jueves, 29 de junio de 2006

De ascensores



[h. 1992]


Todos los días empezaba a sonar así a la misma hora más o menos, a eso de las doce. No es que sonara distinto a partir de esa hora, claro, sino que su sonido antes indiferente de repente dejaba de serlo y se pegaba al oído. Era imposible pensar en otra cosa que no fuera el sonido del ascensor: el ascensor que subía, el ascensor que se paraba (su sonido era distinto según se parara en el 1º, el 2º o el 3º...Hasta el 6º se podían distinguir las diferentes melodías). Era un ciclo de canturreos o una cantata trémula perfectamente distinguible según la altura a que llegara en cada viaje. Lo mismo cuando bajaba: el cambio de su modulación durativo-musical quedaba marcado. La riqueza de los tonos, la diversa modulación sonora del ascensor eran cualidades sensibles que adquirían notoriedad, importancia. Existían porque una emoción impregnaba entonces todo el ámbito de su desenvolvimiento nocturno en un cuarto demasiado aledaño al hueco por el que el viejo aparato discurría.

Es curioso que algo -el sonido de un ascensor- repentinamente desparrame una riqueza de detalles en el ámbito musical, tales que lo saquen de la indiferencia con que en horas diurnas lo retirábamos de la percepción. Nunca hubiéramos creído posible obtener aquella riqueza de tonos, gemidos, lamentos resignados, suspiros o lánguidos trémolos hasta tentar el maullido, el ronroneo, la canturria provocados por un ascensor ya entrado en años, en lustros, cuando el oído que lo trae al mundo se queda casi pegado a la pared frontera a su hueco una noche tras otra a eso de la una, las dos, las tres de la mañana. Cuál fuera el motivo de tal emoción musical es lo de menos. La exactitud de la frase coincidía con la certeza de que el piso en que aparcaba era el nuestro. Empezabas a oír su arranque (do), la subida de tono (re), más alto (mi)... hasta la angustiosa extenuación sonora de la frase concluida. Esperabas no escuchar el tono exacto. Mejor otro, cualquier otra frase menos esa. A veces la melodía estaba variando la frase funesta y no concluía: el ascensor seguía subiendo. Ah. No es el mío.

1 comentario:

  1. (versión breve)

    Todas las noches, antes de dormirme, esperaba a que dejase de sonar el ascensor. El ruido ahogado de la subida, la pausa, la llegada al piso, a cada piso, la llegada distinta y el sonido distinto. Cada vez que sonaba el ascensor algo parecía llegar al final y ahogarse. Entonces se callaba y empezaba de nuevo la espera de otra nueva serie repetida. Y otra vez la serie era diferente a las anteriores, otra vez había que escuchar una canción nueva. Pausa y espera. Espera de la canción anterior que se repite y te espera arriba hasta que la llamen de nuevo de abajo.
    La música de los ascensores,sus reiteraciones y ritmos, sus confidencias en el silencio que te hablaba, que te decía que esperaras, que él ya sabía que estabas escuchándolo. Otra vez otra noche más escuchando.

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Cariñosas las observaciones