

Fuentes:
Radio 5 Todo Noticias (serie de cuñas sobre informática, no recuerdo a cargo de quién).
Ramón Menéndez Pidal, Poesía juglaresca y orígenes de las literaturas románicas, Instituto de Estudios políticos, Madrid, 1957, pág. 21, sección sobre el "juglar de cuchillos; trasechador" e ilustración.
Franz Kafka, Obras Completas II. Diarios. Carta al padre, Galaxia Gutenberg, Círculo de lectores, Barcelona, 2000, p. 44 ("sin duda hay individuos capaces de hacerlo, por ejemplo esos equilibristas japoneses que trepan por una escalera que no está posada en el suelo, sino en las plantas de los pies alzadas de otro acróbata que está medio tumbado en el suelo, etc." y dibujo del autor). Me entero por casualidad en el Diccionario de Carlos Seco que a ese acróbata particular se le llama antipodista.
(Para la imagen inicial del ángulo): Sin duda que se debe al triángulo perfecto de este sábado pasado, un delicado isósceles alpino que define la fachada trasera de la "country house" de mi amigo Pedro (el de Seguro azar), contemplada desde su magnífico horno para asar chuletillas al sarmiento y mientras desempeñábamos (ellos más que yo) la tarea delicada de invocar al fuego. Que acudió por fin. La posterior degustación fue regada por finos caldos y exigió la horizontal de quien suscribe. Gracias, Pedro, por tan delicioso sábado. Para ti este "ángulo".
Ahora (30/06/2012) lo encuentro magníficamente resumido aquí:
Su vida era como un ejercicio de equilibristas japoneses, que trepan por una escalera que no está posada en el suelo, sino en las plantas de los pies alzadas de un compañero que está tumbado, y que no se apoya en la pared sino que sólo se alza derecha en el aire. ¿Qué podía hacer entonces sino imitar a esos equilibristas de la nada, que siguen siendo el símbolo más fiel de su arte? ¿Y subir también él sobre la escalera sin raíces? Así aprendió poco a poco sus ejercicios. Andaba por encima de la viga que lo conducía sobre el abismo del agua sin tener ninguna viga debajo de sus pies. No veía más que su propia imagen reflejada en el agua, y esta proyección se convertía en el suelo en el que se movía. Su ego irreal era a veces tan fuerte que se parecía a uno de los cinco continentes conocidos, y le permitía mantener unido al mundo bajo sus pies. Caminaba y caminaba, y sus brazos en alto hacían las veces del balancín del equilibrista.
Pietro Citati, Kafka, Acantilado, Barcelona, 2012, p. 21.
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Cariñosas las observaciones