domingo, 13 de abril de 2008

Un punto



En algún punto de llegada después de tanta pérdida de nortes, donde ya no haya salida verosímil ni seguridad alguna, sólo la tonta circunstancia de haberse ido metiendo uno mismo en el hoyo, sin ayuda, por cuenta propia.
Como no podría ser de otra manera, y la manera otra que pudiera ser no interesa demasiado, se constata tan solo un a modo de catálogo de diferencias: las que distinguen al punto o grieta en cuestión de los verdaderos lugares, esos que sí son topografiables y que suelen destacar por sus principios, poseer verdaderas posturas, localizables posiciones serias. Porque al punto este, que debiéramos denominar de pérdida, o de incertidumbre (y eso ya sería mucho decir) o vaya usted a saber de qué, a este punto que ni está en el mapa, que no es ni tan siquiera un lugar decente desde el que imponerse alguna tarea (por ejemplo, la de salir del hoyo donde se halla), sino que él mismo ni siquiera sabe lo que es y, por tanto, tampoco se le ocurre pensar en salir ni en entrar... pues, bien, a ese punto no hay por donde cogerlo y por ahí quizá se esconda su toque peculiar: el de no saber nunca a ciencia cierta...
Puestos a no saber, no sabe ni tan siquiera que sabe y tampoco sabe ni quiere saber eso que dicen que sabe. Es uno de esos puntos que no sabe y que no cree. No cree ni quiere creer en eso ni en lo de más allá. Y porque no quiere creer tampoco le suele hacer la más mínima gracia que su no creencia se entienda como un principio (de esos serios) y que se la desenrrollen en sus consecuencias, que le apliquen sus consiguientes, sus antecedentes, consecuentes y sus prosiguientes. No gusta de tantos entes. Porque entonces (eso cree) seguiría quieto en el mismo punto, en el sitio donde estaba, es decir, creyendo como antes y sacudiendo con algún mazo viejo de esos de creer. Ya no quiere mazos. Ni de los unos ni de los otros (de los contrarios), o de los otros de los otros, sus similares.
Considera que (puestos a creer, a tener algún criterio, principios, como esos de los que, en su lugar, grieta, resquebrajadura de la pared del pozo u hoyo, carece) lo mejor, si hubiera que acertar, sería equivocarse de medio a medio, pero procurando siempre que nuestro error fuera el apropiado, un error de los buenos, de esos que no se andan por las ramas (un auténtico error impresentable), el que nos corresponda y así podamos esperar que nos acompañe, que nos haga verdadera compañía, no como pasa con los de encargo o de segunda mano, que suelen ser tan poco fiables (pues que esos enseguida y a la vuelta de la esquina se te despiden sin más y entonces ya estás en lo cierto) sino algo así como una mancha indeleble de las de nacimiento, de esas que, cuando te preguntan qué te pasó ahí, mientras miras a ninguna parte, llamas “un antojo”.

1 comentario:

Cariñosas las observaciones