Te busco, perdida realidad, cercanía constante, encuentro en el tiempo de cada nota. Ya no busco otra cosa que a ti. He perdido lo que despreciaba, lo que se daba como natural estar entre las cosas. Las cosas se van alejando. Su cerco, sus telas de araña constantemente tejidas en torno se ocultan cada vez más. No sé dónde estoy entre ellas, qué lugar tienen preparado para mí. La silla, la mesa, se alejan, pierden su sentido y están puestas, no nacieron aquí. Vienen, van. Su vaivén constante. Su pérdida constante. Ya no os busco, ingenios locamente inventados por los ojos. Todo lo que ha sido puesto se pierde porque no tiene lugar, no hay sitio pensado para él. Donde está, sobra. Donde estoy, está colocado otro al que quito el sitio, que me observa impasible y espera el momento de sustituirme. El turno. Si las cosas me protegiesen, si yo estuviese pegado a ellas, haciéndolas estar junto a mí, siendo yo uno más en el grupo, pero ¿dónde encontrar el camino perdido que me deje entrar? ¿Por dónde se entra? ¿Dónde quedó el hilo que dejaba paso al corredor perdido del encuentro ("el corredor parecía interminable"), el corredor del que poder salir?
El picamaderos. Suave toques rítmicos sobre la corteza del pino. Hay una suavidad en el ambiente, en la sombra, en el sonido del agua y el delicado traqueteo del picadameros. Poder gozar del instante de realidad, el momento de las cosas, en pocos lugares. Tan solo en lugares como éste se produce ese estado de armonía: madera, pájaros, agua, aire. Todo ello creando su propio ritmo, ritmo que admite la compañía extraña, al intruso junto a sí, y lo invita a participar, quizá en mínima medida, tan solo para hacerle creer que es parte de lo que sucede cuando es posible que más bien suceda que esté siendo delicadamente evitado, dejado a un lado, contentado, engañado con el dulce de los niños. Sin embargo, siempre se podría pensar que hay invitación; cuando menos, algo sugiere la posibilidad de preguntar por la invitación. En realidad, ¿nos estás invitando a entrar? ¿Algo nos está invitando a entrar? También es posible que el silencio engañe y se transforme en la trampa del gozoso ensimismamiento, la dulce trampa del recreo en la propia conciencia y el engaño de creer estar conociendo. Pero la luz cae tan desgarbada en las piedras, en la madera veteada de la mesa; es tan suelto el momento de la conjunción de las cosas que las ganas de perderse en su laberinto son ganas de dejar de ser el otro y verse amparado en nueva medida, ser absorbido; aunque quizá aquí también haya autoengaño (en esta absorción por, disfraz de la absorción de) por la extraña maquinaria de las conjunciones, de los órdenes de la luz, de los segundos, imposibles pero dados. La geometría de los instantes, de sus momentos y de los lugares de todos sus momentos.
El picamaderos. Suave toques rítmicos sobre la corteza del pino. Hay una suavidad en el ambiente, en la sombra, en el sonido del agua y el delicado traqueteo del picadameros. Poder gozar del instante de realidad, el momento de las cosas, en pocos lugares. Tan solo en lugares como éste se produce ese estado de armonía: madera, pájaros, agua, aire. Todo ello creando su propio ritmo, ritmo que admite la compañía extraña, al intruso junto a sí, y lo invita a participar, quizá en mínima medida, tan solo para hacerle creer que es parte de lo que sucede cuando es posible que más bien suceda que esté siendo delicadamente evitado, dejado a un lado, contentado, engañado con el dulce de los niños. Sin embargo, siempre se podría pensar que hay invitación; cuando menos, algo sugiere la posibilidad de preguntar por la invitación. En realidad, ¿nos estás invitando a entrar? ¿Algo nos está invitando a entrar? También es posible que el silencio engañe y se transforme en la trampa del gozoso ensimismamiento, la dulce trampa del recreo en la propia conciencia y el engaño de creer estar conociendo. Pero la luz cae tan desgarbada en las piedras, en la madera veteada de la mesa; es tan suelto el momento de la conjunción de las cosas que las ganas de perderse en su laberinto son ganas de dejar de ser el otro y verse amparado en nueva medida, ser absorbido; aunque quizá aquí también haya autoengaño (en esta absorción por, disfraz de la absorción de) por la extraña maquinaria de las conjunciones, de los órdenes de la luz, de los segundos, imposibles pero dados. La geometría de los instantes, de sus momentos y de los lugares de todos sus momentos.
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Cariñosas las observaciones