jueves, 14 de septiembre de 2006

Contrastes


Breve escena de Vértigo de Hitchcock. Sueño modélico.

Sigo a la chica misteriosa ( ese rayo de luna que aparece como Madeleine y después es Judy) que se mete por un callejón. El callejón cualquiera. Sale del coche y abre la puerta de un trastero desportillado con abundante mugre y cachivaches rotosos (¿Qué podría pasar? ¿Un encuentro en la tercera fase propio de los "trasteros descuajeringados"? Algo muy malo, como por ejemplo, cualquiera de entre todas las posibilidades de lo gótico y lo espeluznante).

Imaginemos que se la esté beneficiando algún gorila de las milyunanoches o del tipo King Kong, con el que se cita ahí; o, si no, oculta en ese antro las sesiones vergonzantes de algún vicio, se inyecta toda clase de drogas amparada por la tenebrosa oscuridad, o quizá, más bien, y rompiendo con las reglas de la verosimilitud, se transforma en un ser monstruoso, una Lilith de patas de pollo, que de seguro devorará a su demasiado curioso perseguidor, y así todo el completo etcétera interminable en la larga serie de los horrores que suelen aparecer vinculados al descuido, la molicie y la tendencia urbana a la dispendiosa acumulación de mobiliario inútil y toda esa clase de basuras de los trasteros con salida al callejón).

Y sólo son unas décimas de segundo...

Pero ya no la vemos.

Resulta que... el trastero tiene una puerta y esa puerta, si la abres, se limita a presentarnos una deliciosa panorámica de la floristería más lujosa y resplandeciente del barrio. Las flores hacen brillar sus colores en el tecnicolor más rutilante (en la versión reconstruida aún más) como si fuesen joyas. Así que: gran espasmo de sorpresa y reduplicación consiguiente, por contraste, del colorido y su chorreante luz cromatizada tras de pasar por aquel infierno potroso (el cielo se saborea mejor después de que uno se haya chamuscado convenientemente los bigotes en la rugiente caldera). Ahora divisamos a la chica.

La chica misteriosa tan solo es discreta(1) y lo que buscaba no era nada más que...un sencillo ramillete de flores redondo como una pequeña tarta cursi.

Pero para llegar hasta allí, para salir a la luz después de pasar por el túnel, hemos hecho un viaje en el trenecito de la bruja y sufrido la serie integral de los mamporros emocionales del trastero de los cachivaches.

Sigamos viaje.
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(1) Las razones tácticas o "literarias" que la lleven a adoptar ese bucle manierista de la entrada por el callejón vía trastero, en vez de optar por la entrada principal con su escaparate (que veremos más tarde, y donde se expone prominente el ramillete-tarta) las dejamos a un lado como ajenas al caso o pertenencientes a otra historia, la de la película, en la que no entramos.

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Cariñosas las observaciones