Sólo quisiera que no te volvieras a enterrar definitivamente, aunque tan sólo hubieras llegado a sacar esa cabeza y la sonrisa y una cierta ojera perceptible, pero muy bien maquillada: los años naturales, una vida que pesa y ese rubio cabello partido en dos por el centro, como siempre.
La elegante figura otra vez contemplada al entreabrir aquella puerta de electricidad y cables del teléfono, aquella tan sucinta indicación de que en algún lugar, en dos calles (los veranos, el invierno, el trabajo, los padres, los hijos y el marido posibles) alguien incluso ahora seguía existiendo.
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Cariñosas las observaciones