domingo, 31 de agosto de 2008

El otro, el mismo

De repente te encuentras con otro. Ese a quien creías conocer en realidad no existe y quien tienes delante es otra persona que tan sólo se parece vagamente a la que tú creías que era. Y ya no lo es. Uno entonces no sabe muy bien qué hacer, cómo ponerse. Hacemos casi siempre el papelón, el ridículo, claro, porque, habitando tontamente seguros el error de pensar que conocíamos a quien ahora desconocemos, seguimos insistiendo en ofrecerle los mismos y ya un tanto viejos gestos tradicionales, las señales convenidas del ritual tan trabajosamente elaborado y compendiado y estilizado a todo lo largo y ancho de estos ¿cuántos? años de trato, de amistad, de lo común que uno se había ido creyendo, falsamente al parecer, que hubiera...y no, porque lo que hay ahora es el rechazo, ahora lo que hay es esa cara de extrañeza, esa cara de "ya lo siento pero Vd. me toma por otro, me está confundiendo con alguien", esa cara que golpea duro en la falsa semejanza con algún alguien que ya se hubiera volatilizado, un alguien difunto o que se hubiera inventado sin más, al efecto y sobre la marcha; una cara de ésas que sorprende porque golpea, y golpea duro y y como que no te la acabaras de creer del todo y eso que la tienes ahí delante de tus narices, sí, pues esa misma cara es la que te deja balbuciendo toda la tonta colección completa de los cromos ya repetidos, de los ya revenidos e inútiles protocolos y cortesías y cortesanías, te deja tropezando así en las disculpas, en los perdones torpes y precipitados.

Todo parece que rebotara cuando el que venía siendo el que era (como suponemos que acostumbra la gente: esa gente que conoces y que es la que viene siendo hasta la fecha la misma o al menos parecida a la que era) pues ése ya no lo es, ni lo ha sido nunca, ni sabe de qué fuera el trato, ni si hay trato, ni de qué va nada, ni nada sabe de nada; así que la pelota que, en el partido cortesano y tenístico cualquiera diría que parecía que debía ser recogida, ¿no? (es decir, cuando se la lanzaba, como dicen las reglas, era para que el compañero jugador la recogiera y a ser posible la devolviera o hiciera al menos el gesto), pues ya no se la acepta y se la deja desmayada y flojamente caer al suelo, y el sujeto, el supuesto jugador ya no juega, se retira, se hace a un lado y si estaba ya no está, ni para eso ni para ninguna otra clase de pelotas ni raquetas o juegos ni redes ni nada. No está para nada. Sólo está la misma, la repetida cara de ser de fuera, de otro sitio (pero del buen sitio, el sitio seguro, el único sitio), de no venir a cuento nada de lo que se supone que había o que hubiera que haber tenido en cuenta ("¿No se acuerda de lo mío? Soy el de antes, el de siempre, ése"). Todo lo que era ya no es. Nada se entiende porque nada hay que entender.

Esa sorpresa.

8 comentarios:

  1. Javier: un abrazo en un día de amistades más que desconcertantes.
    Gracias por tu entrada de Mario Santiago; en nombre de Mario, claro. Bruno

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  2. A ver si localizo la antología del Fondo. Pero lo que me impresionó de verdad fue aquella evocación de Roberto.
    Otro fuerte abrazo, Bruno.

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  3. http://www.youtube.com/watch?v=4w96uPYrkAE

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  4. De veras que me has impresionado. Me pasó una vez con una amiga, con mi mejor amiga: simplemente había enfermado en ese tiempo en que no nos habíamos visto. Y me paso otra vez, también con otra amiga que yo suponía cómplice absoluta, incondicional. Y, ahora que lo pienso, quizá me pase todos los días un poquito. Y supongo que con los años uno (una) se acostumbra, se mal acostumbra, más bien.

    Otra cosa: esta entrada me recuerda mucho a aquella de raro que hiciste. También te la agradecí mucho :-)

    Un abrazo.

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  5. Sí. Suelen ser cosas que salen a las 5 de la mañana y aprovechan el insomnio o el cabreo más reciente, como en este caso. Me alegro que te haya servido de algo...
    Abrazos

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  6. Al principio pensé que hablabas de tu espejo (ando algo murria), pero veo que hablas finalmente de nuestros chascos.
    Y digo nuestros porque hago mío todo lo que dices sentir.

    No sabes lo que cuesta reponerse...

    Te abrazo.

    M.

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  7. Gracias, Miranda. Pues sí, algo de eso hay.
    Otro abrazo.

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  8. Es como si te arrancan un brazo sin anestesia.
    Te he mandado mail...

    Beso.

    M.

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Cariñosas las observaciones