¿Qué se siente?
La sensación que se siente después de haber cometido una torpeza debe ser parecida o la misma a la que se siente cuando se siente una notable pérdida de suelo: casi todas las tarimas (o baldosas, si es el caso) desaparecen y se acaba por ver algo muy parecido a lo que dibuja Escher en alguno de sus famosos trampantojos: estás pisando un suelo blando y lo que hay detrás de esa huella con agua de lluvia no es agua de lluvia reflejando el cielo, sino el cielo mismo, o mejor en este caso, el mismo infierno al que ya te estás cayendo. Ay, que me caigo. Y antes del "qué" ya estás abajo. Cuesta decirlo y caerse casi lo mismo que cuesta cometer la torpeza bienintencionada (más torpe, por lo general, aún si cabe que la malintencionada, pues que esa al menos se agarra de la potencia de la mala intención y se medio aguanta, y casi se sostiene; la primera, no: cae redonda y sin pasamanos ni bastón, y parece vestida incluso de hipocresía). Mejor te hubieras callado. No. No lo has hecho, aunque no puedes decir que no pensaste durante una mínima fracción de segundo antes de cometerla que pudieras estar a punto de pisar la famosa huella de la condenación. Sé sincero: lo pensaste o lo barruntaste al menos. Y justo en el instante en que el pensamiento parecía adoptar la posición de prudencia, sin llegar al "no lo hagas", antes del "hagas" ya habías dado el paso, mientras tu huella, en lo alto, te veía caer.
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Cariñosas las observaciones