Se hacen, a veces, ciertas apreciaciaciones estéticas en las que parece que se concediera un logro parcial, un pequeño, aislado o breve instante irresponsablemente afortunado, y también da la impresión de que esa concesión en el «haber» se hiciera a ragañadientes; pues, sin pérdida de tiempo, hay que contrapesarla por mor del sano equilibrio («hasta ahí podíamos llegar; qué escándalo para una ilustración bien entendida») con la obligada denuncia de aquel otro peso inaceptable, del gravamen o carga muerta que está bullendo por detrás, en el «debe», y que nos llama a una consideración tan apesadumbrada como realista: «...pero es que el pobre cree en los dioses, cree en fantasmas», y así, una vez abrazada la cordura, ya podemos pasar tranquilos a los asuntos de más fuste. Me pregunto: ¿No les inquieta cómo de semejantes despojos puedan brotar tales claridades?
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Cariñosas las observaciones