Sorprende siempre pero siempre está pasando que haya conversaciones imposibles que, tratando de lo mismo, se anuden en frases que no quieren decir lo que el que las pronuncia pretende; van a otra cosa. Pero quien las recibe les da la bienvenida y las traduce falsamente a su propio sentido ya prefabricado y en garantía. Así acogidas se meten en casa para volverse a sacar a la calle, más tarde, y por otra puerta y ya reconocidas como propias, como naturales y de siempre, y además, cómo no, también compartidas. El que en esta segunda salida las recibe opera con ellas a su propio aire pero con maneras correspondientes al primer conversante: se hace con la frase, la reconoce y al reconocerla como propia se la queda, la reinventa de nuevo, se la come, la decora con sus jugos, y, mordida por esos dientes tan particulares, que ya es suya va y se dice. Vuelta al comercio, caerá por otros tenderetes de razón y opiniones y, ensalivada e inacabable, trasegará por ágoras y propíleos (Mondolfo igual se la encuentra y la reconoce, o quizá su señora). ¿Quién la comparte? Todos la saben, es tan suya, tan de todos y de ninguno que de algo lejos resultaría indistinguible. Una sola pasta de voces, de borborigmos, de sonrientes abluciones bucales se mastica como indeferente pasta blanda.
Me alegro muchos de las reacciones que está teniendo la gente con la gestión de tu hermano.
ResponderEliminarSe lo que ello te preocupa y hasta angustia a veces.
Toca reposar y gozar de los momentos dulces.
Seguimos adelante con el planazo.
Ya parlarem.
Beso.
Increíble lo de Boyero esta mañana en El País, sobre todo viniendo de quien viene.
ResponderEliminarSupongo que no habrá tenido ni tiempo de saborearlo: ahora ya estará otra vez dándole al frenesí en Alicante.
Besos
Hola, querido Javier. Está muy bien lo que has escrito sobre las frases mostrencas y que vienen a decir todo menos (tal vez) lo que su primer propulsor quiso decir. No sé dónde dijo Baudelaire que el mundo sólo funciona gracias al malentendido. Pero tu observación creo que mira a otro fenómeno, que es el modo como se teje el cañamazo que después bordará la conversación cotidiana (perdón por la alegoría).
ResponderEliminarSi no ando muy descaminado, esa trama previa es también la tela que cortan el filósofo y el poeta (o el crítico y el juglar), aunque, es claro, con estrategias muy diferentes.
Querido Alejandro, se trata exactamente de lo que dices. La sensación de que no traficasemos con lo que importa, de que hay ocasiones en que, por tonta ingenuidad, por esa momentánea ignorancia desprevenida que se nos resbala como sin querer en alguna conversación, ese no tener ya predispuesta la careta de los intercambios sociales aceptables, pues pasa como si te dejaras el flanco abierto; quieres decir "lo que pasa", lo "real" y de inmediato te das cuenta de hay cosas que sí y cosas que no, hay lo que se puede y lo que no se puede hacer o decir, lo que nunca tiene ni tendrá el canal abierto posible. Y te avergüenzas de ti mismo, de tu idiotez...Y enseguida recompones la cara de circunstancias para volver a la normalidad. Y te dices: " a ver si aprendes, que ya es hora". Pero, pasado un tiempo, acabas tropezando en esa misma piedra.
ResponderEliminar