Nadie sabe nada de los demás. Este juego de suposiciones, casi siempre las peores suposiciones, las más dañinas, las más bajas. El juego de las trivialidades. ¿Cómo existimos para los otros? Poco más que como una forma peculiar de abstracción, la que corresponde al lugar donde somos colocados, la ficha que somos cuando ajusta en el hueco del tablero. Ese hueco. Ese ajuste. Entonces, ¿qué más da lo que piensen? ¿Piensan algo? Rara vez. Me refiero a pensar en el otro como una persona, como cierta historia ligeramente compleja. Casi nunca. Es muy trabajoso. Se le tiene que poner un cartel, una definición, la de sus insuficiencias respecto a nosotros. Lo que no somos. Pues tampoco toleramos fácilmente una reiteración de lo nuestro. El otro es esa otra cosa que no ajusta bien, esa versión imperfecta. Probablemente tiene razón Schopenhauer en sus Aforismos del arte de vivir para ponerse en lo peor. Les leo a los de 3º esta mañana el pasaje sobre el orgullo y la vanidad para que me hagan un pequeño comentario. La chusma nivela al otro por lo más bajo.
Esta reflexión. (al menos así la interpreto yo). Es muy acertada. Te leo con suma pasmosidad porque hablas en tu blog, con demasiada franqueza. Y aúnque siempre que he venido a éste tu blog, de paseante lo he hecho en silencio. No me cabe mejor argumento que decirte que se nota que tienes el don de la enseñanza.
ResponderEliminarTe beso.