Anduve leyendo a Bellow estos días. La nueva versión de Vicente Campos de los dos títulos centrales (Herzog y El legado de Humboldt) me permitió recuperar al viejo conocido Moses Herzog y a un casi renacido y deslumbrante Charlie Citrine. ¿Tiene una buena traducción el poder taumatúrgico de transformar la experiencia de lectura de un libro y convertirla en otra distinta? Uno piensa que la lectura es ahora más cómoda o ¿quizá sólo más agradable? Pero en realidad es mucho más: cuando no se tiene acceso a la experiencia directa del original, uno sufre la posibilidad de leer novelas distintas y no hace falta que la versión anterior sea «mala», puede incluso ser un traslado correcto, sí, pero cuando el traductor logra conectar de verdad con el libro pasan cosas como ésta, y es ahora cuando la prosa de Bellow adquiere en la versión de Campos -o así lo he sentido yo- una tersura, una suavidad aterciopelada y desconocida que le viene como un guante a esa su particularísima manera de socarronería suave y como desganada y por eso particularmente eficaz en el momento justo de introducir la navaja o a la aguja de punto y atravesarle la atención al lector con esas frases supremas de sorna hebrea y universal...y entonces también es cuando te partes en dos estupefacto de la risa. Pero para alcanzar ese punto quizá haga falta trasladarse a un español que combine el deshilachado monologar, ese estilo legato, compacto y como un tanto dejado y aparentemente descuidado (¿Será ruso ese efecto?, se me ocurre ahora. A veces parece tenerlo también Nabokov, pero, en comparación, éste lo estropea con sus insistencias ingeniosas y la manía perpetua del efecto y los fuegos artificiales).
Recobro a Herzog, a su magnífica Ramona, pero, sobre todo en El Legado, la extraordinaria serie de personajes que arranca con Humboldt Fleisher -trasunto de su malogrado amigo Delmore Schwartz y que seguro que arrastrará toques de otros compañeros del grupo poético de los «existencialistas» americanos Berryman, Jarrell y Lowell y alguno que otro también le pasará a Charlie Citrine-. Y es Citrine quien surge como el poder supremo y desconocido en la nueva lectura. ¡Qué delicia de personaje! Es especialidad de Bellow ofrecernos su galería de desajustes humanos con el medio americano de la posguerra en la variedad, sobre todo, del profesor-artista-gente-de-letras-parapoeta ligeramente tronado, estratega de la evasión de todo lo «municipal y espeso», y en este caso, del Chicago de los 50-60, para así toparse con una realidad tanto más insistente y rasposa cuanto más pretende evitarla. Personajes supremos como Cantabile, ese mafioso y liante matón convertido en un pelmazo salvavidas encantador, su paradójico ángel de la guarda; Thaxter, el timador compulsivo, a quien considera amigo de verdad, justifica siempre y proteje hasta en su demencial autosecuestro político porque «es su amigo»...Y así practicamente todos (¡Esa «Señora» demoníaca, la madre de Renata, su amante, y quien acabará abandonándole por un eficiente enterrador!). Leedla, en la nueva versión, sin perder un minuto (Bueno...incluso en la antigua si no encontráis la nueva).
Recobro a Herzog, a su magnífica Ramona, pero, sobre todo en El Legado, la extraordinaria serie de personajes que arranca con Humboldt Fleisher -trasunto de su malogrado amigo Delmore Schwartz y que seguro que arrastrará toques de otros compañeros del grupo poético de los «existencialistas» americanos Berryman, Jarrell y Lowell y alguno que otro también le pasará a Charlie Citrine-. Y es Citrine quien surge como el poder supremo y desconocido en la nueva lectura. ¡Qué delicia de personaje! Es especialidad de Bellow ofrecernos su galería de desajustes humanos con el medio americano de la posguerra en la variedad, sobre todo, del profesor-artista-gente-de-letras-parapoeta ligeramente tronado, estratega de la evasión de todo lo «municipal y espeso», y en este caso, del Chicago de los 50-60, para así toparse con una realidad tanto más insistente y rasposa cuanto más pretende evitarla. Personajes supremos como Cantabile, ese mafioso y liante matón convertido en un pelmazo salvavidas encantador, su paradójico ángel de la guarda; Thaxter, el timador compulsivo, a quien considera amigo de verdad, justifica siempre y proteje hasta en su demencial autosecuestro político porque «es su amigo»...Y así practicamente todos (¡Esa «Señora» demoníaca, la madre de Renata, su amante, y quien acabará abandonándole por un eficiente enterrador!). Leedla, en la nueva versión, sin perder un minuto (Bueno...incluso en la antigua si no encontráis la nueva).
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Saul Bellow, Herzog y El Legado de Humboldt en Galaxia Gutenberg, Círculo de lectores, Barcelona, 2008 y 2009 en versión de Vicente Campos González. Buenas versiones, en la misma colección de Carpe Diem y Mueren más por desamor, a cargo de Benito Gómez Ibáñez, Barcelona, 2006, ambas. La editorial De Bolsillo, con ocasión de la muerte de Bellow en 2005, reeditó casi todas las versiones ya publicadas desde Las aventuras de Augie March, La víctima, El planeta de Mr Sammler, Henderson, el rey de la lluvia, etc. hasta las ya mencionadas.
NB. Escrito lo anterior, esta mañana del día 6, a la hora del café y en medio de una conversación bellowiana sobre los ajetreos de la vida corriente y su relación con las llamadas telefónicas, y por asociación también sobre Bellow, mi amiga y compañera Marile, profesora de inglés, menciona un artículo que «seguramente habrás leído» publicado en Babelia a propósito de circunstancias semejantes a las que me refiero ahí arriba. Pues no, no lo había leído, le digo. Esta tarde lo leo y me complazco en notar que coincido con el señor Vidal-Folch en el uso de la expresión «fuegos artificiales».
NB. Escrito lo anterior, esta mañana del día 6, a la hora del café y en medio de una conversación bellowiana sobre los ajetreos de la vida corriente y su relación con las llamadas telefónicas, y por asociación también sobre Bellow, mi amiga y compañera Marile, profesora de inglés, menciona un artículo que «seguramente habrás leído» publicado en Babelia a propósito de circunstancias semejantes a las que me refiero ahí arriba. Pues no, no lo había leído, le digo. Esta tarde lo leo y me complazco en notar que coincido con el señor Vidal-Folch en el uso de la expresión «fuegos artificiales».
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Cariñosas las observaciones