martes, 15 de diciembre de 2009

Primeras lecturas

El otro día un alumno de 12 años me dijo muy serio que aquel cuento que les di a leer (un monólogo sobre cazadores de Miguel Delibes) «no era nada apropiado para su edad», que era «una lectura para mayores y que no la entendían porque hablaba raro y repetía mucho las cosas» -«Ya, pues igual es cierto» -me disculpé-: «En los monólogos que imitan la conversación suele pasar que la gente diga frases y las repita con insistencia y las vuelva a repetir; es verdad, qué le vamos a hacer, ya lo siento». E insistí: «Procuraré no caer otra vez en semejante error y pondré más cuidado para que, entre los cuentos que os reparta, no se me cuelen cosas tan inadecuadas como esa». Recapacito entonces y pienso: «Qué razón tienen los niños estos y qué poco pedagógico soy al pasarles los tales monólogos de Delibes sobre cazadores; lo primero, porque en los monólogos, efectivamente, la gente se repite mucho, y lo segundo porque...¿qué narices les va a interesar a estos chavales un monólogo sobre cazadores castellanos de los años 40 y 50 del pasado siglo? Pues nada, pero nada de nada. En fin, Javier, a ver si espabilas». Y es en ese momento de responsabilidad didáctica cuando se me va por su cuenta el deslizadero mental de los recuerdos con todos sus pringues ya predispuestos a embadurnar la camisa cerebral más impecable y parece que no puedo remediar la evocación de mis verdaderas lecturas de los 12 años, que se me representan allí mismo plantadas: quiero decir que me voy en viaje extático a lo de aquel entonces por un breve segundo infinito mientras me quedo fijo, la mirada clavada en uno de esos interesantes murales de geografía o de oenegés y de la constitución que suele haber al fondo de la clase:
¿Por qué leo yo? ¿Por qué empecé a leer yo? (La pregunta es complicada y arrastra derivaciones implícitas y aparentemente inconexas como la de «¿Por qué he acabado aquí?», que, la verdad, se hacen bastante ociosas a estas alturas). ¿Qué fue lo primero que me envenenó por aquel entonces? ¿Por qué me enganché en lo de leer?
Dos escenas, dos, me vienen a la mente. Quizá alguna aludida en entradas de este blog, pero, bueno, las cuento ambas otra vez.

El veneno, la conciencia de veneno en estado puro, de vicio, la tengo desde que leí El extraño caso del Señor Valdemar de Edgar Allan Poe aquel curso en los jesuitas, el último, creo, que pasaba entre aquellas paredes y frontones. Aquella especie de cadáver viviente, de muerto levitante, tan muerto como oscuramente vivo (hablo de memoria, no he vuelto a leer el cuento desde entonces), la corrupción fosfórica, aquello sí que debía de ser magníficamente inadecuado para mi edad y por eso mismo materia digna de comunicación inmediata, noticia fresca palpitante que debía trasladar...¿a quién? Pensé en mi compañero de clase, uno de los pocos que compartía conmigo algún que otro rato del recreo (He de confesar que yo no era muy popular por allí, no participaba de los rituales del fútbol ni jugaba al tenis en los lugares adecuados; en fin, un desclasado). Sólo quedaba Santi como oyente (algunos pedantes de Radio Nacional le dicen a eso «escuchante» no sé por qué). Sólo Santi ponía la oreja los recreos cuando le resumía o le retransmitía las páginas subrepticiamente leídas la noche anterior del tomo de las Completas de Poe en Aguilar. Decoraba la retransmisión con detalles de mi cosecha para ocupar el recreo entero en el asunto. ¿Le interesaba a Santi el serial? Parecería que sí; recuerdo que por lo menos me escuchaba aunque, naturalmente, no le estuviera contando ningún cuento: aquello era una noticia, noticia de verdad.
El segundo veneno no fue compartido. Fue una parte del íntimo ritual de la iniciación erótica. En mi caso, la lectura dio el juego esencial. Jugó la parte contratante, la desencadenante...La curiosidad me acercó una tarde aquellos tomos rojos de la mejicana Ahrmex, es decir, la filial en México de la editorial barcelonesa AHR que reeditaba, supongo, la versión española de Vicente Blasco Ibáñez sobre la traducción francesa de Mardrus de las Mil y una noches. Hasta entonces mis propensiones a intensificar la imaginería erótica femenina se habían concentrado en algunos libros de arte de los que mi abuelo anticuario coleccionaba. Solía transformar aquellos grandes cuadros de los museos europeos en variantes interminables y monótonas del martirio de San Sebastián cuando predominaban en primer plano las más túrgidas vírgenes griegas de Rubens, Tiépolo y otros maestros: una lluvia de flechas sádicas realzaba sus encantos. Pero al entrar en la versión mardrusiana la cosa cambió, y cambió el género. El Zapatero remendón, Karalmazán y Budur, algunos de los episodios de los capitanes (cito de memoria) significaron, en contraste con mis costumbres coetáneas, fuego explícito, la realidad. Quiero decir, pornografía. Pero yo por entonces desconocía la palabra.

Ahora, vuelto en mí del lapsus, pienso en las lecturas adolescentes, en ese placer de la lectura (y en cómo podría interpretar yo mismo esa expresión tan socorrida), en los vicios de lector, en niños, inocentes y didascálicos de 12 años, como muchos de mis alumnos, que han adquirido esa temprana conciencia de que se debe leer lo que se debe leer, que sólo se debe leer lo que es «apropiado para su edad»; pienso también en sus pedagógicas madres y padres, que, solícitos y ansiosos de acertar, visitarán librerías, tras de asesorarse convenientemente en revistas de iniciación a la lectura, de acuerdo con todas las recomendaciones y con todo lo reecomendable. Y harán lo que es debido.

lunes, 26 de octubre de 2009

Árboles de bronce, pájaros



Visita de Liutprando de Cremona a la Corte de Nicéforo Focas (968) 
             


Los títulos más altos y las posiciones más humildes, cuya devoción aplicaban al Ser Supremo, se prostituyeron por la adulación y el miedo hacia criaturas de la misma naturaleza que nosotros. Diocleciano había tomado de la servidumbre persa el sistema de adoración de postrarse en el suelo y besar los pies al emperador, sistema que continuó y se agravó hasta el final de la monarquía griega. Excepto los domingos, en que se dejaba de lado por motivos religiosos, se exigía aquella inclinación humillante a cuantos asomaban a la presencia real, desde príncipes revestidos de diadema y púrpura; embajadores que representaban a sus soberanos independientes, a los califas de Asia, Egipto o España, a los reyes de Francia y de Italia, y a los emperadores latinos de la antigua Roma. Liutprando, obispo de Cremona, durante sus negociaciones afirmó el espíritu libre de un franco y la dignidad de su señor Otón, pero su sinceridad no puede ocultar la humillación de su primera audiencia. Al acercarse al trono, los pájaros del árbol de oro prorrumpieron en gorjeos, acompañados con el rugido de los dos leones también de oro. Liutprando y sus dos compañeros debieron saludar, postrarse en el suelo y tocarlo hasta tres veces con la frente. Se levantó, pero en aquel breve intermedio, el trono se había alzado[, por medio de un artilugio,] desde el pavimento hasta el techo, apareció la figura imperial en nuevas y suntuosas vestimentas, y la entrevista terminó con majestuoso silencio. En su franca y curiosa narración, el obispo de Cremona relató el ceremonial de la corte bizantina que se practica todavía en la Sublime Puerta y que mantenían en el último siglo los duques de Rusia y de Moscovia.

Edward Gibbon, Historia de la Decadencia y Caída del Imperio Romano, trad. Mor de Fuentes, actualizada por Luis Alberto Romero, tomo IV, Turner, Madrid, p. 26.
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The most lofty titles, and the most humble postures, which devotion has applied to the Supreme Being, have been prostituted by flattery and fear to creatures of the same nature with ourselves. The mode of adoration, of falling prostrate on the ground; and kissing the feet of the emperor, was borrowed by Diocletian from Persian servitude; but it was continued and aggravated till the last age of the Greek monarchy. Excepting only on Sundays, when it was waved, from a motive of religious pride, this humiliating reverence was exacted from all who entered the royal presence, from the princes invested with the diadem and purple, and from the ambassadors who represented their independent sovereigns, the caliphs of Asia, Egypt, or Spain, the kings of France and Italy, and the Latin emperors of ancient Rome. In his transactions of business, Liutprand, bishop of Cremona, asserted the free spirit of a Frank and the dignity of his master Otho. Yet his sincerity cannot disguise the abasement of his first audience. When he approached the throne, the birds of the golden tree began ro warble their notes, which were accompanied by the roarings of the two lions of gold. With his two companions, Liutprand was compelled to bow and to fall prostrate; and thrice he touched the ground with his forehead. He arose, but in the short interval, the throne had been hoisted by an engine from the floor to the cieling, the Imperial figure appeared in new and more gorgeous apparel, and the interview was concluded in haughty and majestic silence. In this honest and curious narrative, the bishop of Cremona represents the eremonies of the Byzantine court, which are still practised in the sublime Porte, and which were preserved in the last age by the dukes of Muscovy or Russia.

Edward Gibbon, The History of the Decline and Fall of the Roman Empire, vol. III, Penguin Classics, Londres, 1994, Ch. LIII, p. 397-398.

domingo, 25 de octubre de 2009

David Bromige


Nacido en 1933 en Londres, de familia canadiense. Infancia en el Londres de la guerra (casi muere junto con su familia en los bombardeos de 1942); se trasladan a Canadá, Vancouver, e inicia sus estudios en la universidad de la British Columbia; de allí a California, San Francisco y Berkeley en cuya universidad completa su formación. Muy vinculado a los poetas de ámbito californiano en los 50-60: Duncan, Creeley, Dorn, más tarde Watten, Silliman, etc. Ha sido profesor de literatura inglesa en la universidad estatal del condado de Sonoma desde 1970 y vivido en la cercana localidad de Sebastopol hasta su fallecimiento el pasado 3 de junio.


Aún ahí

La noche misteriosa y cálida.
Su ancho cielo ahora estrellado.
La gente desparramada en grupos sueltos

sus voces apagadas pero audibles
¿qué dicen? Esas constelaciones
indinstinguibles desde donde nos sentamos.

Un viento leve murmura entre cipreses
dispuestos para que regrese.
Las distancias entre los setos

son avena que rayos de sol lentos abandonan.
Lo que desconocemos. Acaba,
llegan otros a ver cuanto vemos.

Esas estrellas soy yo,
esos sonidos. Lágrimas las difuminan,
las acercan a un campo de puntos.



Persona

Me apetece tumbarme entre los setos
con un rifle y liquidar
a los extraños que pasan en coche.
Quién me conoce, de verdad.
Todo es acto. Pero ocultamente
alguien está vivo aquí,
alguien a quien me gustaría presentarte.




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Still There
 
The night mysterious with heat.
Its sky huge now with stars.
The people sprawled in ragged groups

their voices quiet yet audible,
what do they say? These constellations
are indistinguishable from where we sit.

A slight wind murmurs in the cypresses
set there to turn it back.
The distances among the clusters

are wildoat grass the sun's rays slowly leave. 
What do we know. It ceases,
others come to see as much as we.

Those stars are me,
these sounds. Tears blur
& bring them to a field of points.


Person

 
I want to lie in the greasewood
with a rifle & pick off
strangers that pass in cars.
Who knows me, really.
It's all an act. But secretly
someone is alive in here,
someone 1 want you to meet.



David Bromige, Desire. Selected poems 1963-1987, Black Sparrow, Santa Barbara, 1988, pp. 97 y 121.

Libros publicados:
The Gathering, 1965. Please, Like Me, 1968. The Ends of the Earth, 1968.The Quivering Roadway, 1969. Threads, 1970. Three Stories, 1973. Ten Years in the Making, Selected Poems, Songs & Stories, 1961–1970,1974. Tight Corners & What’s Around Them (Being the Brief & Endless Adventures of some Pronouns in the Sentences of 1972-1973), 1974. Out of My Hands, 1976. Spells and Blessings, 1975.Credences of Winter, 1976. Six of One, Half a Dozen of the Other, 1976. My Poetry. 1980. P-E-A-C-E, 1981. In the Uneven Steps of Hung-Chow, 1982. It’s the Same Only Different / The Melancholy Owed Categories, 1984. You See (with Opal Nations), 1986. Red Hats, 1986.Desire: Selected Poems, 1963–1987, 1988. .Men, Women & Vehicles: Prose Works,1990.  Tiny Courts in a world without scales, 1991.They Ate,1992. Romantic Traceries,1993.The Harbormaster of Hong Kong, 1993. A Cast of Tens, 1994. Vulnerable Bundles, 1995. Piccolo Mondo, 1998. Authenticizing, 2000. As in T as in Tether, 2002. If wants to be the same as is. Essential Poems of David Bromige, New Star Books, Berkeley, 2018.

La editora británica Reality Street promete unas poesías completas o Collected Poems para finales del año próximo.

 

jueves, 22 de octubre de 2009

Buenos de verdad

Recuerdo una pintada que menudeaba en las paredes de las grandes mansiones de la Gran Vía de Bilbao aledañas al Parque de doña Casilda. Junto a los Gora Eta con los que estábamos un tanto familiarizados (hablo de los primeros setenta, hacia el 74, más o menos) había otra que a mí me chocó bastante y que sencillamente rezaba Ser buenos; allí, pintarrajeada en almagre rojo, sonaba como algo de otros tiempos...o como un chiste de algún estudiante ácrata de filosofía.
Chateaubriand nos retrata en sus Memorias de Ultratumba a Robespierre en la Asamblea Nacional:

«Al término de una discusión violenta, vi subir a la tribuna a un diputado de aspecto corriente, rostro gris e inexpresivo, peinado de lo más normal, correctamente vestido como el administrador de una casa rica, o como un notario de pueblo esmerado en su persona. Leyó un informe largo y tedioso; no le prestaron oídos; pregunté su nombre: era Robespierre. La gente que calzaba zapatos se disponía a salir de los salones, cuando ya los que calzaban zuecos estaban empujando la puerta para entrar.»(1)

Hannah Arendt nota que «la teoría del terror, desde Robespierre hasta Lenin y Stalin, da por supuesto que el interés de la totalidad debe, de forma automática y permanente, ser hostil al interés particular del ciudadano. Frecuentemente se ha llamado la atención sobre el característico desinterés de los revolucionarios, el cual no debe ser confundido con el «idealismo» o el heroísmo. La virtud ha sido equiparada con el desinterés desde Robespierre» y, en cuanto principio político («no hay ciencia de lo particular») esa virtud ya no es la vieja piedad personal con tu prójimo, sino que se transforma en otra cosa, algo nuevo; pasa de representar un mero sentimiento concreto, particular, y adquiere la categoría de principio, y en esa condición es cuando resulta potenciado por la «...compasión de los que no sufrían por los malheureux, la compasión de las clases altas por el pueblo bajo» y no tanto porque, como también sostiene Arendt,llegaran a la conclusión de que la razón representa un estorbo para la compasión, pues la razón «retrae el espíritu del hombre sobre sí mismo y le separa de todo lo que pueda perturbarlo o afligirlo»(2) sino que más bien parece que el nuevo imperio de la razón es precisamente lo que explica la radicalidad con que se aplica esa misma bondad virtuosa en su nuevo papel social y hace de ella principio teórico, algo mucho más presentable que el mero sentimiento: la vieja pietas ahora ya es instrumento racional y político.
Sin ese poder totalizante de la abstracción no saltaríamos tan fácilmente de las viejas formas de compasión y virtud tradicionales del cristianismo hasta el nuevo sistema de la moderna bondad práctica y política.
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(1)F. de Chateaubriand, Memorias de Ultratumba (libros I-XII), Barcelona, 2006, p. 232.
(2) Hannah Arendt, Sobre la Revolución, Alianza, Madrid, 2004, leer el pasaje entero de págs. 104-116 del que extraigo las citas.

miércoles, 21 de octubre de 2009

El insecto en su vitrina



La satisfacción de haber clavado con el alfiler la realidad cuando se la presenta domada por el concepto. La frase que entonces cae rotunda y conclusiva, con todo el peso, con su cierre perfecto y hasta nos regala alguna paradoja. ¿Estamos entonces de veras satisfechos cuando nuestro discurso cuadra, cumple, ajusta, sirve, cuando el orden de las premisas y sus consecuencias es el preciso y los ejemplos acuden solos, y en abundancia ocupan las casillas previamente dispuestas al efecto? ¿Estamos realmente satisfechos incluso cuando sinceramente pensamos que el dictamen ajusta con la realidad, que estamos en lo cierto, y así damos avisos útiles al público para que vaya aprendiendo y haga un esfuerzo por extraer las lecciones correspondientes porque nuestra interpretación es la verdadera, la que no deja restos, la que sabe, la que dice lo que sí y lo que no, la que quita donde hay que quitar porque sobra y añade donde hay que poner porque falta? Los motivos, sus datos, los desencadenantes, los antecedentes y sus consiguientes, la anécdota que podría venirnos al pelo o servirnos de útil gatillo a las necesidades de nuestra argumentación (que son las de la realidad cuando se comprende a sí misma) y que pueden llegarnos, solícitas, de cualquier parte, hasta de la más impensada y aparentemente lejana porque todo, incluso sin saberlo («no lo saben pero lo hacen»), forma parte de la misma razón única, universal, perfecta, que ahora cierro y completo para que todo obedezca. ¡Qué envidia!

lunes, 19 de octubre de 2009

Ulrich o la incertidumbre


Del tiempo más remoto de la primera conciencia juvenil que, al contemplarlo después, resulta muchas veces tan emocionante y estremecedor, sobrevivían todavía hoy en su recuerdo toda clase de representaciones antes amadas, y entre éstas el lema de «vivir hipotéticamente». Este lema expresaba el valor y la involuntaria ignorancia de la vida en la que cada paso es un riesgo sin experiencia, el deseo de grandes relaciones y el hálito de revocabilidad que siente un joven cuando entra en la vida con paso vacilante. Ulrich pensaba que no había por qué revocar nada de aquello. Lo hermoso y lo único cierto del que mira el mundo por primera vez es esa excitante sensación de haber sido elegido para algo. Si vigila sus propios sentimientos, no puede aceptar nada sin reservas; busca la posible querida, pero no sabe si aquélla es la verdadera; es capaz de matar sin estar seguro de que lo debe hacer. La voluntad de desarrollarse le prohíbe creer en las cosas consumadas; pero todo lo que le sale al encuentro finge estar completo. Barrunta: este orden no es tan firme como aparenta; ningún objeto, ningún yo, ninguna forma, ningún principio es seguro, todo sufre una invisible pero incesante transformación; en lo inestable tiene el futuro más posibilidades que en lo estable, y el presente no es más que una hipótesis, todavía sin superar. Qué mejor cosa podría hacer que mantenerse libre del mundo, en el buen sentido, así como un investigador mantiene su libertad de juicio frente a hechos que pretenden seducirle a creer prematuramente en ellos. Por eso duda hacer algo de sí; carácter, profesión, estabilidad son para él conceptos en los que se transparenta el esqueleto en que terminará. Busca otro modo de interpretarse a sí mismo; con una tendencia a todo lo que acreciente su interior ―incluso si es algo prohibido moral o intelectualmente―; se siente como un paso libre para dirigirse en todas direcciones, pero es conducido por un contrapeso hacia el más próximo y siempre hacia adelante. Si alguna vez piensa tener auténtica inspiración, advierte que ha caído una gota de fuego incandescente en el mundo cuyo brillo cambia el aspecto de la tierra.


Robert Musil, El hombre sin atributos, trad. José M. Sáenz, Seix Barral, Barcelona, 2004, vol. I, p. 257.

martes, 13 de octubre de 2009

Segundo momento absurdo, la cariñada.

Me ha sucedido otra vez, esta tarde. Despierto de la siesta. Sensación intensa de extrañeza (como la que ya comentaba el otro día Citrine). La extrañeza de habitar algún mundo inidentificable, falto de alguna póliza o documento imprescindible y que tampoco se alcanzara a concretar. Estoy solo en casa. Han salido todos.
Tanteo a efectos de constatación habitaciones y pasillos. Toco las paredes. Sonambulismo vago. Voy cayendo en la cuenta de que estoy despierto muy, muy despacio. Me acerco a la ventana que da a la calle.
Miro:
Un automóvil aparcado ahí enfrente y al volante una chica morena espera a su amiga. La amiga, también morena, gordita y con gafas oscuras y la chaqueta de punto al brazo, se monta. Siento una primera oleada intensamente cariñosa hacia la amiga morena de la chaqueta de punto que se monta, pero no como una persona concreta sino como tipo o alguna muestra sobresaliente de cierta «cualidad maravillosa» que no se precisa.
En la acera de enfrente y cerca del automóvil anterior que ya sale, aparece un matrimonio paseando, de vuelta a casa, tras recoger a sus hijos del cole. El pequeño llama la atención de su madre con insistencia gritona de «mama, mama» (sin acento, llana) que distingo a oír desde el balcón. Se detienen un segundo. Todos visten algún género de prendas de vaquero marrón, más oscuras las de la madre que luce asimismo unas ostentosas gafas negras redondas de tamaño desproporcionado. Todos, sin estar gordos, muestran un aspecto llenito y saludable. Otra vez, como una oleada arrasadora, surge la sensación de cariño desproporcionado, absoluto,irreprimible, pero ahora en la forma de una gana desordenada de «comérmelos» a besos y abrazos a todos juntos, al bloque familiar entero, sensación que se transmuta en un instinto casi caníbal ya sin comillas. Sólo entonces vuelvo de verdad en mí y me despierto algo inquieto a la realidad convencional y de toda la vida.
Apunto esto rápido, no sé, en lo primero que pillo: un papel en el que esta misma mañana había impreso un artículo de internet titulado Vaya ganado y qué caro sale el zoo y que de primeras leo como «Vaya ganando y qué caro...etc.» y en el que había subrayado por su sonoridad la frase:

«Diputados católicos que dilapidan una fortuna (la nuestra) en una casa de putos».
Cosas de lo cotidiano. En fin.

martes, 6 de octubre de 2009

Humboldt, unas citas


[Mientras leía iba apuntando en el cuaderno de Debe y Haber algunos pasajes que me llamaban la atención. A la izquierda retrato de Schwartz, el modelo de Humboldt]

«A mí quienes me atraían eran esos tipos presuntuosos y estridentes. Me daban algo que buscaba. Tal vez, en parte era un fenómeno de la sociedad capitalista moderna con su compromiso de ofrecer libertad personal a todos, dispuesta a comprender, y hasta a subvencionar, a los enemigos mortales de la clase dirigente, como afirma Schumpeter; una sociedad comprensiva con el sufrimiento real o fingido, dispuesta a asumir las deformaciones y las cargas de las personalidades peculiares. Cierto era que la gente creía que le confería cierta distinción moral mostrarse paciente con los delincuentes y los psicópatas. ¡Comprender! Nos encanta comprender, ser compasivos. Y ahí estaba yo. Y por lo que respectaba a las masas, millones de personas que habían nacido pobres tenían ahora casas, electrodomésticos y otros aparatos y comodidades, y sobrellevaban como podían las turbulencias sociales escondidas, aferrándose a sus bienes materiales. Tenían el corazón lleno de ira, pero soportaban el caos y no organizaban tumultos por las calles. Aceptaban todos los abusos esperando con tenacidad a que pasasen.

  Humboldt, p. 231.

«Las cosas más importantes, las cosas más necesarias para la vida, se han contraído, se han retirado. La gente se muere literalmente de eso, pierde toda vida personal, y el ser interior de millones, muchos millones de personas ha desaparecido. Es comprensible que en muchas zonas del mundo no haya esperanza a causa del hambre o las dictaduras policiales, pero, aquí, en el mundo libre, ¿qué excusa tenemos?
Bajo la presión de los problemas públicos, la esfera de lo íntimo, de lo personal, cede, se está entregando. Admito que esta esfera se está volviendo tan repulsiva que nos alegramos de librarnos de ella. Pero aceptamos sin más los males que se le atribuyen y hemos llenado nuestras vidas con las denominadas «cuestiones públicas». ¿Y qué escuchamos cuando se habla de estas cuestiones? Las ideas fracasadas de tres siglos. Así que en cualquier caso el fin del individuo, al que todos parecen despreciar y detestar, supondría que nuestra distracción exterior, nuestras superbombas, sean algo superfluo, innecesario. Me refiero a que si lo único que existe son mentes estúpidas y cuerpos descerebrados, no habrá nada serio que aniquilar. En los puestos más altos del gobierno hace décadas que no se ve a ningún ser humano, en ningún país del mundo. La humanidad debe recuperar su capacidad imaginativa, recuperar un pensamiento vivo y un ser real, rechazar de una vez estos insultos al alma y hacerlo pronto. Porque si no...

 Humboldt, p. 338.

«Si hay alguna misión histórica que debamos cumplir, ésa es romper con las falsas categorías. Abandonar al personaje.

 Humboldt, p. 526.

«Cuanto más se resistía uno a la extrañeza de la vida, más se le echaba encima, cuanto más se oponía la mente a la sensación de extrañeza, más distorsiones producía.

 Humboldt, p. 570.

[Diálogo Cantabile-Citrine]

«-Volvamos a París (....)
-Pero yo no quiero ir. Ni siquiera tendría que estar aquí ahora. Después de comer me siento en mi habitación.
-¿Para qué? ¿Te sientas sin hacer nada?
-Me siento y me retiro a mi interior.
-Algo muy egoísta.
-Por el contrario, intento ver y oír el mundo exterior sin interferencias de mi interior, como un recipiente vacío y completamente silencioso.

 Humboldt, p. 592.

«En América existe, oculta, enterrada, la poesía más extraordinaria e inaudita, pero ni uno solo de los métodos convencionales conocidos por la cultura puede sacarla a la luz. Y eso es aplicable ahora al mundo entero. La angustia es demasiado profunda, el desorden demasiado caótico para las iniciativas artísticas emprendidas al viejo estilo.»

 Humboldt, p. 616.

lunes, 5 de octubre de 2009

Nuevo Bellow

Anduve leyendo a Bellow estos días. La nueva versión de Vicente Campos de los dos títulos centrales (Herzog y El legado de Humboldt) me permitió recuperar al viejo conocido Moses Herzog y a un casi renacido y deslumbrante Charlie Citrine. ¿Tiene una buena traducción el poder taumatúrgico de transformar la experiencia de lectura de un libro y convertirla en otra distinta? Uno piensa que la lectura es ahora más cómoda o ¿quizá sólo más agradable? Pero en realidad es mucho más: cuando no se tiene acceso a la experiencia directa del original, uno sufre la posibilidad de leer novelas distintas y no hace falta que la versión anterior sea «mala», puede incluso ser un traslado correcto, sí, pero cuando el traductor logra conectar de verdad con el libro pasan cosas como ésta, y es ahora cuando la prosa de Bellow adquiere en la versión de Campos -o así lo he sentido yo- una tersura, una suavidad aterciopelada y desconocida que le viene como un guante a esa su particularísima manera de socarronería suave y como desganada y por eso particularmente eficaz en el momento justo de introducir la navaja o a la aguja de punto y atravesarle la atención al lector con esas frases supremas de sorna hebrea y universal...y entonces también es cuando te partes en dos estupefacto de la risa. Pero para alcanzar ese punto quizá haga falta trasladarse a un español que combine el deshilachado monologar, ese estilo legato, compacto y como un tanto dejado y aparentemente descuidado (¿Será ruso ese efecto?, se me ocurre ahora. A veces parece tenerlo también Nabokov, pero, en comparación, éste lo estropea con sus insistencias ingeniosas y la manía perpetua del efecto y los fuegos artificiales).
Recobro a Herzog, a su magnífica Ramona, pero, sobre todo en El Legado, la extraordinaria serie de personajes que arranca con Humboldt Fleisher -trasunto de su malogrado amigo Delmore Schwartz y que seguro que arrastrará toques de otros compañeros del grupo poético de los «existencialistas» americanos Berryman, Jarrell y Lowell y alguno que otro también le pasará a Charlie Citrine-. Y es Citrine quien surge como el poder supremo y desconocido en la nueva lectura. ¡Qué delicia de personaje! Es especialidad de Bellow ofrecernos su galería de desajustes humanos con el medio americano de la posguerra en la variedad, sobre todo, del profesor-artista-gente-de-letras-parapoeta ligeramente tronado, estratega de la evasión de todo lo «municipal y espeso», y en este caso, del Chicago de los 50-60, para así toparse con una realidad tanto más insistente y rasposa cuanto más pretende evitarla. Personajes supremos como Cantabile, ese mafioso y liante matón convertido en un pelmazo salvavidas encantador, su paradójico ángel de la guarda; Thaxter, el timador compulsivo, a quien considera amigo de verdad, justifica siempre y proteje hasta en su demencial autosecuestro político porque «es su amigo»...Y así practicamente todos (¡Esa «Señora» demoníaca, la madre de Renata, su amante, y quien acabará abandonándole por un eficiente enterrador!). Leedla, en la nueva versión, sin perder un minuto (Bueno...incluso en la antigua si no encontráis la nueva).
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Saul Bellow, Herzog y El Legado de Humboldt en Galaxia Gutenberg, Círculo de lectores, Barcelona, 2008 y 2009 en versión de Vicente Campos González. Buenas versiones, en la misma colección de Carpe Diem y Mueren más por desamor, a cargo de Benito Gómez Ibáñez, Barcelona, 2006, ambas. La editorial De Bolsillo, con ocasión de la muerte de Bellow en 2005, reeditó casi todas las versiones ya publicadas desde Las aventuras de Augie March, La víctima, El planeta de Mr Sammler, Henderson, el rey de la lluvia, etc. hasta las ya mencionadas.

NB. Escrito lo anterior, esta mañana del día 6, a la hora del café y en medio de una conversación bellowiana sobre los ajetreos de la vida corriente y su relación con las llamadas telefónicas, y por asociación también sobre Bellow, mi amiga y compañera Marile, profesora de inglés, menciona un artículo que «seguramente habrás leído» publicado en Babelia a propósito de circunstancias semejantes a las que me refiero ahí arriba. Pues no, no lo había leído, le digo. Esta tarde lo leo y me complazco en notar que coincido con el señor Vidal-Folch en el uso de la expresión «fuegos artificiales».

lunes, 21 de septiembre de 2009

Árboles



Se le nota lo orgulloso que está de sus árboles. Le habrá dicho al fotógrafo: "Sácame con los árboles, pero que se les vea bien altos".
No sé de qué árboles se trate: ¿un par de añosos chopos y en el centro un roble melojo con los estolones recientes después de varias podas? A saber.

domingo, 20 de septiembre de 2009

Dos curas



Los dos fuman cuarterón. Son curas rurales de una pieza. El primero, el de la bien encajada birreta, parece más autorizado que su compañero, que luce cráneo rapado. Con buen estilo, se recoge aquél el manteo como un diestro; lleva, además, en la mano una lectura enrollada, quizá la prensa, ¿la parroquial de la provincia o El Debate? Demasiado liviano para periódico. Admira el empaque de ambos, su serena visión del mundo. Estoy seguro de que el de bonete lee a los clásicos latinos con fluidez y sin diccionario. El segundo quizá frecuente más la problemática moral y vital del labriego; de ahí esa expresión socarrona, cachazuda, que lo distingue. Son dos columnas de la civilización hispana en el campo palentino. Esencias de la intrahistoria.
Fecha: circa 1934.

Carro de bueyes



Un sencillo carro de bueyes. El fotógrafo ha hecho subir a su hijo a lo alto del carro para que salga en la foto. El carrero y su mujer flanquean al niño que, divertido, hace gestos venatorios. Dos chicuelos, hijos del matrimonio labriego, se colocan frontales para salir en la fotografía. La señora o señorita de la vara y la niña de pelo claro podrían ser parientes del niño cazador. 

¿Qué lleva el carro? ¿Ramas con fruta, alfalfa? ¿Algún experto se atrevería a identificar la carga?
Fecha: circa 1934.

sábado, 19 de septiembre de 2009

Mozos de Villasila



Una entrada en el blog de Helter me sugiere la idea de ofrecer esta foto: la posibilidad de que exista alguien que conozca a alguno de los comparecientes o a su descendencia en esa panorámica humana de la localidad de Villasila (Valdavia, Palencia) durante cierto momento de la década de los 30, antes de la guerra. 

Como tiene que ser, en el centro posa el cura párroco y pequeñito con su birreta de rigor quien, desde atrás, se ve amparado, imposita manu, quizá por el alcalde, al que parecen secundar un par de fuerzas vivas (¿secretario, médico por su atuendo?). Algunos sostienen varas finas: ¿serán cohetes de las fiestas? Una lo sugiere. 

miércoles, 16 de septiembre de 2009

Baile en la era


Veo fotos antiguas en varios blogs compañeros y me acuerdo de mi vieja colección familiar de negativos. Son negativos de formato grande: hace años mandé revelar algunos. Unos pocos; no era barato, y bastantes estaban muy deteriorados por el tiempo, y eso que su último dueño los había protegido cuidadosamente dedicando a cada uno su pequeño sobrecito azul con alguna leyenda identificativa (más de una para mí ya críptica). El otro día descubrí (¡Harry, tú lo habrías hecho mucho mejor; yo soy un manazas con esto del Photoshop!) que colocando los negativos en el escáner y, con algún retoque - el truco a veces funcionaba y otras ni para atrás-, se podían medio «revelar» gracias a la función de invertido del programa y recuperar un remedo de la desvaída imagen.
Os pongo una que por lo genérica podría servir casi para cualquier lugar de al menos, si no España, sí Castilla, y en este caso concreto la Valdavia palentina de antes de la guerra. Sí, porque poco más podría atreverme a precisar: son campesinos bailando en la era -la indicación del sobre azul que contenía el negativo rezaba «Baile en la era»- pero ¿de qué pueblo? ¿Villasila, Villaeles o Vega de doña Olimpa? Vega de doña Olimpa...¿Quién sería doña Olimpa? Seguro que hay alguien que lo sabe. La fecha puede ser circa 1934, año más, año menos. La pequeña fuente dorada que dio nombre al caserío (me hizo gracia encontrarla en los Orígenes del Español de Pidal como ejemplo de evolución fonética) ahora forma parte de una explotación en régimen cooperativo.
¿Por qué bailaban en la era? ¿El pueblo carecía de plaza para hacerlo allí? ¿Era un baile semiclandestino o sencillamente el de un grupo particular de labriegos vinculado laboralmente y de ahí que no se celebrara como verbena en la plaza del pueblo? De tanto ver la foto casi me la sé y ahora no la tengo delante pero la veo. Me llamaron la atención las piernas de las mujeres. Una de ellas o no lleva medias o son transparentes (difícil en la época y en aquel medio), las otras llevan medias negras o blancas. Las boinas negras caladas de aquellos dos vestidos con traje de negra pana y camisa blanca; en cambio, éste de la derecha lleva visera y traje claros y zapatos blancos ¿y en la era? Será quizá un capataz o alguien de clase alta. Dos en el centro parecen empujarse con sus parejas respectivas, quizá bromean. Pero en general se baila en serio, todos están reconcentrados en la labor. ¿Otro mundo?

(Siento la mala calidad del «revelado». Seguro que se podría mejorar).

miércoles, 9 de septiembre de 2009

Militancia


«Hay que definirse», se decía mucho en los años anteriores a la guerra civil.
Suele  suceder que aquel al que en esos momentos amigablemente se zarandea para que acepte la verdad quizá comparta las mismas posiciones esenciales de quien, con su discurso, le pide aquiescencia moral e intelectual, e incluso participaría de esa su misma indignación ante los hechos en cuestión (cuando los hechos, pongamos por caso el terrorismo o cualquier otro atentado contra la libertad, son motivo de básica repulsa humana), pero también es posible que no comulgue con la lectura completa, con el diagnóstico, o con toda la medicina subsiguiente, y por ello, y a la vez, tampoco considera que deba rebotar automáticamente en compulsiva respuesta aquiescente a la posición perentoria del «si no estás conmigo estás contra mí». Bien, pues ése al que no le apetece responder al empujón exigente, que tan sólo pretende mantener una mínima independencia personal, (naturalmente atiborrada de errores y de «idiotez» útil al enemigo, pero, bueno, que es la suya), ése mismo es de suponer que detestará cualquiera de los variados modos de agarrar por la solapa con los que se acostumbra por aquí a solicitar aquiescencia, o participación, o afiliación al bando de los buenos. Se le suele pedir no sólo que denuncie el mal sino que colabore en la campaña del inquisidor cargado de razón, y que lo haga en sus términos, sin salirse un milímetro de la raya, y con el natural corolario de que, si fuera necesario, y suele serlo, se autocritique «sinceramente», renuncie a cuanto, para su desgracia y extravío, haya venido insensatamente a dar en ser, a fin de que pueda -más vale tarde que nunca- alcanzar la deseable condición de «recién nacido a la verdad»... 
En fin, suele pasar que quien no recibe con su sí el paquete íntegro, el que no responde con el «amén», resulta que ya está comprendiendo el mal, que lo está aceptando, lo está perdonando y, en consecuencia, es su abyecto «cómplice».

martes, 8 de septiembre de 2009

Árabes

¿Quién será el responsable de que yo salga a la calle, esta tarde, acelerado y procurando soslayar los controles habituales, a comprarme una gramática árabe de tamaño regular, tirando a voluminosa y que no estaba mal de precio...? Al final pues no ha sido así, tal y como me digo a mí mismo con el aliento entrecortado por el sprint de 10 minutos de aquí al centro y del centro aquí; y no ha sido así gracias a la desidia habitual en algunos comerciantes (con crisis o sin ella). Ya estuve el otro día, y puse cara de poco interés al preguntar (es lo preceptivo) y, quizá por eso, la encargada se lo debió tomar en plan literal, y me habló, desganada también ella y por contagio, de que tenía que buscar en un almacén lejano («está en un pueblo», «pásese mañana», etc.). Me paso esta tarde y no «lo había encontrado», no estaba donde debía, etc.  
No sé por qué me pasan estas cosas. O sí sé. Aunque también se me ocurren un par de circunstancias colaterales a la afición desmedida por la gramáticas y las lenguas imposibles. En este caso quizá fuera la lectura de un bonito artículo en el que se aludía a los lectores «románticos» de Los Siete Pilares de la Sabiduría del coronel T.E. Lawrence, insensatos admiradores de tipos árabes del estilo de los tan diestramente retratados en ese «inmortal reportaje». Bien. Sí. Es posible que fuera el disparadero remoto de la ocasión concreta. En el caso de los Pilares no sólo recuerdo haber leído con mucho gusto (pese a las abundantes erratas) el libro de Júcar en la estupenda versión de Alberto Cardín, sino que algo tuve que ver con la publicación de una introducción (que se debió perder y no llegó al libro o al menos no en esa edición de 1989) y de algunos capítulos como adelanto del mismo.
Quizá también haya creado «ambiente» la lectura, desde julio pasado, de la Muqadimma (o Introducción a la historia universal) de Ibn Jaldún. Otra delicia. ¿Qué sería eso de la «assabiyyah» (عصبيّﺔ), me repetía mientras leía los perspicaces análisis del nomadismo árabe primitivo (o simplemente «ruralismo» como quiere el traductor francés)? Ser de «pueblo», ser «nómada», hombre del desierto, tiene virtudes de las que carece la «civilización», pero no es exactamente lo de Horacio o Fray Luis, es, más bien, otra cosa: es el propio desierto y la vida del desierto lo preferible. Un árabe cultísimo de familia sevillana de Carmona, aunque nacido en Túnez en 1332, escribe entre 1375-80 en la fortaleza beréber de Ibn Salama las 1200 páginas de la Muqadimma y funda con ello una nueva ciencia de la cultura, una «física social» (Carlos Moya) o una sociología de las costumbres, una mirada a la sociedad y a la historia que cuesta creer que fuera escrita a finales del siglo XIV. Ibn Jaldún prefiere la vida nómada porque no está sujeta a la decadencia segura de la vida de lujo y «progreso» de las ciudades. El hombre civilizado carece de «assabiyyah», de solidaridad, de sentido de grupo, del sentimiento «familiar» de pertenencia...

Mejor que explicárselo, lean el libro (y en especial esos sabrosos capítulos sobre el nomadismo, la civilización, la «educación» y la «assabiyyah» en I, ii, 6-11 y siguientes).

Por ejemplo:

«Que trata de que los miembros de un grupo con fuerte cohesión poseen 'casa' y nobleza reales y con viejo arraigo, mientras que otros poseen estas cosas de manera ficticia y aparente.

Esto es así porque la nobleza y el prestigio se adquieren sólo con las cualidades. Poseer una 'casa' quiere decir que entre sus antepasados hubo hombres conocidos por su nobleza, y esto supone un timbre de gloria que se transmite a él por ser su descendiente y estar relacionado con ellos; y en los espíritus de las gentes de su tribu se mantiene grabado el prestigio y la nobleza que sus antepasados adquirieron por sus cualidades. Las gentes, en lo que atañe a su origen y a su descendencia, son como los veneros, tal como dijo el Profeta -Dios lo bendiga y salve-: «Las gentes son veneros: los mejores antes del Islam son los mejores en el Islam, si entienden». Y la esencia del prestigio siempre está radicada en los antepasados.
Ya hemos explicado que el fruto y la ventaja de pertenecer a una noble estirpe es la fuerte cohesión en el afecto y en la ayuda mutua. En la medida en que esa cohesión es capaz de infundir respeto, y su origen es noble y sin mancha, la ventaja de tener una estirpe es más evidente y más intensa, y lo será tanto más cuanto mayor sea el número de antepasados nobles. El prestigio y la nobleza son dos elementos fundamentales en las personas que forman un grupo fuertemente cohesionado, porque su existencia era consecuencia natural de su pertenencia a su estirpe. Las diferencias entre las 'casas' en lo referente a nobleza se corresponden con las diferencias de cohesión, porque ése es su sentido profundo.
Los que viven individualmente en las poblaciones no pueden tener una 'casa' más que en sentido figurado, y si dicen poseerla es para lucirse con tal pretensión. Cuando se analiza el prestigio de las gentes de las ciudades se encuentra que consiste en que el hombre al que se tiene por antepasado suyo se distinguió por hacer el bien y por formar parte de los buenos manteniendo un comportamiento íntegro tanto como le fue posible. Pero esto es diferente del sentido profundo del espíritu tribal, que es el fruto de la estirpe y del número de antepasados. Y aunque se usen los términos de prestigio y de 'casa', se hace en sentido figurado, por la relación que también en este caso existe con el número de antepasados que de manera continuada han mantenido una actitud constante en el bien y en sus sendas. Pero esto no es verdaderamente prestigio en sentido propio, y aunque está bien establecido en el uso lingüístico que su empleo es correcto en ambos casos, se puede mantener que uno de estos usos resulta preferible.
La 'casa' posee una original nobleza debido a la cohesión del grupo y a las cualidades de sus miembros. Pero luego se ven privados de ella cuando esa cohesión desaparece como consecuencia de la vida sedentaria, como hemos dicho anteriormente, y se mezclan con la masa de la población. En sus espíritus queda entonces un sentimiento de nostalgia que los lleva a seguir considerándose miembros de las más nobles 'casas' y a mantener la unión, pero ya no hay tal cosa, porque el espíritu de clan ha desaparecido totalmente. Muchas gentes de la ciudad, cuyos orígenes provienen de 'casas' árabes y no árabes, mantienen esa nostalgia; y los que en mayor número conservan arraigada esa nostalgia de su pasado son los judíos. Realmente ellos poseyeron una de las más nobles 'casas' del mundo. En primer lugar, por su origen, ya que entre sus antepasados se cuenta un gran número de profetas y enviados, desde Abraham -sobre él la paz- hasta Moisés, fundador de su religión y de su ley; y en segundo, por la fuerte cohesión y lo que, debido a ella, Dios les otorgó prometiéndoles el dominio.
Pero luego los desposeyó de todo aquello y los castigó con la humillación y la miseria, y los condenó a vivir como exiliados en la Tierra, y los marcó con la esclavitud durante miles de años por su incredulidad.»


Ibn Jaldún, Introducción a la historia universal (al-Muqqaddima), Ed. y trad. de Francisco Ruiz Girela, Almuzara, Córdoba, 2008, págs. 228-229.

Cambio Radical


Harry Sonfór, el mantenedor infatigable de uno de los pocos lugares realmente mágicos de la red, nos anuncia su 45727º
no cumpleaños.

¡Felicidades, Harry!

¡Sigue así!

lunes, 17 de agosto de 2009

Lee Harwood


















Nacido en Leicester en 1939. Vive en Surrey sus primeros años y estudia en el Queen Mary College de Londres. Además de la vocación poética ha ejercido variados oficios, desde cartero a ferroviario. A partir los 70 se instala en la pequeña ciudad costera de Brighton, aunque ha viajado frecuentemente, sobre todo a Estados Unidos, por cuya poesía y poetas (Ezra Pound, Olson, escuela de Nueva York, etc.) siente marcada inclinación desde el primer momento: durante una juvenil estancia en París a principios de los 60 conoce al neoyorquino John Ashbery con quien vive la relación amorosa que se reflejará en sus primeros libros: la plaquette The Man with the Blue Eyes, publicada en Nueva York en 1966 y el libro The White Room, de edición británica (1968) que la incluye. El amor, tanto el homosexual como el heterosexual, así como la naturaleza (el mar, la campiña inglesa, la montaña) constituyen presencias básicas en las muy diversas fases de su obra.
Poeta de formación ecléctica dentro del experimentalismo, contrasta desde un principio con el estilo convencional del ambiente poético inglés de los 50-60; une influencias de las vanguardias parisinas, del dadaísmo (es traductor de al menos cuatro antologías de Tristan Tzara), y de un cierto surrealismo junto con el «modernism» anglonorteamericano y, en concreto, el Pound «chino» de Cathay y los Cantos, además de  la poesía norteamericana posterior.
Gran parte de su obra, hasta fechas recientes, se publicó en pequeñas editoras de poesía experimental y «underground».

Además de los libros ya citados, es autor de Lanscapes, (1969), The Sinking Colony(1970), Freighters (1975), H.M.S. Little Fox (1975), Boston-Brighton(1977), All the wrong notes (1981), Faded Ribbons (1982), Monster Masks (1985), Rope Boy to the Rescue (1988), In the Mists: mountain poems (1993), Morning Light (1998), Evening Star (2004). La publicación de sus Collected Poems (2004) ha facilitado el acceso a una obra en gran parte desconocida.



R


En la cartilla desplegable
el conejo cartero se apresura
con su uniforme azul desvaído, la gorra puesta,
la saca al hombro, una carta en la pezuña.

¿Una carta en la pezuña? ¿Para quién?
¿Y dónde está de todos modos? El escenario
es vago, si es que no inexistente.
Remoto como esos paisajes
vistos en los viejos sellos de correo.
Islas violeta, robles ocres.

¿La carta es para mí? pero
soy demasiado joven para leerla, así
que nunca sabré si es para mí
si es que contiene saludos o
una declaración de amor o
el anuncio de un incomprensible desastre.


De Take a Card, Any Card: An Ikonostasis (2003-2004) en Collected Poems, Shearsman, Exeter, 2004, p. 516




La vieja pregunta
Para Ben Watkins



La quietud,
¿es de lo que se trata?
¿El brillo de luz en un vaso
sobre una mesa redonda de madera?
El sol que desemboca desde la ventana
en algunos papeles, en una mano que se mueve,
en la rodilla de un hombre.
Ese momento, parece que está quieto,
pequeño cielo,
pero fuera, tan seguros como el viento
que arrastra un árbol, la gente anda por la calle
a diferentes lugares.
¿Y qué tiene que ver con esto?
¿Cogerlo mientras esté ahí, pero...?
"Trasladarse en el tiempo" una frase irreal,
pero lo potencia.
Es dar palos de ciego, sí,
llevarse al pecho esos minutos preciosos
como iconos.
Algo así como ....¿qué?
¿Algo que negocie o navegue o
ponga quilla a un rumbo claro
por entre los días?
No sé. Me levanto
y atravieso el cuarto,
me vuelvo y

De Morning Light(1998), en Collected poems, p. 418
______________


R


In the pop-up alphabet book
the rabbit postman strides on
in a faded blue uniform, cap on his head,
bag over his shoulder, a letter in his paw.

A letter in his paw... ? For who?
And where is he anyway? The setting
is vague, if not non-existent.
Remote as those landscapes
seen on old postage stamps.
Violet islands, ochre oak trees.

Is the letter for me? but
I'm too young to read it, so
will never know if it's for me,
whether it contains greetings or
a declaration of love or
the announcement of incomprehensible disaster.


**


The old question
for Ben Watkins



The stillness,
is that what it's about?
The glint of light in a glass
set on a round wood table?
Sun streaming in from the window
onto some papers, a moving hand,
a man's knee.
That moment, stood still it seems,
a small heaven,
but outside as surely the wind
tugs at a tree, people walk by in the street
going various places.
What to do with this?
Take it while it's there, but... ?
"Moving through time" an unreal phrase,
but with an edge to it.
Stumbling often enough,
clasping such precious minutes
like icons to our breasts.
Somehow to... What?
Somehow to negotiate or navigate or
just steer clear headed
through the days?
I don 't know. I get up
and walk across the room,
turn and


De Lee Harwood, Collected poems, Shearsman Press, Exeter, 2004, pp. 418 y 516