jueves, 24 de julio de 2008

"Dixit insipiens in corde suo..."

El señor Javier Marías nos ilustra (le oigo por la radio, en alguna entrevista o promoción) sobre lo que debemos entender por "necio" para evitar caer en esa actitud, especialmente peligrosa en la sociedad actual. Lo hace a la manera de Unamuno cuando le explicaba al dictador, don Miguel Primo de Rivera, en los sabrosos comentarios de su libro De Fuerteventura a París (París, 1925, p. 13), lo que significa la palabra "tonto" ["tonto quiere decir tonto o sea defectivo de entendimiento(...)Tonto quiere decir que aunque de joven se hubiese dedicado al estudio, en vez de correrla como un señorito frívolo, nunca habría llegado a saber nada bien"]. Unamuno tiene gracia; el señor Marías no pretende tenerla, va en serio y hace un diagnóstico del mal de necedad en la sociedad española contemporánea, pues la define como "la ignorancia voluntaria". "Ya no se trata de que la gente no sepa, es algo mucho peor: ahora hay mucha gente que se jacta de ello". Y tiene razón porque está mal jactarse de esas nuestras ignorancias que, en principio, son infinitas y deberían dolernos infinitamente. Es verdad.
El problema está, sin embargo, y a mi manera de ver, en lo antipático de esa postura pontificante y acusadora. Yo, por ejemplo, no sé muchas cosas, innumerables, mi ignorancia se derrama incontenible en cuanto abro la boca, y me duele, sí, me duele mi ignorancia...pero reconozco que, llegado a una cierta altura de la vida, es algo que ya tiene mal remedio. ¿Qué más quisiera yo que saber griego antiguo como para leer a Platón y a Sófocles igual o casi igual que leo el periódico? O saber Física teórica y Matemáticas y Alemán y Chino y Ruso, por lo menos. O, como mínimo, lógica de predicados y filosofía de la ciencia, que tanta falta me hacen (o que yo creo que me la hacen...). No. Debo renunciar y resignarme a mis saberes escasos y mal seguros y, eso sí, ni conformarme con ellos, sin embargo, ni dejar de educarlos en la medida de mis mermadas posibilidades y de mis gustos. Qué se le va a hacer.

Ahora, lo que ya no aguanto nada bien es la actitud contraria, la de los ilustrados pedagógicos (la que viene desde Ortega, en quien quizá era más explicable), la de los que predican ilustración y moral ilustrada y pontifican al respecto. No. Ya lo siento. Reconozco mi ignorancia, y en alguna medida también mi consciente frivolidad, pero por favor, que no me vengan predicando como fray gerundios. Que es un vicio español muy feo. Que lo reserven para sus alumnos, si no saben hacer algo mejor que eso para enseñarles, o, si es que no tienen alumnos a mano, que dejen el púlpito y escriban buena literatura o buena filosofía, si tal es su oficio, sin más requilorios.

(En fin, que despertarse con el señor Marías llamándole a uno "necio" en la misma oreja es un terrible despertar).

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Cariñosas las observaciones