miércoles, 2 de junio de 2010

Comulgantes o no

 «...la ilusión de que todo lo implícito se pueda explicitar»
José Luis Pardo, La regla del juego, Círculo, p. 471.



A veces en personas notables que por sus hábitos suelen adscribirse al ramo intelectual (escritores, artistas, poetas, profesores etc.) prospera una actitud tan parecida que se diría casi refleja, y consiste en algo así como la que de seguido se describe: Una vez y además de emitada la buena doctrina, la única, y que siempre resulta, y por ello mismo, por buena, naturalmente verdadera y de absoluta y palmaria evidencia para todos los aprendices, y, ya supuesta la aquiescencia general, se le suele adjuntar como de paso una coletilla de cumplimiento igualmente obligado y necesario para todos también y cualesquiera, y que conlleva aparejada la redistribución automática del personal doctrinable, o sea, la recategorización de las condiciones de persona humana saludablemente constituida, lo que, por naturales exigencias del bien público o de la ciudad, llevaría aparejada la obligación perentoria e indiscutible de que todos los óptimos comulgantes en la buena fe y doctrina, verdadera y racional, fueran sanitariamente separados de aquellos otros, pobres desgraciados, a quienes, dada su condición valetudinaria por minoridad mental, tan sólo se les admitiría una como hipotética existencia virtual de humanos seres autónomos por efecto de graciosa concesión derivable de la civilizada filantropía y el adelanto modernos, y todo ello pese a que, y por no compartir en su preciso enunciado y consecuencias la verdadera y más que evidente y adulta de las doctrinas, antes de tomar cualquiera otra medida, deberían ser caritativamente recogidos en los establecimientos públicos instituidos al efecto y ya previstos por el Estado, siempre con las debidas precauciones para que al público sano y bien conformado se le evitaran incómodos y generalizados  sonrojos, o ese lamentable espectáculo al que las personas normales nos solemos ver forzadas a asistir cuando impávidos contemplamos en nuestras calles y plazas tales derelictos de la humana naturaleza.


    del Reglamento para una buena policía de las costumbres modernas y también contemporáneas (circa 2010).

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