¿Por qué lees? Pues porque lo paso bien leyendo. ¿Qué quieres decir con que "lo pasas bien"? Pues que me divierto. ¿Cuándo te diviertes leyendo? Pues cuando lo que leo me atrae, me intriga, me emociona o me enseña algo. ¿Te pasa eso siempre que lees? Pues no. La mayor parte de las veces leo con la esperanza de encontrar algo que cumpla esas condiciones y no siempre acierto a dar con ello; a veces es por mi culpa, otras porque no se produce ese encuentro en esa ocasión y quizá en otra lo haga, etc., etc. ¿Lees un libro hasta el final o lees fragmentariamente haciendo calas de lectura? Las dos cosas. Depende de la ocasión y del libro. Por ejemplo, te voy a contar mis lecturas de este fin de semana y así te harás una idea.
Cuando cumplo con mi periódica expedición al supermercado suelo pasar a la vuelta, con el carrito de la compra repleto, por una librería-papelería que además de los consabidos libros de texto y de literatura infantil y demás arreos escolares en que parece especializada, muy de tarde en tarde deja ver algunas novedades, un pot-pourri de libros de éxito (execrables en su mayoría) y en raros casos alguno de interés que inopinadamente se ha colado en el montón. Por si acaso echo un ojo al escaparate según cruzo y casi siempre entro para hacer un alto en el trayecto y que éste así se vea compensado por la azarosa posibilidad de alguna sorpresa. La mayor parte de las veces no hay sorpresa alguna, pero cuando se renuevan los estantes y las distribuidoras cambian los expositores siempre aparece algo. Eso me pasó el otro día cuando, entre otros libros de Alfaguara, vi los dos tomos de memorias de José Manuel Caballero Bonald (ya viejos, pues el primero es de 1995 y el segundo de 2001, pero que por algún casual los habían dejado caer como restos de edición en el lote de novedades). Me los llevé y en un fin de semana y medio los he leído. A diferencia de las novelas que en general me cuesta leer bastante, los libros de memorias -uno de mis géneros literarios favoritos- los leo de un tirón, por pequeño que sea su atractivo. Y éstos lo tenían sobrado.
Conocía la obra poética de Caballero Bonald por la publicación reciente de su obra completa de poesía en Barral. Me agrada su poesía, incluso ese empaque elocutivo tan suyo, algo discurseante y campanudo, pero preciso a la vez y eficaz formalmente. Bien escrito, vamos. No he leído ninguna de sus novelas aunque espero corregirme. Y estas memorias me han interesado mucho. El personaje resulta atractivo, en ocasiones me identifico con él y comparto sus manías y hasta envidio su capacidad para el exceso festivo. Si el exceso lo es de carácter da la impresión de que a veces le cegara cierta inquina atrabiliaria, pero la muestra sin tapujos y no la explica demasiado. Y eso está muy bien. Cuando la lectura de unas memorias nos revela (no siempre) una personalidad íntegra nos vemos reflejados en ella, nos confrontamos y eso es aleccionador e interesante.
En otras ocasiones la lectura lo es de tanteos, de calas esporádicas, de mínimos detalles que se van despaciosamente acumulando. Estaba leyendo de esa manera dos libros de historia (uno romano y bizantino el otro): Las Res Gestae de Amiano Marcelino y la Alexíada de Ana Comneno. Busqué una versión de Amiano porque en algún ensayo de Juan Benet, creo, encontré una convincente formulación de su habitual nostalgia del "Grand Style" y mencionaba, como modelos de prosa, algunos historiadores romanos, Amiano entre ellos (ya no sé si se trataba de Benet o de Sánchez Ferlosio, que se acordaba de Benet y a su vez lamentaba que la literatura española careciera de su debido Henry James o su Thomas Mann etc.).
Una escena de Amiano me fascinó. Durante la segunda campaña del rey parto (así los llama Amiano) o sasánida Sapor II contra Roma (hacia los años 359-360 d. C.), el asedio de las fortalezas fronterizas de Amida, Nísibis, Bezabde, Virta, etc. está contado con tal inmediatez y tan notable economía de recursos que contradice el supuesto exceso de retórica que la crítica tradicionalmente observaba en Amiano (lo será en otros pasajes). En un episodio de la campaña, en el que las virtudes militares del general (comes) Ursicino, jefe del propio Amiano y a todas luces su héroe, se ven coartadas por los celos del emperador (exactamente el Augusto) Constancio II, representados por su delegado imperial Sabiniano, superior de Ursicino e inferior en arrojo y capacidad militar y rémora permanente de este último. Pues bien, en ese episodio o en sus inmediaciones se incluía una escena en la que, al replegarse las tropas romanas tras la conquista de Amida, una sección del ejército en que se hallaba el propio Amiano habría recogido en su trayecto a unas monjas o vestales cristianas, librándolas así de las sevicias que la tropas bárbaras de Sapor a buen seguro les hubieran hecho sufrir de haber quedado a su merced (lo que se condice, además, con las persecuciones que Sapor ordenó contra los cristianos en su territorio, según tenía entendido). Al releer los pasajes del asedio traté de localizar el episodio de las "monjas", ya que me parecía chocante de veras la imagen del destacamento de legionarios romanos dando escolta a un convento de monjas en las soledades de Diyarbakir (sureste de Turquía, casi limítrofe con el norte de Siria). Pues resulta que no apareció. ¿Me lo había inventado? Tenía la completa seguridad de haberlo leído (y aún no estoy seguro de no haberlo hecho). En cambio, me encontré con el pasaje siguiente (18.10.4) en el que leo cómo el propio Sapor, en su marcha hacia Amida, es quien:
"encontró también otras doncellas que se habían consagrado a la vida religiosa, según el rito cristiano y que se mantenían vírgenes, a las cuales les permitió, sin que nadie se lo impidiera, que sirvieran a su religión, de acuerdo con su costumbre".
táctica de benevolencia que le permitiría asegurarse el beneplácito de la población en zona de operaciones. ¿Me había inventado yo la escena de Amiano y Ursicino como protectores de monjas desvalidas y, en mi inconsciente prejuicio antiparto o antisasánida, le había arrebatado a Sapor su mérito humanitario? Quizá.
[Dejo lo de Ana Comneno para otro día. No abusemos]
________________Cuando cumplo con mi periódica expedición al supermercado suelo pasar a la vuelta, con el carrito de la compra repleto, por una librería-papelería que además de los consabidos libros de texto y de literatura infantil y demás arreos escolares en que parece especializada, muy de tarde en tarde deja ver algunas novedades, un pot-pourri de libros de éxito (execrables en su mayoría) y en raros casos alguno de interés que inopinadamente se ha colado en el montón. Por si acaso echo un ojo al escaparate según cruzo y casi siempre entro para hacer un alto en el trayecto y que éste así se vea compensado por la azarosa posibilidad de alguna sorpresa. La mayor parte de las veces no hay sorpresa alguna, pero cuando se renuevan los estantes y las distribuidoras cambian los expositores siempre aparece algo. Eso me pasó el otro día cuando, entre otros libros de Alfaguara, vi los dos tomos de memorias de José Manuel Caballero Bonald (ya viejos, pues el primero es de 1995 y el segundo de 2001, pero que por algún casual los habían dejado caer como restos de edición en el lote de novedades). Me los llevé y en un fin de semana y medio los he leído. A diferencia de las novelas que en general me cuesta leer bastante, los libros de memorias -uno de mis géneros literarios favoritos- los leo de un tirón, por pequeño que sea su atractivo. Y éstos lo tenían sobrado.
Conocía la obra poética de Caballero Bonald por la publicación reciente de su obra completa de poesía en Barral. Me agrada su poesía, incluso ese empaque elocutivo tan suyo, algo discurseante y campanudo, pero preciso a la vez y eficaz formalmente. Bien escrito, vamos. No he leído ninguna de sus novelas aunque espero corregirme. Y estas memorias me han interesado mucho. El personaje resulta atractivo, en ocasiones me identifico con él y comparto sus manías y hasta envidio su capacidad para el exceso festivo. Si el exceso lo es de carácter da la impresión de que a veces le cegara cierta inquina atrabiliaria, pero la muestra sin tapujos y no la explica demasiado. Y eso está muy bien. Cuando la lectura de unas memorias nos revela (no siempre) una personalidad íntegra nos vemos reflejados en ella, nos confrontamos y eso es aleccionador e interesante.
En otras ocasiones la lectura lo es de tanteos, de calas esporádicas, de mínimos detalles que se van despaciosamente acumulando. Estaba leyendo de esa manera dos libros de historia (uno romano y bizantino el otro): Las Res Gestae de Amiano Marcelino y la Alexíada de Ana Comneno. Busqué una versión de Amiano porque en algún ensayo de Juan Benet, creo, encontré una convincente formulación de su habitual nostalgia del "Grand Style" y mencionaba, como modelos de prosa, algunos historiadores romanos, Amiano entre ellos (ya no sé si se trataba de Benet o de Sánchez Ferlosio, que se acordaba de Benet y a su vez lamentaba que la literatura española careciera de su debido Henry James o su Thomas Mann etc.).
Una escena de Amiano me fascinó. Durante la segunda campaña del rey parto (así los llama Amiano) o sasánida Sapor II contra Roma (hacia los años 359-360 d. C.), el asedio de las fortalezas fronterizas de Amida, Nísibis, Bezabde, Virta, etc. está contado con tal inmediatez y tan notable economía de recursos que contradice el supuesto exceso de retórica que la crítica tradicionalmente observaba en Amiano (lo será en otros pasajes). En un episodio de la campaña, en el que las virtudes militares del general (comes) Ursicino, jefe del propio Amiano y a todas luces su héroe, se ven coartadas por los celos del emperador (exactamente el Augusto) Constancio II, representados por su delegado imperial Sabiniano, superior de Ursicino e inferior en arrojo y capacidad militar y rémora permanente de este último. Pues bien, en ese episodio o en sus inmediaciones se incluía una escena en la que, al replegarse las tropas romanas tras la conquista de Amida, una sección del ejército en que se hallaba el propio Amiano habría recogido en su trayecto a unas monjas o vestales cristianas, librándolas así de las sevicias que la tropas bárbaras de Sapor a buen seguro les hubieran hecho sufrir de haber quedado a su merced (lo que se condice, además, con las persecuciones que Sapor ordenó contra los cristianos en su territorio, según tenía entendido). Al releer los pasajes del asedio traté de localizar el episodio de las "monjas", ya que me parecía chocante de veras la imagen del destacamento de legionarios romanos dando escolta a un convento de monjas en las soledades de Diyarbakir (sureste de Turquía, casi limítrofe con el norte de Siria). Pues resulta que no apareció. ¿Me lo había inventado? Tenía la completa seguridad de haberlo leído (y aún no estoy seguro de no haberlo hecho). En cambio, me encontré con el pasaje siguiente (18.10.4) en el que leo cómo el propio Sapor, en su marcha hacia Amida, es quien:
"encontró también otras doncellas que se habían consagrado a la vida religiosa, según el rito cristiano y que se mantenían vírgenes, a las cuales les permitió, sin que nadie se lo impidiera, que sirvieran a su religión, de acuerdo con su costumbre".
táctica de benevolencia que le permitiría asegurarse el beneplácito de la población en zona de operaciones. ¿Me había inventado yo la escena de Amiano y Ursicino como protectores de monjas desvalidas y, en mi inconsciente prejuicio antiparto o antisasánida, le había arrebatado a Sapor su mérito humanitario? Quizá.
[Dejo lo de Ana Comneno para otro día. No abusemos]
(1) José Manuel Caballero Bonald, Tiempo de guerras perdidas y La costumbre de vivir, Alfaguara, Madrid, 1995 y 2001
(2) Amiano Marcelino, Historias, Edición y traducción de Mª Luisa Harto Trujillo, Akal-clásica, Madrid, 2002. El pasaje misterioso creí leerlo en algún lugar de los libros 19 y 20, págs. 329-406. El texto que cito en la pág. 328.
(2) Amiano Marcelino, Historias, Edición y traducción de Mª Luisa Harto Trujillo, Akal-clásica, Madrid, 2002. El pasaje misterioso creí leerlo en algún lugar de los libros 19 y 20, págs. 329-406. El texto que cito en la pág. 328.
Eres un pichurrín.
ResponderEliminarme ha gustado tanto que se lo he mandado a gente para que te lea.
Caballero Bonald como novelista, en mi opinión es malo. Aburre. Me gustaban sus poesías de cama, pero en general es una poesía que evita a partes iguales el sentimentalismo y la moraleja, lo que la hace parecer neutra, como que se aleja del lector medio. Yo he ido a un par de homenajes que se le han dado últimamente y sigue igual de lúcido o más que siempre.
ResponderEliminarHala!!!
ResponderEliminarQue bien que aparece Alex por aquí.
Pues un beso para los dos.
M.
me han gustado mucho esos detalles que vas describiendo con esa soltura y saber literario, aunque otras veces pienso leemos para sosegar la inquietud que nos produce la ignorancia (de cosas que nos importan, claro) Bueno, confío que vuelvas cuanto antes a retomar tu blog,
ResponderEliminarun saludo
Gracias, David.
ResponderEliminarUn abrazo