[h. 2000]
Leo un poema de William Bronk (Nueva York, 1918) "The Nature of the Universe" de su libro The World, the Worldless (1964) y pongo una versión en el foro (aquí abajo). Trata el tema de la cueva cósmica, de la unidad platónica de alma y cosmos y del horror de la Nada. Esta tarde leo "El Foso" de Horacio Castillo (Ensenada, Argentina, 1934) de su libro de 1993 Alaska, que encuentro próximo.
EL FOSO
Respiré por última vez el aroma de los eucaliptos
y pasé bajo el arco donde estaba escrito: Aquí termina el mundo.
¿Dónde estamos? -preguntó el niño que todavía no había nacido.
En ninguna parte -contestó el hombre que ya había muerto.
Y señalando en el medio del campo un inmenso foso agregó: Todos saldrán por ese mismo lugar.
¿Dónde estamos? -preguntó el hombre escondiendo los ojos en el bolsillo de la chaqueta.
En ninguna parte -contestó la mujer plegando su cabellera como un mantel.
En ese momento el viento cambió de dirección y sentí por primera vez el olor de la nada.
Y ese olor nos atormentó durante el resto de la jornada, y la jornada siguiente,
y todas las que siguieron hasta el fin de nuestros días.
Dónde estamos? -preguntó el hijo templando las cuerdas de las alambradas.
En ninguna parte -contestó el padre pasando una esponja sobre los árboles.
Pero los veteranos, encendiendo fogatas, se ponían a cantar
y todo parecía un alegre campamento de verano.
¿Dónde estamos? -preguntó el muchacho con el cordero sobre los hombros.
En ninguna parte -contestó la muchacha con el ramo de nomeolvides en el pelo.
¿Cómo podíamos cantar mirando día y noche el negro foso?
Un día, sin embargo, el aire amaneció fragante;
olía a almidón, a cabello de mujer recién lavado,
acaso porque ese día ella descendió por el negro foso.
¿Dónde estamos? -preguntó el niño con el rayo de sol entre los dientes.
En ninguna parte -contestó el anciano revolviendo el caldo negro de la memoria.
Ese día, en cuclillas junto al fuego, empezamos a cantar.
Cantábamos bajo las duchas de la luna llena,
cantábamos pelando papas infinitamente oscuras,
cantábamos separando la uña de la carne.
Aun el último día entre los vivos cantamos.
En fila india, con el clavel de los mansos en el corazón,
caminamos lentamente hasta el borde del pozo.
¿Dónde estamos? -preguntó la niña que dormía con el ave fénix en sus brazos.
En ninguna parte -contestó la madre con el balde de olvido sobre la cabeza.
Así, tomados de la mano, esperamos el amanecer
y bajamos cantando a la eternidad.
Del libro Alaska [1993] en La casa del ahorcado. Obra poética 1974-1999, Estudio preliminar de Pablo Anadón. Ediciones Colihue, Buenos Aires, 1999, pp. 90-91.
Los presupuestos del poema de Bronk son metafísicos, fantástico-metafísicos. Sin embargo, "El foso" de Castillo es un poema que no se explica fácilmente sin la tradición griega (la bajada a los infiernos, Perséfone) y la atmósfera religiosa, cristiana y dantesca, de la esperanza, de la espera, en contraste con el permanente estribillo de la Nada como un diálogo entre los diversos personajes ("¿Dónde estamos?/ En ninguna parte"). El poema de Bronk, que en sustancia dice lo mismo, carece de esperanza, es un poema al que lo fantástico potencia, una imagen pavorosa en su lógica metafísica brutal. La cueva del cosmos espeja nuestra cueva interior. Nuestra alma, nuestro espíritu turbado, es el espejo interior del Huevo Cósmico. Las luces con que soñamos son un reflejo del ignorante y despiadado titilar de las grandes explosiones planetarias. Vivimos esos "horrores" como nuestro éxtasis. ¿Poner el poema de Castillo en el foro a manera de contraste y semejanza? Probablemente no le interese a nadie.
Leo un poema de William Bronk (Nueva York, 1918) "The Nature of the Universe" de su libro The World, the Worldless (1964) y pongo una versión en el foro (aquí abajo). Trata el tema de la cueva cósmica, de la unidad platónica de alma y cosmos y del horror de la Nada. Esta tarde leo "El Foso" de Horacio Castillo (Ensenada, Argentina, 1934) de su libro de 1993 Alaska, que encuentro próximo.
EL FOSO
Respiré por última vez el aroma de los eucaliptos
y pasé bajo el arco donde estaba escrito: Aquí termina el mundo.
¿Dónde estamos? -preguntó el niño que todavía no había nacido.
En ninguna parte -contestó el hombre que ya había muerto.
Y señalando en el medio del campo un inmenso foso agregó: Todos saldrán por ese mismo lugar.
¿Dónde estamos? -preguntó el hombre escondiendo los ojos en el bolsillo de la chaqueta.
En ninguna parte -contestó la mujer plegando su cabellera como un mantel.
En ese momento el viento cambió de dirección y sentí por primera vez el olor de la nada.
Y ese olor nos atormentó durante el resto de la jornada, y la jornada siguiente,
y todas las que siguieron hasta el fin de nuestros días.
Dónde estamos? -preguntó el hijo templando las cuerdas de las alambradas.
En ninguna parte -contestó el padre pasando una esponja sobre los árboles.
Pero los veteranos, encendiendo fogatas, se ponían a cantar
y todo parecía un alegre campamento de verano.
¿Dónde estamos? -preguntó el muchacho con el cordero sobre los hombros.
En ninguna parte -contestó la muchacha con el ramo de nomeolvides en el pelo.
¿Cómo podíamos cantar mirando día y noche el negro foso?
Un día, sin embargo, el aire amaneció fragante;
olía a almidón, a cabello de mujer recién lavado,
acaso porque ese día ella descendió por el negro foso.
¿Dónde estamos? -preguntó el niño con el rayo de sol entre los dientes.
En ninguna parte -contestó el anciano revolviendo el caldo negro de la memoria.
Ese día, en cuclillas junto al fuego, empezamos a cantar.
Cantábamos bajo las duchas de la luna llena,
cantábamos pelando papas infinitamente oscuras,
cantábamos separando la uña de la carne.
Aun el último día entre los vivos cantamos.
En fila india, con el clavel de los mansos en el corazón,
caminamos lentamente hasta el borde del pozo.
¿Dónde estamos? -preguntó la niña que dormía con el ave fénix en sus brazos.
En ninguna parte -contestó la madre con el balde de olvido sobre la cabeza.
Así, tomados de la mano, esperamos el amanecer
y bajamos cantando a la eternidad.
Del libro Alaska [1993] en La casa del ahorcado. Obra poética 1974-1999, Estudio preliminar de Pablo Anadón. Ediciones Colihue, Buenos Aires, 1999, pp. 90-91.
Los presupuestos del poema de Bronk son metafísicos, fantástico-metafísicos. Sin embargo, "El foso" de Castillo es un poema que no se explica fácilmente sin la tradición griega (la bajada a los infiernos, Perséfone) y la atmósfera religiosa, cristiana y dantesca, de la esperanza, de la espera, en contraste con el permanente estribillo de la Nada como un diálogo entre los diversos personajes ("¿Dónde estamos?/ En ninguna parte"). El poema de Bronk, que en sustancia dice lo mismo, carece de esperanza, es un poema al que lo fantástico potencia, una imagen pavorosa en su lógica metafísica brutal. La cueva del cosmos espeja nuestra cueva interior. Nuestra alma, nuestro espíritu turbado, es el espejo interior del Huevo Cósmico. Las luces con que soñamos son un reflejo del ignorante y despiadado titilar de las grandes explosiones planetarias. Vivimos esos "horrores" como nuestro éxtasis. ¿Poner el poema de Castillo en el foro a manera de contraste y semejanza? Probablemente no le interese a nadie.
Siempre me conmovió la historia de Perséfone. Y del pobre Hades. Cuanto trasiego por amor...
ResponderEliminarEn cambio Orfeo siempre me pareció un imbécil.
A lo que iba.
Es imponente ese texto. Igual Miralles se queda neque con él en el foro. Pero en general cuando las cosas impactan es raro que nadie diga nada. Mutismo.
Por eso estamos todos por aquí, por internet, como en unos minaretes llamando a la oración por nosotros mismos, pobres locos carontes perdidos...
Viene Aurelio, tengo ensayo, así que ya igual no me reconecto. Beso enorme.
M.