domingo, 3 de septiembre de 2006

Letargo



Desde que he vuelto de mis particulares "fiestas" bilbaínas, no sé por qué se me hace tan cuesta arriba esto de poner ocurrencias en el cuaderno público. Se me resisten o yo me resisto o he perdido fuelle o no me da la gana o tengo a la gana abandonada y tirada por los suelos. Pero no me apetece salir por aquí con nada. Más de una vez lo he pensado: ¿por qué se establece esta especie de obligación de poner todos los días alguna tontería o comentario? No sé. Nadie te obliga, pero el hecho mismo de haber abierto un hueco parece estar pidiendo su relleno; si no, ¿por qué lo abres? Bien, no sé. No sé por qué ahora no le encuentro gracia al asunto ni me sale nada. Hay ratos en que estás de humor y en otros el humor como su primo el humo se han esfumado.

Menos mal que dentro de poco empezará el curso y deberemos espabilar y sacudirnos el letargo. Pues es eso, el letargo (ese estado que tiene tan mala prensa) lo que se ha adueñado de un servidor estos días. Y no me abandona y yo mismo no estoy demasiado dispuesto a que me abandone. ¿Por qué? Pues no lo sé tampoco muy bien.

Durante los días de Bilbao me entretuve leyendo el Duchamp de Calvin Tomkins en Anagrama (1) y se me ocurre atribuirle al arte biográfico de Tomkins la capacidad de hacer interesante al lector (a mí, en este caso) la activísima desgana del personaje Duchamp y casi el poder de sugestionarme hacia ese estado en el que estoy ahora ante vosotros, sin fuelle ni ganas. Hablaba el otro día con alguien de casos de activismo meritorio ("sí, pero es muy trabajador"). La interpretación que yo le daba a ese concreto "beri-beri" era más bien negativa ("pure perte") y eso que soy un admirador incondicional del activismo en abstracto (léase a Baroja). Y entonces, al volver y releer el blog, me decía: "¿Para qué moverse tanto, publicar, sacar cosas en un blog o en siete, para qué, para quién, qué más da, qué da, quién da cuando da algo, alguien da algo y qué algo le da a ese al que le da algo? ¿Merece ese algo que le da alguien la pena? ¿Para qué? Todo es relativo. Esto mismo que digo ahora y que es un mal ejemplo pues casi predica la inactividad como preferible (¡Duchamp lo aconseja con su vida honesta y divertida!).

Da la impresión, tras leer la biografía, de que sabía pasárselo muy bien con los demás (era magnífico divirtiendo a sus amigos y amigas), pero, sobre todo, se lo pasaba magníficamente solo, absolutamente solo, consigo mismo. Eso resulta admirable. Para mi gusto, dejando aparte diferencias estéticas acerca de este inventor del "juguete" artístico moderno, lo que más me admira en él es esa capacidad de pasárselo bien solo (delante de un tablero de ajedrez o sentado sencillamente en una silla y pensando o mirando a la pared). No le hacía falta nadie. Ni tan siquiera parece que le haga falta el propio arte (en el que no cree), la proyección de sí mismo en otra cosa, en objetos, en escrituras, en pinturas, en algos. No. O tan solo cuando al hacerlo se divertía, cuando surgía la ocasión y era ésta la que mandaba, en el tráfico humano del azar y los encuentros.

Es admirable ese "solismo" de Duchamp porque es difícil, muy difícil, pasarlo bien solo, con uno mismo. Solo y sin hacer nada. Sin echar mano de nada, de nada en absoluto, y así pasar horas y días y meses. Mano sobre mano. Ni ordenador, ni libro, ni tele, ni el folio de papel para borrajear unos garabatos como estos. Nada de nada. La silla. Una silla en un cuarto neoyorquino de una de esas casas de las películas con sus ladrillos feos y la escalera exterior de hierro oxidado. Una habitación escuálida y polvorienta con una sola silla después de un viaje a Nueva York desde París para, de inmediato, meterse precisamente en ese cuarto, sentarse en la silla y quedarse quieto horas, días, meses...(bueno, supongo que bajaría a comer y a jugar al ajedrez algún rato).

Ahora me acuerdo (no sé por qué) de la calle extraña y convocadora de Valladolid que mencioné en algún sitio y su poder de atracción absurdo. Al leer en la biografía de Duchamp el relato de algunos de sus viajes repentinos (el de Múnich en 1912, en el que se origina el proyecto del "Gran Vidrio" y las "escapadas" a Nueva York cuando se hartaba demasiado del ambiente parisino) no sé por qué me acuerdo de mi calle magnética (¡ir al sitio más desangelado posible y sin razón ninguna y, una vez allí, sentarse en alguna silla desvencijada y mirar los dibujos de la pared...! y, esto es lo difícil, precisamente entonces, pasarlo fantásticamente bien). ¡Quién pudiera!
Así, estos días "duchampianos".
Voy a mirar un rato a la pared, a ver qué pasa.

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(1) Calvin Tomkins, Duchamp, traducción de Mónica Martín Berdagué, Barcelona, Anagrama, Compactos, 2006.

3 comentarios:

  1. Que atractivo todo lo que cuentas, cómo lo reconozco.

    Pues sí, se tiene una especie de obligación con uno mismo, es como hacer una especie de diario...o de "acto de contrición" eso de poner en el blog lo que sea.
    Qué bien dicho.

    Cuando haces eso, escribir sobre corrido, sobre tus elucubraciones, eres estupendo.

    Un abrazo.

    M.

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  2. Menudo conjunto de aletargados que estamos hechos. Pero me da a mi que a los que no tienen blogs les pasa lo mismo (o peor) y encima no saben contarlo (o no pueden) o no se enteran de lo de los otros.

    Vale ya de mirar a la pared que menudo aburrimiento :-)

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  3. Parece que por fin mi periplo hospitalero ha tocado a su fin (la segunda vez casi la palmo) y en el interin he podido observar paredes sin fin, o, mejor dicho, techos sin fin. Una constatación: cuando la contemplación no es voluntaria el panorama pierde bastante de su interés.

    El sindrome post-vacacional (esa manía de ponerle nombre a cualquier estado natural del hombre) incluye una adaptación paulatina a la confortable rutina de siempre y en esos estados intermedios es cuando, al menos a mi me pasa, resulta más espontánea la creatividad. Así, me parece que la glosa que haces de la biografía de Duchamp es una perfecta transposición práctica de su experiencia y, paradójicamente, un estupendo tratado de vitalismo creativo.

    Como siempre, me ha encantado reencontrarme con tu particular mirada sobre la diversidad de tus lecturas.

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Cariñosas las observaciones