Como si fuera uno de esos ángeles ciclistas del Theatre Tol belga que se colgaban el otro día (¡qué frío hacía!) en la Puerta del Sol y se enganchaba los pies de una escalerilla plegable mientras bajaba de su vestidillo gigante y rojo, de uno de aquellos pololos rojos monstruosos, un guardainfante gigantesco mientras sonaba una música suave y tan nocturna, seguro que moderna, pero que parecía barroca y le habíamos dejado ya al señorito de la fiesta, digo, a Álex y a Carolina, a los dos, que se iban al Ritz, a una de esas cenas de postín, los dos de gala, y tan guapetones, y que entonces nosotros nos fuimos (¿pues adónde va a ser?) para hacer tiempo a la Chocolatería y Buñolería Modernista de San Ginés, ya mencionada en este blog a propósito de otras ocasiones madrileñas, claro (¿de quién sería la idea? Yo no dije nada; no sé quién fue el que dijo) y eso, que nos tomamos un suculento soconusco en la catacumba esa que tiene la San Ginés abajo y voy y me encuentro que estaba al lado mismo, ¿quién crees? pues el poeta Llamazares tomándose otro chocolate de los de las 10, o si no sería su doble (pues sería...) con la novia, y nos volvimos al Metro para hacer más tiempo aún y esperar a la hora del autobús nocturno, y los ciclistas ahora sacaban chorrillos de fuegos artificiales por el lateral de sus faldas y la niña angelicata se había vuelto a subir por dentro del faldamento rojo gigantesco hasta ser una con su esencia y ciclopedalear en los aires fríos de la Plaza y qué bien todo y qué maravilla de Obispo con estrellitas el de esa misma tarde en El Capitol, mucho más elegante que un cangaceiro de Glauber Rocha, más, más que cualquier espanto imaginable en el Cabaret Voltaire de Zurich, uno de los de Tzara y sus amigos, más, todavía más, El Obispo Leproso, Perverso y Risueño con sus papitos blancos y sonrientes, también estaba allí volando por el aire de la Plaza de Madrid, se me confundía allí mismo con quién, allí mismo se le podía ver, y no desentonaba, no, con aquellas muñecas celestes que con él iban de paseo por el aire de la noche, volando una o dos o tres eternidades sacras y españolas, él también en su bici, bendiciendo, por los aires helados de diciembre...
¡Qué bien!
ResponderEliminar