[Una más de esa serie de autotabarras que pueblan mis cuadernos. Esta tarde leo en uno (creo que es de hacia el 93-95) y le encuentro algún posible interés personal que, claro, se refiere a alguien muy alejado del que lo copia. Me choca su optimismo.]
Poder aceptar el mundo y poder disfrutarlo. ¿Aceptarlo para difrutarlo? ¿En qué medida? Imposible aceptarlo en su integridad: las propias condiciones ya seleccionan un mundo. La misma limitación de conocimiento relega gran parte a la inexistencia, a lo supuesto. Lo supuesto: lo tan solo sabido, pero necesariamente aceptado, pues es condición de la verosimilitud del resto. ¿Quiero realmente disfrutar el mundo? No. No lo estaría diciendo, en ese caso. Quiero conocer su ley extraña, sus condiciones no explícitas. La razón de que gran parte de él se me aleje, se me ajene. Este enajenamiento de las cosas, las obras, las personas. Disfrutamos de nosotros mismos en cuanto que es la sensibilidad previa de las apetencias del mundo lo que nos proyecta hacia él. Queremos experimentar lo que suponemos "apropiable" y que, en cierto modo, ya poseemos. Lo tenemos rozando nuestra piel. De alguna manera ya es nuestra piel. Y entonces lo pedimos, vamos a mezclarnos con sus diferencias y proyectamos sobre ellas sensibilidad, quizá algo de inteligencia, grados de conocimiento provisional, suposiciones de la degustación que ya de antes teníamos saboreada. Qué poco entonces a nuestro alcance, y qué presumida la suposición del todo. Alcanzamos una brizna y presuponemos que todo el campo será nuestro. Ni tan siquiera lo vemos y ya lo tenemos poseído en mente. Y con esfuerzo llegaremos a dos o tres hierbas y con suerte algún tallo. El bosque entero sigue intacto.
Cada experiencia única, punto de apoyo para la formulación de leyes. Bien. Reconocemos el capricho como una más de esas leyes. Qué resignación, la del capricho. Qué orgullo tan débil el que se propone como ignorancia voluntaria. No sabemos y entonces lo ignorado no existe. ¿Por qué estar contentos de ello? ¿Por qué no tenemos el valor de confesar precisamente nuestra tristeza de que tenga que ser así, de que nos limitamos a confesar un no saber, una limitación? Probablemente nunca podré leer bien y con facilidad una frase griega ni latina ni alemana medianamente compleja, ni habré leído nunca ni la mitad de Platón, de Kant, y no encuentro en ello fuerza alguna para apoyar el posible desprecio que sintiera, si logrado ese conocimiento, mi rechazo centuplicara en intensidad el deseo, la curiosidad que siento ahora hacia esos logros, esos continentes de pensamiento posible que nunca tendré en mí. No puedo alegrarme de no saber, de no conocer ni tan siquiera lo que, conocido, pudiera aborrecer en algún momento.
La trivialización necesaria de lo que se pretende despreciar. Es imprescindible falsificar lo que se rechaza para poder destruirlo sin remordimiento alguno.
Recurrir al amor a nosotros mismos como el refugio último cuando el misterio de los demás no sólo se confiesa impenetrable sino que se revela positivamente hostil. Sólo entonces. Hasta ese momento no deberíamos renunciar a la afirmación de una diferencia en tensión positiva con la nuestra. En constante acercamiento lo más libre que podamos de prejuicios o preconcepciones. Una relación en la que nada se diera por supuesto.
**Poder aceptar el mundo y poder disfrutarlo. ¿Aceptarlo para difrutarlo? ¿En qué medida? Imposible aceptarlo en su integridad: las propias condiciones ya seleccionan un mundo. La misma limitación de conocimiento relega gran parte a la inexistencia, a lo supuesto. Lo supuesto: lo tan solo sabido, pero necesariamente aceptado, pues es condición de la verosimilitud del resto. ¿Quiero realmente disfrutar el mundo? No. No lo estaría diciendo, en ese caso. Quiero conocer su ley extraña, sus condiciones no explícitas. La razón de que gran parte de él se me aleje, se me ajene. Este enajenamiento de las cosas, las obras, las personas. Disfrutamos de nosotros mismos en cuanto que es la sensibilidad previa de las apetencias del mundo lo que nos proyecta hacia él. Queremos experimentar lo que suponemos "apropiable" y que, en cierto modo, ya poseemos. Lo tenemos rozando nuestra piel. De alguna manera ya es nuestra piel. Y entonces lo pedimos, vamos a mezclarnos con sus diferencias y proyectamos sobre ellas sensibilidad, quizá algo de inteligencia, grados de conocimiento provisional, suposiciones de la degustación que ya de antes teníamos saboreada. Qué poco entonces a nuestro alcance, y qué presumida la suposición del todo. Alcanzamos una brizna y presuponemos que todo el campo será nuestro. Ni tan siquiera lo vemos y ya lo tenemos poseído en mente. Y con esfuerzo llegaremos a dos o tres hierbas y con suerte algún tallo. El bosque entero sigue intacto.
Cada experiencia única, punto de apoyo para la formulación de leyes. Bien. Reconocemos el capricho como una más de esas leyes. Qué resignación, la del capricho. Qué orgullo tan débil el que se propone como ignorancia voluntaria. No sabemos y entonces lo ignorado no existe. ¿Por qué estar contentos de ello? ¿Por qué no tenemos el valor de confesar precisamente nuestra tristeza de que tenga que ser así, de que nos limitamos a confesar un no saber, una limitación? Probablemente nunca podré leer bien y con facilidad una frase griega ni latina ni alemana medianamente compleja, ni habré leído nunca ni la mitad de Platón, de Kant, y no encuentro en ello fuerza alguna para apoyar el posible desprecio que sintiera, si logrado ese conocimiento, mi rechazo centuplicara en intensidad el deseo, la curiosidad que siento ahora hacia esos logros, esos continentes de pensamiento posible que nunca tendré en mí. No puedo alegrarme de no saber, de no conocer ni tan siquiera lo que, conocido, pudiera aborrecer en algún momento.
La trivialización necesaria de lo que se pretende despreciar. Es imprescindible falsificar lo que se rechaza para poder destruirlo sin remordimiento alguno.
Recurrir al amor a nosotros mismos como el refugio último cuando el misterio de los demás no sólo se confiesa impenetrable sino que se revela positivamente hostil. Sólo entonces. Hasta ese momento no deberíamos renunciar a la afirmación de una diferencia en tensión positiva con la nuestra. En constante acercamiento lo más libre que podamos de prejuicios o preconcepciones. Una relación en la que nada se diera por supuesto.
Parece que Gracián entendía eso de "ser persona" de un modo etimológico, a la manera romana, es decir, "ser una buena máscara". Qué antipático me resulta ese tipo.
***
Termino de leer La Educación Sentimental. Magnífico Flaubert. La precisión de sus descripciones, sus toques de exactitud que recuerdan a veces a los de Baroja, su visualidad. Sin embargo, los personajes, psicológicamente precisos en el detalle, en la presentación de las reacciones disecadas, exactísimamente congeladas, resultan por ese mismo prurito de precisión inevitablemente "fríos", desangelados, sosos. Qué gradaciones de ambiente, de perspectiva interior en la percepción espacial de los lugares vividos. Qué paisajismo. Los cuadros impresionistas que compone (Fontainebleau, la excursión al campo de Fredéric con Rosannette, etc.) ¿Querrá decir que las personas son también como las máquinas de la fábrica de Arnoux? ¿Y qué? ¿Qué se gana con pergeñar esos maniquíes, esos muñecos mecánicos? Una intensificación de Flaubert lleva a las muñequizaciones de Wyndham Lewis, también partidario de lo espacial. El París de Flaubert en La Educación no dice prácticamente nada a la sensibilidad: casas, tiendas con cachivaches. ¡Cuántos cachivaches!
No hay el más mínimo humor, sólo esa congelación de las formas de la estupidez: la inteligencia helándolo todo. Efecto de atomización, detalles, conglomerado detallista de cuadros, instantáneas, pequeños grabados. Ausencia de efectos de totalidad, de organismos vivientes o sintientes. Comparar con Tolstoi, también detallista, pero en Tolstoi los detalles tienen vida, están animados, no vistos como en una pecera.
****No hay el más mínimo humor, sólo esa congelación de las formas de la estupidez: la inteligencia helándolo todo. Efecto de atomización, detalles, conglomerado detallista de cuadros, instantáneas, pequeños grabados. Ausencia de efectos de totalidad, de organismos vivientes o sintientes. Comparar con Tolstoi, también detallista, pero en Tolstoi los detalles tienen vida, están animados, no vistos como en una pecera.
Me encuentro en El hombre perdido de Gómez de la Serna lo siguiente:
"La gran farsa es creerse uno mismo uno mismo, cosa que imita el que fue uno mismo, el que vio aquella cabaña de miserables en el valle de los desmontes en las afueras".
GS., El Hombre Perdido, Austral, 1962, p. 118.
"La gran farsa es creerse uno mismo uno mismo, cosa que imita el que fue uno mismo, el que vio aquella cabaña de miserables en el valle de los desmontes en las afueras".
GS., El Hombre Perdido, Austral, 1962, p. 118.
Casi ná Javier, voy por partes, supongo que respecto al primer escrito, cuando hablas de optimismo es pura ironía, o al menos, no es optimismo lo que me transmite.
ResponderEliminar"La razón de que gran parte de él se me aleje, se me ajene. Este enajenamiento..." muy bonito esto...
La verdad es que a veces se tiene ganas de saber mas, ¿qué lectura, conversación, reflexión produjo este escrito???
Giramos en torno al "solo sé que no sé nada". Hablas de ignorancia etc, pienso como Jacques Brel : la ignorancia es pereza; sólo eso, y ya sabemos lo que dice la sabiduría popular sobre la pereza.
Flaubert, no diré ni una palabra, pues 15 años en este país no me permiten ser objetiva (ni un mínimo), tengo la sensación de que observa sus personajes desde una silla demasiado alta...
No puedo mas que relacionar los párrafos de Gracián y de de la Serna, y todo ello, relacionarlo a su vez con los escritos de Rosset... No ser "puramente apariencia", es lo que parece molestarte en Gracián, no creo que hable exclusivamente de eso, pero si que invariablemente somos lo que ven los otros. No lo que creemos ser. Y una vez que te han colocado la etiqueta X, la taxonomía social que necesita clasificarte en una casilla, una y sólo una, no hay quien salga del molde... Por eso intentar que las dos tres cuatro o mil facetas de uno mismo se vean desde el exterior... No sé, yo lo veo mas así...
Bueno, aportaré una reflexión sobre el saber: antes creíamos que si estudiábamos leíamos pensábamos lo suficiente, acabaríamos con la ignorancia, como si dicha ignorancia fuera el Salvaje Oeste que había de ser conquistado, o un Amazonas enorme por explorar.
ResponderEliminarHoy esa percepción, por lo menos en cuanto a mí respecta, ha cambiado: el saber no puede llenar la ignorancia, porque esta es en sí misma cambiante y escurridiza. Porque hay un grado de desconocimiento que tenemos que aceptar para vivir. Porque el pretender saberlo todo para actuar nos llevaría a la parálisis.
En cuanto a despreciar lo que no se elige, no es necesario: cuanto más valor le demos a lo que hemos dejado, más valor adquirirá en nuestro foro interno el camino que hemos elegido.
Sobre los autores, me quedo con Ramón, me parece la mirada más lúcida.
Gracias, Spanique por tu amabilidad: se trata del reconcomio de no poner últimamente nada y que ayer pensara en eso cuando andaba liado con otras labores, así que eché mano de ese cuaderno y en cuanto me salieron un par de páginas presentables allá que las coloqué. Son dos páginas tal cual, seguidas, sin la menor premeditación ni cálculo.
ResponderEliminarSobre la ignorancia: una entrada mía anterior respondía a cierta irrupción radiofónica, antipática y sermoneadora de Javier Marías; más tarde leí algo de Miranda sobre el asunto a propósito de Prada y ayer vi eso de hace años sobre el "rechazar lo que no se conoce". Ya no estoy tan de acuerdo con esa actitud casi moralista hacia el saber. El enciclopedismo me repele.Quizá la pereza sea inevitable. Ante una masa tan arcana, tan inmensa no hay más remedio que escoger y necesariamente ignorar. La cosa es cómo arreglárselas para pillar una ignorancia al menos decente, no sé si "docta" o qué, pero al menos "honrada". Difícil.
Gracián me revienta infinitamente; admirable en muchos aspectos de sus estilos y otras mañas; astuto autor de manuales de autoayuda barroca para gente menos vulgar en general que la de ahora, pero quizá peor, más odiosa...Comprendido todo eso, leo una página suya y el rechinamiento, la dentera no tardan mucho. En fin.
No sé si una segunda lectura de la "Educación" me provocaría el mismo efecto ahora.
No no no!!!
ResponderEliminarTu no lo puedes llamar pereza.
Es SPLEEN!!!!
Al más puro sentido Budelairiano.
Qué guapo estás en esa foto de mozuelo romántico.
Cuando la vi me acordé de aquella conversación. Sí, estoy segura, nos conocimos fijo.
Beso y beso.
M.
Pues ya veo, en el fondo como Flaubert...
ResponderEliminarPobres de nosotros que no sabemos lo que ES y lo que no... Menos mal que tenemos estos inefables gurús que nos dicen lo hay que leer, lo que hay que ver, lo que hay que amar, ¡que haríamos sin ellos! (porque nos citas a dos : Marías y Prada, que vaya tela, jajaja)
Gracias a todos por los comentarios. No sé si podré colocar esto. Tengo el router escachiflado.Ya sabéis: llamadas a la madre Telefónica, vocecita nasal, que si el servicio técnico, etc.
ResponderEliminarLo mando antes que se escacharre del todo.
Abrazos a todos
"Ante una masa tan arcana"
ResponderEliminardecía esta mañana sobre eso del saber gigante y no me daba cuenta pero estaba citando al maestro:
Canto V
"Great bulk, huge mass, thesaurus;
Ecbatan, the clock ticks and fades out..."
En mi versión:
"Gran mole, ingente masa, thesaurus;
Ecabatana, el tic-tac suena y se apaga..."
¡Dios mío, qué deformación!
Y me voy que tengo que preparar un examen para los chavalines y son las ocho y media..
Javitxu.
ResponderEliminarTe he mandado un mail por el iPhonin con la dire de la casa, pero no se si te habrá llegado, creo que lo que tenía en las dires era una vieja tuya de terra.
Luego te he mandado otro de replins al tuyo, ese te llega fijo.
Ya verás que cosa más cuca.
Charo va a estar entusiasma-da.
Beso.
M.
Todo en orden.
ResponderEliminarInformación procesada.
Preciosidad de sitio y de casa.
Viva.
Besos.