martes, 26 de octubre de 2010

Recuerdo de Agustín García Calvo

«...que hay algo por debajo de lo sabido»  AGC

Porque quizá deba decirse todo. Porque si este blog presume de decir lo que hay, (y si al menos hace eso, y no es que diga, claro, toda la verdad, por favor, nunca tanto, sería casi una grosería pedirme eso, no, pero sí tan sólo dice algo de lo que hay, y, pues precisamente por eso), esta tarde noto que me faltaba algo por decir. Y porque ha sido esta tarde cuando me he acordado. Había salido ya indirectamente y hace un tiempo, Lucrecio mediante,  porque fue precisamente Lucrecio la ocasión de aquella clase de lectura y comentario, -quizá alguno de los que asististeis al acto aquel todavía os acordéis, aunque haga de todo aquello ya un montón de años, pues fue a mediados, quizá primeros de los ochenta- digo que cuando por entonces viajábamos Tomás y Teresa Mingot y quien esto escribe a Soria para traernos al profesor Agustín García Calvo a Logroño para que nos diera aquella clase de comentario de texto en un ciclo del asunto. (y tras aquella balbuceante conversación telefónica: «¿Podría hacernos  un comentario de texto sobre alguno de sus autores favoritos?». «Sí». «¿Y qué método de comentario seguiría?». Noté que, nada más formulada, era aquella precisamente la pregunta tonta, la pregunta académica; pues era un cursillo muy académico aquel del Colegio Universitario de Logroño y resulta que venía una cierta cantidad de gente, también muy académica, y cada uno, por tanto, con su escuela bien aprendida. «Eso corre de mi cuenta», replicó escueto. Me sentí ridículo. «Claro, don Agustín, por supuesto». «¿...Y cuándo vendrá?». «Si os viene bien podéis acercaros a recogerme a Soria. Doy un recital con Amancio Prada»). Y allí que me fui en el coche de Tomás y Teresa Mingot, con Tomás y con Teresa. Los tres  fuimos a Soria y le recogimos. (y en aquel aparcamiento, cuando ya nos disponíamos a volver, le mencionaba una  versión poundiana de las Traquinias de Sófocles: Women of Trachis, y creo que le hizo alguna gracia).

Sí. Aquella tarde memorable y aquella noche y un breve momento del día siguiente. Sólo eso.
La sesión de comentario del episodio del De Rerum Natura de Lucrecio sobre la cuestión del "clinamen" en la física de Epicuro, aquello de

ILLVD IN HIS QVOQVE TE REBVS COGNOSCERE AVEMVS,
CORPORA, QVOM DEORSVM RECTVM PER INANE FERVNTVR...
Algo en esta cuestión también que entiendas anhelo,
que, cuando los átomos van al vacío abajo derechos,
del propio su peso llevados, en tiempo a veces incierto,
incierto lugar, se tuercen un poco del derrotero,
tanto no más que se pueda decir que mudó el movimiento (....)(1)

¿Por qué no podré olvidar jamás esa escena? Primero la lectura (¿Lectura? No. Canto (2). Cantó en latín el episodio y después leyó su traducción en verso: «...en un verso que me he inventado», precisó). Ambos momentos, inolvidables. Grabados. Sí. No en bronce. Me refiero a que alguien los grabó en una cinta que tuve, que copié, que regalé y que perdí.
Desde aquel momento, desde el momento en que escuché las dos lecturas (la del original: ¿habrá alguien capaz de leer latín como lee García Calvo? No lo sé. Lo dudo. Quizá haya algún latinista chino que se le acerque...No lo sé). Y la traducción.

...En fin, leedle.

___________________
(1) Lucrecio, De la Realidad, Edición crítica, versión rítmica de Agustín García Calvo, Lucina, Madrid, 1997, II, 216-250, págs. 146-149.
(2) Pound lee su versión del Seafarer. García Calvo lee un fragmento de coro de la tragicomedia Ismena

3 comentarios:

  1. Gracias javier por sus palabras, es un gusto leerlo, abrigan un poco en esta noche de frio porteña.
    Lo invito a pasar por mi espacio, su opinion sera muy valiosa.
    Un abrazo, danilo.

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  2. Gracias por tu comentario, Danilo. Por las magias de blogspot, o mi torpeza al publicarlo, tu comentario figura en un lugar como duplicado y en otro como inexistente (o dos o ninguno).
    Un abrazo
    Javier.

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  3. El clinamen y Tito Lucrecio Caro en una versión de Gerardo Deniz:

    TLC

    Nec plus quam minimum

    La seca lluvia vertical continuaba,
    ningún nacido de mujer había entrado nunca en la oficina,
    decirle de prisa frases ambiguas, vejarlo y multarlo,
    sellos amoratados, reglamentos, tubos de luz sanvito,
    letras grandes en las ventanas decían algo al revés.
    Afuera gris arriba, gris abajo.
    Entonces el del escritorio de reclamaciones,
    el que fue ascendido al otro día,
    sacó un dedo por ver si amainaban las gotas ganchu-das:
    tal fue el clinamen.
    La lluvia
    con un estruendo de dominó ateo
    se derrumbó en sí misma. Al rato
    notaron que ya había un sol redondo,
    nació suelo verdiazul bajo las nubes nuevas,
    pasaban saurios, hordas, bergantines.
    Fue la primera vez
    que apagaron, cerraron y salieron.
    La cajera, la gorda, se despidió gritando:
    —¡Mañana habrá causantes!

    (Vuelta, 17, 1978)

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Cariñosas las observaciones