jueves, 20 de julio de 2006

Cocina en obras

La cocina interminable. La cocina eterna. Primero fue la cueva, el antro oscuro, lo negro infernal, el negro de polvo y detritus, pavorosa gruta que producía la psicológica sensación de que esa cotidianeidad que es una cocina, ese lugar donde uno suele recalar por una cosa u otra multitud de veces al día (¿Cuántas a la hora? ¿Hay alguna hora libre de paseo, por breve que sea, a la cocina, al frigorífico? Pocas), bueno, pues que ese lugar de los lugares, la cocina, había desaparecido, literalmente se lo había tragado la tierra; porque sólo eso, tierra, ladrillos desvencijados, cemento al aire en las paredes, negrura, sólo eso era: cueva.

¿Y dónde comíamos y, como se suele decir, "hacíamos la vida"? Pues en la otra punta de la casa. Mo refiero a que la casa (desaparecida, a efectos prácticos y a todos los demás efectos teóricos, o sea, a cualquier efecto, la cocina) se había estirado como una goma, como un chicle chupado. Ahora había dos extremos, dos mangos de una cuerda que se tensa, dos polos, norte y sur o como quiera llamárselos, pero lejanísimos. Esto conviene explicarlo.

No es que mi piso tenga grandes dimensiones (aunque las últimas medidas que se barajan en la política inmobiliaria lo vuelven discreto) y que por tanto pudiera suponérsele dotado de dos extremos hábiles para disputar una etapa de la Vuelta o del Tour, no. Es un piso normal con su pequeño patio comunitario que, por habitar en un 1º como hacemos, usufructuamos en formato de terraza ajardinada. Ante la circunstancia sobrevenida de las obras de la cocina, la tal terraza-patio nos ha salvado del "desahucio" forzoso pues ha venido a cumplir la función de cocina improvisada. La construcción hace un tiempo en ella de una pequeña pérgola de madera protejida por su toldo de plástico (una de esas prefrabricadas, y a la que alguien exageradamente denomina "pagoda", como si constituyese algún lujo oriental sibarítico) nos salvó de tener que cocinar a la intemperie, ayudados en la faena por una cocinilla moderna de las de inducción, convenientemente energetizada gracias a un largo cable extensible que acompañaba a este ordenador que os habla en el enchufe. Cocinábamos en la terraza y comíamos (¿por qué no en la terraza también? pensaría cualquiera. Pues no) en la otra punta de la casa, aprovechando que ese extremo también había sido remodelado a partir de un balcón previo que cerramos y escayolamos y asalonamos hasta convertirlo en salita de lectura adjunta a salón y dormitorio, derivando a ella estanterías sobrantes y dando alojamiento a libros que ya sobresaturaban mi cuarto de trabajo, todo ello en torno a una mesa ajedrezada (sí, la misma de "La mancha" de abajo) convertida en nueva mesa de prandio.

El resultado de la combinación era agradable, tras de tener la comida hecha y servida y la mesa puesta y en orden de revista, es decir, en el momento de ponerse a comer. Antes de eso, en cambio, era, no diré que desagradable, sino sólo un poco "ajetreada". La elaboración del menú diario, cocinado en la terraza y al aire libre (casi un pic-nic en teoría), implicaba viajes sin número a todo lo largo del interminable pasillo (que, cuando los viajes de ida y vuelta eran más de tres, ya aumentaba de tamaño) a los lugares de la casa que hubieran realojado el conjunto del "ménage" desplazado en razón de las obras en curso, y el que la memoria no se hubiera renovado ni refrescado, y la distancia y la combinación de los objetos y las cebollas necesarios para la tarea culinaria en elaboración, multiplicaban por infinito los viajes, tal como si de un Grey Hound de los grandes pasillos europeos se tratase, en sus idas y venidas y sus traidas y llevadas del correo de un cartero del zar, es decir, servidor.

Y mientras tanto, ¿cómo se cocinaba la cocina? Pues muy despacio. De manera que el tal aire deportivo, el tono de "boy-scouts" y la actitud sumamente excursionista de los primeros días e incluso primera semana, se iban insensiblemente deterioriorando, según pasaba el tiempo y los días y las semanas y la obra seguía como siempre: cemento, ladrillos, ruido de sierras eléctricas, cortes de luz, caidas del ordenador, conexiones de internet espachurradas, fritas, accidentes, minucias, cotidianidad de unas obras de cocina en un verano moderno de la España del segundo milenio. ¿De qué te quejas? Con lo bonita que va a quedar. "Tened en cuenta que la vuestra es una cocina muy grande (pocas he visto yo tan grandes) y eso alarga las obras" (y la factura, pensaba yo). "Un poco de paciencia. Que la semana próxima..." Que la semana próxima, ¿qué?

Pasaron las semanas y pasó el mes. Y un día, señalado con bola blanca, pudimos por fin inaugurar la cocina como un nuevo ámbito pisable. No. No estaba terminada. No. "Pero qué prisa tienes..." "No. Yo lo decía porque llevamos un mes de obras y esto no tiene cara de acabar: falta la escayola, y pintar y el carpintero se ha cargado la pieza de la mepamsa y habrá que pedir otra ("Adónde? ¿A Alemania?") y el electricista tiene que poner las luces y...

Hoy me siento en la mesa (que tendrán que cambiar porque el cristal tiene una raya que nadie vio, pero resultó que estaba) y miro alrededor y echo de menos la cocina vieja y el fregadero pequeño (el fregadero nuevo es una piscina) y la mesa de formica y las sillas algo desvencijadas. Tenían un algo, no sé qué, o yo les tenía algo. Un cariño raro. Y ahora todo esto tan nuevo da un poco de frío (el calor que soportamos me hace pensar en el sentido figurado de la palabra). No sé. Tanto ajetreo y todo para esto. Una cocina nueva. Y ahora no encuentro nada.

3 comentarios:

  1. Ya sé que será imposible todo, pero deberías decirle a ella que poner cristal en la cocina va a ser un sufrir. Que si una raya, que si una muesquita, un sufrir.
    Ahora hacen, ya sé, unos muy reforzados, pero siguen siendo cristales. Por eso te da fríos.
    A mi me gustaba mucho como estaba, y seguro que ahora está genial, pero una vez que te has colocado en un sitio que te lo cambien se lleva muy mal. Pobrecico. Siempre te quedará la pagoda, claro.
    Venga, ánimo, que se va a deprimir la pobre, después de tanto trajin.
    Beso y beso.
    M.

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  2. No, si yo pongo habitualmente una cara de estar contemplando el Taj Mahal de las cocinas. La melancolía me la reservo para cuando termino de recoger, a eso de las tres y media, y me quedo solo ante la mesa, los codos en el cristal azul (un azul como el del botón de "acceder y publicar" de ahí abajo) y ante tamaña perfección y geometría me dejo avasallar por estados mentales contemplativos de un estilo a los que resumo en el post. Pero son cinco minutos. Vuelvo a realidad y concluyo que una cocina es eso, una máquina práctica para la vida moderna. Y lo demás son tonterías.

    Sí, aquí al lado tengo la pagoda soportando impertérrita el chaparrón que está cayendo.

    Besos.
    Javi

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  3. Aquí también ha llovido en plan tromba. Y luego una calma chicha y un calor terrible.

    Cómo te comprendo, Javi, los cambios en casa son terribles, es como si te cambiaran de postura para dormir.
    Bueno, ya te acostumbrarás. Nos hacemos a todo.
    Beso.

    M.

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Cariñosas las observaciones