[Otra nota del mismo cuaderno, de hacia el 93, y que copio con las prevenciones anteriores]
La imaginación quizá sea el único método capaz de movilizar la realidad como percepción, a fin de hacer con ella algo que vaya más allá del análisis o de la actividad práctica. Sólo se mueve cuando se produce la sintonía con un motivo iniciador, un indicio desencadenante que permite ver más, ver de otra manera (¿Un ver "falso"? Quizá sí, pero, al menos, no atado a los convencionalismos utilitarios). El asunto esencial está en la calidad de la imaginación, en esa capacidad suya, que algunas veces muestra, de arrastrar la realidad percibida hasta hacerla alcanzar aquellas zonas de sensibilidad que pudieran ser activadas, digamos, musicalmente; se trata de hacerla entrar en una cierta melodía. Cuando esa música realmente se produce, cuando se modifica de esa manera la estabilidad de las cosas cotidianas, hay verdadera existencia humana, hay creación, amor, vida digna, o hay vida simplemente. El resto es la muerte calculable.
No transigir con los convencionalismos de lo esperable, de lo transitable, con las formas de lo ya prefabricado. En ese sentido, el mundo de la infancia significa, si es que significa algo, esa manera radical de ruptura permanente. Vale la pena habitarlo y activarlo. Hacerlo funcionar: es esa capacidad de transformación lo que interesa mantener y el persistir en ella.
Es asunto de tomarse la propia actividad "absurda" en serio y ser capaces de llevarla hasta su límite, hasta la derivación de todas sus posibilidades. Una vez embarcado, no entregarse al enemigo. Hacer que sea la única salida.
Pero se trata probablemente de un modo de "imaginación" diferente al usual. Resulta difícil captar su diferencia. No se trata de algo "opuesto" a las pasiones vitales, pero puede utilizarlas. No es tampoco una actitud intelectual ni un "procedimiento", aunque pueda mostrarse como tal. Surge, más bien, como un "color", una "visión" de las cosas no determinada por fines. Es un centro en sí mismo, una posición no mediatizada por condiciones ni psicológica ni vitalmente utilizables, pero que toma el mismo carácter absoluto de la pasión vital más absorbente. Cuando aparece se apodera de uno como si perdiéramos momentáneamente el control de nuestros actos o, mejor, los pusiéramos al servicio de una finalidad, tarea o meta más alta, más real que cualquier propósito práctico.
A veces te preguntas si podrías controlar ese "color", ese modo de acercarte a las cosas. ¿Hay alguna manera de invocarlo y hacerlo venir, aunque sólo fuera en un grado mínimo, en su mínima capacidad útil, y a partir de ella, tener la posibilidad de dar con un material adecuado que decidiría la presencia de esa llamada "imaginación" cuando trabaja a pleno rendimiento? La voluntad de hacerlo es importante, aunque no lo sea todo. El resultado de ese querer nunca está asegurado. Pero hace falta querer ver y querer entrar. Y esperar a que haya suerte otra vez.
La tensión algunas veces ayuda; en otras ocasiones lo entorpece todo. Hay cierta tensión útil cuando actúa como vigilancia, como "atención", un estar a la que salta; mientras, en otras ocasiones, lo que parece pasar es semejante a una confrontación demasiado confusa de motivos para que nos sirvan de algo; y en otras, se trata, más bien, de las actividades interesadas de sentimientos como la angustia o el miedo. Pero en ninguno de esos momentos la seguridad de lo negativo o lo positivo de la situación, de su productividad, es la nota dominante. Hay simplemente una tarea que hacer.
¿Cómo lograr la más absoluta indiferencia a los supuestos juicios de valor que siempre nos están rondando, y que están dando vueltas como moscas en torno a la tarea entre manos?
**
Como cuando alguien que proyecta salir se arma de una antorcha
durante la noche invernal, llama de ardiente fuego,
colocando linternas que protegen de toda clase de vientos;
éstas dispersan el soplo de los vientos agitados,
pero la luz salta hacia fuera en tanto que es más sutil
y brilla a lo largo del umbral de la casa con indomables rasgos.
Así entonces el antiguo fuego, encerrado en membranas
y en finos velos, se recluyó en la redonda pupila,
velos éstos que estaban perforados por milagrosos pasajes.
Ellos preservaban el agua profunda que fluye en torno de la pupila,
pero dejaban pasar el fuego, en tanto que es más sutil.
Empédocles de Agrigento, en Los Filósofos Presocráticos, vol. II, Gredos, Madrid, 1979, p. 229 [fragmento 426 (31B84) cita de Aristóteles, De Sensu, 437b-438a].
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El texto original en la red del precioso pasaje empedocleo [Aristotle, De Sensu and De Memoria, ed. G.R.T. Ross, Cambridge, 1906, p. 48 (438a)] en:
http://ia331311.us.archive.org/1/items/aristotledesensu00arisuoft/aristotledesensu00arisuoft.pdf
La imaginación quizá sea el único método capaz de movilizar la realidad como percepción, a fin de hacer con ella algo que vaya más allá del análisis o de la actividad práctica. Sólo se mueve cuando se produce la sintonía con un motivo iniciador, un indicio desencadenante que permite ver más, ver de otra manera (¿Un ver "falso"? Quizá sí, pero, al menos, no atado a los convencionalismos utilitarios). El asunto esencial está en la calidad de la imaginación, en esa capacidad suya, que algunas veces muestra, de arrastrar la realidad percibida hasta hacerla alcanzar aquellas zonas de sensibilidad que pudieran ser activadas, digamos, musicalmente; se trata de hacerla entrar en una cierta melodía. Cuando esa música realmente se produce, cuando se modifica de esa manera la estabilidad de las cosas cotidianas, hay verdadera existencia humana, hay creación, amor, vida digna, o hay vida simplemente. El resto es la muerte calculable.
No transigir con los convencionalismos de lo esperable, de lo transitable, con las formas de lo ya prefabricado. En ese sentido, el mundo de la infancia significa, si es que significa algo, esa manera radical de ruptura permanente. Vale la pena habitarlo y activarlo. Hacerlo funcionar: es esa capacidad de transformación lo que interesa mantener y el persistir en ella.
Es asunto de tomarse la propia actividad "absurda" en serio y ser capaces de llevarla hasta su límite, hasta la derivación de todas sus posibilidades. Una vez embarcado, no entregarse al enemigo. Hacer que sea la única salida.
Pero se trata probablemente de un modo de "imaginación" diferente al usual. Resulta difícil captar su diferencia. No se trata de algo "opuesto" a las pasiones vitales, pero puede utilizarlas. No es tampoco una actitud intelectual ni un "procedimiento", aunque pueda mostrarse como tal. Surge, más bien, como un "color", una "visión" de las cosas no determinada por fines. Es un centro en sí mismo, una posición no mediatizada por condiciones ni psicológica ni vitalmente utilizables, pero que toma el mismo carácter absoluto de la pasión vital más absorbente. Cuando aparece se apodera de uno como si perdiéramos momentáneamente el control de nuestros actos o, mejor, los pusiéramos al servicio de una finalidad, tarea o meta más alta, más real que cualquier propósito práctico.
A veces te preguntas si podrías controlar ese "color", ese modo de acercarte a las cosas. ¿Hay alguna manera de invocarlo y hacerlo venir, aunque sólo fuera en un grado mínimo, en su mínima capacidad útil, y a partir de ella, tener la posibilidad de dar con un material adecuado que decidiría la presencia de esa llamada "imaginación" cuando trabaja a pleno rendimiento? La voluntad de hacerlo es importante, aunque no lo sea todo. El resultado de ese querer nunca está asegurado. Pero hace falta querer ver y querer entrar. Y esperar a que haya suerte otra vez.
La tensión algunas veces ayuda; en otras ocasiones lo entorpece todo. Hay cierta tensión útil cuando actúa como vigilancia, como "atención", un estar a la que salta; mientras, en otras ocasiones, lo que parece pasar es semejante a una confrontación demasiado confusa de motivos para que nos sirvan de algo; y en otras, se trata, más bien, de las actividades interesadas de sentimientos como la angustia o el miedo. Pero en ninguno de esos momentos la seguridad de lo negativo o lo positivo de la situación, de su productividad, es la nota dominante. Hay simplemente una tarea que hacer.
¿Cómo lograr la más absoluta indiferencia a los supuestos juicios de valor que siempre nos están rondando, y que están dando vueltas como moscas en torno a la tarea entre manos?
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Como cuando alguien que proyecta salir se arma de una antorcha
durante la noche invernal, llama de ardiente fuego,
colocando linternas que protegen de toda clase de vientos;
éstas dispersan el soplo de los vientos agitados,
pero la luz salta hacia fuera en tanto que es más sutil
y brilla a lo largo del umbral de la casa con indomables rasgos.
Así entonces el antiguo fuego, encerrado en membranas
y en finos velos, se recluyó en la redonda pupila,
velos éstos que estaban perforados por milagrosos pasajes.
Ellos preservaban el agua profunda que fluye en torno de la pupila,
pero dejaban pasar el fuego, en tanto que es más sutil.
Empédocles de Agrigento, en Los Filósofos Presocráticos, vol. II, Gredos, Madrid, 1979, p. 229 [fragmento 426 (31B84) cita de Aristóteles, De Sensu, 437b-438a].
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El texto original en la red del precioso pasaje empedocleo [Aristotle, De Sensu and De Memoria, ed. G.R.T. Ross, Cambridge, 1906, p. 48 (438a)] en:
http://ia331311.us.archive.org/1/items/aristotledesensu00arisuoft/aristotledesensu00arisuoft.pdf