«Como puede conocer a la clara el que discurriere por sus señales». El doctor Andrés Laguna citado por don Pío Font Quer.
Es posible que nos consolemos pensando que al perder el rumbo se abren nuevas sendas, posibilidades imprevistas («no hay mal que por bien no venga») y que, entre otras, puede que también se abra la acreditada (y ¿asimismo venturosa?) senda oculta y para el común ignota; incluso, redondeando la cuenta, buscaremos apoyo en cualquier excusa peregrina: hasta, si se tercia, en la conciencia propia de la ignorancia, de la incertidumbre natural («no vas a saberlo todo: ya habrá otros también que controlen los hilos del tablado», etc.). Contamos, además, con que el Príncipe del Azar, nuestro Ángel de la Guarda, ese que eternamente vela el rastro de nuestras huellas, se adelante precavido a peligros y asechanzas (azar providente), y nos brinde ya dispuesto un acceso especialmente dedicado y personal, por el que guiados alcanzaremos a disfrutar la fortuna merecida:
—«Hala, que se te hace tarde y ya vamos a cerrar y te quedarás en la estacada, como en el cuento famoso...» —dirá una voz misteriosa y perentoria.
Así que, obediente al dedo señalador e imperativo, te meterás por la puerta indicada (que, para evitar confusión irá marcada con una X) y precisamente entonces, cuando más confiado te introduzcas por el pasadizo, será ése el instante en que te deslumbren los fulgores del error: tanta será su evidencia. Habrás caído en la trampa y ya no habrá manera de salir.
«Lo mejor, quizá, hubiera sido no haber movido un dedo», se te ocurrirá pensar por efecto de rebote de uno de esos redundantes reflejos que, si nunca sirven tampoco para mucho, cumplen su habitual papel justificador como un relleno supletorio del apropiado hueco o de otro cualesquiera espacio vacío normativo.
Y otra vez tendrás que volver a empezar la faena interminable: chasquearás los dedos vagamente hacia allí, allí a lo lejos donde tú calculas que preside la autoridad y solicitarás para tu ruta un nuevo rumbo, alguna otra dirección (a ver si es que ahora, a ver si esta vez ya va de veras y éste, por fin, es el verdadero, el auténtico derrotero, ese nuevo rumbo que...), etcétera.
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Puede leerse esta entrada como una variante retórica de esta otra anterior.
Javier, rey moro, muchas felicidades en el día de su cupleaños (con dos días de retraso, que me acabo de enterar por el blog de marideliwes).
ResponderEliminarJavitxu, que hablando de rumbos y cosas mariñeiras igual conoces a este ex noBio y sin embargo amigo dedicado a hacer las mil y una historias de Plencia.
ResponderEliminarMira aquí
Beso.
Mírale aquí que pinta.
ResponderEliminarjojojojojo.
Es la monda.
Hola, majísimos. Unos días desconectado de casi todas las cosas...
ResponderEliminarGracias, sí, el cumple que toca cada año y qué le vamos a hacer. Este me ha caído de rebote una maquinilla de fotos (que no andaba yo actualizado en lo digital). ¡Volver a las fotos, después de 20 años, qué cuesta arriba! Todo olvidado, ya. A ver qué va saliendo. Si merece la pena alguna ya las pondré por aquí, o, más discretamente, os haré llegar...
El sujeto ese parece todo un genuino. Leo hace un rato que, en época de Adriano, la "cohors II hispana vasconum" fue muy elogiada por sus méritos en las operaciones de la región del Rhin.
Abrazos
Fijaos qué bien lo dice. Qué bueno sabe ser cuando evita lo refitolero y lo campanudo.
ResponderEliminarSALIDA DE HUMO
Si alguien abre
aunque no
sea nadie quien abra
la espantosa
puerta impúdicamente
condenada desde el penúltimo
cataclismo y allí se obstina
en penetrar, ¿podrá sin mengua
de su razón ir rescatando
lo que sabe perdido?
Noche
de los inválidos, hendida
como un útero luego del oficio
de volver a nacer, ¿tan pavorosa
va a parecerte ahora cuando
te internas en lo nítido y ves,
no ves,
escuchas
el relieve
tenaz de la música erguido
de pronto frente a ti, tapando
con su humeante espectro
la puerta más posible?
No busques la salida: no has entrado.
J.M. Caballero Bonald, de “Descrédito del Héroe”[1977] en Somos el tiempo que nos queda, Barral, Barcelona, 2004, p. 272.