«Hay que definirse», se decía mucho en los años anteriores a la guerra civil.
Suele suceder que aquel al que en esos momentos amigablemente se zarandea para que acepte la verdad quizá comparta las mismas posiciones esenciales de quien, con su discurso, le pide aquiescencia moral e intelectual, e incluso participaría de esa su misma indignación ante los hechos en cuestión (cuando los hechos, pongamos por caso el terrorismo o cualquier otro atentado contra la libertad, son motivo de básica repulsa humana), pero también es posible que no comulgue con la lectura completa, con el diagnóstico, o con toda la medicina subsiguiente, y por ello, y a la vez, tampoco considera que deba rebotar automáticamente en compulsiva respuesta aquiescente a la posición perentoria del «si no estás conmigo estás contra mí». Bien, pues ése al que no le apetece responder al empujón exigente, que tan sólo pretende mantener una mínima independencia personal, (naturalmente atiborrada de errores y de «idiotez» útil al enemigo, pero, bueno, que es la suya), ése mismo es de suponer que detestará cualquiera de los variados modos de agarrar por la solapa con los que se acostumbra por aquí a solicitar aquiescencia, o participación, o afiliación al bando de los buenos. Se le suele pedir no sólo que denuncie el mal sino que colabore en la campaña del inquisidor cargado de razón, y que lo haga en sus términos, sin salirse un milímetro de la raya, y con el natural corolario de que, si fuera necesario, y suele serlo, se autocritique «sinceramente», renuncie a cuanto, para su desgracia y extravío, haya venido insensatamente a dar en ser, a fin de que pueda -más vale tarde que nunca- alcanzar la deseable condición de «recién nacido a la verdad»...
En fin, suele pasar que quien no recibe con su sí el paquete íntegro, el que no responde con el «amén», resulta que ya está comprendiendo el mal, que lo está aceptando, lo está perdonando y, en consecuencia, es su abyecto «cómplice».
Suele suceder que aquel al que en esos momentos amigablemente se zarandea para que acepte la verdad quizá comparta las mismas posiciones esenciales de quien, con su discurso, le pide aquiescencia moral e intelectual, e incluso participaría de esa su misma indignación ante los hechos en cuestión (cuando los hechos, pongamos por caso el terrorismo o cualquier otro atentado contra la libertad, son motivo de básica repulsa humana), pero también es posible que no comulgue con la lectura completa, con el diagnóstico, o con toda la medicina subsiguiente, y por ello, y a la vez, tampoco considera que deba rebotar automáticamente en compulsiva respuesta aquiescente a la posición perentoria del «si no estás conmigo estás contra mí». Bien, pues ése al que no le apetece responder al empujón exigente, que tan sólo pretende mantener una mínima independencia personal, (naturalmente atiborrada de errores y de «idiotez» útil al enemigo, pero, bueno, que es la suya), ése mismo es de suponer que detestará cualquiera de los variados modos de agarrar por la solapa con los que se acostumbra por aquí a solicitar aquiescencia, o participación, o afiliación al bando de los buenos. Se le suele pedir no sólo que denuncie el mal sino que colabore en la campaña del inquisidor cargado de razón, y que lo haga en sus términos, sin salirse un milímetro de la raya, y con el natural corolario de que, si fuera necesario, y suele serlo, se autocritique «sinceramente», renuncie a cuanto, para su desgracia y extravío, haya venido insensatamente a dar en ser, a fin de que pueda -más vale tarde que nunca- alcanzar la deseable condición de «recién nacido a la verdad»...
En fin, suele pasar que quien no recibe con su sí el paquete íntegro, el que no responde con el «amén», resulta que ya está comprendiendo el mal, que lo está aceptando, lo está perdonando y, en consecuencia, es su abyecto «cómplice».
En la anterior entrada concluías qué había sido lo que te había hecho interesarte por un libro.
ResponderEliminar¿Qué te pasó para escribir esta(si no es demasido preguntar)?
No es tan excepcional. Creo que he dajado varias entradas que muestran que no asimilo bien las
ResponderEliminarverdades absolutas, especialmente las político-culturales que se suelen presentar como inapelables
formulaciones ante problemas que precisamente porque son graves,como los nacionalismos y sus correspondientes terrorismos y tiranías, los fundamentalismos y cualquier forma de fascismo, pues ante ellos todos coincidimos, creo, en un idéntico rechazo. Pero, a partir de ahí, de esa coincidencia en el rechazo de la barbarie (que se debe dar por supuesta), cada cual interpreta causas, establece diagnósticos y saca conclusiones políticas y morales.
Me da la impresión de que muchas veces, y en personas muy solventes y con las que solemos coincidir sin conocerlas o, en otros casos, con amigos nuestros de siempre que coinciden en esa misma postura, pues yo al menos noto hace un tiempo con un desagrado que no puedo evitar que,sistemáticamente, transforman su convencimiento en una especie de compulsión radicalizante, militante, que no admite fisuras de ninguna clase y parece que cualquier otra "mirada" diversa de la suya se la considera, implícitamente y por principio, o bien cobarde o traicionera o "complice" o todo a la vez: de manera que si estás con ellos en lo fundamental, en su rechazo a cualquier forma de barbarie, debes estarlo también en los demás aspectos, en los diagnósticos,en las consecuencias y actitudes morales.
Por ejemplo, en el artículo de Azúa que vinculo creo que se exagera y generaliza en exceso, o eso me lo parece a mí,en el diagnóstico de "analfabetismo" para con la totalidad de la cultura islámica de un modo demasiado injusto por lo grueso y se saca la consecuencia de que, y cito, "sólo la educación es capaz de librar a las personas de la esclavitud. Que los países islámicos protegen el analfabetismo como un bien divino porque lo que más temen es el modelo educativo occidental, fundamento de libertad entre hombres y mujeres. El islamismo es irreductible porque es analfabeto gracias a sus dirigentes".
Esa misión a la que debiéramos entregarnos de exportar educativamente nuestra cultura laica, democrática y liberal es algo que me parece cuando menos un tanto utópico e irreal. Bien, pues, en el tono de esos artículos y de bastantes otros de su blog, parece implicarse, quizá por el mismo impulso del convencimiento, de quien mantiene sus ideas hasta el extremo, que cualquier discrepancia en soluciones como la que cito equivaldría a una forma de "complicidad con el mal". Y el maximalismo de convencimientos políticos como ése es lo que que se me hace antipático. Y de ahí la entrada por la que preguntas y alguna otra o más de una parecida anterior.
Releo lo que te respondía ayer y me parece ahora toda una solemne tontería.
ResponderEliminarEn definitiva: ¿Qué más da? Me molestó que me tiraran de la manga, que me dijeran cómo tengo que leer o dejar de leer al coronel Lawrence, y coincidió con que andaba gustosamente enfrascado en la Muqadimma de Ibn Jaldún y nada más.
Ese tipo de molestia. Que me molestan un tanto los que saben cómo se debe mover o dejar de mover la gente. Nada más. Por otro lado me alegra coincidir con él en el aprecio a Steiner. Así que tablas.
Hola, Javier, perdona que hoy sea algo breve pero me ha dado la alergia y tengo la cabeza como un bombo de tanto estornudar. A pesar de ello no quería dejar de saludarte
ResponderEliminarAyer leí tu comentario -y respuesta a mi pregunta- en una PDA ( me imagino que te harás una idea de lo difícil que es escribir en uno de esos miniteclados aunque sean cuatro frases). Hoy veo que añades un comentario a tu comentario: no te preocupes eres libre de opinar; yo también opiné de Cortázar, ¿no? Pues ya está. Ahora a otra entrada; yo ya estoy dándole vueltas a una posible.
Un saludo.