lunes, 16 de diciembre de 2019

Williams y los « puros productos de América»



XVIII

Los puros productos de América
enloquecen—
montañeses de Kentucky

o del escarpado extremo norte
de Jersey
con sus lagos cristalinos y

valles, sus sordomudos, ladrones
viejos nombres
la promiscuidad entre

desquiciados que suelen
viajar en tren
por mero deseo de aventura—

y jóvenes zarrapastrosas pringadas
de mugre
de lunes a sábado

que acaban desvalijadas esa noche
con estampitas
imaginarias que carecen de

tradición campesina alguna que les otorgue
credibilidad
sólo unas palabritas finas

meros trapajos —anonadadas sin más
emoción
excepto un terror atónito

bajo algún seto de cerezo
o de viburno—
incapaces de expresar—

A menos que haya matrimonio
quizá
con un chorro de sangre india

nos las habremos con una chica tan desvalida
tan asediada por
ingenuidad o crimen

que acabará rescatada por un
policía–
criada a costa del Estado y

trasladada a los quince a trabajar en
una casa en dificultades
de los suburbios—

cierta familia del médico, cierta Elsie—
aguas voluptuosas
manifiestan en su dañado

cerebro la verdad de nuestro mundo—
sus grandes
caderas desmañadas y pechos bamboleantes

atenta a la joyería
barata
y los rizos jóvenes de bellos ojos

como si la tierra bajo los pies
fuera
excremento de algún cielo

y nosotros los despreciables presos
que morirán de hambre
a menos que comamos basura

mientras la imaginación se excita
tras el ciervo
que yerra por campos de varas de oro bajo

el sofocante calor de septiembre
que de alguna manera
parece destruirnos

Sólo a ráfagas sueltas
algo
brota

Sin
testigos, nadie
que lo repare, que conduzca el coche

________

De William Carlos Williams, Spring & All (Primavera y Tal), Contact Press, Dijon, 1923.

William Carlos Williams, hacia 1920

1ª edición, Dijon, 1923

Work in Progress

Alfred Stieglitz

Alfred Stieglitz

Juan Gris, Flores, 1914

Charles Demuth, Hojas y brotes, 1915

Mary Wirth, caballista del Circo Barnum
Alfred Stieglitz. «Rich in savagery», S&A, XXVII, 11-12

Hechicero en la Cueva Les Trois Frères



jueves, 6 de abril de 2017

Libros, aviones...

1.

Los libros que te acompañan desde hace tanto. Cuando empezaste a comprar novelas de Julio Verne y Karl May (las de la Editorial Molino de Barcelona) en la librería Arrilucea de la Plaza Moyúa de Bilbao, ahora un cursi salón de té o local semejante.
Ibas hasta el fondo último de la tienda enorme y larga, casi interminable, estrecha, y al final, junto a la caja registradora y las caras escrutadoras de los dueños (bueno, de la dueña: alguna vez, rara, el dueño miraba y desviaba la atención del trasiego de monedas y billetes que pasaban de la caja a una cartera de mano) y milagrosamente aclarada tu filiación con un buen cliente (tu padre depositaba allí para su venta sus manuales universitarios), cambiaba de cara y te permitía entrar hasta el fondo, al almacén, para ti gigantesco, y que desde allí se abría hasta los inabarcables estantes abarrotados de toda clase de volúmenes en inextricable mezcolanza desordenada y derramante: algunos montones se desparramaban al más mínimo contacto indagatorio; pero fue precisamente allí donde te topaste con los libros mejores, los inencontrables y olvidados, las novelas más baratas y los ejemplares descabalados y rebajados de precio por su antigüedad y deterioro. Disponías de poco dinero y había que estirarlo al máximo.

2.

Algunas veces, muy pocas, acudías a la librería Orduna, cerca de casa, frente al bar Alameda, regentada por una abuelita gorda y reluciente que vendía lapiceros y gomas de borrar, pero que en alguna esquina de la estantería más alejada, por entre los tacos de estampitas de comunión, dejaba entrever libros de Editorial Losada (que habías visto ya en casa como de una literatura no precisamente afín a la cosa política reinante): Residencia en la tierra, Odas elementales, Nuevas odas elementales, de un tal Neruda. Sólo por esa sospecha los compraste.
Cerca de allí, un par de tiendas más acá, había un comercio de abacería y encurtidos, regentado por el señor Morales (a quien quizá injustamente atribuíamos, por su avaricia y recelo, raigambre judaica).
Un día pude descubrir casualmente y mientras cumplía algún encargo de compra de botes de aceitunas o pepinillos en vinagre, y pues que portaba bajo el brazo un álbum de cromos de Historia de la Aviación, que el señor Morales en verdad poseía muy notables y detallados conocimientos de la historia aeronáutica española (de la que me dio una sucinta aunque apasionada noticia). Y no contento con ello, y para mi extrañada molestia, anotó en la portada interior del álbum  dos nombres quizá para él famosos de aviadores españoles de los que yo por aquel entonces lo desconocía todo: Bedrines y Ramón Franco (quizá al segundo lo asociara, como una simple coincidencia de apellidos, con el Generalísimo y Jefe del Estado. Véase la esquina superior de la 2ª ilustración). También pude pensar -petulancia infantil- que ambos nombres fueran la invención de un chiflado que se las quería dar de experto. Ahora tengo delante lo que resta de aquel álbum ya estragado por el paso de los años (fecha al pie: 1963) y ahí arriba siguen los dos aviadores anotados con la letra fina del señor Morales (un republicano receloso, quiero creer, y no judío), aquel tan amable y entusiasta abacero bilbaíno.


martes, 5 de abril de 2016

Auras

Que la ideología sea el sustituto moderno de la religión es tópico viejo. Pero, como todos los tópicos, y en lo que lleve dentro de verdad, parece que se actualizara de tiempo en tiempo.
Llama la atención la peculiar aura de consagración en la bondad, en la verdad de verdad, de que se ve investido quien se ampare bajo el manto protector de la ideología de turno, sea la que fuere.
Si tienes un credo y actúas bajo su aura todo lo que hagas quedará justificado, explicado, condonado incluso y si haciera falta, por las garantías de pertenencia al bando, a la pandilla, al campo de tu fe; quedará alcanzado, y por tanto, protegido, por el carisma justificante.
Incluso lo que diga por su cuenta y riesgo el intelectual de turno se verá protegido y amparado por la buena creencia, la ideología que lo incluye. Esto afecta a las antiguas ideologías sociales y a los nuevos credos: el feminismo, el ecologismo, los nuevos animalismos y los diferentes vegetarianismos de estricta observancia. Da igual. Todos se hallan dotados de un aura sacral de salvaguarda protectora, incontaminante, que sirve con frecuencia de eficaz escudo para proyectar a salvo el odio (me acuerdo de los viejos «indian haters» del Oeste americano) con máxima convicción y contundencia.
 El aura te da cobijo y dota de justificaciones y beneplácitos porque te encierra en la pompa de jabón, en la «mónada» de los buenos, de los benefactores por adscripción al credo; es marco de sentido que exalta los convencimientos y justifica: hace justos de sus observantes.
Los viejos y los nuevos populismos, el neoliberalismo, de reciente neoinvención o «aggiornamento», funcionan del mismo modo.
Métete dentro y ya verás lo calentito que te encuentras. Una vez entrado en calor o en santidad podrás empezar a «largar» a gusto.

jueves, 4 de febrero de 2016

Ea

Reintégrate, regenérate, recupérate, abre tu mente, abre tu ojo tuerto, reposiciónate, repristínate, recoge ese ser que se te ha perdido o has olvidado. Recobra el alma. El alma enfangada en los entuertos. Abre tu ojo pineal. Desenlaza tu chacra oxidado, desgastado, de tercera regional. Desentumece esos potenciales de comunión universal que tu conciencia oculta. Sigue el llamado de la verdad. La buena nueva, el evangelio de la verdad. La verdad de verdad. Sé racional, sé científico, sé natural. Amplía el estro de tus anteojeras. Escúchale a la Voz. Recógete en el ser y salta como tigre. Piensa en los animales. Sé como los animales. Sé animal. Sé mujer. Vuelve a nacer. Recobra lo femenino que haya en ti. Reintégrate en el ente. Entetízate, Concientízate. Sé moral. Sé árbol y castaño y aligustre. Amplía el horizonte. Muérete y verás.


viernes, 27 de noviembre de 2015

Por donde huía la escolopendra

Antiguos animales de la orilla del río, pequeños monstruos que se aparecían a la mirada ávida, a la mano que cogía.
Piedras aceitosas de pedernal que despertaban olorosamente al golpearlas, huesos de la tierra.
(Todavía conservo algunas muestras de la vieja pasión en las estanterías.)
El animal se abría a la mano, se dejaba, como la lagartija al revolverse y perder la cola. Las piedras surgían entre ladrillos desvencijados, polvo y tierra húmeda de las tardes en los desmontes del vertedero. Escombreras del patio, cascotes desparramados en los basureros ciudadanos. Qué hago que no voy a buscaros, perdidas tardes en la indagación suspensa, emociones y latencias en los derribos junto al río. Ratas, escolopendras entre las hojas, milpiés, ciempiés, culebrillas ratoneras, gusarapos inquietos, huidizas lagartijas entre los ladrillos (cada ladrillo ocultaba una bicha amenazante en sus tubos interiores, las grietas de las paredes horadadas con ramitas, con pajillas en procura de molestia al saurio reptante y sus cabezas). Renacuajos o zampaburus, salamandras y tritones de las pocillas junto al Trueba en Medina, las tardes de expedición, ¿qué hacíais que erais imprescindibles para ese Ángelus vespertino?
Piedras milagrosas de cuarzo y feldespato y pirita ferruginosa, de mica negra en cuevas del fin del mundo (ahora geodas) entre los restos de la construcción. «Éste es el buscador de pedernales» decía el letrero bajo el dibujo que te hizo Santi para tu escándalo y vergüenza. Pero me acompañabas en las rebuscas y luego me traicionabas con el dibujo. Mientras, los demás se dedicaban al fútbol y al baloncesto y nos miraban con el ojo desviado. Y hasta el Hermano nos vino a fiscalizar alguna vez por si nuestra actividad fuera pecaminosamente punible (aquel Hermano rubito y nacionalista). «No, es que sólo buscábamos piedras» y puso su mejor cara de menosprecio. Hacía excursiones a Éibar (¿qué se me había perdido a mí en Éibar, como no fuera el armamento imprescindible para liquidar a toda aquella panda de futbolistas y Hermanos que simulaban en clase los concursos de saberes y enciclopedias que ponían en la tele..?). Malditos pazguatos del deporte.
Y seguía solitario mi husmeo mineralógico con la pretensión de hallar los indicios de la cueva verdadera, la cueva de los brillantes que salía en la película del Viaje al Centro de la Tierra y también en Las Minas del Rey Salomón (luego entonces debería ser una cueva cierta y existente, que andaba por ahí, accesible, ahí mismo bajo el hormiguero aquel con sus depósitos de huevos blancos recién puestos).
Por donde huía la escolopendra.

martes, 17 de noviembre de 2015

Llamada

Una llamada. Esa mano que se alza, que pide algo, que se niega a querer lo sabido, lo consabido, ingenuamente llama o pide. No sabe lo que pide, pues sólo cuando pedimos de verdad sabemos lo que pedimos. Queremos más, algo más de lo que aparentemente queremos. Queremos algo y algo más a la vez. Sabemos que hay un querer posible y no somos capaces de alcanzar el deseo de lo no sabido que supera ese querer porque antes de él ya carecemos del saber que nos permitiría quererlo. Luego sólo podemos querer de un modo limitado. Sin embargo, siempre queda la oscura nostalgia de ese algo más que, en realidad, es lo que queremos, y lo queremos mucho más y con una desesperación siempre oculta a nosotros mismos; más de lo que se supone que pedimos y parece que anhelaríamos. 
Buscamos lo que no está, lo que no sabemos y nos espera. Queremos ese más de la vida que no está ni la esperamos, pero, inconscientes quizá, lo queremos; sin saber lo que deseamos, pedimos tan solo lo que está a nuestro alcance, pero siempre hay algo que nos espera y que no sabemos qué sea ni dónde esté. ¿Qué somos que no sabemos que somos? ¿Dónde estamos cuando pedimos ese algo más que no está? Buscamos como desesperados eso que se nombra con las palabras insuficientes «felicidad», «verdad», «amor». Lo pedimos, lo rastreamos en rostros, en ideas o en acciones, y siempre se queda fuera. 
Es inútil buscar fantasmas. Lo que está aquí no nos basta y es lo único que tenemos. Quedamos siempre defraudados con ese arrojar de los brazos hacia un ansia más allá de lo ansiado. Vemos lo que hay. Lo constatamos. Porque, hasta ese momento, la suma de lo que ha ido habiendo es lo que somos. Los instantes vividos. Los instantes desesperadamente exprimidos. Cuando fueron, fueron sentidos en su tránsito, atravesados de intensidades inventadas, casi fabricadas exprofeso. ¿Qué es lo que, de todo ello, fue algo nuestro? 
Y seguimos deseando y podríamos haber sustituido esos momentos vividos por otros cualesquiera tan nuestros y vividos como aquellos. Siempre falta algo. Y esa falta anula todo cuanto de real, de vivido, hubiera podido haber a nuestro lado. Y seguimos pidiendo, deseando, lo que no está. Lo que desde lejos nos llama.

jueves, 12 de marzo de 2015

Lobañas

Las Lobañas. Ciento y Muertos.


Internet no identifica ninguna localidad como Las Lobañas. Tampoco hay reseñado ningún título Ciento y Muertos. Parece que se trataba de una novela inédita de Pérez Galdós, quizá una primera versión de El Terror de 1824 o más probablemente una prolongación de ésta y previa a Un voluntario realista.

Debería transcurrir en una región poco transitada de Extremadura, conocida como Las Lobañas. El pueblo existe porque lo visité y, aunque venido a menos, todavía contaba con algunos vecinos: una señora bastante grande salió a un balcón que le quedaba pequeño a saludarme y a inquirir sobre mi presencia mientras deambulaba por sus calles. El pueblo parecía orgulloso de haber protagonizado un episodio galdosiano un tanto sangriento y hasta disponía de una versión de sí mismo en miniatura: en un prado aledaño, y a modo de belén navideño, habían construido una aldea diminuta de unas veinte casas dispuestas en círculo irregular, pero cuidadas en la exactitud realista de la reproducción. Visité también la aldea en miniatura y comprobé su deterioro, fruto de la desatención y el abandono desidioso. La novela galdosiana estuvo en mi poder, en un ejemplar mal impreso y con medio volumen sin imprimir (así se podían tomar apuntes, pensé), algo borroso y feo de tipografía (parecía mezclar diferentes tipos, como si les hubieran faltado en la linotipia) y carecía de cubierta. Me paseé por el pueblo con el tomo en las manos para identificar los lugares de la acción.


___________
Juan de Zabaleta en El día de fiesta por la mañana[1654], en el capítulo sobre «El Pretendiente», observa: «La Gentilidad, entre otras maneras de sacrificios, tenía una, que era la más copiosa: esta era llevar animales de ciento en ciento, todos de una especie, que matassen al pie del Ara». La cita se usa para ilustrar la voz «ciento» en el Diccionario de Autoridades, tomo 2º, 1729, pág. 346.


El pueblo en miniatura
(Erigido en homenaje a los mártires del absolutismo, hacia 1834, y sufragado por suscripción popular entre los lugareños, su autor fue un belenista napolitano: Fabrini, de paso por la región).


Las casas del pueblo diminuto son blancas, pero sus ventanas resultan oscurecidas o como quemados sus marcos hasta la pared que las rodea que, de blanca de cal, pasa a gris o negruzca. Todo ello se ha realizado con suma destreza en el arte belenista a fin de que el efecto de pueblo quemado no desdiga de un cierto tono general bucólico.
Se disponen sobre la ladera de un montecillo o, mejor, una pequeña serranía, pues que se prolonga en altura en toda la extensión del caserío hasta cerrar el círculo o, quizá mejor, óvalo si queremos ser fieles al recuerdo del monumento. El centro o plaza del pueblo lo ocupa un terreno vacío de tierra húmeda.
Hay algunas casas de un tamaño respetable (dentro de su pequeñez) y otras más menudas, pero todas ellas tienen en común ese rasgo desastrado y ruinoso, como el de algún tipo de ruina que no obedeciera a los naturales efectos del mordisco del tiempo (demoledor en el país) sino a cierta violencia demencial e incendiaria. 


Declaraciones de D. José Manuel del Regato, al exministro Calomarde en Tolosa de Francia (de un Memorial más extenso, adjunto de una carta fechada el 3 de mayo de 1840 en Jaro, Hoylo, isla de Panay, Filipinas).

«Como habrá sabido vuecencia por las noticias de Carnerero, mi conocimiento de los hechos de Extremadura es baldón que me acongoja hasta en este rincón tan alejado de la Patria donde sufro las penalidades imaginables con que me castiga este gobierno. Todo sea por Dios y el Rey. (Se me ha concedido al fin una pensión pequeña que al menos suaviza mis estrecheces -Dios sea loado).
Fui yo el que puse en movimiento la máquina secreta de su interés tras recibir, por mediación de Carnerero, el billete de Su Majestad y del que le di noticia así como de su ejecución: recordará lo que ya le dije en la cena de embajadores en aquel breve momento de comunicación que tuvimos: «Lo de Extremadura ya está hecho a satisfacción».
Avisé a los agentes del Conde de España por entonces en Madrid y supe después que el Conde se lo había tomado a pechos y era cumplidor como vuecencia ya sabe. Con ayuda de Carnerero hicimos llegar órdenes confidenciales a Jerez para que se encargara a una compañía de escopeteros (guardias) a que acudieran a un lugar cercano, donde esperarían la llegada de los miembros de la partida de El Moreno, un gitano catalán muy de la confianza del Conde. Los gitanos no fueron notados por estar muy bien disimulados bajo un traje talar que en Solsona les había provisto dél un chantre que recibía órdenes del Obispo, ya informado de la necesidad por -según dicen, esto yo no lo sé cierto- una sociedad de netos o quizá una cofradía a la que le dicen «el Ángel Exterminador».
Todo lo que resta ya vuecencia lo sabe. Se hizo escarmiento, por la Gloria de Dios y el Rey.» 


Lo de Riego

«El pueblo contaba con varios notorios masones que a su vez eran propietarios benévolos de sus tierras y miembros destacados de la benemérita Real Sociedad Extremeña de Amigos del País. Las tropas de Riego, no tan bien recibidas en los pueblos de Andalucía como habían supuesto tras el pronunciamiento, fueron, sin embargo, acogidas con entusiasmo en Lobañas, alojadas en las casas labriegas y mantenidas todo el tiempo que necesitaron «a pan y manteles». Esta fue la causa directa de la matanza vengativa ordenada por el Rey Fernando.»

[Traducción de un comentario en hoja volandera entre las páginas de unas memorias de don Blas Ostolaza, a propósito de una frase en las mismas: «…y Dios con mano certera los castigó» junto a un resumen de los sucesos de Lobañas. Papeles españoles de Joshua Huntington en La Biblioteca del Congreso de Washington. Se transcribe el texto original de la nota manuscrita].  


The village had a number of well-known masons who happened to be both benevolent estate owners and outstanding members of the distinguished «Real Sociedad Extremeña de Amigos del País» (Extremaduran Royal Society of Friends of the Country). Riego's troops, not so welcomed in Andalusian villages as they expected after the uprising, were enthusiastically accepted in Lobañas, housed and pampered in farmhouses all the time they needed, or «a pan y manteles» as they say. This was the direct cause of the vindictive carnage ordered by King Ferdinand. 


miércoles, 4 de febrero de 2015

Hablando

Cuesta encontrarte cuando la pantalla de los demás se interpone. Sobran los demás. Están demasiado presentes para que podamos vernos los dos. Hay tanta gente que habla y gesticula y se interpone en nuestra conversación... Entonces no nos vemos. Vemos lo que ponen los demás, lo que dicen, si es que dicen algo.  ¿Por qué no alejarlos hasta un fondo remoto donde sus gestos, sus palabras no nos interrumpan, no se interpongan? Solos nos vemos mejor.  Sin sombras, sin rastros ajenos. Solos ya somos muchedumbre. Nos encontramos fácilmente. Nos vemos mejor cuando nadie nos ve. Sin embargo, los demás están ahí y vuelven a interrumpirnos, quieren su atención, piden su presencia. A veces son graciosos, entretenidos, y otras, no. Depende de la ocasión. Cuando interrumpen nuestro diálogo de dos y parece que se metieran en la cama con nosotros, que comieran en nuestro plato y trastearan con los vasos y los tenedores de nuestra mesa, entonces se vuelven molestos y y se presentan fuera de hora y de momento, inoportunos. Vivimos con los demás, pero queremos vivir solos, ajenos, en nuestro tiempo. Un tiempo ajeno a todos y que nos pertenece tan sólo a nosotros. Queremos vernos por vez primera permanentemente y ser sólo para nosotros el desconocido que se descubre. Ser náufragos de una isla desierta, recién presentados. Y serlo de nuevo cada vez. Como si fuera la primera. Entonces somos lo que sólo nosotros sabemos que somos. Lo vamos inventando trabajosamente cada día, en cada ocasión nueva. Nadie más participa. Nadie más sabe. Nadie nos conoce. Pero pasan los días, las cosas cambian, salimos al mundo, todo se mueve. Debemos movernos con los demás, y volvemos a encontrarnos con esos gestos y palabras ajenas. Las interrupciones. Nos molestan y nos parecen ajenas, lejanas. Y lo son. Para nosotros lo son. Para lo que somos resultan ajenas, torpes o indiferentes. Las olvidamos, aunque formen parte también del mundo. Ese mundo frío y ajeno, molesto e indiferente de los demás. Cuando estamos nosotros solos no hay nunca lugar ni hay mundo o el mundo que hay es el nuestro, el que se define en nuestros gestos, nuestras palabras, esas que siendo de cada uno nos pertenecen a los dos y nos convierten en lo que somos, los dialogantes de una conversación interminable. Sólo entonces nuestro mundo, el que hemos ido creando trabajosa y lentamente, es el único mundo verdadero.

miércoles, 3 de septiembre de 2014

Ultima ratio

Precisamente porque ya va faltando esa gracia veraz, ese empeño en llegar, en permanecer dentro mientras crece el tormento suave que te encamina al final tembloroso, ávido coleóptero, tentacular, aleteante como la libélula en la poza verdinosa.
Precisamente, aquí, en este instante en que te gustaría instalar tus tiendas árabes y seguir estando, erguido, complaciente y dadivoso como viejo príncipe todavía autoritario y condescendiente, con la gana puesta al aire, al deseo intocable que se rebela y toca los extremos de las anclas de una nave en la procela, tormentosa el agua que te envuelve una y otra vez, rabioso de los viejos enlaces de marinero trabado entre los cabos y las jarcias tensos y alzados a la cima enmarañada que se agita en una búsqueda siempre inacabada, siempre insatisfecha de salvación por el exceso, el derroche de sangre o linfa o resto de veneraciones postergadas, repetido el juego, pedido el permiso, cumplida la letra del contrato, elevando a la altura del perdón todos los desperdigados columpios del ansia.
Cuando nada te espera y todo pide algún milagro del querer tan simple, del empeño en ti. Cuando no tienes dónde huir, cómo justificarte arteramente en las circunstancias, los lamentos baratos, la cosa triste de que te tocó, sí a ti, como a todos toca.
Agarrarse del aire, tentar las orillas mudas, los vacíos entrantes del desespero, ponerse a tristear en las esquinas, en la oscura tienda de las trampas, en la tétrica cara del hambre, deseoso inmóvil, querencioso apaleado.
Volver a encender la cerilla perdida para encontrar la dirección sin señas, el remite sin sobre, la culpa cierta de estar siendo el culpable menesteroso de las tardes lánguidas.
Imponer una lección falsa de aprendizaje, de sabiduría, de latente entendimiento en el puro sinsaber, adorador de morbideces, de latencias, de inexistencias. ¿Dónde el latido cierto de lo que está aquí ofrecido por entregado, por dado, por real? Porque ya es tarde y se están poniendo todos los soles de la alegría.
Sí, la alegría se inventa rabiosamente aunque no exista. No existe nunca la alegría verdadera que se trabaja inventándola, dándole fuelle para que estalle en carcajada, en risa veloz, en vida querida.
Como la vieja libélula de los pantanos, elitrosa, chisporroteo de ruidos atronadores, carraspeo perpetuo que no se piensa a sí mismo, sólo se afirma contra el caliente hálito de lo podrido.
Alas de la libélula arrancando su fuerza del calor mismo que niega el movimiento, en tu oído gritan su terror de no seguir viviendo.
Alas que quieren seguir, que piden más espacio, ámbitos anchos, instauraciones imperiales nuevas, territorios no habidos ni habitados, hechos de sólo querer hacerlos, habitarlos en la nada, fabricarlos de todo lo que hubo y desearías. Tenlo. Quiérelo. Acaricia la salamandra viuda que se envenena de sus colores, que se desliza donde haya húmeda tierra de acogida.
Donde se reciba el deseo, y se le dé la oportunidad de afirmarse, clavar las garras en el nudo de su vacío. 
Donde ese vacío mismo, y de su negación, aliméntate, come gusanos, arráncate como la rana propulsa las extremidades en la desesperación de la huida.
Desea y pide y da y quiere y no quieras, pero hazlo con ganas, con la veracidad del animal que se rebela contra el cazador, inútilmente, con esa rabia misma. 
Vive lo que te toca convencido de su poder, su fuerza suficiente, su justicia entera.

Quieras lo que la vida te de y que te niegue.

lunes, 7 de julio de 2014

Fisiognómica

The apparition of these faces, etc.
E.P.


En la estación las caras, avergonzadas de parecerse a sí mismas, te querían recordar, y, como que se hubieran apercibido de que te estuvieran debiendo algún recuerdo, hacían entonces y por un instante un empeñoso y meritorio esfuerzo por parecerse a ti, o a esa tu frente y a tu ceja fina y tu párpado dulce y...no lo conseguían del todo.


Pero, pese a la imposibilidad, se les agradecía igualmente la molestia, ese obstinado esfuerzo que antes solía aplicar el caballero rumboso y adinerado cuando, paseante, se encontraba frente a los mendigos del muñón: una particular torsión significativa y momentánea del gesto hacia alguna de las variantes o figuras de entre las consideradas de La Piedad.




domingo, 15 de junio de 2014

Latiendo

Sólo quisiera que no te volvieras a enterrar definitivamente, aunque tan sólo hubieras llegado a sacar esa cabeza y la sonrisa y una cierta ojera perceptible, pero muy bien maquillada: los años naturales, una vida que pesa y ese rubio cabello partido en dos por el centro, como siempre. 

La elegante figura otra vez contemplada al entreabrir aquella puerta de electricidad y cables del teléfono, aquella tan sucinta indicación de que en algún lugar, en dos calles (los veranos, el invierno, el trabajo, los padres, los hijos y el marido posibles) alguien incluso ahora seguía existiendo. 


martes, 10 de junio de 2014

Abismos de sensatez (una solapa)

Si todo anda tan mezclado que hasta la nieve es negra, como barruntaba Anaxágoras el clazomenio, cuál no sería entonces el desconcierto ante el mundo de nuestro amigo Rubén Ondarra, ese editor chungo en horas bajas que busca desesperadamente a su historietista atrasado en las entregas, el dibujante genial y algo uruguayo Bruno Kossovsky, engullido del mundo real por alguna potencia inextricable. 
 ¿Qué ha sido de Bruno y dónde está? Para averiguarlo acudirá en su ayuda Satrústegui, verdadero héroe romántico y poeta loco de Bilbao, recién huido del sanatorio de Mondragón donde bienvive y con todos sus recursos a punto, y, entre otros, una interpretación más ajustada a la realidad que la clásica de Panofsky de ese enigma de la iconología: el grabado Melancolía I de Alberto Durero, clave de los misterios que acongojan a Rubén, pues no le basta con uno: para él son múltiples como el universo. 
 Ramón y Cajal, Durero, Panofsky, el anciano Croce, y tantos otros sabios que en el orbe han sido, aportarán indicios e interpretaciones de lo existente sobre las que nuestro héroe irá saltando, como Dorothy en la tierra de Oz, hasta dar con la clave verdadera...
 ¿O no era ésa la verdadera? ¿Hay sólo una clave? ¿Hay alguna otra clave-maestra de los misterios del mundo? Averígüelo el lector que siga a nuestros personajes en su periplo hasta llegar al Paraíso que resuelve las intrigas y sosiega las inquietudes. ¿Que dónde está? Está en París. Siempre lo bueno está en París. Y hasta van a buscarlo en AVE.


martes, 29 de abril de 2014

Camino nocturno


(de Onteruela a Saldaña, circa 1969)


Íbamos por el páramo pisando las grandes piedras descolocadas, grandes y chicas, como panes benditos maldecidos y profanados una y otra vez. Era de noche. Se nos había hecho la noche: piedras encontradizas y tropezonas, sobrevenidas en la espesura de la oscuridad.
Vimos a lo lejos una luz débil, parpadeante, un destello que se movía en semejante ruta del desvarío. Nos creíamos salvados al fin de aquel perderse uno entre los peligros de la tierra gótica, aquel campo tan infinito y tan de la noche.

lunes, 22 de julio de 2013

Champa y unos amigos

Entre Algorta y Sopelana, hacia 1949. Foto de Ángel de la Iglesia.

La reciente publicación de la Obra Completa nos lo vuelve a acercar. En algún momento (hace diez años ya de ello) quise cumplir con la solicitud que Juan José Lanz, como coordinador de un monográfico de la revista Ínsula, me hizo para que situara el ambiente y las relaciones de amistad establecidas entre los responsables de la revista bilbaína Champa y el autor. No sé si cumplí con acierto el encargo (que entendí básicamente evocativo). Vinculo ahora el presente pie de página a una reproducción que corrige cierto dato equivocado. Con suerte puede que satisfaga la curiosidad de algún lector de este Añalejo que por oscuras razones pudiera interesarse en detalles vaga e ignorantemente rememorados por quien escribe de un cierto ambiente del Bilbao de finales de los 40 y principios de los 50 del que no habría más testimonio si es que nos atenemos a las biografías habituales del poeta. Valga entonces como una simple «curiosidad».

Quizá con todo ello no haga más que insistir, por desgracia y una vez más, en otra de las muy olvidables variaciones de ese género vitando contra el que prudentemente ya nos avisa la Introducción a la Obra Completa, y que es aquel de «los chismes, las anécdotas o las leyendas»; pues contra él siempre conviene precaverse.

______________
Blas de Otero, Obra completa, Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, Barcelona, 2013. 

miércoles, 18 de julio de 2012

Leviatán

George Oppen


Leviatán


La verdad es también su propia búsqueda:
Como la dicha, y nunca será firme.

Hasta la poesía comienza a carcomerse
en el ácido. Búsqueda, búsqueda;

¿Cómo decirlo?
En lenguaje ordinario-

Ahora debemos hablar. Y ya no estoy seguro de las palabras,
La mecánica del mundo. Lo inexplicable

Es el  "predominio de los objetos".  Luce el cielo
Cada día con ese predominio

Y nos convertimos en el presente.

Ahora debemos hablar. El miedo
Es el miedo. Pero nos entregamos el uno al otro.

_______
Leviathan

Truth also is the pursuit of it:
Like happiness, and it will not stand.

Even the verse begins to eat away
In the acid. Pursuit, pursuit;

A wind moves a little,
Moving in a circle, very cold.

How shall we say?
In ordinary discourse—

We must talk now. I am no longer sure of the words,
The clockwork of the world. What is inexplicable

Is the ‘preponderance of objects.’ The sky lights
Daily with that predominance

And we have become the present.

We must talk now. Fear
Is fear. But we abandon one another.


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De George Oppen, [The Materials, 1962] New Collected Poems, New Directions, edición y notas de Michael Davidson y prólogo de Eliot Weinberger,  Nueva York, 2002, p. 89.


«En un borrador previo, al poema le preceden como epígrafe atribuido a "Steven S[chneider],"escritor amigo de los Oppen desde su estancia en México, las palabras siguientes: "La felicidad es su búsqueda" ["Happiness is the pusuit of it"], de la que procede el primer verso. Leviatán: El monstruo bíblico. Thomas Hobbes usó ese título para su famoso tratado sobre "La Materia, Forma y Poder de un Estado Eclesiástico y Civil (1651)». Nota en pág. 370.


El final del 2º verso no se anota, quizá por considerarla cita bíblica familiar al lector: Isaías, 8, 10: «Determinad parecer, y no será firme» [sigo la versión de Casiodoro de Reina, como siempre en este blog].

(La ilustración es cortesía de Istefel von K)

martes, 29 de mayo de 2012

Mundos de recambio (que ya van con la garantía)

No pensar en nadie. Ponerte ante un mundo sin gente. Así no atiendes a las miserables rencillas de la pandilla ratonera. Te hace falta un verdadero mundo vacío. Es lo que pides en este momento. Un mundo de viejos tranvías de cuando antes había tranvías en general, como había flores o árboles. Un mundo, pero no como el de ayer, como el de anteayer: el que tan sólo sale por defecto cuando arranca el programa después de aparecido el cartel de Error Irrecuperable. El mundo de recambio que se guarda en la recámara o en el altillo. El que no se sacó al escaparate porque el representante lo entregaba sólo de muestra o como referencia o a manera de vínculo especial con la empresa para clientes de confianza. ¿Un mundo de pequeñas unidades cómodas para funcionar (para 'fungir') como pruebas de realidad aducibles en discusiones, en esas argumentaciones de salón francés, o las de convenciones muy intelectuales? No, para eso no vale. Es un mundo que no se ofrece al público, pero que dejamos en reserva, por si acaso, debajo del mostrador, un tanto oculto, no vaya a ser que se estropee por mal uso el de verdad y nos veamos obligados a echar mano de este otro, el que quedaba, el de repuesto.
Sus casas son casas sencillas, sin vericuetos ni torceduras ni esos arrequives que siempre llevan ya de fábrica las casas de la realidad en curso, la que venden por ahí, empeñadas en dar el pego de lo real y lo efectivo (lo eficaz; ya digo, lo que 'funge', vamos), pero que en definitiva acaba resultando tan molesto, tan atosigante por sus exigencias aparatosas y de puesta a punto y todo en definitiva nada más que para quedar bien con las visitas, con ese fisgoneo de señoras husmeantes en los rincones del mobiliario, comprobadoras de si el vestuario es el que se lleva, el de curso legal (alguna cita de Kant, el lacito en el moño...). 
Pero estas no, estas otras casas son más bien como las de los trenes en miniatura, de esos que ocupan un salón entero y casi desalojan a la familia. No precisan de citas comprobatorias del Leviatán, no hay que vestirlas con los trajes del monstruo de la cultura o, peor, de la verdad. Si quieres las usas, pero sólo muy de tarde en tarde y cuando venga a pelo. Y eso que se está a gusto en ellas e, inventadas y todo, funcionan también perfectamente y puedes preguntarle, por ejemplo, al guardagujas por la hora que es y por la dirección de la farmacia al amable jubilado del perrito lanudo. Es cierto que, cuando lo hagas, te pondrán cara de extrañeza, de estar vagamente allí sin saber muy bien por qué, quizá porque les han mandado hacerlo: estar decorativamente instalados allí mismo, en mitad de la calle, una calle que también es la de todos, y, si se les pregunta por la realidad comprobable de su papel, de su función, etc., consideran que las preguntas, todas y cualquier clase de preguntas, sobran. Si de algo están seguros es de que toda pregunta, toda inquisitiva justificación documental, allí está fuera de lugar. Al menos estos personajes, estos muñecos parientes de las miniaturas,  de las casas de muñecos y de trenes, no exigen pedigree de raza ni certificado de penales o de buen comportamiento expedido por el cura de la parroquia. No hay que andar sacando esos papeles engorrosos para, a su lado, balbucear un momento, un rato, pedir un vino en la barra, pasear distraído junto al tranvía, el almacén de víveres, la escuela del pueblo. No hay que ser del club.

lunes, 30 de abril de 2012

«Qué más dará»

De vez en cuando parece que las cosas, nuestras cosas o (si fuera necesario concretar) mis propias cosas, se desfondaran, carecieran -como probablemente sea, en efecto- del menor motivo de interés para nadie. Así que entonces dejamos que el peso caiga y que las cosas caigan, y nos retiramos para no obstaculizar su caída, nos dejamos de ocupar, nos desentendemos.

No sé si hacemos mal o bien: quizá bien si se atiende a cualidades o al atractivo de las tales cosas que, en el mejor de los casos, podrá ser marginal, escaso o el propio de un mero capricho para curiosos; pero creo que es entonces también, y cuando nos dejamos arrastrar por ese humor negro, por esa melancolía, cuando es muy posible que hagamos mal, y hasta muy mal, en un sentido relativo, y seamos injustos para con nosotros y lo nuestro (pero no un «nuestro» de positivas proyecciones, de presencias o valiosas realizaciones, sino ese otro «nuestro» más decididamente personal: el del cuidado que precisa lo de uno mismo para consigo mismo, el interés que nos despertamos por lo específico de la propia labor o el que me despierto yo por mi tarea, por «lo mío» en cuanto que ocupación y que equivaldría, en definitiva, a lo único que hay). El mundo que debiéramos vigilar, nuestro mundo; pues si él se hunde, nosotros vamos detrás con él.

Que ese descuido pudiera verse como una prefiguración de la muerte no es difícil conjetura. Esa desgana que te va carcomiendo el edificio y se extiende como una lepra. Algo que empieza por justificarse en la sospecha del natural desinterés ajeno: «total, si esto no le importa a casi nadie». Y es irónico que sea entonces cuando surjan aquí y allá, esporádicos pero insistentes, los desmentidos de un cierto aprecio y seguimiento: «Te solía leer, pero últimamente como lo has dejado...». «Vaya, ahora aparece el público», te dices. Porque había público y no te habías dado cuenta.

En otro orden de situaciones pasa algo parecido, y, en concreto, también nos vamos descolgando de las personas; y nos empiezan a resultar desconocidos incluso aquellos que hasta hace poco nos fueran más próximos, o por milagro a veces recuperamos también y simultáneamente una vieja familiaridad que ya creíamos perdida. Pero quizá es que somos nosotros los que cambiamos. Todos lo hacemos. Sin notarlo casi, nos vamos alejando de antiguos hábitos, de la costumbre o adoptamos otras mal compatibles con aquellas abandonadas: y una noche contemplamos al amigo, que ahora es capitalino de adopción y desconoce ostentoso los rituales de la provincia, así que, por eso mismo, nos desconoce, y le vemos hacer tales alardes de mundanidad mientras se pavonea y estira el desplegado estro de una sorna experta de connaisseur... «Antes era distinto», te dices. Ya. Pero antes también lo éramos nosotros.

Distintos e iguales, habituados o desacostumbrados, nos vamos alejando poco a poco. La máquina de la vida nos devora y las dentelladas que nos enseñamos en la conversación no acaban nunca de casar bien entre sí.


viernes, 28 de octubre de 2011

Deriva lateral

Quienes sigan este blog y no deseen estancarse interminablemente en el homenaje a Alejandra Pizarnik encontrarán con más facilidad entradas que el responsable atribuye al mes de octubre de 2011 y posibles  sucesivas entre los Peces de ocasión.

domingo, 25 de septiembre de 2011

Alejandra Pizarnik


Flora Alejandra Pizarnik nació el el 29 de abril de 1936 en Buenos Aires, Argentina. Estudió filosofía y letras en la Universidad de Buenos Aires y pintura con Juan Battle Planas. Vivió en París desde 1960 hasta 1964, en donde trabajó para la revista Cuadernos y algunas editoriales francesas, publicó poemas y críticas en varios diarios, tradujo a Antonin Artaud, Henri Michaux, Aimé Cesaire, e Yves Bonnefoy, y estudió Historia de la Religión y Literatura Francesa en la Sorbona. De regreso a Buenos Aires, publicó tres de sus principales libros: Los trabajos y las noches, Extracción de la piedra de locura y El infierno musical, así como su trabajo en prosa La condesa sangrienta. El 25 de septiembre de 1972, mientras pasaba un fin de semana fuera de la clínica psiquiátrica donde estaba internada, murió de una sobredosis intencional de psicofármacos.



Fronteras inútiles

un lugar
no digo un espacio
hablo de
qué

hablo de lo que no es
hablo de lo que conozco


no el tiempo
sólo todos los instantes
no el amor
no

no

un lugar de ausencia
un hilo de miserable unión.

*
La mesa verde

El sol como un gran animal demasiado amarillo. Es una suerte que nadie me ayude. Nada más peligroso, cuando se necesita ayuda, que recibir ayuda.
 
Pero a mi noche no la mata ningún sol.

¿Tendré tiempo para hacerme una máscara cuando emerja de la sombra?

Me pruebo en el lenguaje en que compruebo el peso de mis muertos.

El mar esconde sus muertos. Porque lo de abajo tiene que quedar abajo.

*
La única herida

¿Qué bestia caída de pasmo
se arrastra por mi sangre
y quiere salvarse?

He aquí lo difícil:
caminar por las calles
y señalar el cielo o la tierra.

*

Mendiga voz

Y aún me atrevo a amar
el sonido de la luz en una hora muerta,
el color del tiempo en un muro abandonado.

En mi mirada lo he perdido todo.
Es tan lejos pedir. Tan cerca saber que no hay.

*

Solamente

ya comprendo la verdad

estalla en mis deseos

y mis desdichas
en mis desencuentros
en mis desequilibrios
en mis delirios

ya comprendo la verdad

ahora
a buscar la vida

*

Tiempo

                                              A Olga Orozco

Yo no sé de la infancia
más que un miedo luminoso
y una mano que me arrastra
a mi otra orilla.

Mi infancia y su perfume
a pájaro acariciado.


*
CONTINUIDAD
   
 No nombrar las cosas por sus nombres. Las cosas tienen bordes dentados, vegetación lujuriosa. Pero quién habla en la habitación llena de ojos. Quién dentellea con una boca de papel. Nombres que vienen, sombras con máscaras. Cúrame del vacío --dije. (La luz se amaba en mi oscuridad. Supe que ya no había cuando me encontré diciendo: soy yo.) Cúrame --dije.

La extracción de la piedra de la locura, 1968.