueba lo que trato de contar).
Pero hay ocasiones en las que pasa algo muy distinto. Cada persona tiene una cara única e irrepetible y esa cara es una cara simpática. No, la palabra no es "simpática"; la simpatía no es la cualidad dominante; te parece simpática porque la cara en realidad es...necesaria. Sí, es una cara perfectamente adecuada a su propósito, y es de suponer que lo sea también la persona que está detrás de la cara y de la que la cara es su manifestación. La cara entonces ajusta, es suavemente la que corresponde; se amolda a lo que debe ser. Nada desentona. Hay una especie de secreta armonía. Quiero decir que no se trata de que esa mañana uno se encuentre dominado por algún sentido estético respecto a las caras con las que se cruza en el súper especialmente comprensivo y aceptador de todo cuanto se le ofrece (algún estado alfa en el que todo es maravilloso: no creo que sea eso, no; de manera que si me cruzase -pongamos por caso- con el hombre-elefante, ¿me parecería encantadora la proporcionalidad de sus rasgos y el carácter griego de sus medidas? No creo. Hay alguna otra cosa, aunque también habría que ver lo que pasa con ese hipotético encuentro con el hombre-elefante que hasta ahora ha tenido la prudencia de no dejarse ver para no poner a prueba lo que trato de contar).
Lo que pasa es que por un momento (ya digo que no pasa siempre, y más bien lo cuento precisamente porque pasa muy pocas veces) todas las caras que se me cruzan en el súper son caras inesperadamente encantadoras y todas resuenan (sí, casi es un sonido, una melodía) perfectas, ajustadas, dominadas por o dominando algún oculto sentido de la elegancia, una necesidad que no se sabe nunca bien de dónde viene. Todos sus movimientos, el compás de los gestos, las relaciones entre los rasgos faciales de unas personas con los de las otras...; todo casa; bailan, se amoldan y complementan y te sorprendes pensando que, si son feas, lo feo no predomina y en cambio el brillo de los ojos, sus colores, el movimiento de la boca, el del cabello, fluyen deliciosos, imaginativos inventores de formas nuevas siempre en su sitio; nada molesta su baile ni desagrada. La gracia se adueña y todos los rostros cumplen su papel, obedientes y delicados.