El cuadro de Los carboneros de José Barceló.
Siempre pensé que tú eras uno de los dos personajes. Imagino ahora la posible relación del motivo pictórico con el objeto de transacciones en el negocio de don Armando, tu padre. Ya era coincidencia. Un cuadro tan oscuro en el que costaba distinguir las caras de los dos encapuchados con aquel saco bien calzado en la cabeza como un capirote (el otro supongo que sería tu amigo, el propio pintor).Aquella vez que apareciste por casa. ¿Estaba ya entonces aquel otro cuadro de Barceló, el de la Serpiente Erguida Con Cara de Niño Gatuno y el pintor,
Los libros. ¿Cuáles? ¿Qué libros, de entre los que ahora están en mi biblioteca fueron tuyos? En algún lugar, al comentar los años de París, decías que solías ocupar los trayectos en el Metro con la lectura de la Flor Nueva de Romances Viejos de Menéndez Pidal (Espasa Calpe, 1943). ¿Dónde adquiriste el libro? ¿Fue nada más publicarse, en Madrid, el mismo año de tu frustrado curso de Letras? ¿Es el mismo ejemplar que tengo ahora en la mesa? No encuentro ninguno de aquellos puntos rojos o azules que con el lápiz de dos colores marcabas a un lado versos o líneas así destacados. O la edición de la Poesía Completa de César Vallejo, Losada, 1949, la primera que reunía todos los libros y editaba los poemas póstumos (tan llena de erratas que después no se ha citado mucho en las bibliografías por inferior a otras posteriores). Esa sí indudablemente tuya. Te la regaló Paule de Rotalier, a quien estaba dedicada por Georgette, la viuda del autor. Leíste en ella, delante de la tumba de Vallejo en Mont Rouge, el verso «murió mi eternidad y estoy velándola», en el verano de 1952, tal como fechas al margen en tinta de pluma negra.
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Cariñosas las observaciones