El otro día intenté la versión de un poema de Creeley y, como ya comprobaríais, quedé insatisfecho con el resultado. El honrado propósito de la versión literal deja, en la orilla de la propia lengua, no otro poema, sino, en el mejor de los casos, una carcasa seca como resto de alguna presencia supuesta de un original que hubo. Qué le vamos a hacer. Con el conocimiento del inglés de un aficionado a la literatura anglosajona que quisiera, al leerla, incorporársela desde su forma original y, a veces, si es caso, trasladarla a la propia lengua como otra variante más de la lectura, pretendo, en primera instancia, al traducir, sobre todo, entender y secundariamente producir un texto legible para otros. Así que, cuando leo novelas o relatos de esas literaturas (y si es que dispongo del original en formato libro o, como cada vez es más fácil en internet, en algún pdf descargable desde páginas que ofrezcan textos no sujetos a derechos, es decir, anteriores a, pongamos, 1900; y, tratándose de literatura inglesa, casi toda ella ya está disponible en la red), lo que suelo hacer son catas de lectura contrastada y fragmentaria de páginas o pasajes, a manera de prueba o experimento, entre una versión española y la original.
El trabajo del traductor es siempre sacrificado, mal pagado, y por ello mismo, si incluso es bueno, algo digno de toda mi admiración y respeto; pero también hay veces en que la premiosidad con que ha de elaborarse y otras condiciones anejas a ese duro oficio quizá sirvan de excusa para soluciones que el lector español recibe, si no le asiste una perspicacia detectivesca, con la naturalidad con que nos mojamos cuando llueve (sin percatarse casi nunca de que le acaban de arrojar un cubo de agua sucia desde un segundo piso). Bien, pues, de este último tipo de experiencias voy a contar un caso reciente.
Leía hace unos meses una colección de cuentos de Rudyard Kipling. Últimamente han aparecido varias: las editoriales han pasado, como en ocasiones suelen, del desinterés y el silencio, a la plétora. Parece haber sonado la hora de los relatos breves de Kipling. Se me ocurrió que esa afluencia pudiera tener como causa próxima los encendidos y casi constantes elogios de Borges en las memorias de Bioy Casares publicadas hace poco en Destino (Borges considera que hay dos grandes maestros del relato breve: Rudyard Kipling y Henry James).
Una tarde me puse a comparar una vieja versión de uno de los cuentos, The finest story in the world, un cuento de las Many Inventions de 1893(1) que ya conocía como El relato más bello del mundo en una vieja versión de Amando Lázaro Ros en Aguilar (2) y que ahora leía como El mejor relato del mundo en reciente traducción de Miguel Martínez-Lage(3) , y así también leí primero el pasaje que cito a partir la colección de 16 relatos que Somerset Maugham seleccionó en 1952 y que ahora editaba Sextopiso: los había cogido para ocupar un trayecto de autobús y ya en casa comprobaba que algunos, como el citado, los conocía de antes en la vieja versión de Aguilar. Se me ocurrió entonces comparar las dos versiones de una frase que me chocó. La frase que leí primero fue la del Kipling de Martínez-Lage (3)y dice así:
"Contratarían esos ingleses que trabajan como hombres anuncio, con una pancarta de cuero por delante y otra por detrás, para que lo anunciaran a los cuatro vientos".
El narrrador ha escuchado de boca de un amigo un relato extraordinario, una auténtica comunicación con instantes vividos por un alma transmigrada desde una batalla naval en la antigua Grecia hasta otra en las guerras púnicas que, pasando por la Islandia vikinga, llega al presente, para instalarse en el espíritu del bueno de Charlie, como un portador ignorante de lo que su memoria alberga de vívidas evocaciones, de rastros de presencias del pasado condenadas a desaparecer si es que antes alguien no las traslada al papel. Sueña en el impacto mundial que tendrá semejante relato, una vez que se difunda y empieza a delirar en torno a los procedimientos de difusión. La frase en cuestión es parte del delirio propagandístico.
El mismo pasaje aparecía así en la versión de Lázaro Ros:
"Ellos alquilarían a ingleses de piel de toro, anunciadores de sí mismos, para bramarlo en el extranjero."
Si no tuviéramos el original a mano, seguro que todos votaríamos por la primera versión. En la de Lázaro Ros no condicen nada bien esos "ingleses de piel de toro" (¿la piel es literal o figurada?) como "anunciadores de sí mismos" y, que, a la vez, deberán "bramarlo" (es decir, "anunciar" el relato). Parece que deben hacer dos cosas: anunciarse a sí mismos y propalar la historia increíble.
El original dice así:
"They would hire bull-hided self-advertising Englishmen to bellow it abroad."
El señor Martínez-Lage ha entendido que hay unos ingleses "advertising oneselves", o sea, que "se hacen propaganda" y que esa propaganda es del estilo "bull-hided", es decir, que emplea pieles de cuero o de toro a tal efecto y, claro, si nos situamos en un punto del siglo XIX en que los procedimientos de marketing estaban aún en mantillas, no nos costará demasiado trabajo imaginar que se utilizaran grandes paneles de cuero pintarrajeados con almagre y sostenidos por algún caballete de madera para constituir el armazón que trasladaba el hombre anuncio por las húmedas calles de Londres o París hacia 1875. Tan visualmente verosímil se nos antojan esas pancartas de cuero (legítimo y británico) paseándose, que Catalina Martínez, en su reciente versión, repite literalmente a Martínez-Lage(4).
La dificultad está en el lenguaje: "self-advertising", como sugiere el OED es sinónimo de "self-centred" y habla de alguien que tan sólo y monográficamente "se nota y percibe y promociona" [advertising] a "sí mismo" [self], lo que vendría a dar un tipo de ingleses [Englishmen] "bien instalados en sus propios asuntos",y pongamos que, si le añadimos "bull-hided", decimos que, figuradamente, tienen un pellejo taurino, como ese John Bull arquetípico, a prueba de roces y con el que pueden y muy a gusto darse tono y presumir [bull-flesh]. Así que Amando Lázaro Ros al que habíamos vituperado como ilegible y desechable frente a los atractivos "hombres anuncio", se revuelve con su prosaica literalidad y tiene sus razones.
Al descuidado lector yo le propondría (sin demasiadas exigencias) la siempre tentativa versión siguiente:
"Contratarían a unos cuantos ingleses de esos vividores y jactanciosos para que lo vocearan a los cuatro vientos".
(...pero leeros el cuento porque, en cualquiera de las versiones, sigue siendo delicioso).
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El trabajo del traductor es siempre sacrificado, mal pagado, y por ello mismo, si incluso es bueno, algo digno de toda mi admiración y respeto; pero también hay veces en que la premiosidad con que ha de elaborarse y otras condiciones anejas a ese duro oficio quizá sirvan de excusa para soluciones que el lector español recibe, si no le asiste una perspicacia detectivesca, con la naturalidad con que nos mojamos cuando llueve (sin percatarse casi nunca de que le acaban de arrojar un cubo de agua sucia desde un segundo piso). Bien, pues, de este último tipo de experiencias voy a contar un caso reciente.
Leía hace unos meses una colección de cuentos de Rudyard Kipling. Últimamente han aparecido varias: las editoriales han pasado, como en ocasiones suelen, del desinterés y el silencio, a la plétora. Parece haber sonado la hora de los relatos breves de Kipling. Se me ocurrió que esa afluencia pudiera tener como causa próxima los encendidos y casi constantes elogios de Borges en las memorias de Bioy Casares publicadas hace poco en Destino (Borges considera que hay dos grandes maestros del relato breve: Rudyard Kipling y Henry James).
Una tarde me puse a comparar una vieja versión de uno de los cuentos, The finest story in the world, un cuento de las Many Inventions de 1893(1) que ya conocía como El relato más bello del mundo en una vieja versión de Amando Lázaro Ros en Aguilar (2) y que ahora leía como El mejor relato del mundo en reciente traducción de Miguel Martínez-Lage(3) , y así también leí primero el pasaje que cito a partir la colección de 16 relatos que Somerset Maugham seleccionó en 1952 y que ahora editaba Sextopiso: los había cogido para ocupar un trayecto de autobús y ya en casa comprobaba que algunos, como el citado, los conocía de antes en la vieja versión de Aguilar. Se me ocurrió entonces comparar las dos versiones de una frase que me chocó. La frase que leí primero fue la del Kipling de Martínez-Lage (3)y dice así:
"Contratarían esos ingleses que trabajan como hombres anuncio, con una pancarta de cuero por delante y otra por detrás, para que lo anunciaran a los cuatro vientos".
El narrrador ha escuchado de boca de un amigo un relato extraordinario, una auténtica comunicación con instantes vividos por un alma transmigrada desde una batalla naval en la antigua Grecia hasta otra en las guerras púnicas que, pasando por la Islandia vikinga, llega al presente, para instalarse en el espíritu del bueno de Charlie, como un portador ignorante de lo que su memoria alberga de vívidas evocaciones, de rastros de presencias del pasado condenadas a desaparecer si es que antes alguien no las traslada al papel. Sueña en el impacto mundial que tendrá semejante relato, una vez que se difunda y empieza a delirar en torno a los procedimientos de difusión. La frase en cuestión es parte del delirio propagandístico.
El mismo pasaje aparecía así en la versión de Lázaro Ros:
"Ellos alquilarían a ingleses de piel de toro, anunciadores de sí mismos, para bramarlo en el extranjero."
Si no tuviéramos el original a mano, seguro que todos votaríamos por la primera versión. En la de Lázaro Ros no condicen nada bien esos "ingleses de piel de toro" (¿la piel es literal o figurada?) como "anunciadores de sí mismos" y, que, a la vez, deberán "bramarlo" (es decir, "anunciar" el relato). Parece que deben hacer dos cosas: anunciarse a sí mismos y propalar la historia increíble.
El original dice así:
"They would hire bull-hided self-advertising Englishmen to bellow it abroad."
El señor Martínez-Lage ha entendido que hay unos ingleses "advertising oneselves", o sea, que "se hacen propaganda" y que esa propaganda es del estilo "bull-hided", es decir, que emplea pieles de cuero o de toro a tal efecto y, claro, si nos situamos en un punto del siglo XIX en que los procedimientos de marketing estaban aún en mantillas, no nos costará demasiado trabajo imaginar que se utilizaran grandes paneles de cuero pintarrajeados con almagre y sostenidos por algún caballete de madera para constituir el armazón que trasladaba el hombre anuncio por las húmedas calles de Londres o París hacia 1875. Tan visualmente verosímil se nos antojan esas pancartas de cuero (legítimo y británico) paseándose, que Catalina Martínez, en su reciente versión, repite literalmente a Martínez-Lage(4).
La dificultad está en el lenguaje: "self-advertising", como sugiere el OED es sinónimo de "self-centred" y habla de alguien que tan sólo y monográficamente "se nota y percibe y promociona" [advertising] a "sí mismo" [self], lo que vendría a dar un tipo de ingleses [Englishmen] "bien instalados en sus propios asuntos",y pongamos que, si le añadimos "bull-hided", decimos que, figuradamente, tienen un pellejo taurino, como ese John Bull arquetípico, a prueba de roces y con el que pueden y muy a gusto darse tono y presumir [bull-flesh]. Así que Amando Lázaro Ros al que habíamos vituperado como ilegible y desechable frente a los atractivos "hombres anuncio", se revuelve con su prosaica literalidad y tiene sus razones.
Al descuidado lector yo le propondría (sin demasiadas exigencias) la siempre tentativa versión siguiente:
"Contratarían a unos cuantos ingleses de esos vividores y jactanciosos para que lo vocearan a los cuatro vientos".
(...pero leeros el cuento porque, en cualquiera de las versiones, sigue siendo delicioso).
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(1)Ruyard Kipling, Collected Stories, Selected and introduced by Robert Gottlieb, Everyman's Library, Londres, 994, pp. 259-289. El pasaje original en p. 277.
(2)Rudyard Kipling, Obras escogidas, tomo I, Aguilar, Madrid, 1958, págs.814-848.La versión en p. 834.
(3)Rudyard Kipling, El mejor relato del mundo y otros no menos buenos. Selección y presentación de W. Somerset Maugham,traducción de Miguel Martínez-Lage, Sextopiso, Madrid,2007 [es versión española del Maugham's Choice of Kipling Best]. El texto en p.65. Martínez-Lage, entre otras muchas versiones, es autor de la titánica y en general atinada traducción del Johnson de Boswell en Acantilado.
(4)Rudyard Kipling, Relatos. Traducción de Catalina Martínez. Selección y postfacio de Alberto Manguel, Acantilado, Barcelona, 2008. No puedo precisar la página. No poseo el libro y leí la versión del pasaje en una librería.[Esta mañana -4 de febrero, miércoles- consigo acercarme algo más al libro y, gracias a una fotocopia, leo el pasaje en cuestión en la pág. 317 del citado: "Contratarían a ingleses como hombres-anuncio, disfrazados con una piel de toro para que lo vocearan en el extranjero".]
(2)Rudyard Kipling, Obras escogidas, tomo I, Aguilar, Madrid, 1958, págs.814-848.La versión en p. 834.
(3)Rudyard Kipling, El mejor relato del mundo y otros no menos buenos. Selección y presentación de W. Somerset Maugham,traducción de Miguel Martínez-Lage, Sextopiso, Madrid,2007 [es versión española del Maugham's Choice of Kipling Best]. El texto en p.65. Martínez-Lage, entre otras muchas versiones, es autor de la titánica y en general atinada traducción del Johnson de Boswell en Acantilado.
(4)Rudyard Kipling, Relatos. Traducción de Catalina Martínez. Selección y postfacio de Alberto Manguel, Acantilado, Barcelona, 2008. No puedo precisar la página. No poseo el libro y leí la versión del pasaje en una librería.[Esta mañana -4 de febrero, miércoles- consigo acercarme algo más al libro y, gracias a una fotocopia, leo el pasaje en cuestión en la pág. 317 del citado: "Contratarían a ingleses como hombres-anuncio, disfrazados con una piel de toro para que lo vocearan en el extranjero".]